Por JORGE FERNÁNDEZ MENÉNDEZ – Cortesia de EXCELSIOR
Vivimos en el mundo más polarizado y contradictorio de las últimas décadas, con una creciente. Viola del populismo de extrema derecha, luego del efímero paso, vía sus fracasos sociales y económicos, del que se presentaba como de izquierda.
En realidad, los dos han sido expresión del profundo descontento social producto de la crisis de 2008, una década en buena medida perdida, de pobre crecimiento, de rupturas y faltas de respuestas, tanto que a la vuelta de diez años una nueva crisis comienza a percibirse en el horizonte.
El triunfo de Jair Bolsonaro en Brasil y los que ha logrado en las últimas semanas Donald Trump en Estados Unidos, son expresión de ese avance del populismo reaccionario que es muy diferente al viejo conservadurismo. El populismo de ultraderecha se caracteriza por el nacionalismo, el desprecio por las políticas globales, por la agenda ambiental y por los derechos igualitarios. Es, además, profundamente misógino, con un profundo desprecio por las mujeres.
Bolsonaro, que muy probablemente será el próximo presidente de ese gigante económico y geográfico que es Brasil (en la primera vuelta alcanzó un 47 por ciento de los votos, en un escenario fragmentado de 18 partidos, varios de ellos de derecha que se aliarán con él para la segunda vuelta), representa lo peor de esa corriente: sus declaraciones son terribles. “Usted es tan fea que no merece ser violada”, le contestó a una diputada que reclamaba por los abusos contra las mujeres.
“El error de la dictadura brasileña, que duró de los años 60 a los 80, fue que torturó a sus opositores, tendría que haberlos matado”. Odia, obviamente a los gay y lesbianas: “No voy a combatir ni a discriminar, dijo, pero si veo a dos hombres besándose en la calle, les voy a pegar”. Es racista: “Están muy bien educados”, dijo al explicar por qué sus hijos nunca tendrán parejas de raza negra.
La lista es interminable, pero un tipo como Bolsonaro gana las elecciones porque la gente en Brasil, que hasta hace cinco años estaba convencida de que estaban a punto de entrar en el primer mundo, se encontró repentinamente viviendo en una crisis profunda, con toda su clase política cuestionada, procesada, con la presidenta Dilma Rousseff destituida, el presidente Lula preso, la mitad de los miembros del Congreso procesados al igual que el presidente Temer, a punto de terminar su mandato.
El fracaso de la clase política llevó a lo que se llamó el gobierno de los jueces, donde el poder, la destitución, la designación de todo tipo de cargos políticos quedaban en manos de jueces, ellos también cuestionados y politizados, dedicados a combatir a sus adversarios políticos. De la mano con ello han crecido la violencia, la inseguridad, la precariedad.
El milagro había sido el fruto de un alza inusitada de los precios de las materias primas y de varios aciertos económicos, que nunca terminaron de cuajar porque el exitoso gobierno de Lula da Silva cometió dos graves errores: primero, no terminó de integrarse a la economía global y apostó a crear grandes empresas nacionales que intervinieran en el mundo global, pero sin permitir la competencia dentro de su propio país. Esas empresas fueron primero impulsadas por el gobierno del PT, pero en el camino se dio una simbiosis entre política y negocios, que devino en una brutal corrupción cuya máxima expresión es el caso Odebrecht.
La misoginia, el racismo, el coqueteo con el más crudo autoritarismo es la respuesta a ese fracaso. No es diferente a lo que propició la llegada de Trump al poder y lo que lo mantiene. El presidente estadunidense ha hecho de todo, está acusado desde abusar de numerosas mujeres hasta de conspirar con el gobierno ruso para ganar las elecciones, varios de sus principales colaboradores están presos, incluyendo su coordinador de campaña y su abogado personal, la mitad de su gabinete ha renunciado ante la imposibilidad de trabajar con él, sus colaboradores más cercanos en privado lo mejor que dicen de él es que es un niño caprichoso.
Y, sin embargo, ahí está, las últimas encuestas parecen demostrar que logrará controlar las cámaras luego de las elecciones de noviembre. Ello gracias a que ha logrado éxitos como la reforma fiscal, el acuerdo comercial con México y Canadá y la ratificación del juez Brett Kavanaugh para la Suprema Corte, a pesar de las múltiples acusaciones de abuso sexual en su contra.
En el mediano y largo plazo, el déficit fiscal golpeará la economía y el propio FMI ha adelantado que Estados Unidos será el gran derrotado de la guerra comercial lanzada por Trump contra China y otros países y una Suprema Corte tan conservadora vulnerará los derechos individuales en el país, polarizándolo aún más.
Pero, por lo pronto, será difícil que Trump pierda en noviembre el control del Congreso. Ante esa ola, que amenaza convertirse en tsunami, la próxima administración no puede darse el lujo de persistir en contradicciones que generan incertidumbres.
En un mundo convulso, contradictorio y con fuertes tendencias regresivas, hay que exhibir certidumbre, eficiencia y control, garantizar inversiones, productividad y derechos. No hay espacio para las ocurrencias.