El presidente y la prensa

escrito por José Manuel González Rubine

Recuerdo que hace algunos años, durante uno de los últimos congresos de la Unión de Periodistas de Cuba (UPEC), en un reportaje del NTV se incluyó un fragmento de la intervención de la doctora Ana Teresa Badía, periodista y profesora. Ella afirmaba que la visita de un dirigente no era noticia porque este simplemente hacía su trabajo. Después de una breve transición, el próximo reporte reseñaba: fulano visitó tal lugar. Aquello, quizás una irónica casualidad, me pareció lamentablemente ilustrativo.

El pasado martes, la televisión transmitió dos de las cuatro horas de reunión sostenida entre profesionales de la prensa estatal y el presidente de la República. Aun cuando desde hace semanas es habitual ver al mandatario ante representantes de sectores sociales, ninguna de sus reuniones ha despertado tanto interés como esta. Ninguna había sido tan polémica.

Los periodistas

«Aquello fue un pequeño congreso de la UPEC», me dijo alguien del gremio. El espacio fue aprovechado no solo para señalar insatisfacciones en torno al modelo de prensa cubano y la relación de los medios y los periodistas con el Partido y las instituciones —debates de muy larga data—, sino también para expresar opiniones sobre el desempeño del gobierno ante cuestiones puntuales, algunas sin relación directa con la comunicación.

Resulta llamativo que la palabra «transparencia» —glásnost en ruso, vale recordar— se mencionara ocho veces en este 50% de encuentro al que hemos tenido acceso. Intervenciones enteras versaron acerca de lo necesario de esa cualidad de la información y sobre los daños que ocasionan el secretismo y la opacidad en los manejos públicos. Tales cuestiones, también antiguas, últimamente se han acentuado de modo alarmante. Menciono como ejemplos la publicación exprés del decreto-ley 35, realizado sin consultas populares ni debates parlamentarios, o el escueto anuncio de Perlavisión de que los cienfuegueros serían inmunizados con la vacuna china.

Asimismo fueron recurrentes las referencias al diálogo, el respeto a la pluralidad y la necesidad de atender la critica

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Lirians Gordillo Piña, periodista de la Editorial de la Mujer.

Como en toda reunión, hubo intervenciones destacables. Una fue la de Lirians Gordillo Piña, de la Editorial de la Mujer, quien en referencia a las protestas del 11 de julio señaló: «La justicia debe prevalecer desde una mirada interseccional y humanista, vigilante a cualquier prejuicio ideológico. (…) A los problemas políticos necesitamos responder con acciones políticas, culturales y sociales, no con acciones policiales».

«Nada puede dañar más a este país que una injusticia o un exceso que no se asuma en voz alta, un error que no se repara», aseveró.

Por otra parte, sobre la base de un diagnóstico realizado a partir de las opiniones de los trabajadores —profesionales y personal de servicio— de la Agencia Cubana de Noticias (ACN), su directora Edda Diz Garcés, apuntó, entre otros interesantes tópicos: «No basta con la existencia de normas, decretos, leyes, si estas no se cumplen de forma real, efectiva y sistemática».

La doctora Ana Teresa Badía, que se apoyó en un trabajo de minería de datos, reveló los términos más repetidos en las opiniones obtenidas de la población: «desconfianza, ineficiencia, mentira, especulación, ineptos, improvisados, bloqueo, éxodo, hay que irse, huérfanos sin Fidel, desconfianza». Sobre esa base, convocó a transformar la manera en que los políticos comunican y alertó que pudiera repetirse dolorosamente otro 11 de julio.

Sin dudas, ha sido la de Cristina Escobar la intervención más replicada. La periodista apuntó algo esencial, que ya algunos habíamos advertido, especialmente después del 27 de noviembre, de la campaña que tuvo como centro el espacio de Humberto López en el NTV, y del llamado del presidente el 11 de julio: «Todo ejercicio que desde los medios públicos y oficiales reproduzca y ayude a ese discurso de odio [el que imponen las agendas establecidas con fondos procedentes de EE.UU.] está contribuyendo con el enemigo. No podemos normalizar el odio en nuestros discursos periodísticos».

