El desprecio al valor del trabajo del cubano

por Mario Valdés Navia. Treinta años después del quiebre de aquel modelo allende los mares, todavía en la Isla algunos decisores consideran que el trabajo de sus compatriotas vale menos que similar aporte de un extranjero. Eso lastima el bolsillo y la conciencia de cubanas y cubanos y empuja a los jóvenes a la diáspora.

por Mario Valdés Navia

En mi juventud vivíamos rodeados de consignas de fuerte poder comunicativo que parecían guiarnos en el camino de la Revolución —sin dejar por ello de estar sometidas a la crítica demoledora del choteo criollo. Una de ellas rezaba: «El presente es de lucha, el futuro es nuestro». Con el tiempo comprendimos que lemas como ese son similares a la línea del horizonte, que cuanto más te acercas más se aleja. El presente de los trabajadores de hoy es el futuro de ayer, y cada día es más de lucha y menos nuestro.

Cuando las/los jóvenes que me rodean preguntan por la credulidad de mi generación, explico que divisas como esa funcionaron mucho a nivel de psicología social. Eran tiempos en que el aporte del trabajo vivo era altamente valorado como parte de la épica revolucionaria. Zafras «del pueblo», movilizaciones agrícolas y militares, sábados/domingos rojos, trabajos, horas extras voluntarias… eran tareas masivas que involucraban a diferentes generaciones y sectores sociales, movidos no solo por la coerción ideopolítica, sino también por el entusiasmo y el placer del deber cumplido.

Pero ese enfoque idealista, unido a la existencia de un contrato social típico del llamado socialismo real —igualitarismo, bajos salarios y precios, amplios fondos sociales de consumo, intercambio con el campo socialista a partir de volúmenes de productos, no de precios del mercado mundial—, afectó la percepción del trabajo como creador de valor.

Treinta años después del quiebre de aquel modelo allende los mares, todavía en la Isla algunos decisores consideran que el trabajo de sus compatriotas vale menos que similar aporte de un extranjero. Eso lastima el bolsillo y la conciencia de cubanas y cubanos y empuja a los jóvenes a la diáspora.

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−I−

El Gobierno/Partido/Estado acaba de anunciar otro plan de medidas, esta vez en forma de «indicación especial» del anterior primer secretario del PCC. Este se propone rescatar la agroindustria azucarera y se fundamenta en todo lo que esa bendita rama puede aportar al país en cuanto a derivados —incluyendo el azúcar, como decía el Che—, empleo y encadenamientos productivos.

Ni una palabra se pronunció en torno a la debacle que produjo la decisión de desmantelarla y vender a Japón los queridos hierros viejos como chatarra. Tampoco sobre la desastrosa Tarea Álvaro Reinoso —con perdón del sabio— y las promesas incumplidas de convertir aquellos millones de hectáreas de cañaverales en fincas productoras de alimentos.

La razón esgrimida en su momento para tal decisión, fue que mantener la obsoleta agroindustria resultaba muy costoso para el país, pues la misma era subvencionada por el presupuesto estatal. De pronto nos enteramos que el producto que vendíamos al mundo desde finales del siglo XVIII, que nos permitió importar de todo, atraer capitales nacionales y foráneos, tener tantos inmigrantes que hubo que limitar su entrada, modernizar y embellecer ciudades y poblados, y desarrollar una de las culturas más ricas e influyentes del orbe; resultaba incosteable para el propio Estado que vivía de él como fuente principal de sus ingresos.

Muchos cuestionamientos a esa fatal determinación —que rompió el espinazo de la economía y lastimó la identidad cubana—, han quedado sin respuesta en los veinte años transcurridos: ¿por qué en la época de bonanza no se modernizó la agroindustria con sus propios fondos y se acumuló tanta obsolescencia tecnológica? ¿Ante la baja cíclica de precios en el mercado mundial, qué hacían otros países afectados y/o cómo respondió Cuba en otras épocas a similares situaciones? ¿Qué se hizo luego con el fondo obtenido por la valiosa chatarra ferrosa vendida, pues ni se modernizó la industria ni se amplió el consumo de la población?

