CUBA: Juan Pin Vilar y el suicidio de un hombre de otra época

Aquí no hay grupos de poder, aquí hay grupos de burócratas que aspiran al Lada que les toca, al apartamento que les van a dar, a la gasolina, a los dos viajes al año, y si mejoras un poquito, puedes aspirar a tener otro tipo de relación que ofrece otras posibilidades. Da igual ahora que en el 60. Hay una sola línea a la que todos los grupos de poder se van subordinando porque les va la vida.

escrito por José Manuel González Rubine

Juan Pin Vilar sabe claramente cómo quiere matarse. Nunca echaría mano a una escopeta para terminar estampando sus sesos en una de las paredes de su apartamento del Vedado; tampoco se colgaría de una soga hasta quedar como una lámpara de techo azul y deslenguada. Esos métodos laboriosos y rudos, son demasiado tradicionales para alguien tan heterodoxo como este realizador audiovisual.

Con una personalidad como la suya —mezcla de guapo de barrio, patriota e intelectual agudo, y Don Juan criollo—, si cometiera uno de esos suicidios comunes, alguno de sus muchos amigos tendría la sospecha de que esa no fue obra suya, sino la vulgar adaptación de otro director.

Juan Pin se iría de este mundo después de tomar hasta el fondo del vaso un batido de mango bien frío, cargado con ciento veinte pastillas de meprobamato.

Sin embargo, aunque afirme que solo por sus hijos no se quitó la vida el día que se descubrió convertido en un hombre del ayer, y pese a que quizás nadie se lo ha dicho, todos saben que miente: él nunca se mataría, porque si bien asegura vivir en el pasado, hablar del futuro le moja los ojos. Con tal «debilidad» no podría privarse de participar en la construcción del mañana.

Es difícil imaginar, además, que un tipo que admira a Quintín Banderas y a Fructuoso Rodríguez, recurra a un mango empastillado para irse sin dolor al otro barrio, sobre todo si está seguro, como gritó hace algún tiempo, que «este país se acabó, se fue a la mierda y no va a levantar ni a jodía».

No, Juan Pin no se va a matar. Lo más probable es que continúe apegado al consejo que dio a su hija e intente acumular «todos los méritos posibles para no subir al cielo, porque seguramente es el lugar más aburrido del planeta».

Juan Pin Vilar

Juan Pin Vilar con sus hijas y su madre. (Foto: Cortesía del entrevistado)

Has dedicado tu vida a la dirección de materiales para la televisión y documentales, y te han censurado en no pocas ocasiones. ¿Cómo influye en un creador sufrir censura?

Estoy acostumbrado a la censura desde niño porque mi padre, Juan Vilar, fue censurado. Por tanto, llego a ella sabiendo qué es y quiénes la ejercen, aunque cambien las personas. El Partido es el mismo, por eso es inmortal. En Cuba uno se pasa la vida creyendo que quien censura es la Seguridad del Estado, y es cierto que interviene en algunas cosas, como decirte que no vas a salir de tu casa o del país; pero es el Partido quien elabora el pensamiento que forma al censor.

Hay dos tipos de censores: uno que cree realmente en Dios y otro que lo que quiere es el vino y la harina para hacer las hostias. No obstante, el segundo se va a comportar exactamente como el primero, porque no hay nada más etéreo que Dios. «Dios dice…», ese recurso lo inventaron los curas para asegurar que algo viene de arriba y está más allá de nuestro alcance, porque de qué modo podrías encontrarte con Dios para cuestionar lo que otro dijo en su nombre. Igualito funciona la censura.

Desde el punto de vista del creador, es lastrante, porque en la imaginación hay un proceso que lleva a elaborar la idea de una obra —un cuadro, un texto, una canción o un documental. A partir de eso y a través del lenguaje, encuentras la forma de comunicar lo que quieres al espectador. Cuando te censuran, siempre lo hacen por la imaginación de otros, por lo que otros piensan que debe ser, alguien que dice representar lo mismo que posiblemente tú quieres representar y que, sin embargo, te censura.

Pero más allá de esto, pienso que lo importante no es la censura en sí misma, sino la actitud ante ella. Una vez me llamó una amiga y me dijo: «Juan Pi, tengo un muchacho que canta de madre, se llama Tony Ávila, y en el programa de trova que hace el Canal Habana no lo dejan cantar una obra suya que se llama Mi Casa.cu». Yo nunca la había escuchado, pero por principios siempre respondo lo mismo y nunca me he equivocado: «Venga para donde estoy yo y cante». ¿Quién dice que alguien no puede hacer algo así?

