Glosas de lo político en tiempos de la NEP

Por Ivette García Gonzá. “La política es la expresión concentrada de la economía, (…) no puede dejar de tener supremacía sobre la economía (…) El socialismo es imposible sin la democracia”… Vladimir Ilich Lenin. Imagen Larga vida a la Revolución Socialista Mundial» (Ilustración: Aleksandr Samokhvalov/Hoover Political Poster)

La política es la expresión concentrada de la economía, (…) no puede dejar de tener supremacía sobre la economía (…) El socialismo es imposible sin la democracia… Vladimir Ilich Lenin

Por Ivette García González*

El centenario de la Nueva Política Económica (NEP) permite valorar la grandeza de la Revolución que la inspiró y comprender por qué y cómo se torció el rumbo al socialismo. Desde diversas corrientes de pensamiento, los comunistas polemizaron en aquellos tiempos fundadores acerca de la nueva estrategia y otros temas medulares inconclusos y vigentes. Se trataba de cómo construir el socialismo y legitimarlo como opción emancipadora frente al capitalismo.  

En poco más de tres años desde el triunfo, Rusia había salido de la guerra imperialista, enfrentado la contrarrevolución, la guerra civil y la intervención de potencias extranjeras. Resistió el bloqueo y aislamiento político al que la sometieron las potencias capitalistas. La economía y la sociedad se centralizaron y militarizaron entre 1918 y 1921 mediante el Comunismo de Guerra, estrategia que permitió resistir y ganar, pero a costa de generar condiciones dramáticas que escalaron a la crisis política.

Las tensiones eran notorias desde fines de 1920 y la esperada «revolución mundial» no se concretaba. En ese contexto, en marzo de 1921 durante el X Congreso del Partido Comunista (bolchevique), se aprobó la NEP. En el centro del cónclave estuvieron la nueva estrategia y se retomaron la democracia, el papel y funciones del Partido Comunista, el Estado y los sindicatos.

Lenin y Trotsky (ambos en el centro de la imagen) entre soldados y delegados del X Congreso del Partido Bolchevique (1921).

En aquella etapa, los debates desde actitudes que obedecían a corrientes de pensamiento diversas sobre el socialismo, fueron amplios, públicos y fértiles. Los militantes elaboraban ideas y plataformas que se socializaban en espacios como la prensa, circuitos académicos y sociales, reuniones y congresos partidistas anuales.

Sin embargo, ese inédito ejercicio de democracia derivó hacia el autoritarismo y la lucha fraccional, que no obedece a presupuestos ideológicos para influir en política, sino a las pugnas por el poder que se traducen en alianzas efímeras, personalismos, demagogia sin principios, componendas y ajustes de cuentas.  

Polémicas y corrientes durante los años de la NEP

En 1921, cuando se aprueba la NEP, coexistían dentro del Partido cuatro corrientes políticas con influencias, en mayor o menor medida, del marxismo, la socialdemocracia y el populismo ruso.  Dos de ellas fueron protagónicas, en primer lugar frente a la NEP: la promotora, encabezada por Lenin con apoyo de varios sectores bolcheviques y figuras relevantes como N. Bujarin, y la liderada por L. Trotsky, que se le oponía con respaldo de Y. Preobrazhenski y otros bolcheviques.

Las otras dos corrientes opositoras tuvieron más participación y visibilidad en determinados temas, que no eran nuevos sino que el contexto del novel diseño económico hacía más preocupantes. Una era el Grupo del Centralismo Democrático (GCD), conformado desde 1919 con viejos bolcheviques liderados por T. Sapronov y V. Obolenski-Osinski. La otra era la Oposición obrera (OO), vanguardia de los sindicatos, que integraban funcionarios bolcheviques bajo el liderazgo de A. Shiliapnikov.

La NEP implicaba desarrollar una economía mixta que daba espacio a la propiedad privada, estimulaba la cooperativa y reservaba al Estado únicamente los sectores fundamentales. Lenin entendía que con esos cambios económicos, la gradual eficiencia de las formas socialistas y el acompañamiento de la educación de las masas, el socialismo terminaría imponiéndose. Para él, ese era un modo más lento pero seguro de llegar al socialismo si se controlaban los inevitables riesgos.