También hizo referencia a la veracidad informativa: «Cada mentira que sale ahí [en los medios estatales] nos desacredita, y desacredita al presidente, y desacredita a la Revolución».

El presidente

Pese al aire acondicionado del salón, el presidente transpiraba contrariedad. Su lenguaje corporal mostró no solo desconcierto, sino franca molestia. Por ello, justificó y explicó en su intervención más de lo que proyectó. «Es que la prensa ha sido siempre de los sectores más fieles. Él nunca esperó que ellos tuvieran esas opiniones sobre su gestión y se atrevieran a dárselas», me comentó un amigo.

Su análisis tiene razón en parte: fidelidad no implica asentir ante todo; de hecho, es más fiel quien señala deficiencias para que estas sean superadas, que aquel que aplaude en público y descuartiza o sabotea en privado. Allí se realizó un ejercicio de crítica y alerta informada, pero, desgraciadamente, no siempre esa práctica, a la que no estamos acostumbrados por estos lares, es bien recibida.

Después de mencionar hechos lejanos en el tiempo y los contextos, el presidente afirmó ante personas muy bien informadas que las manifestaciones del 11 de julio no fueron para nada pacíficas. «Eso es un cuento», dijo, y argumentó que no existen imágenes que lo demuestren, por lo que se ha debido recurrir a la manipulación.

Es lamentable que los asesores del mandatorio no le hayan mostrado los cientos de videos que fácilmente se encuentran en internet, o los centenares de fotos tomadas por la prensa extranjera, sobre todo en la capital. En ellos se observan inaceptables actos de violencia perpetrados por manifestantes y también por fuerzas de seguridad, así como el carácter pacífico de la mayoría de las protestas.

Para sorpresa de muchos, reivindicó la «orden de combate» que diera en su alocución de ese día y tras la cual se desataron numerosos enfrentamientos. Sin embargo, aun cuando asegura no arrepentirse, su discurso —baste revisar la evolución de sus tweet— se movió de aquella convocatoria al combate en un inicio hasta una dulzona apología al amor social, postura más acorde a su puesto como jefe de un Estado del cual son parte tanto los manifestantes que gritaban a su favor como en su contra.

Respecto a la informatización de la sociedad, confesó tener una contradicción personal, ya que la concibe como un mecanismo «para que los procesos sean más eficientes (…), no para esas cosas que son tan vulgares y tan banales y que lo que siembran es odio». En una sociedad plural las personas emplean Internet del modo que estimen pertinente, el deber del Estado es velar porque en el ciberespacio no se comentan delitos tipificados en la legislación internacional —sin violar los derechos y libertades individuales de los ciudadanos—, pero no hay por qué imponer visiones subjetivas como las que manifestó el presidente.

En consonancia con lo planteado por la mayoría, resaltó la importancia del acceso a la información y la necesidad de desterrar el secretismo. «Que haya transparencia, todo el mundo tiene que rendir cuentas», dijo. Ojalá esta afirmación conlleve a que, finalmente, sea atendido el antiguo reclamo de que, por ejemplo, las empresas militares rindan cuenta de su gestión ante la Asamblea Nacional.

La prensa

Según el presidente de la UPEC, Ricardo Ronquillo: «el horizonte del sistema de prensa público de la Revolución tiene que ser que forme parte de los mecanismos de control social y de control popular». Ese es el objetivo de todo buen periodismo y más en un contexto y sistema social como el nuestro.

Tal deseo, sin embargo, ha animado infructuosamente a generaciones de periodistas y comunicadores cubanos. ¿Por qué no se ha logrado? ¿Por qué se repiten las mismas deficiencias en cada congreso de la UPEC? Para entenderlo hay que ir a la esencia del modelo de prensa.

La intervención de Adonis Subit Lamí, director del periódico Girón, medio provincial de Matanzas, arroja un poco de luz sobre el tema. Contó su experiencia en las relaciones con el Partido provincial y alentó al resto a actuar sin insubordinaciones pero sin dejarse dirigir desde fuera. Podría parecer ese el ideal de autorregulación, aunque sobre él pende una espada de Damocles.