El dueño de la Coca Cola es el dueño de la Coca Cola, pero si aquí la televisión está al servicio del pueblo, ¿en dueño de qué se erige quien censura? ¿Dónde está la opinión del pueblo que dice que Micasa.cu no puede salir? Eso no existe, está basado en la opinión de alguien. Allá quien se deje poner un asesor. Yo solo trabajo con quienes me aporten y me digan que lo que creía que era una rumba, realmente es un guaguancó. Ese conocimiento sí lo reconozco y aprecio, lo otro no lo quiero.

¿Has aplicado tú la censura?

Nunca en mi vida. Al contrario, he pecado por no hacerlo. Pero sí le he dicho a alguien: «No me cojas el programa para cantar eso porque sé que si lo haces no va a salir y esto no es mío». En Coppelia podemos sentarnos y hacer cualquier cosa, pero no voy a dejarte en mi programa cantar una canción que diga «¡Abajo Fidel Castro!».

¿Acaso usarla para protegerse no es el componente práctico de la censura?

No, es el componente responsable porque sabes que estás participando de un proyecto que no es tuyo. Eso no lo pagué yo, podrías decir algo así si lo pagara yo y quisiera que lo dijeras. Pero en el caso de la televisión cubana, eso no es mío, no lo pago yo y hay personas que dependen de ese trabajo y quién soy para privarlos del sustento. Además, hay que tener poca imaginación para querer decir «¡Abajo Fidel Castro!» y decirlo de ese modo.

En el mundo está definido quién es el dueño, pero aquí el problema es precisamente la indefinición. Ahí, en la indefinición, está el Partido, que es lo peor que tiene este país, construyendo un imaginario para la cultura. El Partido es el lastre más grande que ha habido, en cierto sentido.

¿Por qué en cierto sentido?

Porque el Partido también es quien ha organizado las escuelas de arte, es el que ha hecho que el arte llegue a lugares donde en otros países no llega. Lo que hay que quitarle al Partido es la posibilidad de interpretar la Biblia, haciendo un paralelismo. ¿Cuál es tu aporte en este campo para censurarme?

No todo el mundo tiene las mismas interpretaciones y, si vamos a hablar de algo, pues hay que hacerlo en serio y con base. La comprensión del marxismo que tiene Lukács no es la de Machado Ventura. Lo que no puede pasar es que te subas sobre Lukács y Foucault y elijas cuál es el que tiene razón según tu criterio.

El mayor censor que yo he conocido en el cine cubano se llamó Alfredo Guevara. Nadie censuró más que él en este país. Ni el Partido. Decidía qué guion se filmaba y cuál no. Tenía dos o tres subordinados que le hacían el paripé y se echaban las culpas, pero él era el tipo. Lo mismo te trataba como Emilio Azcárraga, presidente de Televisa —«Oye, te dije que esa película no va»—, que si te consideraba, entablaba una discusión contigo y en esa discusión había una interpretación sólida. ¿Me comprendes?

Ahora viene uno y te dice que esto o aquello es así porque es lo que está establecido. ¡Ey, ey, ey, not problem! ¿Quién lo estableció? Si vamos a creer en lo establecido nos hubiéramos quedado en 1902, que ya todo estaba establecido.

¿Crees que el socialismo tiene una necesidad especial de censurar, más que otros sistemas?

Sí, la tiene.

¿Por qué?

Porque el socialismo es el único sistema que sostiene una burocracia de partido único, portadora de una sola línea de pensamiento. Eso no quiere decir que en las mil formas de capitalismo o en el neoliberalismo —que no se aplica igual en Chile que en Costa Rica—, no existan las mismas reglas del juego, pero tienen líneas de pensamiento diferentes y grupos de poder que se concretan en un fin.

Aquí no hay grupos de poder, aquí hay grupos de burócratas que aspiran al Lada que les toca, al apartamento que les van a dar, a la gasolina, a los dos viajes al año, y si mejoras un poquito, puedes aspirar a tener otro tipo de relación que ofrece otras posibilidades. Da igual ahora que en el 60. Hay una sola línea a la que todos los grupos de poder se van subordinando porque les va la vida.

El socialismo no crea bienes materiales que alimenten la espiritualidad que una sociedad de consumo vende.

Juan Pin Vilar

Juan Pin Vilar: «Polanco, Díaz-Canel, Marrero, todos saben que de lo que se trata es de no ser pueblo. Está cabrón ser pueblo, da lo mismo si es ahora que en el 83 con los mercados libres». (Foto: Cortesía del entrevistado)

Eso hace que la gente dependa más del sistema.