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El grupo de Trotsky, que se identificaría luego como «oposición de izquierda», consideraba que tales medidas tendrían consecuencias económicas negativas a largo plazo, que eran concesiones al capitalismo y, por tanto, traición a la Revolución y a los principios comunistas. Además de concepciones diferentes sobre la acumulación, por ejemplo, influía el temor al riesgo, cierto apego a los métodos del Comunismo de Guerra y preferencia por la centralización y planificación estatales. Algunos de los seguidores de esta tendencia matizarán sus posiciones a partir de los argumentos leninistas y las luchas que sobrevinieron.

El tema de la democracia fue trascendental por su transversalidad en los demás tópicos. Los centralistas democráticos y los de la oposición obrera la consideraban lesionada en diversos ámbitos. Los primeros habían sido muy activos en las discusiones sobre la dirección única o colegiada. Criticaban la centralización y la concentración del poder en una minoría del Partido y lo que percibían como distorsión del centralismo democrático, que en su visión era «burocrático» y «autoritario». También rechazaban la burocratización del Partido y la frecuente intolerancia hacia opiniones diferentes.

La excelente obra de A. Kollontái, La oposición obrera, expone los temas de discusión en esos años y las opiniones del núcleo homónimo. Este reclamaba que el Partido y el Estado debían estar separados, incluso en el plano personal, y que todos los cargos dirigentes debían serlo por elección y no por designación, práctica a la que consideraban un «rasgo característico de la burocracia (…), [que] nutre el carrerismo, ofrece terreno favorable al favoritismo y a toda clase de fenómenos perniciosos (…)» y solo tenía un beneficiario: la burocracia misma.

Los partidarios de esta corriente se pronunciaban «por el retorno al espíritu democrático, a la libertad de opinión y de crítica en el seno del Partido» y entre los miembros de los sindicatos. Les preocupaba el distanciamiento de las élites dirigentes partidistas respecto a la militancia y la sociedad. Consideraban que «la condición imprescindible para sanear el Partido y para expulsar el espíritu burocrático» era retornar a la práctica de que todas las cuestiones esenciales de este y el Estado fueran «examinadas por la base antes que la síntesis de este examen fuera considerada por la cumbre».

Lenin entendía que el Partido debía ser una vanguardia muy selectiva en el plano ideológico y cultural, para canalizar los intereses y objetivos de la Revolución y el Socialismo a través de sus militantes. No dijo que debía estar estructuralmente por encima de la sociedad ni que debía ser único. Hablaba de hegemonía, pero su énfasis era en la función dirigente, y ya para entonces se habían prohibido los otros.  

Por otro lado, las discusiones sobre el papel y las tareas de los sindicatos fueron enconadas. Las posturas coincidían en la educación y la propaganda como una de sus funciones, pero la Oposición obrera iba más allá e insistía en que estos, en lugar de ofrecer su «concurso pasivo a las administraciones del Estado» debían «participar» activamente en «la dirección de toda la economía nacional», máxime ante la nueva estrategia económica. Defendían el control obrero, la autonomía, el papel de los sindicatos en la gestión económica y el requisito de su beneplácito para ocupar cargos en las fábricas.  

Lev Trotsky (Foto: BBC)

La corriente de Trotsky proponía integrarlos a la administración y que participaran en la gestión económica; mientras, la leninista, con la mayoría del Comité Central, se le oponía al acentuar su papel como órgano de defensa de clase.

Finalmente, el Congreso aprobó la resolución «Sobre la desviación sindicalista y anarquista dentro de nuestro Partido», que condenaba a la Oposición Obrera al considerarla una desviación incompatible con la militancia partidista. Dicha resolución, y la titulada «Sobre la unidad del partido», tuvieron consecuencias lamentables. Esta última orientaba la disolución de las facciones opositoras. Ambas trascendieron como coartaciones a la tradición democrática de la organización y sirvieron al autoritarismo y la represión de toda disidencia con Stalin.

