CUBA: Interpelación sobre la democracia

Por Ivette García González. ʺLa democracia requiere que el gobierno permita a los ciudadanos organizarse libremente para influir en las decisiones públicas, por tanto, implica descentralización de la toma de decisiones y amplia participación popularʺ. 

Por Ivette García González

Para la izquierda no hay mejor política que el apego a la democracia como principio. Arturo López-Levy

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En el artículo El poder de las ideas hoy en Cuba, publicado por este medio, insistí en la necesidad de un ambiente democrático que reconozca y facilite el debate sobre la actualidad y el futuro de la Isla desde las diversas corrientes de pensamiento político que existen. Dicho texto motivó que, a través del correo electrónico, se suscitara una polémica enfocada en dos cuestiones esenciales: la democracia y mi postura política. La socializo ahora y amplío mis criterios, lo que permitirá mostrar dos de esas corrientes: continuismo vs izquierda crítica.

La opinión crítica inicial sobre el texto de marras fue enviada, con copia, a diversas instancias: medios oficiales de comunicación, embajadas, ICRT, Cámara de Comercio, Ministerio de Comercio Exterior, UNEAC y Despacho del Presidente. También a mí, lo que agradezco. Luego de los primeros intercambios decidí no continuar por esa vía, sino escribir sobre el tema y enviar copia por email a todos los destinatarios. En aras de la síntesis, me centraré en tres de los cuestionamientos principales.  

https://jovencuba.com/poder-ideas-hoy-cuba/embed/#?secret=KdsWDPFUuw

El poder de las ideas hoy en Cuba
La ausencia de un ambiente democrático para el debate de ideas y la acción cívica es injusto, injustificado y errático.
La Joven Cuba

Hablemos de democracia

Se me preguntó cuál es la noción de democracia que «venero» y considero «adecuada» pues, supuestamente, no respeto la «participativa» de Cuba, «capaz de convocar a millones para discutir la Constitución» y que logró fuera refrendada por más del ochenta por ciento de los votantes.

Sobre la democracia se puede encontrar abundante literatura e historia. No es perfecta en ninguna parte y es bandera de lucha de la sociedad civil en países muy diversos. Me extendería demasiado, así que voy al punto.

Concibo la democracia como una cualidad fundamental que debe presidir la institucionalidad y la sociedad. Defiendo la modalidad «participativa» −también llamada deliberativa o activista−, que se basa en la participación política como principal valor democrático. Requiere que el gobierno permita a los ciudadanos organizarse libremente para influir en las decisiones públicas, por tanto, implica descentralización de la toma de decisiones y amplia participación popular.

El socialismo presupone superar la democracia liberal representativa otorgándole esa amplitud que expreso antes. La «participativa» implica equidad, respeto y promoción de derechos humanos, justicia social, participación del pueblo en el poder, control ciudadano de lo público y énfasis en autogestión y autogobierno en el ordenamiento económico. Suscribo además la interesante idea del Dr. Fidel Vascós González: ir más allá y avanzar hacia la «democracia directa» en sus múltiples modalidades, que permite a los ciudadanos ir tomando en sus manos la decisión de los asuntos públicos.

En Cuba la democracia tiene restricciones y limitaciones que contradicen incluso su autodefinición de «país socialista». Hasta las restricciones que por fuerza impone el escenario de conflicto con los EE.UU., no pasan por el filtro del consenso popular. Es preciso reconocer el problema para identificar soluciones, lo que requiere también fomentar una cultura democrática, prácticamente inexistente hoy.

La libertad de expresión
La utilidad de la libertad de expresión está en poder manifestar la opinión diferente, porque para apoyar al que gobierna no se requiere libertad alguna ni se necesita protección
La Joven Cuba

La debilidad e ineficiencia de las instituciones, la distorsión de lo socialista como lo estatal, sin control ciudadano, y la sistemática violación de derechos constitucionales son muestra de tales falencias. La práctica de elaborar documentos rectores desde arriba, a veces con apoyo de «especialistas» seleccionados por el poder, para luego, en el mejor de los casos, «consultar» a la base, es un mal síntoma devenido tradición.

El Estado y el Partido Comunista son los únicos que disponen de los recursos: materiales, de divulgación y propaganda en espacios físicos y de todos los medios de comunicación. También cuentan con sólidos mecanismos de control social. Tal situación indica, cuando menos, que los resultados −siempre favorables al poder− no deben sorprendernos.   

La Constitución amerita un análisis aparte, pero adelanto tres elementos. Es ley fundamental para todos, arriba y abajo; es el poder quien no está acatando la voluntad popular al violar derechos humanos universales y pisotear el Estado de Derecho y, aun sin ser la ideal, debiera ser bandera de lucha desde la sociedad civil.

Ejemplos de violaciones son los execrables actos de repudio, las detenciones arbitrarias, las reclusiones domiciliarias, el silencio institucional como respuesta a reclamos ciudadanos, las violaciones al debido proceso y, recientemente, la negativa de entrada al país a una ciudadana cubana. Mientras, la Ley de reclamación de los derechos constitucionales ante los tribunalesprevista en el calendario legislativo para octubre del año pasado, se aplazó para diciembre de este y no los contemplará todos.

