Entre Escila y Caribdis, el accidentado viaje de la ciudadanía cubana

por Alina Bárbara López Hernández . Muy lejos del Mediterráneo en espacio y tiempo, se vive un trance similar. Desgraciadamente no se trata de una leyenda, sino de una historia de tensiones geopolíticas que se ubica en el estrecho de la Florida, donde dos fuerzas reclaman para sí la voz de un pueblo.

escrito por Alina Bárbara López Hernández

Cuenta el poema de Homero que uno de los muchos obstáculos que debieron sortear Odiseo y sus compañeros para retornar a Ítaca, fue atravesar el estrecho paso marítimo de Mesina, que separa Calabria de Sicilia. Allí vivían dos monstruos marinos: Escila y Caribdis. Los lados del canal estaban al alcance de una flecha, de modo que los barcos que intentasen evitar a uno debían acercarse peligrosamente al otro. De esta historia surge la expresión: «Estar entre Escila y Caribdis»; es decir, entre la espada y la pared. 

Muy lejos del Mediterráneo en espacio y tiempo, se vive un trance similar. Desgraciadamente no se trata de una leyenda, sino de una historia de tensiones geopolíticas que se ubica en el estrecho de la Florida, donde dos fuerzas reclaman para sí la voz de un pueblo.

La fuerza interna, personificada por una burocracia corrupta que controla, férrea y totalitariamente, el poder político; se niega a dar cuenta de sus errores y llama Revolución a lo que en verdad es ya un gobierno de espaldas a la realidad social. La fuerza externa, representada por los Estados Unidos, poderoso país vecino al que nunca ha molestado dictadura alguna si sus intereses económicos y estratégicos están a salvo.

El gobierno de Cuba estableció siempre una relación directamente proporcional entre disidencia e injerencismo. Según el ministro de Relaciones Exteriores, Bruno Rodríguez Parrilla en reciente conferencia de prensa: «No hay acciones autóctonas de desestabilización en Cuba, de oposición a nuestro gobierno».

Y es real que durante mucho tiempo gran parte del disenso en Cuba se subordinó a los Estados Unidos. Primero, porque por lo general rechazaban de plano el socialismo en momentos en que el gobierno disfrutaba un significativo consenso social, y eso los acercaba ideológicamente a las agendas de subversión y cambio de régimen.

Segundo, porque el control de la información y la prensa por parte del gobierno cubano impedía otro modo de visibilizar insatisfacción o críticas ciudadanas que no fuera a través de medios de difusión con centro en el Norte. Ello influyó entonces en la falta de base social que tuvo ese disenso al interior de la Isla, pues si bien muchas personas estaban descontentas ante decisiones gubernamentales, no se avenían a que tuvieran que ser ventiladas con el apoyo logístico de un país hostil al nuestro.

Porque lo que nadie puede negar es que la relación geopolítica de EE.UU. hacia Cuba ha sido imperialista desde antes de 1959; que jamás rompieron relaciones durante las dictaduras de Machado y Batista, a pesar de la violación flagrante de los derechos de cubanas y cubanos; y que su hostilidad fue potenciada por el triunfo de una revolución profundamente antimperialista que nacionalizó propiedades en manos de compañías norteñas.

También es irrefutable que el bloqueo a Cuba, sobre todo por su carácter extraterritorial, perjudica nuestras relaciones comerciales y financieras. Además de que como estrategia geopolítica ha demostrado ser ineficaz; desde el punto de vista humano afecta al pueblo y no directamente a la clase burocrática que dirige el país, a lo que se suma que ha servido como justificación a errores en políticas y decisiones internas.

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El bloqueo a Cuba, sobre todo por su carácter extraterritorial, perjudica nuestras relaciones comerciales y financieras.

La dirigencia cubana, apoyada en este escenario, exacerbó la tesis de la plaza sitiada y fundó el dogma oficial que certifica que quienes critican al gobierno devienen automáticamente partidarios del injerencismo norteamericano. La voz de la ciudadanía fue silenciada. Para mantener la soberanía de la patria entregamos la soberanía popular. La obediencia y la unanimidad se convirtieron en norma. Parafraseando al director de fotografía Raúl Prado: dejamos de ser ciudadanos para ser habitantes.