Ahí es donde está el gran lío.

O la gran clave que lo hace funcionar.

Sí, también puede ser la clave. Polanco, Díaz-Canel, Marrero, todos saben que de lo que se trata es de no ser pueblo. Está cabrón ser pueblo, da lo mismo si es ahora que en el 83 con los mercados libres.

Un día estaba celebrando un cumpleaños y uno de los invitados, un personaje, me pidió un trago. Yo cogí una botella de Havana Club añejo siete años y le preparé un doble, con dos hielos y un vaso de agua mineral con gas y limón. Cuando le llevé el trago, me señaló para otra habitación donde había un grupo tomando whisky y me dijo: «Lo que yo quiero es aquello. Verdad que tú naciste después del 59».

Mi generación, los normales, y mucho más allá de los normales, conocíamos el Havana Club; pero había gente en Cuba que conocía el J&B y Chivas Regal. Ese era el socialismo en un mundo cerradito.

La primera vez que Jimenito [Comandante del Ejército Rebelde Guillermo Jiménez Soler], fue a la Unión Soviética como alto oficial del Ministerio del Interior, me contó que cuando te reunías con uno, te ponía tres tipos de vodka y cuatro salamis; subías de nivel y te brindaba tres tipos de vodka, un whisky y un coñac, además de los salamis y también un chorizo español. «Y así iba subiendo hasta que al final llegabas a un lugar, Juanpi, que era infinito», me decía.

¿De eso se trata lo que defiende la burocracia, la superación dentro del sistema hasta llegar al infinito?

Exacto, de eso se trata. En el socialismo el infinito no depende de tu salario, depende de posibilidades, de relaciones; no de dinero. En el capitalismo, salvo por algunos temas clasificados, cualquier funcionario da clases en Harvard y hay un cheque gordo una vez al año para que el tipo cuente cómo vio la Crisis de Octubre desde la base de Fort Lauderdale; aquí estoy esperando por un General que se atreva a hablar en un preuniversitario algo que no sea cuándo conoció a Frank País.

El capitalismo tiene otras reglas, que si te sales de esas también te mueres, y para eso están las series de Hollywood, para ver cómo te mueres porque contaste lo que no debías contar.

Ya que hablamos de contar, sé que tuviste una relación muy cercana con Papito Serguera, personaje muy polémico de la vida política y cultural cubana, que pasó a la historia como censor. ¿Cómo un censurado admira a un censor?

Primero, porque nunca negó que fuera un censor, y segundo, porque explicaba esto que yo te dije. Te voy a hacer una anécdota. De ella está vivo Eliseo Altunaga, mi papá murió. Ellos hicieron un teatro testimonio sobre las Panteras Negras, con actores declamando y demás. Fue una de las primeras cosas que hizo Estela Bravo aquí. Cuando terminaron, llegó Mayita, secretaria de Papito, y le dijo a mi papá: «Juanito, dice Papito que subas».

Allá fueron, al despacho. «Siéntense ahí. Taba bueno eso, bueno. Muy inteligente, chico». Él hablaba con el dejo de los santiagueros. Rin, rin, sonó el teléfono. «Sí, pónmelo. Es Almeida, un momento», les dijo. «Sí, sí, Juan, tamos en eso». Colgó: «Llamó el negro, tienen uno a favor». Rin, rin, otra vez el teléfono. «Sí, pónmelo. No, no, Montané, yo no estoy de acuerdo contigo pero si tú lo dices… No, no estamos de acuerdo, pero si es una orden, es una orden». Colgó: «Está uno a uno. Así es como se gobierna en este país. Estas son las reglas del juego de la censura. Si llama Celia se jodieron».

Papito era sincero, auténtico, así se sentía. Eso no quiere decir que no fuera un hombre de su época: todos eran homofóbicos, empezando por Fidel Castro. Eran así porque su época era así.

¿Eso quiere decir que le tocó ser el chivo expiatorio?

De muchas más cosas, no solo de esas, esa es la parte bonita casi. Papito fue un hombre del poder. Alfredo Guevara era un empleado del poder.

Juan Pin Vilar

Comandante Jorge «Papito» Serguera en uno de los juicios televisados contra los criminales de la dictadura de Batista, La Habana, 1959.

¿Cuál es la diferencia?