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Adonis Subit Lamí, director del periódico Girón, medio provincial de Matanzas (Foto tomada de Twitter)

La Constitución de 2019 establece que el Partido Comunista es «la fuerza política dirigente superior de la sociedad y del Estado». Por su parte, la Política de Comunicación Social del Estado y el Gobierno cubanos, regente de ese ejercicio en la Isla, consigna al Partido como: «rector de la comunicación social en el país, traza la política general para su desarrollo y ejerce su control». Entonces, ¿puede la prensa cubana controlar a quien la controla?

Entre los medios estatales y la dirección partidista existe una relación de subordinación. El directivo matancero mencionado socializó su experiencia, que es también la de otros que han conseguido hacer un periodismo medianamente crítico. No obstante, un sistema de medios, para ser funcional, no puede basarse en relación de subordinación alguna ni depender de especificidades personales de funcionarios y directivos.

Julio García Luis, reconocido decano de la Facultad de Comunicación de la UH cuyo nombre fue mencionado varias veces en el encuentro, asegura en su libro Revolución, Socialismo, Periodismo: «Las pretensiones de arbitrar contenidos han tenido históricamente resultados paralizantes y desastrosos».

Un profesor de la misma facultad cuenta esta interesante anécdota: durante una pasantía en un periódico norteamericano, conoció de la investigación desarrollada por uno de los periodistas del medio sobre las deficiencias de un modelo de avión que había sufrido algunos accidentes. Cuando presentó su trabajo al director, este elogió la rigurosidad pero lo engavetó: el fabricante de ese modelo de aviones era accionista del periódico.

Todo medio responde a intereses, sin embargo, dada la pluralidad del ecosistema mediático norteamericano, a ese periodista no le faltarían opciones para la publicación de su investigación. Sucede de forma muy diferente cuando el control es monopolizado por una sola entidad que domina todo el sistema.

En el caso de la prensa estatal cubana sucede lo mismo: mientras esté subordinada al Partido existirán excepciones de periodismo crítico pero con límites muy bien definidos en sus relaciones con el poder y los cuestionamientos que sobre este realice. Puede jugarse con la cadena, pero nunca con el mono. Es perfectamente lógico, no por eso justo ni cívico.

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Julio García Luis, reconocido decano de la Facultad de Comunicación de la UH cuyo nombre fue mencionado varias veces en el encuentro. (Foto: Cubadebate)

A tenor con ello, en los congresos de la UPEC continuarán señalándose las mismas deficiencias, resueltas en algunos lugares con la intervención de directivos capaces y periodistas valientes. Nada más.

En el artículo 2.14 de la Política de Comunicación… se establece que los medios se financiarán fundamentalmente por el presupuesto del Estado. ¿Por qué entonces no someter el sistema mediático a control de una comisión permanente de la Asamblea Nacional, que es donde supuestamente el pueblo ha depositado su poder como soberano de la República y la cual también debería reformarse para contener lo muy diverso de la sociedad que está llamada a representar?

Solo así los medios serán auténticamente públicos y la política editorial se decidirá dentro de cada uno, al servicio de los intereses ciudadanos y no mediada por condicionamientos ideológicos.

El ejercicio fuerte, responsable y ético del periodismo únicamente puede traer buena salud para la República. Constituiría una fortaleza para la ciudadanía —ante la arbitrariedad posible de poderes externos e internos—, que se vería reflejada y representada en él, y un mecanismo de control efectivo y democrático, que proteja y reproduzca los principios y denuncie excesos o trasgresiones, independientemente de quién sea el culpable.

Alcanzar un modelo de prensa pública como el que la nación necesita es una empresa difícil en la cual se han embarcado generaciones de periodistas. Las ataduras que le impiden realizarse son sólidas; sin embargo, la ciudadanía lo exige y por ello capitular no es opción. Diría Martí que «Un águila no anda a trote: —y esa es la vida— ¡hacer trotar un águila!».

AUTOR

JOSÉ MANUEL GONZÁLEZ RUBINES– Es un joven periodista cubano que forma parte del equipo de trabajo de “La Joven Cuba” (LJC) —un sitio web independiente de opinión política— e investigador de temas históricos y profesor de Periodismo.

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