La verdad que duele

Como consecuencia de la crisis económica, política y social que se vive en Cuba, se evidencia un desarraigo impresionante que compromete no solo el presente, sino  el futuro de la nación. Existen muchos testimonios y reflexiones sobre lo que nos pasa, pero, aun así, «tanto dolor no se puede comentar».

escrito por Teresa Díaz Canals 

Como consecuencia de la crisis económica, política y social que se vive en Cuba, se evidencia un desarraigo impresionante que compromete no solo el presente, sino  el futuro de la nación. Existen muchos testimonios y reflexiones sobre lo que nos pasa, pero, aun así, «tanto dolor no se puede comentar».

Muertes por la epidemia de dengue, por el pavoroso incendio sucedido en la ciudad de Matanzas, por innumerables accidentes de tráfico, por los enfermos que no reciben tratamientos adecuados debido a la falta de medicamentos. Construcciones de hoteles y, al mismo tiempo, derrumbes que estrujan la vida de mucha gente. Hace unos días, una niña perdió la vida porque la corriente de una inundación la arrastró al interior de un alcantarillado.

En ese sufrimiento infinito, también tenemos en cuenta los que han fallecido en el difícil camino del exilio, y las marcas que dejan en los que logran llegar a sus destinos. Paralelo a esta tragedia nacional se producen sorprendentes celebraciones: el Festival Habana World Music, una Feria Gourmet, la Fiesta Internacional del Vino.

La no-vida cubana está marcada por la desigualdad, el complejo acceso a los alimentos, que incluye demasiado tiempo perdido en filas, y los extensos apagones que azotan con mayor ensañamiento a las regiones del interior del país. Como resultado,  se han producido cacerolazos en disímiles provincias. El derecho a la protesta no está permitido, pero nuestro pueblo reclama al son del palo, del golpe y la blasfemia. Incluso niñas resultaron lesionadas en cuerpo y alma.

De nuevo fueron detenidos jóvenes —como en las manifestaciones del 11 de julio del 2021—, acusados por gente que no quiere saber de libertades, derechos y paz. Presencia notable de agrupaciones policiales para reducir la seguridad de la población e imponer un sacrificio no aceptado. Penosa incoherencia de una todavía denominada Revolución socialista.

Verdad que duele

Fueron detenidos jóvenes —como en las manifestaciones del 11 de julio del 2021—, acusados por gente que no quiere saber de libertades, derechos y paz. (Foto: ADN Cuba)

Tuve la oportunidad de leer con calma una propuesta de cambio estructural, ponderada y racional, publicada en Cuba Próxima. Hice un prólogo para sus creadores y recuerdo que insistí en que el programa no transpiraba odio implacable. Mi valoración fue objetada por una persona que conocí hace años, quien pidió eliminaran, pues nada aportaba al documento, el siguiente fragmento:

«En este programa encontrarán, además de las ansias de renovación en general, respeto, justicia sin venganza, visión de desarrollo sostenible, invitación a la reconstrucción física y moral de una sociedad devastada, acompañada al mismo tiempo de una feliz ausencia del atavío vulgar del odio».  

La colega, además de explicar la necesidad del odio, hizo una declaración sobre lo conveniente de utilizar malas palabras. Sobre estas dos cuestiones vale la pena meditar.

Diferentes personas sacan palabras diferentes de mí

Comenzaré con el tema de las malas palabras o vulgaridades. Hace unos años, en el barrio donde vivo, una vecina se me acercó y me advirtió: «aquí hay que decir malas palabras»Esa opinión se me quedó grabada como un arma que debería usar contra cualquier agresividad. Cuando comenzó la pandemia se desató mucha tensión ante la tragedia que se nos venía encima.

Se decía que el virus también se adquiría en el piso, en la calle, de ahí que indicaran quitarse los zapatos antes de entrar en los hogares. En mi cuadra algunas personas tiran agua, que llega al frente de mi casa y se estanca convertida en fango. En cierta ocasión le pedí a una vecina no exagerar en esa acción porque afectaba la entrada de mi pequeño portal. Una vez ya no pude más, me acordé del consejo y comencé con malas palabras, coj…., etc.

Los vecinos sonreían con socarronería. «¡Como está la “licenciada”!», dijo una con desprecio. A los dos días todavía continuaban los comentarios por mi manera explosiva de reaccionar. Fue entonces que comprendí que esa alternativa de defensa personal funciona en determinadas personas, no en todas. En mi caso no soy creíble, además de ser ya una anciana. Las máximas responsables del incidente no me saludaron más.

Pasados unos meses, la hija de la mujer con la que discutí me llamó una noche por la ventana, tenía un ataque de asma y necesitaba un spray de salbutamol. Enseguida la auxilié pues sé lo que significa ese padecimiento. Después lo he seguido haciendo. Ese gesto selló el distanciamiento que parecía irrevocable. Hoy me aprecian muchísimo, una vez la madre de la enferma me comentó: «lo que tú haces no lo hace aquí nadie, tenemos que pagar extra por adquirir un aparatico». 

Verdad que duele

Fila frente a una farmacia en Centro Habana. (Foto: 14ymedio)

Claro que estoy al tanto del uso de las malas palabras en el contexto político, esas expresiones se proyectan también en otros ámbitos de la vida, como el teatro, la música, la televisión. Sin embargo, ¿cuáles son las consecuencias de la vulgaridad instalada en las escuelas, de la naturalización de la charanga bullanguera? Una vez tuve que advertirle a un grupo de estudiantes universitarios: «aquí no quiero malas palabras». 