Para evitar que la invocación a la «democracia participativa» resulte abstracta, ambigua o demagógica, debemos definir cómo entendemos la «participación», cómo la evaluamos y qué recursos se ponen a su disposición. Juan Valdés Paz, Premio Nacional de Ciencias Sociales, sugiere atinadamente medir el «desarrollo democrático» en cada etapa según los momentos de esa participación. Porque la democracia implica, ante todo, participar en el poder, concretarse en todos los ámbitos y evaluarse según el grado de la «participación». No basta con tener capacidad de emitir demandas, es preciso poder juntarlas, hacer propuestas, ser parte de la toma de decisiones, ejecutar lo consensuado y supervisar/controlar la institucionalidad y la propia participación.

El ojo del canario es el poder revolucionario
Palabras leídas por su autor durante la primera sesión del Ciclo-Taller «Problemas y desafíos de la democracia socialista en Cuba hoy»
La Joven Cuba

Reacción a otras dos críticas

En el referido debate electrónico, se alega asimismo que mi artículo hace abstracción de «que Cuba (…) es una plaza sitiada por los imperios»; se afirma que «si no existiera el intento permanente del Imperio (…) por aplastar nuestra revolución quizás otro gallo cantaría (…)». Se insiste en que «estamos en una Guerra, a veces silenciosa, donde nos tiran a matar como dijo el presidente Díaz-Canel».

También se asevera que «tenemos la democracia que podemos en nuestras condiciones», «perfectible» pero «mucho más democrática» que la de «Cuba antes del 59» y que «el modelo de la democracia capitalista, en particular la de los EE.UU., que se toma como ejemplo la mayoría de las veces».

Nuestra relación con los EE.UU. ha sido históricamente difícil y/o de conflicto. Condicionar la democracia en Cuba a un cambio de política en ese país es un sinsentido. Es un factor externo sobre el cual no decidimos.  

Los efectos del bloqueo y la hostilidad de los gobiernos estadounidenses no solo son económicos. Atañen también a la conciencia social y al ejercicio del poder. Enlentecen y complican nuestros proyectos y estimulan las posiciones más conservadoras en Cuba. ¡Pero ese factor externo no puede servir para explicarlo todo ni para usarlo como pretexto de los vacíos democráticos! Esa práctica, la victimización del proceso y sus dirigentes como muchas veces se hace, es errática y cada vez menos convincente. 

La noción de «plaza sitiada» y del «enemigo externo» también es parte de la mentalidad establecida. Se usaba del mismo modo −con efectos muy nocivos para la democracia− en los países del llamado «socialismo real» en Europa. Y sucumbieron. Los asiáticos −de igual matriz pero diferente cultura−, vencieron al enemigo o lograron una dinámica de relación más favorable, reformaron la economía y crecieron; no obstante, mantienen similar conflicto con la democracia.

Vietnam: la democratización pendiente
La emancipación de la que hablaban los fundadores del socialismo marxista es una entelequia carente de contenido real.
La Joven Cuba

Esas experiencias y la cubana muestran dos regularidades. Una es que el socialismo hasta ahora conocido ha estado reñido con la democracia. Otra, que el respeto y la promoción de la democracia están más allá de la variable externa, que influye, pero no decide en tiempos de paz. Los esenciales son los factores internos, en particular las relaciones de poder.  Por tanto, eso de que «otro gallo cantaría», no pasa de la especulación y no aporta a un debate sensato. 

Es exactamente al revés. Como expresara el ex diplomático y escritor Germán Sánchez Otero, para preservar «con éxito» la independencia y la soberanía de la nación cubana, el poder «está obligado a garantizar una auténtica democracia». Eso incluye el apego a la Constitución y el respeto a las corrientes políticas diversas, que deberían poder desenvolverse públicamente a través de los medios de comunicación masiva.

No estamos en guerra, por más que el discurso político se cargue de ese lenguaje. Otros países han tenido durante años al mismo enemigo, similar o peor bloqueo, han vivido sangrientas guerras y también desastres naturales; sin embargo, hoy nos superan con creces. Entonces hablemos del bloqueo interno, sobre el cual sí podemos y debemos incidir. Ocultar las falencias propias con la crítica a otros no funciona. Fue aquí donde hubo una revolución que antes de comprometerse con el socialismo lo hizo con la democracia.

Ninguna de las tres opciones que me plantearon quienes cuestionaron aquel texto: Cuba hasta 1958, EE.UU. o la situación que hoy existe; debería ser nuestro horizonte. Como decía al inicio, tenemos visiones divergentes que responden a dos corrientes políticas. Una continuista, que se conforma, defiende el estado de cosas y sustituye argumentos por consignas y discursos oficiales. La otra, crítica de izquierda y socialista, que lucha por una democracia participativa real de ciudadanos libres, que transforme el presente y lleve al país por mejor cauce, porque como dijera Octavio Paz: «Sin libertad, la democracia es despotismo, sin democracia la libertad es una quimera».

AUTORA

Ivette García González*. La Habana, 1965. Doctora en Ciencias Históricas por la Universidad de La Habana (2006), Profesora Titular por el Instituto Superior de Relaciones Internacionales (ISRI) “Raúl Roa García” e Investigadora Titular del Instituto de Historia de Cuba. Actualmente docente e investigadora de la Casa de Altos Estudios Fernando Ortiz de la Universidad de La Habana. Autora de varios libros. Fungió como diplomática en la Embajada de Cuba en Lisboa (2007-2011). Preside la Sección de Literatura Histórica y Social de la Asociación de Escritores de la UNEAC y es miembro de la Asociación Cubana de Naciones Unidas (ACNU), de la Unión de Historiadores de Cuba (UNHIC), la Asociación de Historiadores Latinoamericanos y Caribeños (ADHILAC) y la Sociedad Económica de Amigos del País (SEAP).

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