En la base de aquel enrevesado razonamiento se encontraba un inexplicable sistema en que el azúcar se contabilizaba en pesos, supuestamente equivalentes a USD, mientras el país le compraba al mundo con verdaderos USD. Sin embargo, ¿quién fue responsable de mantener tan revalorizado el peso usado por las entidades estatales, aún después de que en el mercado informal de mediados de los 90 alcanzaron los 150 pesos, y ya en el año 2000 se cambiaban oficialmente 1 a 25? ¿Los productores cubanos o los decisores del nivel central?

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¿Por qué en la época de bonanza no se modernizó la agroindustria azucarera con sus propios fondos y se acumuló tanta obsolescencia tecnológica?

Lo artificial de la situación empeoró más cuando en 2003 se decidió sustituir el USD por el CUC en las transacciones entre empresas estatales, al paso que se hacía una elevada centralización de los mecanismos de asignación y utilización de divisas. Entonces se distorsionaron todos los encadenamientos productivos, pues quedó a discreción gubernamental qué gastos e intercambios se harían en CUP y cuáles en CUC.

Mientras el gasto principal de las empresas —el salario—, se mantenía en CUP, los de las mercancías y servicios que demandaban los consumidores se expresaban cada vez más en CUC. Así, el salario mínimo, que fue en Cuba de cien pesos hasta 2005, representaba realmente poco más de 4 USD; mientras, el salario medio de un trabajador en el período, 282 pesos, apenas rozaba los 12 USD.

Según Marx, la magnitud ideal del salario para que haya intercambio de equivalentes entre el patrono —en el caso cubano, el Estado— y el obrero, es el valor completo de su fuerza de trabajo, cuya magnitud (salario) es la sumatoria de dinero que le permita satisfacer sus necesidades y las de su familia. Esta ley económica, que no afecta en lo más mínimo la plusvalía/ganancia del patrón, es válida en cualquier sociedad donde prevalezcan relaciones monetario-mercantiles, sean capitalistas o socialistas. No obstante, en Cuba sigue negándose tercamente y, con ella, el valor del trabajo del cubano.

-II-

Uno de los objetivos declarados de la «Tarea Ordenamiento» (TO) fue satisfacer el viejo anhelo popular, y de numerosos especialistas, de volver al reinado del peso como única moneda nacional; pero esa revalorización del salario y el consumo interno de los trabajadores y trabajadoras, es pospuesto cada día en este país. Su Némesis actual es el creciente mercado en USD, única salida probada por el Gobierno/Partido/Estado ante la crisis pandémica y las sanciones Trump/Biden. Lo cierto es que ni siquiera el estallido del 11-J pudo poner límites al negocio estrella del consorcio GAESA: la tríada viajes de emigrados/remesas/mercado interno en divisas.

Cada día brotan por todo el país nuevas tiendas en USD plásticos y surgen otras más exclusivistas: las reservadas a compras en línea desde el exterior, o las que solo admiten pagos en tarjetas VISA o MASTERCARD. Peor aún es la política de vender insumos y ofrecer créditos a los productores estatales, privados y cooperativos, en USD; lo que los obliga a ofertar la mayor parte de sus bienes y servicios en el mercado interno en USD y contrae todavía más la realización de la MN. Adicionalmente, los precios de las tiendas en USD crecen también y superan con creces los que tenían similares productos en los antiguos mercados en CUC.

Valor (4)

Cada día brotan por todo el país nuevas tiendas en USD plásticos y surgen otras más exclusivistas: las reservadas a compras en línea desde el exterior, o las que solo admiten pagos en tarjetas VISA o MASTERCARD.

En este 2021, la desaparición del CUC como medio de circulación ha lastimado al consumidor en lugar de beneficiarlo. El trabajo de los cubanos es menospreciado a una tasa mayor que antes, al no poder cambiar legalmente sus ingresos en pesos por divisas, ni colocar fondos en USD directamente en tales tarjetas, que no admiten ingresos dentro de Cuba en la moneda en la cual se expresan.

