Fuga masiva de yihadistas en julio, y agosto en Irak y el Líbano, ¿era el preludio de un ataque a Siria?

Por Nagham Salman*

Entre dichas fugas masivas, que sospechosamente se produjeron en el intervalo de seis días, cabe destacar la producida el 23 de julio, cuando entre 700 y 1.000 detenidos lograron fugarse de las cárceles de Taj y de Abou Graib, en Irak. Cuatro días después, el 27 de julio, 1.117 se fugaron de la cárcel de Kuafia en el distrito de Bengasi, en Libia, que sería seguida de la evasión de 243 talibanes de la cárcel de Dera Ismail Khan la noche del 29 de julio en Pakistán.

El Gobierno estadounidense emitió el día 2 de agosto una alerta mundial de viaje para todos sus ciudadanos con vigencia hasta el 31 de agosto debido a una amenaza no especificada de la red terrorista Al Qaeda. El mismo día el Departamento de Estado estadounidense decretó la clausura temporal de la mayoría de sus embajadas en Oriente Medio y el norte de África.

Un día después, la Interpol, que parece ir a remolque del Pentágono, emitió un comunicado alertando de que «Tras las evasiones de presos ocurridas en el último mes en 9 países miembros de INTERPOL, entre ellos Irak, Libia y Pakistán, la sede de la Secretaría General de INTERPOL ha publicado una alerta mundial sobre la seguridad para recomendar un aumento de la vigilancia.  Se sospecha que la mano de Al Qaeda está detrás de varias de las evasiones que han permitido la fuga de cientos de terroristas y otros delincuentes, por lo que en su aviso INTERPOL solicita la ayuda de sus 190 países miembros para determinar si estos hechos son fruto de una labor coordinada o si están relacionados entre sí»

Entre dichas fugas masivas, que sospechosamente se produjeron en el intervalo de seis días, cabe destacar la producida el 23 de julio, cuando entre 700 y 1.000 detenidos lograron fugarse de las cárceles de Taj y de Abou Graib, en Irak. Cuatro días después, el 27 de julio, 1.117 se fugaron de la cárcel de Kuafia en el distrito de Bengasi, en Libia, que sería seguida de la evasión de 243 talibanes cárcel de Dera Ismail Khan la noche del 29 de julio en Pakistán. Testigos presenciales aseguran que comandos organizados asaltaron las cárceles en coordinación con motines internos.

Otras fuentes aseguran que en los mismos días cientos de terroristas fueron liberados de cárceles sauditas y jordanas para ser introducidos en Siria.

Sea como fuere, pocos días después de la sospechosa evasión masiva, varias aldeas alauitas fueron asaltadas por milicias yihadistas de Al Qaeda compuestas por extranjeros, la mayoría libios, sauditas, chechenos y afganos. Ocurrió cerca de la frontera turca, donde los terroristas son pertrechados y adiestrados de forma descarada desde el inicio del conflicto. El ataque se saldó con más de 400 civiles muertos, entre ellos decapitados y mutilados, y más de doscientos secuestrados. Esta masacre en aldeas alauitas cercanas a Latakia no ha sido ni siquiera mencionada por los medios de comunicación occidentales, y ha sido seguida de asesinatos de cristianos en diversas aldeas, entre ellas Maaloula, un lugar sagrado e importantísimo para la Iglesia cristiana y su historia y la ciudad donde se sigue hablando el arameo (el idioma de Jesucristo).

Durante el mismo mes, se han producido una ola de atentados a diario de Al Qaeda en Irak y contra la población chiíta, que se han saldado con casi 1.000 muertos y miles de heridos solo en cuatro semanas. El mes más sangriento desde la ocupación en 2003, en un drama humanitario casi olvidado que dura ya diez años y que ha sobrepasado ya con creces el millón de muertos, en lo que es un estado fallido presa de Estados Unidos y sus empresas contratistas.

La tercera víctima ha sido el Líbano, donde sendos atentados los días 8 y 22 de agosto producían cerca de 100 muertos y más de 700 heridos y que, según expertos libaneses, llevan el sello de las milicias takfiristas de Bandar ben Sultan, jefe de la inteligencia saudita, que tiene como objetivo de enfrentar a las comunidades chiítas y sunitas para extender el conflicto sirio.

Transcurridas más de cinco semanas desde que se emitiera la alerta, quizás sea el momento de sacar conclusiones y hacer balance de la situación. Y en primer lugar, salta a la vista que no se han atacado ni a ciudadanos ni a intereses occidentales o israelíes  en toda la región ni fuera de ella. Sin embargo, se han producido más de 1.500 muertos en atentados y ataques terroristas en Siria, Irak y Líbano.

Este trágico balance, teniendo en cuenta las declaraciones de los guardas y testigos de las evasiones y el hecho que los ataques terroristas hayan ocurrido en el arco chií, ha hecho que muchos expertos no tengan dudas de que Fuerzas Especiales del Ejército de Estados Unidos organizaron la evasión, debido a que las oficinas de reclutamiento de las organizaciones militares privadas tienen cada vez más dificultad para encontrar candidatos a irse a participar en «la yihad» en Siria. A consecuencia de ello, y presionados por las recientes derrotas de los yihadistas en Siria, han optado por sacar de la cárcel a cierto número de hombres con experiencia combativa y decididos a todo. Y podemos sospechar que se trata de los más salvajes.