El acceso de cubanas y cubanos a Internet cambió las reglas del juego, al permitir a importantes sectores disponer de información, debatir abiertamente, objetar políticas y decisiones gubernamentales y establecer una constante discusión virtual sobre el presente y futuro de Cuba.

El gobierno cubano ha perdido el monopolio en la creación de mensajes hegemónicos y los medios no desempeñan ya el rol de mediadores, puesto que nuevos agentes políticos pueden comunicarse directamente con los ciudadanos. Ello resulta una realidad, pero lo es, tanto para la relación de la ciudadanía con el gobierno; como para su trato con un tipo de oposición vinculada a intereses norteamericanos. Actualmente el antimperialismo y la lucha por una transformación que democratice a la sociedad cubana no necesitan estar, como dos fuerzas rivales, a ambos lados del cuadrilátero político.

Es cierto que la oposición tradicional y los representantes de un extremismo anticomunista e injerencista tratan de acercarse a esta nueva hornada de disenso, mucho más diversa en sus posturas políticas y, por ello, mucho más representativa de la sociedad civil cubana. Nótese algo en la famosa llamada de VS EE.UU.,a Yunior García Aguilera: es el viejo opositor quien llama al joven para presentarse y ofrecer su colaboración, cuando lo habitual hasta hace poco era escuchar a los disidentes de acá llamando a Radio Martí, y antes a otras emisoras; por otro lado, y aunque la tergiversación mediática no lo resalte, Yunior rechazó el ofrecimiento.

Aun así, la reacción del gobierno cubano es convertir automáticamente a sus críticos en plattistas o injerencistas, pues su necesidad de un enemigo único es parte del discurso excluyente, discriminatorio y arbitrario que lo caracteriza. Y para ello se ha mostrado capaz de extremos degradantes en su afán por criminalizar a las personas que disienten: vigilancia constante, amenazas, detenciones arbitrarias, arrestos domiciliarios ilegales, calumnias sin fundamento, cortes de Internet y todo tipo de comunicaciones, actos de repudio y largas condenas de prisión, como se ha visto en el caso de los manifestantes del 11-J, etc.   

A pesar de ello el disenso crece, alimentado por condicionamientos muy anteriores a la pandemia y al gobierno de Donald Trump. Por una parte, ha madurado el factor subjetivo para una transformación, emerge una actitud cívica que había sido aplastada por condicionamientos políticos, educativos y mediáticos, sobre todo entre los jóvenes; por la otra, la democratización de la información y las comunicaciones, aun con sus altísimos precios, también ha independizado al disenso del área de influencia inmediata de los Estados Unidos. Solo se subordinan a esa vieja práctica quienes por razones ideológicas, muchas veces oportunistas, así lo deciden.

Claro que Estados Unidos aprovechará cualquier disidencia interna para presionar más al gobierno de Cuba. Pero, ¿que se nos pide a cambio? ¿Mantener un silencio cómplice? ¿Permitir que se continúe dirigiendo el país al margen de la ciudadanía? ¿Admitir que sean violentadas las leyes y la propia Constitución? Eso no es posible.

No obstante, la vieja estrategia silenciadora de no darle armas al imperialismo continua siendo parte de los análisis. Un anciano profesor se quejaba en su muro de Facebook de que: «Por culpa de Yunior y sus colegas, USA encontrará un nuevo pretexto para seguir castigando al pueblo cubano e impedir alcanzar la prosperidad (…)». El profesor se hace eco, quizás sin intención, de la antigua tesis del antinjerencismo propia de las primeras décadas de la República: «Contra la injerencia extraña la virtud doméstica».

Con ella se evitó por mucho tiempo la transformación y democratización de la sociedad cubana, hasta que la generación juvenil del 25 tomó conciencia de sí y decidió romper con el monopolio político del mambisado y con la ascendencia mágica que los revolucionarios del 95 ejercían sobre la política. Aquellos viejos líderes independentistas habían llevado el país a una encrucijada. Los jóvenes, con su participación inconforme, contribuirían al nacimiento de una nueva Constitución, mucho más avanzada.

La encrucijada actual

El modelo de socialismo burocratizado que existe en Cuba no necesitó en otras latitudes de un enemigo histórico cercano para implosionar. Si ha demorado tanto en afrontar aquí una crisis de esta magnitud —económica, política, social y simbólica—, ha sido precisamente por ese enemigo, que contribuyó, con su política prepotente, a mantener un sentido de cohesión por la defensa de la soberanía. Pero ello fue posible mientras el gobierno logró mantener un relativo consenso a través de un pacto social inexistente hoy.