El hecho de que en lo más recóndito de los barrios humildes y desesperados se haya enarbolado la mala palabra para exigir justicia y proclamar la inconformidad con la vida que tenemos, es legítimo, es extremadamente auténtico; pero actuar con la máscara populista por parte de otro sector de la población, me parece caricaturesco. La parte verdaderamente valiosa de la sabiduría práctica que adquirimos en nuestras vidas no se puede expresar en términos generales, cada ser humano adquiere solo de primera mano, una especie de aprendizaje de la vida.

Si yo odiara a alguien, me odiaría por ello a mí mismo

Salomón Morel fue un judío que vio como los nazis obligaron a su madre a contemplar el asesinato de su esposo y de uno de sus tres hijos, antes de asesinarla a ella. Posteriormente ejecutaron a su hermano, mientras él fue enviado a Auschwitz.

Cuando culminó la guerra, Salomón fue nombrado comandante de la prisión de Katowice en Polonia, donde destinaron a cautivos alemanes. Allí torturó a los prisioneros por inanición, maltrato y ausencia de cuidados médicos elementales, que fueron técnicas aprendidas en el campo de concentración. Ese procedimiento vengativo lo hizo responsable del fallecimiento de más de mil personas. Muchos sobrevivientes de la Segunda Guerra Mundial quedaron aferrados al pasado mediante el rencor y el resentimiento.

Verdad que duele

Judíos en campo de concentración.

No todos reaccionaron de igual manera. El neurólogo y psiquiatra Viktor E. Frankl relató su experiencia en los campos de concentración en una obra que todo ser humano debiera leer: El hombre en busca de sentido. Él se aferró al recuerdo de su esposa, era lo único que lo mantenía en pie. Finalmente sobrevivió, y optó por aprender del dolor para crecer y poder ayudar.

Otros sobrevivientes al Holocausto, como el filósofo Emmanuel Lévinas y el psicoanalista Erich Fromm, entrevieron que un pasado doloroso no predetermina odio ni resentimiento. Recordemos el caso de la rusa Ana Ajmátova, una víctima del estalinismo. Después de la ejecución de su marido, del encarcelamiento de su hijo y de su propia condena, creó poesía.

Una madre cubana llamada Marta Perdomo tiene dos hijos en prisión por haber participado en las manifestaciones del 11 de julio. Podrán imaginar su agonía, su tristeza infinita. En un encuentro online, ella narró que en un interrogatorio que le hicieron a su hijo Nadir, la oficial que lo atendía le preguntó: «¿Tú no pensaste en tus hijos?». «La verdad es que por pensar en mis hijos estoy aquí, por pensar en Usted también, respondió el joven».

 Me impresionaron sus palabras profundamente, por ello recordé la frase de José Martí: «un perdón puede ser un error, pero una venganza es siempre una infelicidad». Nadir es amor, es luz, es poesía.  

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AUTORA

Teresa Díaz Canals (La Habana,1957-), Canals es Licenciada en Ciencias Sociales y Dra. en Ciencias Filosóficas. Profesora Titular de la Universidad de La Habana, y miembro de su Cátedra de la Mujer, con 37 años de Experiencia en la enseñanza universitaria, y, después de su jubilación en el 2017, es invitada por el Tribunal Nacional de Filosofía a participar en defensas de Doctorados de esa alta casa de estudios. Profesora del Centro Fray Bartolomé de Las Casas y del Instituto de Estudios Eclesiásticos Padre Félix Varela, donde ha impartido las materias Pensamiento social cubano y Mujeres en las ciencias sociales, que tributan a la línea de investigación: Pensamiento sociológico del departamento de Estudios Socio- Políticos. Es miembro del Centro Félix Varela, Organización No gubernamental dedicada al tema medioambiental, la ética y la cultura de paz; de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba y de los Consejos de Redacción de las revistas “Espacio Laical” y “Palabra Nueva“. Participa en el Proyecto Palomas, casa productora de audiovisuales que promueve la equidad de género y la inclusión social, donde trabaja en la redacción de textos para la narración de los documentales. Ensayista e investigadora, ha realizado estudios sobre la juventud cubana, la prostitución en el país, sobre la moral del siglo XIX y las ciencias sociales en Cuba, entre otros, destacándose su análisis sobre el feminismo en Cuba que le han valido importantes reconocimientos: Mención especial en el Concurso de Becas Julieta Kirkwood “Movimientos de mujeres y lucha feminista en América Latina y el Caribe” por su proyecto Palabras que definen: Cuba y el feminismo nuestroamericano; Mención en la modalidad de Ciencias Sociales en el Concurso de Ensayo de la Revista Temas por  ¡Sí, estoy aquí…! Ensayo sobre la cubana secreta. Relacionados con las temáticas de género, feminismo, ética, educación ambiental y ciencias sociales ha escrito más de 40 artículos para las Revistas Espacio Laical; Palabra Nueva; Mujeres; Análisis, de Argentina; Papers, de España; para las páginas web del Centro de Estudios de La Mujer; del Proyecto Palomas; de la UNEAC; de la biblioteca.clacso; entre otros, así como prólogos para libros. Ha participado en más de sesenta eventos como coordinadora en algunos casos, ponente y panelista. Entre los años 2018 y 2019, dictó cursos para Pregrados y Maestrias con temáticas como Introducción a la Sociología; Ética y Sociología y Metodología de la Investigación Social Pensamiento Sociológico Cubano en la Universidad de La Habana, así como un Curso de Feminismo para un Doctorado en la Universidad Nacional de Honduras y un Diplomado en el Centro Fray Bartolomé de las Casas, San Juan de Letrán, donde también ofreció clases sobre Ética. Profesora, investigadora, ensayista, activista,

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