Por Álvaro F. Fernández – Cortesía de ProgresoSemanal
“La injusticia en cualquier parte es una amenaza a la justicia en todas partes”. – Dr. Martin Luther King Jr., en una carta escrita desde una cárcel de Birmingham en 1963.
Las autoridades cubanas están cometiendo una gran injusticia. Hay un grupo de cubanos a los que no se les permite visitar la isla. Algunos sencillamente quieren visitar a un familiar a quien no han visto en más de una década; otros para abrazar a la madre moribunda, quizás por última vez; o es tan solo una persona que hace demasiado tiempo que está ausente y quisiera sentir suelo cubano bajo sus pies…
Me refiero a los que han sido llamados “balseros” que se marcharon del país de manera ilegal y no han podido regresar –algunos para visitar a una esposa, un hijo o hijos.
Tengo que ver en estos momentos con el caso de un hombre que se marchó en una balsa en 2005. Llamémosle Rudy. Él tiene 42 años. Nunca ha estado en problemas –ni aquí en EE.UU., donde reside ahora, ni durante sus más de treinta años viviendo en la isla.
Se lanzó al mar en 2005 porque deseaba una vida mejor para su familia. Rudy tiene una esposa y dos hijas –las tres aun en Cuba. Su madre también está allá (él es hijo único). La última vez que vio a su hija más pequeña ella tenía dos años. Él sabía que en EE.UU. podría trabajar y enviar dinero a su familia. Aquí vive solo. Rudy nunca me lo ha dicho, pero no tengo dudas de que las lágrimas de tristeza y el corazón que se le encoge son parte de su vida diaria.
Y está también el caso de un amigo, a quien llamaré Héctor. Él no es balsero. Pero en 1991 Héctor era miembro del equipo cubano de softball y desertó. Se quedó en Panamá –creo que me dijo que fue allí. Ahora vive en Miami.
Héctor también es hijo único. Vive solo. Ansía ver de nuevo a su madre. Ella tiene ahora 75 años y vive en La Habana. Héctor tampoco ha estado en problemas. Es más, podría considerársele un ciudadano modelo donde quiera que haya vivido. Su madre, abogada jubilada, dio tres años de su vida a su país. Sirvió honrosamente en Angola.
Hablo por teléfono con Héctor una vez cada unas cuantas semanas. La conversación, puedo decir honestamente, me hace saltar las lágrimas. Y no es porque Héctor se queje, porque no lo hace. Pero el dolor está presente en su voz. Y a cualquiera que ame a su familia se le haría un nudo en la garganta al oírlo hablar de cuánto desea ver a su madre –a quien no ha visitado en dos décadas.
Hay miles de otros como Héctor y como Rudy aquí en EE.UU. y en todo el mundo que sueñan con regresar para visitar a sus familiares o a sus mejores amigos que permanecieron en Cuba. Por razones que son nebulosas, al menos para mí, no han podido hacerlo. Y eso, en mi opinión, es una injusticia. Es inhumano. Es cruel.
He aquí como las autoridades cubanas me lo explicaron. En 1994, durante la administración Clinton, Cuba y EE.UU. llegaron a acuerdos en política migratoria, los cuales están vigentes en la actualidad. Uno de los muchos problemas que trataron fue el de intentar acabar con la salida “ilegal” de cubanos desde la isla que querían llegar a las costas norteamericanas. Basado en ese acuerdo, a fines de la década de 1990 un funcionario de la Casa Blanca, en una conversación con el embajador cubano en Washington Dagoberto Rodríguez, advirtió de que un éxodo masivo de balseros podría ser considerado un acto de agresión contra EE.UU. y, por tanto, un acto de guerra.
Puedo comprender que eso creara preocupación entre los funcionarios cubanos. Recuerden, estamos lidiando con el país más poderoso de la Tierra, el cual ha demostrado que considera tener el derecho a entrar en tierras soberanas para solucionar los problemas de otros según sus propios (los de EE.UU.) términos. Por tanto me inclino a pensar que los cubanos tienen una buena razón para considerar a los balseros que se marcharon como ilegales y preocupantes para la seguridad del país.
Pero basado en la lógica de EE.UU., también puedo considerar la política norteamericana de pies secos/pies mojados como un acto de agresión por parte de EE.UU. contra Cuba en la misma medida que alienta las salidas ilegales: si sales y llegas, te quedas. Y basado en ese argumento me pregunto si los que han llegado de manera ilegal y han sido aceptados por el gobierno de los EE.UU., y se han establecido aquí, ¿cómo catalogar de peligroso el hecho de que viajen a su país de origen? ¿Puede la administración de Washington considerar esas visitas como un mensaje de estímulo a más salidas ilegales por parte de La Habana?
Pero yo no estoy aquí para determinar cuál de los dos países tiene la razón en este caso. Lo más importante es llegar a una solución sensata y humanitaria de lo que yo considero una tragedia. Y es el hecho de que hay cientos y miles de cubanos a los que se niega el derecho de visitar a un familiar –porque las dos partes parecen estar esperando a que la otra ceda primero…
Sea como sea, desde 2004 he estado implicado en el derecho de familiares a visitarse unos a otros a ambos lados del Estrecho de la Florida. Y en mi opinión, estos lazos familiares casi siempre están por encima de la política.
Héctor y Rudy y otros como ellos tienen todo el derecho del mundo a visitar a sus respectivas madres y familiares. Mi promesa para ellos, y escribo esto con humildad, es que lucharé por ellos hasta que se llegue a una solución.