Los cubanoamericanos y la elección presidencial: evidencia e hipótesis de la Encuesta Cuba 2020 (II)

Por Guillermo J. Grenier*

Para los cubanoamericanos, el enfoque republicano de la política estadounidense hacia Cuba es solo la guinda del pastel.

En el texto anterior analizaba las actitudes de los cubanoamericanos sobre las relaciones entre Estados Unidos y Cuba y otras políticas complementarias que vinculan a la diáspora del sur de la Florida con la patria, a partir de los resultados de la Encuesta Cuba de la FIU, que he realizado por cerca de 30 años.

Continúo esas reflexiones a partir de un factor: el Partido Republicano.

El Partido Republicano

El éxito de Trump entre los cubanoamericanos es sorprendente solo si se cree que los republicanos cubanoamericanos, por ser hispanos, deberían comportarse de manera diferente a otros republicanos. Pero, ¿por qué mantener a los cubanoamericanos en un estándar diferente?

Los republicanos de todo Estados Unidos apoyan a Trump como si fuera un culto. La Encuesta Gallup que mide el índice de aprobación del presidente, publicada en agosto, cuando concluimos nuestra Encuesta Cuba de la FIU, arrojó que los republicanos de todo el país le dieron a Donald Trump una calificación sobresaliente de aprobación a su mandato, del 92 %.

Nosotros no hicimos la pregunta de aprobación del mandato directamente, pero sí preguntamos a los cubanoamericanos cuánto aprobaban o desaprobaban el manejo del presidente Trump de problemas nacionales específicos (la inmigración, la atención médica, las relaciones raciales, las protestas nacionales, la crisis de la COVID-19, la economía, la política hacia China y la política hacia Cuba). Los cubanoamericanos están claramente “de acuerdo” en cuanto al manejo de Trump a estos asuntos nacionales, el apoyo entre los republicanos cubanoamericanos osciló entre el 72 % (protestas nacionales) y el 92 % (la economía). Incluso, el apoyo a su manejo de la crisis del coronavirus reflejó el apoyo republicano a escala nacional: 82 % de aprobación de los republicanos en todo el país frente al 83 % de aprobación de los cubanoamericanos republicanos.

Entonces, según los estándares republicanos, los cubanoamericanos forman parte de la corriente dominante. En las elecciones de mitad de término, los cubanoamericanos sin afiliación partidaria votaron abrumadoramente por los candidatos republicanos. La narrativa política republicana abruma; es la estrella del norte de la brújula política cubanoamericana. Lo que falta es un contrapunto efectivo a la narrativa republicana.

Los dos partidos no son iguales en lo que respecta a los cubanoamericanos. Desde la década de 1980, cuando el presidente Ronald Reagan reclutó a la comunidad cubana en Miami para ayudar en su guerra contra el «Imperio del Mal» y servir como sustitutos en la supresión de la Revolución nicaragüense y otras que podrían seguirle, el Partido Republicano ha sabido apelar a los cubanoamericanos. Ha sabido cómo hacernos sentir especiales.

El Partido Republicano ha estado construyendo su base cubana desde aquellos años en que Jorge Mas Canosa trabajó mano a mano para brindar a los cubanoamericanos una red que permitió a los políticos ganar poder y a los negocios ganar dinero. Pero no construyeron la base hablando de la política hacia Cuba. Construyeron la base convirtiendo a los exiliados en ciudadanos. Construyeron la base respondiendo a las necesidades de la población anciana, apoyando a los comedores para personas mayores, para atender sus necesidades nutricionales y sociales, ayudando a los electores a completar el papeleo de inmigración, seguros y reclamos de seguridad social, ofreciendo pasantías a sus hijos y referencias laborales cuando fuera necesario o recomendaciones de préstamos para pequeñas empresas.

El Partido Republicano construyó su base ayudando a los cubanoamericanos a resolver sus problemas diarios; lidiando con los “achaques” diarios; abordando las preocupaciones económicas y de atención médica de sus electores y otras preocupaciones que surgen cuando se es un inmigrante en los Estados Unidos. La base republicana se construyó poniendo los pies en el suelo para registrar a los votantes que veían que pertenecer al Partido Republicano los beneficiaba.

El “gran gobierno” frente al “pequeño gobierno” nunca ha sido la cuestión. La pregunta es qué partido usa al gobierno para beneficiar a la base cubanoamericana en su vida como inmigrante, no como exiliada. De hecho, los cubanos se han beneficiado enormemente de la generosidad del gobierno federal de los Estados Unidos a lo largo de los años, principal, e irónicamente, durante los gobiernos demócratas.

La mayoría de los acuerdos migratorios y su estructura legal han sido erigidos por presidentes demócratas: el Programa de Refugiados Cubanos (1961), la Ley de Ajuste Cubano (1966), el senador Lawton Chiles (D-FL) impulsó la legislación que asegura que los cubanos fueran elegibles para el programa de Seguridad de Ingreso Suplementario (SSI) (1975), la Ley Helms-Burton (1996) —que con toda probabilidad inhibió al presidente Obama de levantar el embargo— y la firma del Acuerdo Migratorio de 1995 —que facilitó la migración de cientos de miles de cubanos a Estados Unidos—. Incluso la implementación del embargo, en torno al cual gira tanto simbolismo y pasión, ocurrió durante una administración demócrata (1962).