El empleado del poder es alguien a quien, en la retórica revolucionaria cubana, le falta lo principal. Con toda la historia que pueda tener Alfredo, no estoy seguro de que a Ramiro Valdés, a Lussón o a Arnaldo Ochoa, les hubiera gustado mucho. Existía porque estaba Fidel Castro en el poder. Eso no niega sus valores personales e intelectuales. Pero todo ese ideario es parte de la cultura del machismo y del poder en este país.

En cambio, Papito tenía vuelo autónomo porque fue el abogado de Frank País, salió en la primera manifestación, se encaramó en una loma y tiró tiros como un salvaje. Por tanto, los que ganaron, los que vieron en Fresa y chocolate un peligro, veían a Papito como un igual.

¿Esta misma podría ser parte de la explicación de la crisis del poder en Cuba?

Sí, también puede ser parte de esa explicación, nunca lo había pensado de ese modo. En la medida que la época cambió, los valores cambiaron y el poder entró en crisis porque quiso permanecer con los mismos valores, la misma retórica, y viendo el mundo de la misma forma.

Fidel murió viejo y decrépito y el poder quiere seguir diciéndole a los jóvenes: «Ahí está el Comandante invicto». ¿A quién se le ocurre eso? La imagen no es la de alguien invicto. Quien único creía eso era el propio Fidel porque tenía alrededor a los aduladores de la Batalla de ideas. «Qué lindo e inteligente es el abuelito. Tengo el carro roto». Dupont hizo algo más o menos parecido: cuando se puso viejo llenaba la casa de muchachos y muchachas desnudos y creía que estaba en el bosque cazando.

Por supuesto, Fidel no hizo eso, él era como un cura, un cura con su sotana verde olivo. Juan Pablo II dijo que Fidel fue el presidente que mejor lo atendió, que mejor se preparó para una visita suya. Esas conversaciones no pueden haber sido solo sobre el poder, me extraña. Deben haber sido sobre la posteridad. Para no creer en Dios ante la muerte hay que ser guapo.

Esa idea de posteridad es lo que diferencia a Fidel del resto.

De todos los que estaban en sus alrededores, Fidel estaba más allá. Se sabía en la posteridad. Tanto fue así, que recuerdo que en uno de sus últimos viajes a Estados Unidos, un periodista muy famoso de la CNN le preguntó qué sucedería cuando él no estuviera, y Fidel más o menos le respondió: «No voy a estar, cómo voy a saberlo». Igual que Luis XIV: «Después de mí, el diluvio». Hay que sentirse grande para decir que no sabes qué pasará después de ti. Si se hubiera muerto ese día, todavía estaríamos desconcertados velándolo, pero se demoró.

¿Crees que «demorarse» fue un error político? 

Fue un error de vanidad. Fidel tenía una ventaja sobre el mundo inmaterial: quiso que se lo dieran todo en vida. Él diseñó que lo enterraran en una piedra, pero no en cualquier piedra o en cualquier lugar. Quiso estar donde están el Padre de la Patria, la Madre de la Patria y el Apóstol. «Aquí están ellos y yo. Se cerró el ciclo». Es lo mismo que hizo Napoleón con el Arco de Triunfo y lo que hacían los faraones con sus pirámides. Franco se metió en el Valle de los Caídos. Es como que un emperador romano se enterrara al lado de Rómulo y Remo.

Juan Pin Vilar

Monolito donde reposan las cenizas de Fidel Castro en el Cementerio de Santa Ifigenia, Santiago de Cuba. (Foto: Andrey Viarens / Blog Bajo La Estrella)

Por esto que dices parece que hay tres Fidel: el grande, el anciano y el trascendental. Me llama la atención que la transición de poder de él a Raúl se presentó como un proceso de continuidad, pero cambiaron muchas cosas.

En mi opinión, la personalidad de Raúl es muy interesante. Supo que su sobrevivencia dependía de la modestia. Tuvo claro que era el Dos y que lo mejor era que el Uno no se fijara mucho en él.

De hecho, el Uno lo quitó públicamente en los últimos años de su vida. Nadie se acuerda ya de eso, pero una vez un periodista extranjero preguntó por la sucesión, quién vendría después, y Fidel mencionó a Lage, a Felipe, a Carlitos Valenciaga, todos futuros cadáveres. El periodista siguió preguntando por alguien de la generación histórica y Fidel respondió: «Ahí está Alarcón». A eso Raúl Castro contestó por la tarde en un recorrido: «El que nomina es el Partido, lo demás es hablar catibía, por no decir otra cosa».

¿Entonces crees que Raúl llegó al poder por el Partido?

Esa es su estructura, es su base.

Pero el Partido era Fidel.

