escrito por Mario Valdés Navia
Aunque las condiciones materiales agobian al infinito la vida cotidiana de los cubanos y cubanas de hoy, el grito que más se escucha en boca de los obstinados durante manifestaciones tipo 11-J, cacerolazos o tánganas por los apagones, no es ¡Comida!, o ¡Corriente!, sino ¡Libertad!
Poco a poco, el miedo a la libertad va desapareciendo en cada vez más personas. Pero los que emprenden este viaje han de saber que está lleno de obstáculos y sacrificios. No en balde Martí advertía: «La libertad cuesta muy cara, y es necesario o resignarse a vivir sin ella, o decidirse a comprarla por su precio» (OC, T21, p. 108).
Si, según él: «La libertad es el derecho que todo hombre tiene a ser honrado y a pensar y hablar sin hipocresías» (OC, T18, p. 304), entonces las libertades de pensamiento y expresión constituyen sus expresiones básicas. Ambas florecen en un entorno de diálogo y persuasión honrados; pero se secan en ambientes opresivos, de pensamiento único y doble moral. Libertad sin diálogo útil y honrado es como pájaro sin alas.
La libertad y el diálogo se desarrollan con la práctica social, mediante la estimulación del pensamiento crítico y la lucha cívica. La ciudadanía adquiere estas capacidades entrenando la mente y el cuerpo en esas lides, corriendo riesgos, cayendo y levantándose para volver a pelear, perdiendo hoy para ganar mañana. Familia, escuela y comunidad han de fomentar tales experiencias como valores individuales, familiares y sociales.
En momentos en que la salud de la nación requiere con urgencia de hombres y mujeres preparados para dialogar en libertad y debatir sus diferentes puntos de vista con inteligencia, honestidad y valor; es importante que ellos estén disponibles. Al referirse a los debates suscitados durante la elaboración de la constitución de Estados Unidos, Martí enfatizaba:
Como político que preparaba a su pueblo para una guerra republicana, Martí buscaba la unidad entre los revolucionarios por encima de sus diferencias, pero nunca la identificaba con la imposición de una voluntad superior sobre las demás. Para él: «Abrir al desorden el pensamiento del Partido Revolucionario Cubano sería tan funesto como reducir su pensamiento a una unanimidad imposible en un pueblo compuesto por factores diversos, y en la misma naturaleza humana».
Procedimiento fundamental sería el diálogo libre, regido por el conocimiento profundo de los problemas a dilucidar, pues ningún grupo encumbrado podría pensar y decidir por el pueblo: «O se habla lo que está en el país, o se deja al país que hable». Solo en esta atmósfera de fomento de la libertad de expresión se consolidaría una voluntad popular fundada en la razón, no en entusiasmos pasajeros, promesas incumplibles o consignas rimbombantes.
-II-
La sociedad cubana actual, a pesar de su alto nivel de instrucción y de la existencia de Internet y las redes sociales, no está preparada para ejercer las libertades de pensamiento y expresión. Estas han sido extinguidas, menguadas o tergiversadas en la conciencia y las experiencias de vida de los habitantes de la Isla, habido el largo ejercicio de los instrumentos de violencia física y cultural con que cuenta el Poder para dominar a la mayoría subalterna.
Llegados a un punto de grave problemática sociológica, antropológica y de psicología colectiva, es preciso efectuar a nivel social un proceso de deconstrucción espiritual capaz de modificar las estructuras mentales aprendidas y aprehendidas por varias generaciones. Este asunto exige de influencias externas, pero más aún de la voluntad y empeño de los individuos. Mientras ello no se consiga, las orientaciones y demandas del grupo de poder hegemónico seguirán siendo aceptadas y/o acatadas por la mayoría, aunque en su fuero interno muchos sospechen que están erradas y que nada bueno podrá esperarse.
Habrá incluso quienes tengan la mente tan adoctrinada por los que saben, que hasta disfruten y agradezcan su triste destino de manera masoquista. Según Martí: «El que vive en un credo autocrático es lo mismo que una ostra en su concha, que sólo ve la prisión que la encierra y cree, en la oscuridad, que aquello es el mundo; la libertad pone alas a la ostra». (OC, t.13, p.136).
Uno de los mayores temores que sienten los individuos formados en entornos totalitarios, dictatoriales y radicalizados, al ser puestos en un escenario de necesaria confrontación de ideas, es a quedar en minoría o, peor aún, en soledad, por defender sus criterios. Los cubanos no somos una excepción.