Quizás debido a ese apoyo constante y esperado del gobierno de los EE.UU., los cubanoamericanos no ven una contradicción en apoyar a Trump y su partido y, al mismo tiempo, presentarse con el mayor número per cápita de inscritos en Obamacare en el país. El Partido Republicano recibe el crédito por no desmantelar el programa, en lugar de los demócratas por establecerlo. Y si lo desmantelan, no hay que preocuparse. Los republicanos siempre se ocuparán de los cubanoamericanos, de una forma u otra. Décadas de desarrollo y organización de la base han establecido una base sólida y profunda dentro de la comunidad. El Partido Republicano se ha convertido en una fuente de identidad cubanoamericana.

Fui testigo de primera mano de la creación de la matriz republicana cuando fui director del Centro de Investigación y Estudios Laborales en la FIU, a finales de los años 80 y durante los 90 del siglo pasado. Trabajé en estrecha colaboración con los líderes sindicales cubanoamericanos, todos ellos demócratas, y fui testigo de cómo los representantes cubanoamericanos republicanos en Tallahassee trabajaron con la organización laboral y sus miembros en cuestiones económicas y sociales.

En un momento, analicé el historial de votos de los representantes cubanoamericanos sobre cuestiones laborales y me sorprendió descubrir que era casi tan prolaboral como el de sus homólogos demócratas en todo el estado y mucho más que sus colegas republicanos. El tema de Cuba como preocupación de política exterior era tangencial a la presencia del partido en la comunidad como solucionador de problemas.

Más recientemente, los recién llegados de la Isla, que no tienen una visión histórica de la cultura política en los Estados Unidos, o de las contradicciones entre la retórica republicana del “pequeño gobierno” y los beneficios del “gran gobierno” que la historia ha otorgado a los cubanoamericanos, ven en Trumplandia un Partido Republicano que está empoderando en su arrogancia patriótica e iconoclasta. El trumpismo llena el vacío del “patria o muerte” creado, pero no llenado, por el ethos cubano. Con Trump, se están montando en una ola de restarle importancia a la historia, que barre el país y el mundo. Nuestra encuesta muestra, por primera vez desde que llevamos registros, que los recién llegados se inscriben como republicanos en lugar de demócratas o independientes (sin afiliación partidista) a un ritmo del 76 %. Ven la Matrix creada por los republicanos en Miami y es buena.

La lealtad cubanoamericana al Partido Republicano no depende de su postura de política exterior hacia Cuba. El hecho triste es que Cuba simplemente no ha sido lo suficientemente importante para ningún presidente republicano o demócrata (antes de Obama) como para arriesgarse a alterar el statu quo de las políticas beligerantes y la retórica hostil.

Pero el Partido Demócrata, que ha sido catalogado por las peculiaridades del capitalismo estadounidense como representantes de la “clase trabajadora”, a la que pertenecen todos los cubanoamericanos con todas las medidas objetivas, ha considerado a los cubanos como una causa perdida. Pertenecer al Partido Demócrata, para el cubanoamericano promedio, siempre ha sido una situación conflictiva. Los demócratas nunca han descubierto cómo penetrar en la comunidad. Parte de la razón ha sido porque los demócratas se han tragado la línea de que los cubanoamericanos se preocupan por la política de Estados Unidos hacia Cuba por encima de todo. Entonces, los candidatos vienen a apelar a los cubanos de rodillas, asegurándoles que no son socialistas —término que se traduce en la narrativa nacional y local como “autoritario”— que van a lidiar con los abusos de derechos humanos en Cuba, que ellos comprenden las preocupaciones de los cubanoamericanos.

En otras palabras, vienen a hablar con los cubanos utilizando puntos de conversación republicanos. Pero solo los republicanos pueden salirse con la suya con la duplicidad de hablar duro y no hacer nada sobre Cuba porque durante una década lidiaron con el problema real que enfrentan los cubanoamericanos todos los días, no solo una vez cada cuatro años.

Para los cubanoamericanos, el enfoque republicano de la política estadounidense hacia Cuba es solo la guinda del pastel. Un glaseado muy elaborado, con adornos y decoración predecibles, pero que endulza un pastel que ha sido mezclado y horneado durante todo el año, año tras año, con los pies en la tierra, dando servicio y desarrollando una base sólida que asocia la lealtad al partido con su identidad y que resulta en que la comunidad le dé al partido el tipo de apoyo rotundo que reverbera en toda la cultura cubanoamericana del sur de Florida; desde los jóvenes a los viejos, desde los viejos exiliados a los inmigrantes económicos que acaban de pisar tierra.