No, no metas a Fidel en una estructura. El socialismo lo único que da son diplomas, estrellitas y medallas, así iguala y diferencia. ¿Tú viste a Fidel coger estrellitas alguna vez? Ni siquiera es Héroe de la República de Cuba. Esa es la muestra de que se sabía en el Olimpo, mientras los otros estaban al principio de la montaña.

«Yo soy Fidel», esa es la más clara consigna de todas. Fíjate que esa idea está desde el principio del proceso: «Esta es tu casa, Fidel». No dice «Esta es tu casa, Partido», ni «Esta es tu casa, Revolución». Todo cuanto se hizo estuvo destinado a alimentar de la manera más sofisticada esa idea. «El Estado soy yo» es demasiado terrenal. «Yo soy Fidel» es superior.

Entonces, volviendo a la pregunta inicial, ¿cómo se transita de un sistema con alguien así en su centro, a otro diferente?

Hay que romper todos los esquemas, todas las estructuras.

¿Crees que Raúl lo hizo?

Hizo lo que pudo. Raúl dio el paso más osado que se ha dado en las relaciones con Estados Unidos en la historia de Cuba. De hecho, dio el paso dos veces. La primera, por una idea de Papito Serguera. Fue con la operación antiaérea del Segundo Frente. Para frenar los bombardeos a las montañas y zonas liberadas, secuestraron al cónsul de Estados Unidos. Eso no se estudia porque es una historia de Raúl, no de Fidel; pero fue lo que frenó los bombardeos y originó un cambio en la manera de ver la guerra.

Por tanto, cuando Raúl asumió, los americanos sabían que era un hombre con quien se podía hablar. Ya lo habían hecho sesenta años atrás. Y de nuevo se sentó con los americanos, logró un acercamiento y salió airoso. Obama vino a La Habana y, aun cuando ya este era un país vencido y destruido, dijo que la política del embargo había fracasado. Eso es lo mismo que reconocer que la política de los gobiernos de Estados Unidos, el Imperio, contra una islita minúscula, no había servido.

Es evidente que cuando Fidel estaba en retirada, a Raúl le tiraron a matar. Si alguien cree que la Guerra de los mails es una casualidad, no ha entendido nada.

¿Cuál es tu teoría?

Que muchos de los que participaron lo hicieron de buena fe, pero también estoy seguro de que algunas de las matrices que se manejaron fueron montadas o, por lo menos sembradas, como hacen normalmente las agencias de inteligencia.

¿Por qué?

Porque hubo quien se aterrorizó, no sabían qué podía pasar con la salida de Fidel. Y hay mucha gente aquí que tiene muertos escondidos en el closet. Todos vieron La vida de los otros y a nadie le gusta terminar rayado.

Estaban realmente preocupados. Escuché a hombres, como el propio Papito, decir que «el AK estaba oyendo la conversación», y a otros que veían frente a La Habana un portaaviones de Estados Unidos preparado para invadir. A ese nivel estaba el terror.

Me llama la atención tanta incertidumbre si, aparentemente, todo quedaba en familia.

Pero eso no se sabía en el momento, nadie estaba seguro de por dónde podría venir el ramalazo. ¿Tú no viste Juego de Tronos? Ahí todo el mundo es familia. Es normal que los reyes sacrifiquen peones.

¿Cómo un rey neutraliza a otro?

Yo no creo que Raúl lo haya podido neutralizar, creo que intentó sobrevivir. Le tiraron con todo y sobrevivió. Dispararon con algo muy fuerte: los intelectuales. Los textos iban contra el Partido y las Fuerzas Armadas, e inclusive, algunos unían a tres personas que no tenían que ver entre ellas: Luis Pavón Tamayo, Armando Quesada y Papito Serguera.

Recuerda que tuve un palco especial para ver esos sucesos, desde los análisis de personas como el propio Papito, Jimenito y Juan Valdés Paz, por solo mencionarte tres cerebros brillantes. Los vi analizar uno a uno los emails: quiénes los escribían, las líneas que defendían, las rutas de información. Verlos era un lujo: tres mentes que conocían el poder porque se formaron dentro de él, tenían valores auténticos y habían sido ronados.

Juan Pin Vilar

Juan Valdés Paz y Guillermo Jiménez Soler, Jimenito. (Foto – frag.: Julio César Guanche / Facebook)

Hablando de grandeza, hace un tiempo escribiste sobre las grandes causas, con una visión pesimista. ¿Cuál crees que sea la gran causa de Cuba?

