escrito por Mario Valdés Navia*
Casi la quinta parte de los cubanos y cubanas vive en la emigración. La mayoría de ellos se reconoce como exiliados, tanto por sus motivaciones políticas como por el trato discriminatorio que reciben del gobierno; en particular, la prohibición de participar en la vida económica, social y política de la Isla, lo que desconoce su cualidad de ciudadanos cubanos.
Existe, sin embargo, otra parte sustancial de la población que vive en el archipiélago y tampoco participa cívica y políticamente como quisiera y debiera; muchos ni siquiera lo intentan. A ese sector es al que denomino inxilio ciudadano.
Cuando se levantan voces que claman por un diálogo nacional incluyente, que permita discutir y resolver los acuciantes problemas de la nación, es llamativa la falta de participación de amplios sectores sociales en esta lucha crucial. ¿Será que no existe una voluntad mayoritaria sobre la necesidad de convocarlo y basta con el remedo de diálogo que organiza el gobierno con grupos de sus parciales? ¿O será que para la mayoría apenas comienza el proceso de resurgir del inxilio ciudadano en que vive?
-I-
Aristóteles dejó sentado que «el hombre es un animal político», en alusión a los derechos y deberes de todos los ciudadanos griegos de participar en el gobierno de sus respectivas ciudades-Estado (polis). Este principio ha constituido la quintaesencia de la democracia, en correspondencia con su carácter de clase (esclavista, feudal, burguesa, obrera).
Las revoluciones y las profundas reformas democrático-burguesas que destruyeron el Feudalismo y crearon las modernas naciones capitalistas en Europa, América y Asia; elevaron los derechos políticos de los ciudadanos —de expresión, imprenta, elegir y ser elegidos por el voto individual, etc.— a la categoría de derechos humanos universales.
La lucha incesante de los trabajadores y sectores marginados por hacer realidad estas conquistas ante gobiernos elitistas y soberbios, ha dado lugar a la actual legislación sobre los derechos humanos, enriquecida luego con el añadido de los de segunda (económico-sociales) y tercera generación (diversidad).
Rebeliones, manifestaciones callejeras, huelgas, cartas de demandas, movimientos sociales, partidos políticos, campañas electorales, ascenso y entronización de líderes populares; son vías de participación política utilizadas por sectores populares en el mundo moderno. Nunca el enajenante inxilio en una supuesta zona de confort personal (casa, familia, amigos) y el olvido/rechazo del deber de luchar por sus derechos conculcados, han sido atributos de los ciudadanos que claman por cambios políticos.
Para hacer realidad los principios de «Igualdad, Libertad, Fraternidad» —transformados por la reacción burguesa-terrateniente en libertad de explotar a los trabajadores y el resto del mundo—, surgió y se desarrolló el movimiento socialista. La propia Revolución de Octubre se hizo bajo la consigna: «¡Todo el poder a los soviets!», no al Partido Bolchevique.
La constitución del estado burocrático en la URSS fue un proceso complejo y gradual de sustitución del poder de los órganos de autogobierno de obreros, campesinos y soldados, por burócratas del PCUS y el Estado soviético, quienes lograron neutralizar y aplastar los mecanismos democráticos populares y sustituirlos por sus instrumentos amañados para eternizarse en el poder. Con cada limitación sobre el control obrero y la crítica revolucionaria, la revolución proletaria fue cediendo paso a la contrarrevolución burocrática.
En el ejercicio del poder burocrático socialista se torna vital la cuestión de quiénes ejercen la participación a plenitud: funcionarios, expertos o ciudadanos. La experiencia histórica del «socialismo real» muestra que, mientras las tesis de los funcionarios de alto rango se transforman en orientaciones para la mayoría; los expertos son convocados únicamente cuando se requieren sus conocimientos, pero, por lo general, sus conclusiones son engavetadas y tenidas en cuenta solo si los cuadros superiores lo estiman conveniente.
Por último, los ciudadanos simples tienen escasas posibilidades reales de participar eficazmente, pues sus opiniones son ignoradas o recogidas para engrosar estadísticas. En el mejor de los casos, son recepcionadas y luego respondidas casi siempre mediante explicaciones que rechazan lo planteado.
La alta burocracia socialista sabe que los enemigos mortales de su hegemonía son la libertad de expresión e información y el control obrero; de ahí que los enfrente resueltamente por métodos cada vez más sofisticados, falaces y truculentos. Para ella, el pueblo existe como mayoría silenciosa/ruidosa, cuyas opiniones pueden ser loables siempre que vengan llenas de agradecimiento y lealtad; de lo contrario, son fastidiosas y solo se canalizan debidamente por las vías establecidas, en el momento y lugar adecuados.