El momento de reformarse fue demorado excesiva, innecesaria e imprudentemente; y los tiempos históricos, aunque a veces se crean infinitos, no lo son. Desde las tres décadas que nos separan del derrumbe socialista en Europa Oriental, se ha dado una enorme vuelta, y a pesar de que Ricardo Ronquillo, presidente de la UPEC, comparó la marcha de la Revolución con la de un ómnibus del que algunos se bajan, debe convenir que en ese recorrido no todos los pasajeros iban sentados cómodamente, en sección VIP y con climatización; muchos viajaban de pie en el pasillo e incluso, algunos colgaban de las puertas sin puntos de apoyo

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(…) en ese recorrido no todos los pasajeros iban sentados cómodamente, en sección VIP y con climatización. (Foto: Connectas)

En el artículo «El gran círculo», escrito durante el proceso de consulta popular previo a la aprobación de la Constitución de 2019, temiendo este desenlace, alerté:

 (…) cuando me represento la imagen de un círculo tengo muy claro que nunca se llega igual al punto de partida. A nivel de la sociedad cubana han ocurrido sustanciales modificaciones en estas tres décadas. Primero, porque todas las personas no han sufrido del mismo modo los años duros y la pobreza, tampoco son las mismas generaciones, ni la confianza, ni la paciencia o capacidad de resistencia, ni el nivel de compromiso político, ni existe ya el monopolio de la información y de las campañas ciudadanas, y sería una imagen terrible para este planeta interconectado percibir el sufrimiento y las privaciones que desgraciadamente conocimos en los noventa. Si la posibilidad susurrada por muchos de un nuevo período especial se hiciera realidad, nunca volvería a repetirse exactamente ni con análogas reacciones internas”.

Muchos militantes de izquierda en el mundo pueden pensar que al criticar al gobierno de Cuba le hacen el juego al gobierno norteamericano pues se cuestiona a un país socialista. No es así. El modelo burocrático también aquí ha debilitado el socialismo al negarse a reformarlo y cerrarse a la participación ciudadana. No somos tan excepcionales como se afirma. Los pilares de un sistema socialista son dos: la propiedad socializada de los medios de producción fundamentales y el poder popular. En Cuba ninguno de ellos es verificable en la práctica.

Los medios de producción están controlados por un grupo de poder que ha conducido a la pérdida del sentido de propiedad, en un modelo en el que la burocracia se convierte, de hecho, en la administradora de los medios de producción que deberían ser sociales.

Una parte sustancial del patrimonio económico nacional está sustraído al control popular y se encuentra bajo la égida del Grupo de Administración Empresarial SA (GAESA), empresa adscrita al Ministerio de las FAR. La falta de democracia política consustancial al modelo es consecuencia directa de la falta de democracia en la gestión y administración de la economía.

Respecto al poder popular, parafraseando al presidente Miguel Díaz Canel, es un «concepto patrimonial», en lugar de una práctica política constatable de la que no existen pruebas. No podemos nominar ni elegir a nuestros dirigentes, ni siquiera al nivel de una empresa, una universidad, un centro de investigación… El delegado del poder popular no es mayoritariamente quien nos representa en una Asamblea Nacional blindada al pueblo, donde no es posible asistir libremente a las sesiones ni observar su transmisión íntegra en vivo; y en la que se vota siempre por unanimidad.

En Cuba, la falta de libertad al que piensa diferente respecto al gobierno y se atreve a decirlo, no tiene que ver con la ideología, sino con el poder y con la falta de democracia para ejercerlo. Recordemos que desde el inicio del proceso han sido silenciados muchos militantes comunistas y socialistas.

En los setenta, cuando Yunior García no había nacido para ser el enemigo público número uno, la revista Pensamiento Crítico y el grupo del Departamento de Filosofía de la Universidad de La Habana fueron clausurados. En los noventa fueron diasporizados y dispersos los investigadores del prestigioso Centro de Estudios de América.

