Cuba: el debate político, una consideración y algunas preguntas

Por  Julio Carranza. Recién leí otro buen y motivador texto de Julio Antonio Fernández publicado por OnCuba y, ahora reproducido en CodigoAbierto360, con título “Cuba: el odio político, una aproximación”, lo considero pauta para un debate y reflexión colectiva que nos debemos. Toca hondo. Imagen: Cortesia OnCuba.

A propósito de un artículo publicado en la columna “Vox Populi” de OnCuba.

Por  Julio Carranza*

Recién leí otro buen y motivador texto de Julio Antonio Fernández publicado por OnCuba —ahora reproducido por CodigoAbierto360 en su Seccion Cuba: Redes Sociales con título “Cuba: el odio político, una aproximación”, lo considero pauta para un debate y reflexión colectiva que nos debemos. Toca hondo. 

Me permito algunas consideraciones y preguntas sobre el tema, no en polémica con el citado texto, más bien con la intención de complementarlo, contextualizarlo, problematizarlo.

 Ilustro con la siguiente cita el asunto que con solvencia de argumentos allí se plantea: “Todo esto alimenta una incapacidad de viejos y nuevos ciudadanos, de aceptación de la diversidad, la alternancia política, el pluralismo político, de desconfianza en las nuevas ideas, de irrespeto de la privacidad y la dignidad humanas, de asunción de vicios estatales como el del control desmesurado de la vida íntima de los individuos, de la vigilancia de la diferencia y la representación formalista y simbólica del patriotismo”.

Ciertamente es este un problema que también ha golpeado de diversas maneras a Cuba, mucho más en los tiempos que corren, pero vale advertir que no es un fenómeno exclusivo de este país, ha estado presente, aunque con determinaciones diferentes, en los más diversos y distantes escenarios del mundo político contemporáneo, pregunto: ¿qué fue (es) el trumpismo? ¿el bolsonarismo? ¿el uribismo? y ahora de nuevo, ¿el fujimorismo? —por solo poner pocos ejemplos— sino la reducción del debate político y de la política misma a una intencionada y extrema simplificación de lo que esta debiera ser como la contraposición de ideas, propuestas y alternativas fundamentadas para el manejo de “la cosa pública”. Esto ahora ha sucedido no en dictaduras declaradas, sino en supuestos escenarios democráticos y plurales, ¿o no? 

La manipulación, las fake news, el discurso de odio, la intolerancia y la exclusión del “otro” no son solo expresión espontánea del fanatismo inculto que la acoge y la promueve, es el resultado calculado de poderes bien articulados para mantener y promover sus intereses y privilegios con cualquier instrumento a su alcance, montado ahora en la fuerza de impulso que permiten las nuevas tecnologías de la comunicación. Es la articulación manipulada de una masa dogmatizada —de un signo u otro— por una inteligencia esclarecida en sus intereses y que sabe cómo promoverlos sin escrúpulos ni principios éticos, una es el fulminante y el martillo, la otra es la pólvora y el plomo. 

Lo que estamos viendo en esta tercera década del siglo es alarmante, quienes han seguido los detalles de las últimas elecciones en Madrid o la actual campaña en Perú o el resurgimiento de discursos fascistoides en Europa saben a qué me refiero, habida cuenta de las “energías” que impulsaron el ataque de hordas barbarizadas al Capitolio en Washington hace apenas 4 meses. 

Hubo una época donde la lucha política era dura y difícil pero los terrenos políticos estaban definidos, lo conservador y lo progresista, lo reaccionario y lo revolucionario, la democracia y la dictadura, el colonialismo y el anticolonialismo, la oligarquía y el pueblo, sin embargo hoy todo se hace confuso, además de que la sociedad actual es mucho más compleja y diversa en su composición, la reivindicación de valores es un juego de espejos, la ética es “laxa”, por decir lo menos, sucede como afirmaba un personaje de una vieja película cubana: “los vivos están muertos, los muertos están vivos”, lo oscuro se dice claro, lo claro se oscurece, añadiría yo, o en otra invocación que ilustra “el ladrón gritaba al ladrón, al ladrón”. 

Por supuesto que las causas de esta incierta y compleja realidad no es simple, es la combinación de una diversidad de factores resultado de los caprichosos e imprevisibles derroteros de la historia. 

La izquierda revolucionaria sigue pagando los tremendos errores y crímenes del stalinismo, surgido allá y luego con diferentes intensidades replicado acá y acullá y de las insuficiencias del llamado socialismo real, cuyas bases resultaron ser tan frágiles como el cristal, carcomido, no solo por la permanente agresión de sus adversarios, también y fundamentalmente, por sus propios errores, limitaciones y espejismos.