Todo ello, unido a las pruebas, indicios y declaraciones de víctimas y de terroristas capturados, nos lleva a deducir que la gran evasión de terroristas de Al Qaeda se ha tratado de una nueva gran operación de la inteligencia anglo-sionista. Una nueva perla geoestratégica de la CIA y el Mossad, que habría tenido la finalidad de conseguir dos objetivos: acabar con el escándalo de espionaje destapado por Edward Snowden y desestabilizar la región para conseguir crear una guerra intersectaria durante o tras el bombardeo estadounidense.

Desviar la atención y legitimar la política intervencionista

En este contexto, y en lo que algunos analistas consideran una desesperada maniobra para lavar su imagen, el Gobierno estadounidense emitió hace dos semanas una alerta mundial para todos sus ciudadanos debido a una amenaza “terrorista” no especificada de Al Qaeda.

A continuación, el Departamento de Estado cerró varias de sus embajadas en Oriente Medio y el Norte de África.

El cierre de embajadas es la medida más drástica que puede adoptarse en el marco de las relaciones diplomáticas y consulares, porque deja sin asistencia diplomática y consular a sus ciudadanos en dichos países. La medida no suele adoptarse ni en situación de guerra, salvo entre los países beligerantes.

La mayoría de expertos en relaciones internacionales consideran que hubiera sido más razonable la adopción de una medida menos gravosa como la reducción del personal diplomático en dichos países, y algunos consideran que una medida tan radical podría ser una nueva decisión de propaganda mediática para minimizar el escándalo de las escuchas, que han sido calificadas de aberrantes e incluso obscenas por varios mandatarios y líderes de opinión internacionales.

Existe la sospecha generalizada de que puede tratarse de una amenaza poco creíble. Cabe tener en cuenta que la mayoría de las embajadas clausuradas están dotadas de las mayores medidas de seguridad establecidas en los estándares de seguridad de la Comisión Inman, hasta el extremo que podrían soportar ataques con bombas y asaltos armados.

Por otra parte, todos los países afectados son paradójicamente aliados de Estados Unidos o están en su órbita militar, lo que añade un ‘plus’ de seguridad y refuerza la obligación internacional de protección de los edificios y del personal diplomático por parte de las fuerzas de seguridad del país anfitrión.

Guerra contra el terror y política del miedo

El Gobierno norteamericano recurre a la alarma por amenaza terrorista desde que se produjeran los atentados del 11-S, una catástrofe cuya autoría no ha sido todavía esclarecida. El tridente Bush-Cheney-Rumsfeld manipulaba a asesores y medios de masas acerca de los peligros de Al Qaeda para distraer la atención de sus abusos y mantener a la población con miedo para rendirse ante todo lo que decidieran.

Según reputados analistas, y como demuestra la realidad desde 2001, detrás de todas las alarmas se esconden objetivos geopolíticos a corto plazo, y son por otra parte la excusa perfecta para seguir interviniendo en Oriente Medio y Asia Menor.

Sin embargo, esta es la primera ocasión en que se toma una medida de tal envergadura y cobertura mediática, ante la presión ciudadana en el propio país e incluso en los países aliados.

La alerta debe fundamentarse en amenazas específicas y Estados Unidos debe demostrar que se hace para garantizar la seguridad de sus ciudadanos. Si en unos días no se produce atentado alguno ni se desarticula ningún intento verosímil de atentado, se confirmarían las sospechas de que se trata de una falsa alarma para contrarrestar los escándalos de espionaje y evitar que se relacione al Gobierno estadounidense con Al Qaeda en Siria, donde es ya un secreto a voces para la comunidad internacional que cientos de yihadistas internacionales son introducidos a diario desde Turquía después de ser entrenados y armados por la CIA en campos cerca de la frontera, todo ello financiado con los petrodólares de Arabia Saudí y Catar.

En estos momentos, es más probable que una gran parte de los cientos de terroristas de Al Qaeda que se fugaron incomprensiblemente y de una manera aparentemente coordinada de cárceles iraquíes y afganas hace un mes estén ya luchando contra el ejército sirio en Alepo, Homs o las montañas a las afueras de Latakia, sembrando el terror en las aldeas alauitas y cristianas de la región.

Es allí, en Siria, como en Irak, donde se producen atentados terroristas a diario y donde se encuentra el polvorín de lo que es una guerra localizada entre sunismo radical y chiismo, que tiene como objetivo final la caída de Irán.

Y son Al Qaeda y sus grupúsculos los que se encargarán de preparar el terreno…

Y lo más preocupante es que el gran Egipto pueda ser la próxima víctima de la misma estrategia, que aspira a crear una devastadora guerra entre musulmanes.

* Nagham Salman es analista política especialista en asuntos de Oriente Próximo y comentarista de TV. y blogger en RT.

 

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