Una de las grandes causas de Cuba es su real independencia de Estados Unidos. Lograrla y sostenerla, aunque sea en el hilo de un capullo de mariposa, es imprescindible, porque lo que se muere aquí es la nación.

No se acaba la Revolución cubana, esa se acabó hace mucho tiempo. No se acaba el Socialismo porque qué significa esa palabra cuando no hay ni comida ni medicinas, a eso puedes ponerle el nombre que te dé la gana. No se acaba la historia, la Biblioteca de Alejandría se quemó con todos sus documentos y la gente siguió escribiendo y contando historias hasta hoy. Aquí lo que se acaba es la nación, que es otra cosa.

Una cosa irreversible.

Si se pierde, no tiene remedio. ¡La nación! La nación es independiente de los poderes económicos, pero los poderes económicos se sustentan en una nación, aunque por detrás se coman unos a otros.

¡La nación! La gran causa cubana sigue siendo, aunque sea en el hilo de un capullo de mariposa, la independencia.

¿Y no fue esa la gran causa que nos trajo hasta aquí?

Sí, esa fue. Pero cuando esa gran causa cayó en manos de intereses políticos y partidistas menores, y de gente bruta que no entiende que son la nación y la nacionalidad, que creen que el antiimperialismo es la causa política y no la defensa de la nación; entonces sucede todo esto. Cuando no comprendes eso, terminas perdiendo la nación aunque tengas un himno, una bandera y el español siga siendo idioma oficial.

Las grandes causas han servido para que la gente deje de ver los problemas, los matices y las cosas profundas que hay que defender, y resolver, en aras de algo tan efímero como el poder, o tan fugaz como un partido. ¿Brézhnev podía decir que su partido era el de Lenin? ¿Se puede decir que este Partido es el de Blás Roca, aunque los comportamientos sean similares?

¡La nación, eso! Ahí yo creo que está lo que los Castros han defendido a su forma, igual que lo defendió Agramonte, Céspedes, Maceo o lo que entregó Blás Roca y aquel Partido en los treinta a Batista: la nación. En 1959 la gran mayoría de los centrales azucareros eran cubanos, hombres como Julio Lobo habían comprado muchos. ¿Por qué? Por interés económico, pero también por la nación.

Nada funciona ni sirve si no es robusta la nación. Mira sino la historia de los libertadores de América y el resultado de los procesos en muchos grandes países: Televisa. Aunque los mexicanos griten «¡Viva Morelos!», ahí está Televisa. Los hombres que hicieron la Revolución cubana, en esencia, entendían eso; no sé si estos que están ahora entiendan algo. 

También una gran causa puede terminar siendo una cortina de humo.

Lo fue, lo ha sido.

Juan Pin Vilar

Juan Pin Vilar: «Nada funciona ni sirve si no es robusta la nación». (Foto: Cortesía del entrevistado)

¿Eso no las pervierte?

Sí, claro.

¿Cree que a las oligarquías le interesan las grandes causas?

A veces no, porque ellas en sí mismas son una causa, pero hay oligarquías de verdad a las que sí. La oligarquía que llevó a Miami las frituras de bacalao, el pastelito de guayaba, los chicharrones y los frijoles negros, no era anticubana en su esencia. Era proyanqui, pero cubana en sus costumbres. Estoy seguro que al viejo Bacardí no le hubieran gustado los hijos de los generales cubanos de ahora, aunque fueran a reírle la gracia y a decirle que le iban a devolver sus fábricas. Puede que por intereses políticos o económicos apoyen la Helms-Burton, pero en su casa se come arroz con frijoles. ¡Esa es la clave, esa es la clave!

Aquí todo el mundo quiere parecerse ahora a lo que sale en el Canal 41, esa es la gran derrota de todo el aparato ideológico de este sistema. No ha sido una operación de la CIA, sino de la Seguridad y todos sus asociados, que han confundido el antiimperialismo con una causa política cuando la verdadera causa es la defensa de la nación.

Entretenidos en eso, perdieron la gran causa.

¡Exactamente! Aunque ganen en lo político, han perdido. Están parados hablando boberías todo el tiempo, pero los muchachos siguen queriendo ser como lo que sale en Televisa. Ahí no hay un problema de recursos, sino de cultura.

¿Cómo se soluciona eso?

¡Ah, eso no lo sé! Cuando este país se reconstruya va a ser la envidia de muchos de nuevo, pero mi hija no sabrá lo que es una friturita de bacalao. Hay cosas que no se recuperan porque lleva muchos años construirlas, y rehacerlas no es fácil. ¡Hay que ser irresponsable para defender el poder sabiendo que lo que está costando es la nación!