A lo largo de los últimos años, alumnos y profesores, algunos de ideas socialistas, han sido expulsados de las universidades por razones ideológicas. Ahí están René Fidel González García y Julio Fernández Estrada, profesores y juristas de izquierda. Recordemos también el viacrucis de Leonardo Romero Negrín, joven estudiante universitario golpeado, detenido y multado por su cartel de «Socialismo sí, represión no». Solo son contados ejemplos, hay más.

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Leonardo Romero Negrín, joven estudiante universitario golpeado, detenido y multado por su cartel de «Socialismo sí, represión no».

Llegados al punto en que se encuentra Cuba hoy, los caminos para un cambio social pueden ser dos: pacífico o violento. El primero significaría aprovechar los espacios legales —muchos de ellos que habría que crear primero—, para presionar por cambios económicos, políticos y jurídicos dentro de un diálogo nacional en que no haya discriminación por motivo de credos políticos.

El gobierno, evidentemente, ha elegido el camino de la violencia y la represión. Lo ocurrido este domingo lo demuestra. No sé qué pasará mañana. Democrático no era, pero por mucho tiempo lo creímos revolucionario, en la medida en que gobernó con altos niveles de consenso, garantizando una relativa distribución social y beneficios. Sin embargo, disímiles hechos de los últimos tiempos simbolizan, entre otros que pudieran relacionarse, el incremento de una deriva reaccionaria:

– La molestia con que el anterior primer secretario del Partido Comunista criticara durante su discurso de despedida en el 8vo. Congreso del PCC la alerta de dirigentes intermedios respecto a que los mercados en MLC generarían, lo que Raúl Castro señaló como una «supuesta desigualdad».

– Los gritos enardecidos de una multitud que el 11 de julio, en Palma Soriano emplazaron a un desconcertado comandante, ya anciano, —el único de los históricos que se atrevió a salir ese día—, mientras repetían a coro: «dieron golpes, dieron golpes, dieron golpes», entre otras cosas.

– El silencio de la ANPP ante los hechos del 11-J y, luego, tras el informe del diputado Marino Murillo sobre el fracaso de la tarea de eufemístico nombre; que no solo no fue cuestionado sino que recibió un gran aplauso, mismo con que fue despedido de su cargo como jefe de la Comisión de los Lineamientos, también fenecida.

– El mutismo de la Central de Trabajadores de Cuba ante el hecho constatable de que actualmente la inflación se ha engullido la enorme parte de los nuevos salarios, nominales pero no reales.

– La oda a la alegría como nueva campaña ideológica —con la patética consigna: «no nos van a aguar la fiesta»—, resulta, en un país lleno de personas desesperadas, sin medios de vida, sin confianza en el presente y mucho menos en el futuro; francamente insultante.

Dicha campaña es la demostración más elocuente de que se ha perdido por completo el sentido de la realidad. Aunque no el olfato comercial, según indican los anuncios para la venta de pulóveres y pegatinas con las novedosas consignas.

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El socialismo no es un decretazo constitucional, es un proyecto que requiere de participación colectiva. Muchas personas en Cuba son socialistas o profesan ideas de izquierda, otras no; sin embargo, todas necesitan ser respetadas en tanto actores sociales, y no manejadas a capricho por un grupo, más que de políticos, de tecnócratas que controlan los destinos de la nación. Lo ocurrido este domingo es indignante y demuestra más debilidad y miedo que fortaleza.  

Oponerse a las apetencias imperialistas de Estados Unidos hacia nuestra Patria es un imperativo ético, patriótico y de derecho; que no debiera debilitarse ante los hechos del 11-J, ni de lo que pueda ocurrir el 14 y el 15 de noviembre, o cualquier otro día. Pero confrontar como ciudadanía, con firmeza y por vías pacíficas, la actitud del gobierno —pues la violencia como respuesta a las arbitrariedades conduciría a una guerra civil que debe evitarse—, es un acto revolucionario en las actuales condiciones.

Odiseo necesita llegar a Ítaca de una vez.

AUTORA

*Alina B. López Hernández, Profesora y Tutora de Antropología Sociocultural y una excelente Científica Social y Política (socióloga y politóloga) de la Universidad de Matanzas. Miembro Académico Nacional Correspondiente de la Academia de Historia de Cuba. Además de Analista Sociopolítico laureada de La Joven Cuba. Para contactar al autora:   [email protected]

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