A los aún temerosos de faltar a la sempiterna unanimidad por algún gesto de disidencia o rebeldía, les recomiendo acordarse de Oscar Wilde: «Cuando la gente está de acuerdo conmigo siempre, siento que debo haberme equivocado». y de Goethe: «No preguntemos si estamos plenamente de acuerdo, sino tan sólo si marchamos por el mismo camino».
Sin embargo, el problema no es peculiar de la Revolución Cubana. Cuando la de Octubre empezó a derivar hacia un Estado burocrático militarizado y se prohibieron las opiniones críticas y divergentes, Rosa Luxemburgo planteaba: «Sin una confrontación de opinión libre, la vida se marchita en todas las instituciones públicas y la burocracia queda (…) la libertad siempre ha sido y es la libertad para aquellos Sin embargo, el problema no es peculiar de la Revolución Cubana. Cuando la de Octubre empezó a derivar hacia un Estado burocrático militarizado y se prohibieron las opiniones críticas y divergentes, Rosa Luxemburgo planteaba: «Sin una confrontación de opinión libre, la vida se marchita en todas las instituciones públicas y la burocracia queda (…) la libertad siempre ha sido y es la libertad para aquellos que piensen diferente».
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La represión a la libertad de expresión y la falta de diálogo en los países del Socialismo Real fueron de las condicionantes principales que condujeron al fracaso estrepitoso de aquel modelo en la URSS y Europa del Este. También en la Isla son factores que erosionan las posibilidades de reformar las diferentes esferas de la vida social y devolver las expectativas de crecimiento y desarrollo a la nación.
Si bien el respeto a la diversidad se ha ampliado actualmente con el reconocimiento de problemáticas referidas a religiones, géneros, animalistas, racialidades, etc.; el desconocimiento de la diversidad política —perteneciente a la primera generación de derechos humanos— constituye una rémora que nos convierte en un pecio totalitario en pleno siglo XXI.
La falta de libertad de expresión y diálogo interno, retarda la transformación del modelo estatizado y burocrático, fosiliza las mentes de amplios sectores de la población, divide a los cubanos y cubanas en extremos irreconciliables, estimula la emigración de la juventud y dilata la solución colectiva y participativa de problemas económicos y sociales, tanto de vieja como de nueva data.
Con el fin de encauzar las soluciones a la aguda crisis actual, es tarea de primer orden lograr echar a andar una mesa de debate libre y abierto de todos los problemas del país y la nación, que son de todos, con la participación de figuras representativas de diversos sectores del pueblo cubano, la Isla y la emigración. Baste recordar este mensaje martiano sobre el respeto a las opiniones diversas en el análisis y tratamiento de los problemas más acuciantes del país:
¡Que los pueblos no son como las manchas de ganado, donde un buey lleva el cencerro: y los demás lo siguen!: más bello es el valle, rodeado de montañas, cuando lo pasea, en grupos pintorescos, encelándose y apaciguándose, el ganado airoso y libre. Si se desgrana un pueblo, cada grano ha de ser un hombre. La conversación importa; no sobre el reglamento interminable o las minimeces que suelen salirles a las asociaciones primerizas, sino sobre los elementos y peligros de Cuba, sobre la composición y tendencias de cada elemento, sobre el modo de componer los elementos, y de evitar los peligros. (OC, t.2, p.17).
AUTOR
*Mario Valdés Navia. Profesor Titular de Historia, Metodología de la Investigación y Pensamiento Cultural Latinoamericano. Investigador social, especializado en los estudios sobre la vida y obra del Apóstol cubano José Martí y la Historia de Sancti Spiritus, Cuba. Doctorado en Ciencias Pedagógicas y Diplomado en Administración Pública. Profesor y Jefe de Departamento en las Universidades cubanas de Sancti Spiritus y la de Ciencias Informáticas (UCI) en el Centro de Estudios Martianos de La Habana. Investigador Auxiliar. Profesor Invitado a Universidades de Brasil, Haití y El Salvador. Coautor de varios libros sobre temas de Didáctica de la Historia y Pensamiento de José Martí e Historia de Sancti Spiritus. Escritos ensayos sobre temas de Historia Cultural de Matanzas, Cuba y problemas actuales de la economía y la sociedad cubanas. Para contactar al autor: [email protected]