ANÁLISIS: El nacimiento de un mito

Por Fernando Molina – Cortesía del País

Un mito acaba de nacer, aupado por la fuerza de la personalidad de Hugo Chávez, cuando estuvo en vida, y de esta muerte trágica en un momento que debió haber sido el de su apogeo.

A diferencia de dirigentes latinoamericanos como Perón o Haya de la Torre, que tuvieron tiempo de ser derrotados y desprestigiarse, Chávez muere en olor de multitudes

Un mito acaba de nacer, aupado por la fuerza de la personalidad de Hugo Chávez, cuando estuvo en vida, y de esta muerte trágica en un momento que debió haber sido el de su apogeo.

Los obituarios lo anticipan: ni siquiera quienes, desde las filas de los gobiernos occidentales, admiten no haber coincidido con sus políticas, dejan de añadir que “fue un privilegio conocerlo” (es el caso del ex primer ministro de Canadá, Jean Chrétien). E incluso los que han hecho una carrera denunciando los daños de la política chavista a la democracia venezolana y regional, como el expresidente boliviano Jorge Quiroga, han señalado que “fue la principal figura latinoamericana del siglo XXI”.

A diferencia de otros dirigentes latinoamericanos comparables, como Perón, Haya de la Torre o Paz Estenssoro, que tuvieron tiempo para ser derrotados y desprestigiarse, Chávez muere, a los 58 años, en olor de multitudes. Y las multitudes son fuerzas de la naturaleza, es decir, ambiguas. Sería anormal que la catarsis de dolor y de pasión que desencadenó el lacrimoso anuncio de Nicolás Maduro la tarde del 5 de marzo no nos subyugara. Se parece a lo que sentimos al mirar un alud o una enorme ola golpeando contra un villorrio. Una extraña combinación de miedo y admiración (siempre y cuando no estemos debajo).

Encarna la ambición esencial del continente más desigual del mundo: la justicia social

La ambigüedad es un ingrediente fundamental de todo proceso de mitificación. En este momento, las redes sociales hierven con comentarios que ven en Chávez un hombre de acción, que no dudó en dar un golpe de Estado, un demócrata que se atuvo a los medios electorales, un seguidor del ideal cubano, un teórico de un nuevo tipo de socialismo, en fin. La confusión del alud…

¿Qué admiramos desde todas las perspectivas (excepto desde abajo) en las grandes personalidades? Su carisma, es decir, su poder para “ser extraordinarios”. Frente a ellos, se apodera de nosotros, una vez más, el pensamiento primitivo: el mundo parece ser moldeable por medio del arte de estos brujos. Eduardo Galeano, gran creador de mitos, acaba de escribir que a Chávez lo atacaban por “diablo”, porque hizo lo que nadie antes había hecho. Y este no es más que el comienzo. Como ya antes ocurrió con Lenin, Stalin, Mao, las referencias se harán más religiosas conforme se vaya necesitando que el nombre carismático, además de todo, muestre su capacidad de superar la barrera de la muerte.

Todo mito, dice Lévi-Strauss, debe ser una historia. En este caso, una historia épica: David que enfrenta a Goliat (y le dice que huele a azufre), Prometeo robando el fuego (y alfabetiza a los niños), Chávez se erige por encima de los demás y de su propia muerte, para encarnar la ambición fundamental del continente más desigual del mundo: la justicia social.

En el acto supremo de mitificación, Maduro puso el final que esta historia se merecía: el hombre providencial no fue vencido por las fuerzas impersonales del cáncer, sino, como corresponde a una verdadera epopeya, por el veneno del enemigo.

Fernando Molina es periodista boliviano y premio Rey de España al Periodismo Iberoamericano.

 

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