Las corrientes opositoras representadas en el GCD y la OO quedaron debilitadas aunque continuaron defendiendo sus ideas. La primera se sumó, dos años después, a Trotsky. La segunda se disolvió en 1922, cuando sus demandas e intento de solucionar el conflicto («Declaración de los 22») fue rechazada en la Comintern y en el XI Congreso del PC. A pesar de ello, sus posiciones se mantuvieron en el Grupo de Trabajo Obrero de la organización.

De las corrientes de pensamiento a las pugnas y el ocaso

Una segunda fase transcurrió entre 1924 y 1927. Tras la muerte de Lenin, en enero de 1924, estuvo marcada por la puja en relación con la NEP, la escalada de Stalin y los cambios de posiciones. Stalin se había mantenido arropado en la mayoría leninista hegemónica, con L. Kámeniev y G. Zinóviev como aliados. Su ascenso a secretario general, en el XI Congreso (1922), se había subestimado por la fuerza del liderazgo de Lenin. Pero tendría fatales consecuencias.[1]

De un lado estaba la Troika, integrada, desde la enfermedad de Lenin, por Stalin, Zinóviev —presidente de la Internacional Comunista— y Kámenev, presidente del Consejo de Trabajo y Defensa. Siguiendo a Stalin se manipulaba el ideario leninista, se torpedeaba la NEP, se estimulaban la burocracia y las prácticas antidemocráticas.

«¡Recordad a los hambrientos!» (Cartel sobre la hambruna de 1921, por Iván Vasilevich Simakov (1921)

Del otro lado se hallaba la Oposición de Izquierda (s) presidida por Trotsky, que enfrentó una arremetida abierta del poder desde el XIII Congreso, en enero de 1924 y ya sin Lenin. El precedente clave: cartas de Trotsky y de otros cuarenta y seis destacados líderes soviéticos, («Declaración de los 46»), enviadas al Buró Político del Comité Central del PC. En ellas expresaban preocupación por las decisiones arbitrarias y dictatoriales del Buró Político, incluyendo la supresión por la fuerza de movimientos disidentes. Además, solicitaban una reunión urgente del Comité Central para discutir y resolver el dilema.  

Poco después surge la Oposición Unificada, también liderada por Trotsky, a la que se sumaron Kámenev, Zinóviev, el Grupo de los quince —que derivaba del GCD con Saprónov y I. Smirnov— y otros.

En ese contexto, el XV Congreso (1927) del PCUS terminó de allanar el camino para el abandono oficial de la NEP y el avance de la reacción estalinista. Las polémicas ya eran públicas, se limitaban a la cúpula partidaria y los conflictos se agudizaban con las llamadas «medidas extraordinarias». El final fue la expulsión de Trotsky y otros muchos opositores en dicho cónclave.

Se empezaba también a aplicar el famoso —por tenebroso— Artículo 58 del Código Penal, que costaría miles de vidas bajo el cargo de  «sospechoso de actividades contrarrevolucionarias». En consecuencia, proliferaron desde entonces los presos políticos, unificados bajo la etiqueta «enemigos del pueblo».

La última fase de enfrentamientos al interior del Partido ocurrió entre 1928 y 1930. Stalin enarboló el gran salto al socialismo con la industrialización y la implementación del Primer plan quinquenal, que sustituía oficialmente a la NEP. Ya no podían existir legalmente las agrupaciones de oposición, que fueron acusadas de «desviacionismo». Como resultado, se reeditaron «medidas extraordinarias» que agudizaron las diferencias.

Al frente de la fracción estalinista solo quedó, informalmente, la denominada Oposición derechista, liderada por Bujarin, A. Rykov y M. Tomsky. Era el reducto de la «unificada de izquierda» y otros nuevos, entre ellos algunos ex aliados de Stalin. Se consideraban seguidores de la línea de Lenin y por tanto de la NEP. Desconfiaban del éxito de los planes quinquenales. Habían flexibilizado un tanto sus posiciones en medio de la pugna de 1927, pero no coincidían con el gran salto ni con el autoritarismo estalinista. No obstante, casi todos los protagonistas y miembros de los grupos opositores no sobrevivirían a las purgas estalinistas.