Con el decursar de tal estilo de gobernanza, la ciudadanía es sometida a un proceso de castración de su espíritu cívico-político, carácter crítico y hábito de pensar por sí misma. En tanto, los burócratas hegemonizantes la entretienen, conduciéndola de una tarea en otra, como las hormigas pastoras a las bibijaguas.
En el afán de perpetuar su hegemonía, la burocracia empoderada minimiza el valor de la participación crítica de los trabajadores mediante un discurso híper optimista, que suele ocultar sus yerros con el fin de sostener vivas las expectativas de mejoramiento social a partir de prometer transformaciones que luego no son aplicadas, o se tergiversan durante su puesta en práctica.
-II-
Hace un tiempo apunté que el socialismo cubano:
[…] también requiere socializar los sueños pues los seres humanos se mueven, ante todo, por las expectativas de prosperar y el socialismo necesita, como ningún otro sistema, la participación activa de la mayoría de los ciudadanos en los procesos sociales, económicos y políticos. Los actores principales de la transición son los trabajadores conscientes y sus familias, no los burócratas satisfechos con su alter ego social: la muchedumbre de exiliados internos. Esos que no se quejan de nada porque ya se sienten exiliados de la Revolución desde hace rato y, en el peor de los casos, solo piensan en irse allende los mares.
Ese inxilio cívico-político resulta contraproducente, mucho más en la actualidad, cuando la participación ciudadana como alternativa para superar la obsoleta representación tradicional —asambleas del Poder Popular, elecciones parciales cada cuatro años, convocatorias a debates multitudinarios devenidos catarsis colectivas— se torna un enfrentamiento esencial en la lucha de clases entre los sectores empoderados de la burocracia y el resto del pueblo.
Para lograr un diálogo nacional es necesario que la ciudadanía exprese sus opiniones políticas con mayor énfasis y eficacia. No basta con la lucha ideológica sostenida en el ciberespacio entre los que pretenden eternizar el actual modelo socialista estatista/burocrático, los que desean reformarlo para hacerlo verdaderamente democrático y participativo, o los que procuran destruirlo hasta que no queden rastros de la Revolución Cubana.
Superar el inxilio ciudadano en pos de transformar para bien de las mayorías el estado de cosas actual, es un imperativo de estos tiempos y del futuro de Cuba. El empoderamiento de los componentes de la sociedad civil es vía ineludible para vislumbrar un diálogo entre compatriotas que piensan diferente, sin compromisos ni ataduras a las exigencias de ninguna potencia extranjera.
Cuando la crisis de los partidos políticos se vuelve un fenómeno generalizado ante actores surgidos y promovidos desde la sociedad civil, es impostergable que los cubanos y cubanas se organicen para defender y conquistar sus derechos. Sin interlocutores reconocibles el gobierno no cederá a la realización de un verdadero diálogo nacional, pero debe admitir el derecho de los actores de la sociedad civil a organizarse libres de ataduras estatistas/burocráticas.
Es imprescindible que los ciudadanos y ciudadanas que permanecen en un inxilio pierdan el miedo a salir del closet político en que se han dejado acorralar, y se arriesguen a expresarse con libertad en los diferentes espacios del país, tanto digitales como físicos: centros de trabajo, organizaciones sociales, calles, plazas, redes sociales…
Superar la postración política en que vive y muere la mayoría de la ciudadanía, no es una tarea para las nuevas generaciones, sino para todas las que convivimos en la Cuba de hoy. Solo con la contribución de todos y todas a un diálogo nacional inclusivo, nuestra niñez y juventud podrán forjar sus proyectos de vida en una patria digna, próspera y sostenible, que sus padres les entregarán de pie.
AUTOR
*Mario Valdés Navia. Profesor Titular de Historia, Metodología de la Investigación y Pensamiento Cultural Latinoamericano. Investigador social, especializado en los estudios sobre la vida y obra del Apóstol cubano José Martí y la Historia de Sancti Spiritus, Cuba. Doctorado en Ciencias Pedagógicas y Diplomado en Administración Pública. Profesor y Jefe de Departamento en las Universidades cubanas de Sancti Spiritus y la de Ciencias Informáticas (UCI) en el Centro de Estudios Martianos de La Habana. Investigador Auxiliar. Profesor Invitado a Universidades de Brasil, Haití y El Salvador. Coautor de varios libros sobre temas de Didáctica de la Historia y Pensamiento de José Martí e Historia de Sancti Spiritus. Escritos ensayos sobre temas de Historia Cultural de Matanzas, Cuba y problemas actuales de la economía y la sociedad cubanas.