Es un poco paradójico.

Pensar en eso me da una tristeza absoluta. Hombres a quienes he respetado muchísimo, ¿cómo pudieron hacer esto?, ¿cómo pudieron traicionar la nación? Eso es terrible, terrible. Quiero pensar que se equivocaron y no que lo hicieron conscientemente. Si no se equivocaron, entonces todo es más perverso de lo que uno pueda imaginarse.

¿Crees que ellos se cuestionen estas cosas?

No lo creo, porque si se las cuestionaran en un plano íntimo y secreto hubieran dicho: «Llámame a Alina Bárbara, que quiero conocerla»; «De aquí no se puede ir Julio Antonio Fernández Estrada. Regúlenlo, pero no dejen que se vaya y miren a ver cómo pueden hacer que coincidamos en algún parque para decirle algo»; «Llamen a Gustavo Arcos con cualquier excusa, sin que el rector del ISA se entere, pero tengo que hablar con él». No hacer eso es imperdonable.

Juan Pin Vilar

Juan Pin Vilar, Alina Bárbara López Hernández, el autor y Gustavo Arcos, La Habana, 2022.

Se hubieran sentado en el contén de la acera aquel 27 de noviembre.

Si determinado protocolo político no permitía que alguno de ellos estuviera ahí, inclusive si no pudieran darnos la razón a quienes estábamos ahí, hay cosas que se pueden hacer para acercar si realmente hay interés.

Estamos muy lejos de eso.

Han asumido la supuesta causa del antiimperialismo como acción política e ideológica, en lugar del sostenimiento de la nación. La dependencia de Estados Unidos no es económica. Puerto Rico está mejor que nosotros, pero nosotros podemos mañana estar mucho mejor que ellos, sin embargo, se acaba Martí, se acaba de verdad.

Los descendientes de los cubanos que emigraron en los sesenta no saben quién es Ignacio Agramonte, ni tienen porqué. Se educaron allí, su país es aquel y a lo mejor conocen a Washington, Jefferson, Lincoln.

Lo que están haciendo de este lado es crear bandos, y esto no es de bandos. Al final van a ganar los que más dinero tienen. ¿Para qué quieren el poder? ¿Para eso? El poder sin nación es un cascarón vacío.

Están haciendo que se pierda gente muy valiosa.

Exacto, y no debería importar que no estén con ellos, es gente valiosa igual aunque difieran.

Estamos hablando de la gran causa, esa es gente valiosa para la gran causa.

Y la han perdido por gusto. ¿Hay gente de su lado que valga la pena, más allá de los estériles de Con Filo? Sí, claro, lo que a muchos no los conocemos. ¿Qué hacer entonces? Muy simple: sentarlos frente a frente para que se conozcan unos a otros. Quizá no estemos de acuerdo en nada, pero reconocemos que algunas ideas del otro son interesantes, y todo lo que es interesante mueve el pensamiento. Que no pase eso es increíble, lastrante y terrible, y es lo que me hizo ir al Ministerio de Cultura ese 27 de noviembre.

¿Crees que una de las termitas que se está comiendo ese edificio es la corrupción?

La corrupción tiene que ver con la base material. Si el champú estuviera en la esquina a dos pesos, no tienes lío para lavarte la cabeza.

Los corruptos no están para grandes causas, sino para acaparar champú, siguiendo tu metáfora.

Justamente, Jimenito los llamaba «comedores de puelco». ¿Te acuerdas de la anécdota del ron Havana Club y el whisky? Estos son tomadores de Havana Club, y muchos de los hombres del principio veían en el antiimperialismo una causa para defender la nación, aunque tomaban el whisky porque no está en él el problema, como quieren hacer ver los ideólogos, que terminan siempre en la estupidez.

Eso es humo.

Así mismo, ¡eso es humo!

Nada hay más corruptible que un mediocre, escribiste hace un tiempo.

Así lo creo, porque puedo incluso entender que haya gente que se corrompa por cosas muy grandes, pero aquí, como te dije hace un momento, hay quien se corrompe por una jaba con un champú. Eso es penoso, muy penoso.

La otra pieza son las oligarquías, como hablamos hace un rato.

Las oligarquías van a defender siempre sus posibilidades económicas, eso está claro. Ya no es un problema de apellidos; de hecho, la mayoría de los apellidos del mundo europeo son otros, aunque quedan algunos antiguos. Los descendientes de Luis XIV, aunque tengan dinero, tienen menos que cualquier multimillonario americano. Lo que más me preocupa de nuestra oligarquía es la entrega del capital material del país, conteniendo la nación. 

