Por Jesús Arboleya – Fuente: Progreso Semanal
La purga ideológica de Donald Trump contemplo la distitución de Rex Tillerson por Mike Pompeo en la Secretaria de Estado
LA HABANA. Para explicar la destitución de Rex Tillerson, Donald Trump adujo la existencia de razones “ideológicas” que lo distanciaban de su secretario de Estado y lo eacercaban a su sustituto, Mike Pompeo, hasta entonces jefe de la CIA.
Vale aclarar que cuando se habla de ideologías en este contexto, no es para recalcar grandes diferencias filosóficas, sino para referirse a la visión de cada cual respecto a la sociedad norteamericana, el papel de Estados Unidos en el mundo y los métodos que debe emplear el gobierno de ese país para imponer su dominio a escala internacional. Sobre todo, se enfrentan dos tendencias divergentes de cara a la globalización neoliberal y su impacto en la economía estadounidense.
La globalización neoliberal no es otra cosa que la liberación del mercado mundial. No se trata de promover la libre competencia, sino de aprovechar la asimetría resultante de las diferencias en el desarrollo económico relativo, para aumentar la rentabilidad capitalista. Estados Unidos fue el gran promotor de la apertura mundial de los mercados porque su desarrollo económico le permitía competir con ventaja. Eso es lo que ha estado y viene fallando desde mucho antes que Donald Trump accediera a la presidencia de ese país.
En los años 70 la emigración de la industria manufacturera norteamericana hacia Europa y Asia era tal, que Nixon decidió imponer un 10% de gravamen a las importaciones. Los precios en el mercado norteamericano se duplicaron, las manufacturas se hicieron menos competitivas y aumentó el desempleo, especialmente en las industrias siderúrgicas y automovilísticas ubicadas en los estados del “rust belt”, los mismos que resultaron decisivos en la reciente victoria de Donald Trump y hoy constituyen el asiento de un sector importante de su base electoral.
Fue la época en que, debido a su alto nivel de competitividad y penetración en el mercado norteamericano, Japón era considerado por muchos como un enemigo de Estados Unidos y tomó fuerza una corriente denominada “neoaislacionismo”, que promovía el repliegue hacia el control del mercado interno. Precisamente lo mismo que ahora pretende hacer Donald Trump con su política proteccionista.
Reagan trató de estimular la economía reduciendo las barreras comerciales con Canadá primero y México después. Este es el origen del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), que fue apoyado por los inversionistas y fabricantes norteamericanos, al mismo tiempo que repudiado por los trabajadores, por lo que implicaba en pérdidas de empleos.
Paradójicamente, tanto en Canadá como en México, la idea provocó la reacción de los productores nacionales que consideraban que serían aplastados por la competencia desleal norteamericana, lo mismo que hoy día arguye Trump en sentido contrario. La razón hay que buscarla en el deterioro de la competitividad de Estados Unidos.
El debate actual se centra en aquellos capitales transnacionales que defienden la globalización neoliberal porque satisface sus intereses y esperan que el gobierno actúe en consecuencia, frente a los que dependen de la protección del mercado interno, ya sea empresarios que quieren eliminar la competencia foránea o empleados interesados en proteger sus puestos de trabajo.
Cuando Tillerson, entonces gerente general de Exxon Mobil, fue nombrado secretario de Estado, la decisión fue interpretada como una señal de moderación y realismo del gobierno de Donald Trump respecto a los intereses transnacionales, por lo que el establishment tradicional se sintió complacido.
Aunque con poco éxito, debido a su propia incompetencia para lidiar con la burocracia gubernamental y la interferencia o el menosprecio del presidente, todo indica que efectivamente esa fue la intención de Tillerson y en ello radica lo que ahora Trump define como diferencias ideológicas entre ambos. Trump tampoco le perdonó que un día lo llamara imbécil ante un grupo de personas, a lo que el presidente respondió ser un genio consistente y demostrado. Desde entonces se sabía que estábamos en presencia de una muerte anunciada.
El nombramiento de Mike Pompeo al frente de la CIA fue un guiño en la otra dirección. Apadrinado por los multimillonarios ultraconservadores David y Charles Koch, los que en su momento se negaron a apoyar a Trump, Pompeo accedió a un escaño a la Cámara de Representantes por Kansas y se convirtió en una de las figuras más prominentes del Tea Party, cuyo apoyo resulta indispensable para Trump en estos momentos. Su estancia en la CIA lo ubica entre los sectores más extremistas y agresivos de la actual administración
Casi junto con Tillerson fue despedido Gary Cohn, consejero económico del presidente, considerado el representante de Wall Street en la Casa Blanca, dado sus vínculos históricos con Goldman Sachs, el principal banco de inversiones del mundo.
Cohn fue el arquitecto de la reforma tributaria, considerada en el único triunfo legislativo del presidente. Sin embargo, fue un opositor al establecimiento de aranceles al acero y al aluminio y, según Trump, en esto consisten sus diferencias ideológicas. En realidad lo son, porque el proteccionismo se contradice con la esencia de la globalización neoliberal. En su lugar fue nombrado Larry Kudlow, un oscuro comentarista económico, vinculado a los grupos más conservadores del país.
Se comenta que la próxima víctima será el general H.R. McMaster, consejero de Seguridad Nacional, considerado otra fuerza moderadora de las tendencias más extremistas del presidente en política exterior. Lo que, según las propias declaraciones de Trump, dejaría el camino abierto para cancelar el acuerdo nuclear con Irán y endurecer las posiciones en Corea del Norte.
También el nombramiento de Pompeo pronostica un mayor protagonismo de los viejos halcones de la política estadounidense hacia América Latina y el Caribe, especialmente contra Venezuela y Cuba, donde la extrema derecha cubanoamericana está altamente representada.
Los recientes cambios decididos por Donald Trump no deben entonces mirarse a la ligera, toda vez que reflejan una tendencia política muy primitiva, que se sostiene a partir de presupuestos en extremo chovinistas, siendo la fuerza —ya sea militar, económica o política— el recurso por excelencia para imponer sus condiciones en la escena internacional.
Hacia lo interno, la xenofobia y el racismo caracterizan a estos grupos, dando forma efectivamente a una “ideología” que no se distancia mucho del neofascismo. Eso es lo que se infiere de la purga ideológica en marcha y es para preocuparnos.
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