Foto Stalin y Bujarin

En ese tiempo se produjo un mayor acercamiento de los Centralistas Democráticos y los de Oposición Obrera, que intentaron rescatar el ideal de la Revolución de octubre. Estos valoraron incluso la idea de fundar un nuevo Partido Obrero Comunista Ruso y una Federación. Existe un interesante estudio de Michael Oliver sobre la evolución de esas dos corrientes.

De la luz a las tinieblas: lecciones desaprovechadas

Con la NEP, la URSS consiguió la recuperación económica en varios sectores y se reanimó la vida cultural y científica del país. Su impulso favoreció la creación de la URSS, en diciembre de 1922, y la proclamación de la Constitución de 1924. Sin embargo, la apertura propiciada por las reformas no se acompañó en el ámbito de lo político; este, por el contrario, se restringía. Fue precisamente el control férreo del Buró Político, en detrimento de otras opiniones, dentro y fuera del Partido, lo que condujo al boicot de la NEP en el mediano y largo plazos.

Los vicios y deformaciones provenientes de la buro16cracia y el funcionariado se incrementaron durante el ascenso de Stalin. En su texto «El esplendor que pasmó el mundo», la profesora Dinorah Hernández Sánchez demuestra la importancia creciente de este sector, que sería, a la postre, una de las causas del desplome de fines del pasado siglo. En 1927, el 75% de los delegados al XV Congreso del PCUS eran funcionarios permanentes del Partido, a pesar de la insistencia de Lenin: «¡Un aparato para la política y no una política para el aparato! ¡Una buena burocracia al servicio de la política y no una política al servicio de una (buena) burocracia[2].

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En el complejo escenario internacional e interno de una Revolución asediada que intentaba transitar al socialismo, el secuestro acelerado de la democracia, la contradicción entre apertura en lo económico y constreñimiento en lo político, así como las pugnas dentro del Partido y la escalada de una personalidad como la de Stalin, terminaron por torcer el rumbo.

La censura a la oposición, la compartimentación de la información y el secretismo, que tuvieron como precedentes lamentables la resolución de 1921, la excesiva discrecionalidad con el testamento político de Lenin —que no fue publicado hasta 1956— y la reducción de los debates en la cúpula del Partido sin participación de las masas, hicieron su parte. Derivaron en prácticas unanimistas, de doble moral y silencio cómplice ante el poder. Fenómenos que hasta hoy acompañan a los socialismos.

El discurso triunfalista de Stalin en el XVI Congreso (julio 1930), fue el colofón de la traición a los ideales de octubre y al aporte de tanto pensamiento fértil que intentaba tributar al socialismo. Con razón la profesora Natacha Gómez afirma que la Revolución Rusa no se perdió en 1991, «se estaba desintegrando desde fines de los años 20».   

***

[1] En los libros Mi vida, Coyoacán, México, 1930, y en el de Isaac Deutscher, Trotsky el profeta desarmado, LOM Ediciones, Santiago, 2015, se describen las vivencias y las concepciones trotskistas, así como los turbios manejos de Stalin desde esa época.

[2] Dinorah Hernández Sánchez: «El esplendor que pasmó al mundo», conferencia magistral por el centenario de la Revolución Rusa en la Universidad de Panamá, noviembre de 2017.

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AUTOR

*Ivette García González La Habana, 1965. Doctora en Ciencias Históricas por la Universidad de La Habana (2006), Profesora Titular por el Instituto Superior de Relaciones Internacionales (ISRI) “Raúl Roa García” e Investigadora Titular del Instituto de Historia de Cuba. Actualmente docente e investigadora de la Casa de Altos Estudios Fernando Ortiz de la Universidad de La Habana. Autora de varios libros. Fungió como diplomática en la Embajada de Cuba en Lisboa (2007-2011). Preside la Sección de Literatura Histórica y Social de la Asociación de Escritores de la UNEAC y es miembro de la Asociación Cubana de Naciones Unidas (ACNU), de la Unión de Historiadores de Cuba (UNHIC), la Asociación de Historiadores Latinoamericanos y Caribeños (ADHILAC) y la Sociedad Económica de Amigos del País (SEAP). Para contactar a la autora:  [email protected]

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