El éxito de Obama en cambiar la política de Estados Unidos hacia Cuba se produjo con la suposición de que podía ignorar el voto cubano y cambiar la historia. Que el precio político a pagar por establecer relaciones con Cuba era insignificante en el gran esquema de las cosas. Que podía ignorar las opiniones cubanoamericanas, por el bien de los intereses nacionales, que se extendían no solo a Cuba, sino también a América Latina.

Obama lideró con su compromiso de establecer nuevas formas para generar cambios en la Isla y la mayor parte de la comunidad cubanoamericana lo siguió. Algunos con entusiasmo y otros arrastrando los pies, pero construyó una nueva política hacia Cuba y se sumaron.

Estés o no de acuerdo con su enfoque, creas que los cambios que se produjeron en Cuba y la diáspora en dos cortos años fueron suficientes, hay que admitir que se comprometió con Cuba y los cubanos de manera directa y más efectiva que cualquier presidente de los últimas seis décadas, demócrata o republicano. Los cubanos comunes en la Isla y en Miami se veían a sí mismos, a Estados Unidos y al gobierno cubano de manera diferente. Se cambiaron los comportamientos de los actores individuales e institucionales. Pero lo que le faltó en todo momento fue el compromiso concomitante del Partido Demócrata, de establecer una cabeza de puente en la comunidad cubanoamericana.

Dado que la nueva normalidad “probó” que la comunidad podía ser ignorada cuando se trataba de cambiar la política exterior, su supuesto “problema central”, esto se interpretó como una señal de que la comunidad podía ser ignorada, y punto. Esa indiferencia le facilitó a Trump revertir la mayor parte de la apertura de Obama sin incurrir en ningún costo político. Quizás estoy siendo demasiado duro y haya un plan. Si lo hay, no está funcionando.

Imagínese si Hillary Clinton hubiera ganado las elecciones y hubiera mantenido las políticas de compromiso hacia Cuba. No estaríamos hablando de la importancia del voto cubanoamericano en las elecciones; al menos no así. La retórica simbólica de la amenaza “socialista” que se avecina con los demócratas no sería un tema de conversación republicano.

Dados los resultados de la encuesta de 2020, en la que los cubanoamericanos, incluso en el apogeo de su trumpismo, todavía apoyan políticas diseñadas para ayudar directamente al empoderamiento económico del pueblo cubano, creo que las discusiones en torno a la política de Estados Unidos hacia Cuba en el sur de la Florida serían diferentes a la discusión de hoy.

Si la Casa Blanca hubiera permanecido en manos demócratas, y con la elección resultante de un par de representantes demócratas en el Congreso en el sur de la Florida, podríamos estar hablando de lo bien que los demócratas se han desempeñado en el terreno como representantes de los cubanoamericanos. O sobre cómo las políticas exteriores específicas de Estados Unidos hacia Cuba han abordado los intereses nacionales o incluso los intereses más estrechos de los cubanoamericanos. O cómo las necesidades de los cubanoamericanos están siendo satisfechas o descuidadas por la estructura bipartidista estadounidense. Una estructura que siempre se ha acercado a la comunidad cubanoamericana con un cinismo y un desprecio inconmensurables. Está claro que no se nos considera ciudadanos en pleno de este país. Y, lamentablemente, al parecer para nosotros eso está bien.

Para muchos en la estructura bipartidista, somos los eternos “exiliados”, más interesados ​​en nuestro país de origen que en este. Somos previsiblemente irracionales en la protección de la “patria chica”, creada a partir de recuerdos y resentimientos. Nunca olvidamos y nunca aprendemos.

Vivimos en una tierra de fantasía, una burbuja llamada Miami. Un espacio liminal que existe en alguna distorsión temporal de la Guerra Fría equidistante de la Cuba contemporánea y de los Estados Unidos, donde los cubanoamericanos son tomados por sentado y manipulados. Son abandonados “en la espantosa tranquilidad de un mundo completamente imaginario”, en las palabras de Hanna Arendt. Varados en la eterna cabeza de una Playa Girón política, donde la victoria está asegurada y es imposible de lograr al mismo tiempo. Un lugar donde anhelamos, con nuestros padres e hijos, un futuro que ayude a explicar nuestro pasado. Donde estamos de acuerdo con Julio Antonio Mella, sin saber quién es ni qué quiso decir cuando dijo lo que nosotros también sabemos que es verdad, aunque solo sea porque vemos el presente como inadecuado: “Todo tiempo futuro tiene que ser mejor”.

* Este artículo fue publicado originalmente en inglés en Progreso Semanal, publicamos una versión editada por el autor para OnCuba.

Guillermo J. Grenier

*Guillermo J. Grenier. Nacido en La Habana, Cuba, es uno de los fundadores de la escuela de análisis social de Miami. Es autor o coautor de varios libros y artículos sobre trabajo, migración, incorporación de inmigrantes y perfiles ideológicos cubanoamericanos. Experto en las actitudes políticas de los cubanoamericanos en el sur de Florida.

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