La muerte del preso Wilman Villar nos pone a los periodistas ante una disyuntiva que no es nueva aunque si más dramática, la de averiguar dónde está la verdad en medio de una telaraña de comunicados políticos de una y otra parte.
La oposición nos informa que se trata de un disidente muerto en medio de una huelga de hambre, mientras el gobierno niega el ayuno, nos dice que era un preso común, condenado por golpear con extrema violencia a su esposa.
Muchos se han atrincherado ya en torno a estas dos tesis y descubrir dónde está la verdad o cuánto hay de verdad en cada versión es una tarea difícil.
Cuando la política lo tiñe todo, los hechos pasan a un segundo plano.
Un funcionario del gobierno me llamó para saber mi opinión sobre el comunicado cubano. Le respondí con la mayor sinceridad que la versión oficial me pareció confusa y tardía, pero que al fin y al cabo no es la primera vez.
Le pregunté cuántos prisioneros políticos hubo en Cuba durante los últimos 50 años y me dijo que ninguno porque su gobierno no los reconoce como tales. Por lo tanto cuando dicen que Villar no tenía este estatus no están diciendo nada.
En el editorial del Granma, por ejemplo, se acusa a otros países de violar los Derechos Humanos y mencionan a EE.UU., Chile o España. Es posible que sea verdad pero esas denuncias contra terceros no aclaran nada sobre el preso muerto en Cuba.
En este caso la mejor defensa no es un buen ataque sino una buena investigación, seria, profunda y con pruebas que avalen cada dato que se aporta, como por ejemplo imágenes de la esposa golpeada, partes médicos, el veredicto judicial, etc., etc., etc.
Tiempo les sobró para investigar, no fue una sorpresa. Mucho antes de que muriera Villar ya se hablaba de la huelga de hambre y se decía que era un disidente. Sin embargo, otra vez sus adversarios informaron antes que los medios oficiales.
Dice un chiste cubano que si Napoleón hubiera tenido una prensa como la cubana no le habría importado perder la guerra porque ningún francés se habría enterado. Puede que sea cierto pero es algo mucho más difícil de lograr en la era de Internet.
Tampoco se trata de casarnos con la versión opositora porque también está muy politizada. No hace mucho nos informaron sobre el asesinato de otro disidente en la provincia de Santa Clara que posteriormente fue desmentido por la familia y los médicos.
Esta vez los disidentes descalifican de antemano a la madre y la hermana de Wilman Villar advirtiendo que no se les puede creer porque son revolucionarias y, supuestamente, eso las lleva a justificar la muerte del hijo y del hermano.
Según la disidencia, el testimonio de los médicos tampoco es válido dado que hacen lo que el gobierno les dice. Mediante semejante lógica a los periodistas solo nos queda creer en la versión opositora, con la misma fe que nos pide su contraparte.
Hay que reconocer que los disidentes siempre están dispuestos a dar información y que lo hacen más velozmente que el gobierno. Las autoridades no otorgan entrevistas sobre estos temas ni siquiera cuando les conviene como con los indultos de presos.
Pero en este caso se trata de la muerte de un cubano -más allá de cual fuese su ideología y sus delitos- que estaba bajo custodia de las autoridades y a ellas les corresponde explicar a la familia y a la ciudadanía que fue lo que ocurrió.
Los datos oficiales publicados hasta ahora -la causa de la muerte, que no era disidente, que golpeaba a la esposa y que no estaba en huelga de hambre- son meros enunciados que no se acompañan de pruebas que los sustenten.
Y al final todos culpan al mensajero, un periódico de Miami cuestiona «la apatía de más de un corresponsal extranjero» por la muerte de Villar y Granma se indigna porque a «Cuba se le niega el más mínimo espacio en los medios de comunicación internacionales».
Pero la misión de un corresponsal extranjero no es tomar partido en su batalla política sino informar sobre lo que en ella acontece, esquivando manipulaciones para tratar de alcanzar la objetividad e imparcialidad que exige nuestra profesión.