Al no funcionar el cambio oficial del peso por divisas internacionales, tipo CADECA, si antes un trabajador precisaba de 25 pesos para disponer de 1 CUC/USD, hoy necesita 78 para poner el mismo USD en tarjeta magnética, y 68 para comprarlo en físico. En el supuesto de que alguien que perciba el salario medio prometido en la TO: 4237 pesos, pudiera convertirlos completamente en USD plásticos, solo alcanzaría a ingresar 54 USD. Ni hablar de los que ganen el salario mínimo: 1528 pesos, los que apenas se harían de 19 USD.

Lamentablemente el ejemplo anterior es hipotético, pues la inflación galopante del mercado en MN durante todo el 2021 lo hace inviable en la práctica. De hecho, el salario medio calculado por los diseñadores de la TO para triplicar una canasta básica (CB), ni siquiera alcanza hoy para comprarla. Teniendo en cuenta que en enero esta fue estimada en 1528 pesos y aplicándole una modesta tasa de inflación del 300% —ya que no conocemos el índice de precios al consumidor (IPC) actual—, hoy la CB rondaría los 4584 pesos por persona. Y esto solo para comprar en el magro mercado en MN.

La venta mediante tarjetas en USD de bienes de uso y consumo imprescindibles, ha venido a descolocar totalmente uno de los beneficios previstos de la TO: la recuperación del valor del trabajo, de mayor intensidad, productividad y complejidad. Nuevamente son las empresas de GAESA y los grupos de intermediarios de la economía sumergida los que se benefician de la crisis cubana, mientras el trabajador y sus familias no salen de la inopia.

Se manifiesta incluso la paradoja de que, mientras las tiendas estatales que tienen ofertas importantes solo admiten cobros en USD plásticos y tarjetas de crédito internacionales; los vendedores particulares aceptan que se les pague por bienes y servicios en USD o en MN, a precios ligeramente diferenciados a favor del tenedor de pesos.

Como señalé en el libro El manto del rey (Ediciones Matanzas, 2020, p. 85):

˃˃Es hora ya de abandonar el fallido intento de obligar a trabajadores libres y cultos a aportar toda su fuerza de trabajo al Estado a cambio de un salario real que no les alcanza para subsistir, en contra de las leyes de la economía política y de los derechos humanos más elementales. Cobrar un salario mínimo equivalente a la canasta básica y que crezca acorde al aumento del IPC no es un sueño que puede esperar a que salgamos del subdesarrollo, o a que la empresa estatal cubra determinados parámetros de eficiencia (…); es un derecho inalienable de los trabajadores, más aún en un país socialista˂˂. 

No basta con la reanimación del turismo y la venta al exterior de productos biofarmacéuticos para relanzar nuestra economía, si el uso del peso continúa circunscrito al pago del salario y los mercados normado y libre, sometido este último a una inflación de más de cuatro dígitos. Únicamente la verdadera reunificación monetaria podrá enaltecer el trabajo del cubano y devolverle su real valor, aquel que conseguirá el día que la moneda en que cobre su salario pueda servirle para saldar cualquier deuda contraída por su poseedor en el territorio nacional, como rezaron durante años los billetes.

AUTOR

*Mario Valdés Navia. Profesor Titular de Historia, Metodología de la Investigación y Pensamiento Cultural Latinoamericano. Investigador social, especializado en los estudios sobre la vida y obra del Apóstol cubano José Martí y la Historia de Sancti Spiritus, Cuba. Doctorado en Ciencias Pedagógicas y Diplomado en Administración Pública. Profesor y Jefe de Departamento en las Universidades cubanas de Sancti Spiritus y la de Ciencias Informáticas (UCI) en el Centro de Estudios Martianos de La Habana. Investigador Auxiliar. Profesor Invitado a Universidades de Brasil, Haití y El Salvador. Coautor de varios libros sobre temas de Didáctica de la Historia y Pensamiento de José Martí e Historia de Sancti Spiritus. Escritos ensayos sobre temas de Historia Cultural de Matanzas, Cuba y problemas actuales de la economía y la sociedad cubanas.

Para contactar al autor: [email protected] 

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