Por su parte, la derecha reaccionaria, que parecía arrinconada, ideológicamente desnuda y sin alternativas promisorias en la ya lejana década de los 60 y primeros 70, recompuso su fuerza, no solo económica y tecnológicamente, sobre todo su disputa y capacidad de avance en el imaginario de una parte notable de una población en muchos lugares y países confundida y decepcionada por los resultados de lo que debió ser y no fue. 

Hace algunos años en Managua en un diálogo con el destacado y ya desaparecido intelectual Ernest Mándel este me decía: “el drama de esta época es que las masas víctimas de los problemas que le impone el capitalismo global no son conscientes de cuál es su solución histórica por mucho que ésta se ha expuesto teóricamente”. 

La simplificación de la historia y la subestimación de la cultura vista como conocimiento, identidad, sensibilidad y sentido de la ética es un terreno abonado para la cosecha del odio, la irracionalidad, la vulgaridad y el fanatismo fatuo. 

¿Ha quedado Cuba y su difícil proceso político de las últimas seis décadas excluida de esto?, obviamente no, ¿podría haber sido de una manera diferente?, ¿es este solo y esencialmente el resultado de errores que se pudieron haber evitado pese a las consecuencias y circunstancias de la tremenda guerra que se le ha hecho?, las respuestas a estas últimas preguntas son parte de un debate necesariamente fundamentado y amplio y aún así me temo que no habría resultado concluyente, al menos no de manera fácil y simple. 

Se debe tener en cuenta la asimetría de poderes en los intereses antagónicos que concurren en todas partes a esta “batalla” donde parece que toda racionalidad, conocimiento, civilidad y cultura ha quedado excluida. No es lo mismo la Cuba que defiende una alternativa de soberanía nacional desde su aislamiento, bloqueo e insuficiencias de recursos, por errores y hasta horrores que pueda cometer y haber cometido en ese empeño, y el poder formidable que se le enfrenta.

Algunos, desprovisto no sólo de conocimientos históricos, también ausentes de toda ética, ante la evidencia de esas asimetrías prefieren apostar, en un ejercicio de oportunismo evidente, a lo que perciben como “caballo ganador” y se suman, frecuentemente con saña, a esa fuerza extraordinaria que se opone no solo al socialismo sino también a un proyecto de nación soberana. Obviamente, los errores, insuficiencias, inflexibilidades, extremismos fatuos, dogmas, aldeanismo, paternalismos, intolerancia, burocratismo, imposiciones de falsa unanimidad, reduccionismo de la política y su dinámica al diferendo con EEUU, por importante que esté sea y ambiciones espurias —que también las hay—, bien expuestas en el texto que motiva este, más allá de las explicaciones que puedan tener, son factores que alimentan al “monstruo” que se debe enfrentar —en el sentido martiano del término. 

Pero “los árboles no deben impedir ver el bosque”, los avances sociales y el ejercicio de soberanía de la revolución cubana han sido enormes, ahí están las evidencias, pero también es preciso comprender que las circunstancias, el contexto internacional para el país no podría ser más difícil, es necesario dar cuenta del todo y superar lo que desde dentro entorpece el camino de la nación, de más está decir que la clave esencial está en la cultura, en el conocimiento adecuado de la historia, en el sentido de nación, de la justicia social, de la justicia toda y en la ética.

También a estas alturas sabemos que son estos factores difíciles de “instalar” y más de “mantener” activos en la conciencia común, sobre todo si no se acompaña de la posibilidad de solucionar sus problemas materiales, reconocer sus legítimas aspiraciones, articular una opción viable de desarrollo democrático y reconstruir positivas expectativas para el futuro.

A estas altura es un reto enorme, más complejo de como este se apreciaba en 1959, ahora la “mochila” es más pesada, pero no hay alternativa, es lo qué hay, o se le enfrenta y se le supera, lo cual es posible —sobre todo si entendemos bien de que se trata—, o será un capítulo de retroceso en esta larga y tensa historia.

Ni el problema que enfrenta el país se reduce a la guerra genocida que se le hace, ni esta puede ser desconocida o subestimada, cualquiera de esas perspectivas se caería por incompleta y no conduce a una comprensión justa, real y objetiva de la realidad en la que se vive. 

El equilibrio es siempre un ejercicio riesgoso, pero es imprescindible para cruzar con éxito una delgada “cuerda floja” y obviamente, la pérdida de equilibrio de otros no debe provocar la pérdida del equilibrio propio. 

Habrá nuevas oportunidades para las generaciones futuras, sin dudas, pero a lo que a las actuales se refiere es un desafío que hay que asumir aquí y ahora.

AUTOR

Economista cubano. Consejero Regional de la UNESCO de Ciencias Sociales en América Latina y el Caribe.

Fuente: OnCubaNews.com

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