Por eso es que no entienden la causa del bloqueo, para ellos es una cifra. Esa es la razón por la cual hace poco un viceministro de Relaciones Exteriores dijo que Cuba no se opondría a la flexibilización del bloqueo aunque sea solo para beneficiar al sector privado. Todo lo relacionado con el bloqueo se resuelve en un chasquido, lo que no se resuelve fácil es la mirada colonial de un país sobre otro.

Eso trasciende la mirada económica y política.

¡Claro, esa es mi gran bronca! Puerto Rico está mejor que nosotros, como te dije, pero la solución que encontraron más de cien años después, fue pedir que les dieran los mismos derechos que tienen los americanos. No son una nación, aunque estén ahí.

Yo no quiero tener el mismo social security que un newyorkino, yo quiero el mío; pero que, aunque nos miren por arriba del hombro, no puedan tratarnos como a inferiores. En el sur de Estados Unidos los blancos siguen rechazando a los negros, pero no pueden hacer nada porque están protegidos por la ley.

¿Crees que están ganando las oligarquías?

Sí, claro. ¿Tú no viste lo que dijo el vicecanciller? El sector privado es minoritario en Cuba y le ponen trabas todo el tiempo. Entonces, ¿quiénes son los que ganan con esa supuesta flexibilización? La casta divina, porque esto no es Qatar, donde los ciudadanos están por arriba de cualquier europeo, aquí un licenciado en Historia va a tener que mendigar un puesto de parqueador en La Piragua, a ver si se lo dan. Siguen viendo el bloqueo como una cifra, porque de lo que pase siempre serán beneficiarios.

¿Qué se puede hacer para revertir eso?

Fácil: tiene que triunfar la revolución. Un estado revolucionario tiene que solucionar eso y que la gente valiosa de la que hablamos hace un rato tenga el poder. Hay que volver al momento en que mi mamá trabajaba en Bienestar Social y tenía las llaves de todas las residencias de los batistianos y no se llevó una pluma.

Juan Pin Vilar

Juan Pin Vilar y su madre, Marta Hernández, durante la filmación del documental La Habana de Fito. (Foto: Cortesía del entrevistado)

¿Te parece que algo como eso sea posible?

No sé si es posible, pero vale la pena tenerlo en la mente. La bronca con las oligarquías es eterna. Eliseo Diego decía que la poesía debe escribirse con las mismas palabras con las que se insultan las vecinas. Hay que lograr que la gente comprenda la importancia de las frituras de bacalao y del pastelito de guayaba. Esa es la resistencia ante el avance de esas oligarquías que quieren vendernos.

Hay un artículo de Roa que se titula « ¿A dónde va Cuba?», que escribió en 1958, otro momento terrible de la historia de este país. Yo quisiera hacerte esa pregunta: ¿a dónde crees que va Cuba?

Al abismo. ¡Coño, no debiste preguntarme eso!

Te voy a leer lo que publicaré el día que cumpla sesenta años, lo escribí el 20 de noviembre:

«Si yo no tuviera hijos me hubiera suicidado el mismo instante en que comprendí que el mundo al que pertenezco en cuerpo y alma, es el mundo de ayer. No tengo noción del futuro, tampoco aspiración de alcanzarlo un segundo más allá de este instante, ni siquiera puedo imaginarlo dentro de un país que se fue al demonio.

El suicidio duele. No existe modo de evitarlo cuando el mundo al que perteneciste colapsó, al igual que una estrella enana. Ser del pasado atormenta, aunque no define. Siempre existirá un bar que necesite un buen conversador en la entrada o sentado detrás de la mesita de aseo frente a la puerta del baño. El país no necesita héroes, solo monstruos levantan sus paredes. Felicidades to me. Sesenta años».

Como te dije, si no tuviera hijos me hubiera suicidado hace bastante. Duele mucho este país.

Te pregunté hacia dónde iba Cuba, ahora quiero preguntarte: ¿hacia dónde quisieras que fuera?

A Cuba, compadre. Cuba no se parece a Cuba.

Dicen que quienes se dedican a los audiovisuales siempre piensan en imágenes. Si te pido que pienses en una imagen que encierre lo que para ti es Cuba, ¿qué imagen sería esa?

Quintín Banderas comiendo frituritas de bacalao y, si queremos ir más allá, en un buen restaurante.

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AUTOR

Periodista,  Graduado en Comunicación en la Universidad de La Habana, Profesor de la Facultad de Comunicación, miembro del Consejo de LJC.

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