La verdad sobre Leopoldo II de Bélgica, el autor del mayor crimen europeo en África

Los crímenes del Monarca cuya estatuas han sido atacadas este fin de semana fueron dados a conocer al gran público por el famoso escritor Joseph Conrad en la conocida novela «Heart of darkness»

Por César Cervera     —    Fuente: ABC

La ola de protestas del movimiento Black Lives Matter vivió este fin de semana un estallido de furia iconoclasta contra personajes históricos considerados racistas, lo que según una visión propia del siglo XXI viene a ser todos… En Bristol (Reino Unido) la estatua de bronce de Edward Colston, un negrero del siglo XVIII, fue derribada y arrastrada hasta el agua, mientras que un monumento en Londres a Winston Churchill, uno de los principales responsables de la derrota nazi en la Segunda Guerra Mundial, fue vandalizado por las opiniones que el estadista británico tenía sobre los negros africanos, a los que situaba en un nivel muy inferior que los blancos anglosajones dentro de las jerarquías raciales.

Winston Churchill | Biography, World War II, & Facts | Britannica
Imagen: Winston Churchill, en su totalidad Sir Winston Leonard Spencer Churchill, (nacido el 30 de noviembre de 1874, Palacio de Blenheim, Oxfordshire, Inglaterra; fallecido el 24 de enero de 1965, Londres), estadista británico, orador y autor que como primer ministro (1940–45, 1951–55) reunió al pueblo británico durante la Segunda Guerra Mundial y condujo a su país desde el borde de la derrota a la victoria. gano la guerra, perdio en la paz.

Churchill era un personaje de su época, que hablaba el idioma de la época en la que le tocaba vivir y que, aunque creía en las jerarquías raciales, no compartía la idea de que a la gente de los escalones inferiores hubiera que tratarlos de forma inhumana o, como defendían tantos líderes totalitarios, exterminarlas. En 1937, declaró en la Comisión Real para Palestina: «No admito que se haya cometido una injusticia contra estos pueblos [los Indios Rojos de América y el pueblo negro de Australia] por el hecho de que una raza superior, una raza de grado superior, una raza con más sabiduría sobre el mundo por decirlo de alguna manera, haya llegado y haya ocupado su lugar».Lo más sorprendente de todo es que el Monarca, perteneciente a la dinastía Sajonia-Coburgo Gotha, no tuvo que disparar una sola bala para hacerse con el Congo

El matiz merece ser puesto en su contexto, en un contexto donde el racismo era admitido incluso en algunas teorías científicas, para comprender el abismo que separa a Churchill de personajes del siglo XX como Hitler o el Rey Leopoldo II de Bélgica que sí abogaban directamente por políticas de exterminio.

¿Quién fue Leopoldo II?

Las estatuas del Rey Leopoldo II de Bélgica en Bruselas, Amberes y Gante también fueron atacadas con pintura por los manifestantes el pasado domingo. Léopold de Saxe-Cobourg et Gothase (1865-1909) auspició durante su reinado que el Congo pasara de una población de 20 millones de habitantes a 10 millones. Lo más sorprendente de todo es que el Monarca, perteneciente a la dinastía Sajonia-Coburgo Gotha, no tuvo que disparar una sola bala para hacerse con este territorio. Leopoldo no heredó o conquistó el Congo (de hecho solo a su muerte se integró en Bélgica), le bastó con convencer a la comunidad internacional de que si le daban su soberanía protegería a sus habitantes de las redes de traficantes de esclavos árabes.

Estatua de Leopoldo II
Estatua de Leopoldo II – AFP

Nada más lejos de la realidad, el verdadero objetivo del belga, que solía definir a su pequeño reino europeo como «Petit pays, petit gens» («Pequeño país, gente pequeña»), era hacerse con una colonia y exprimir hasta la última gota de sus recursos económicos.

Leopoldo supo disimular su afán económico generando una imagen de monarca humanitario y altruista, que financiaba asociaciones benéficas para combatir la esclavitud en el África Occidental y costeaba el viaje de misioneros a esas regiones. En 1876 convenció con su elegancia y buenos modales a un selecto grupo de geógrafos, exploradores y activistas humanitarios en una Conferencia Geográfica, celebrada en Bruselas, de que su interés era «absolutamente humanitario». Fue, además, elegido aquí presidente de la recién creada Asociación Africana Internacional, transformada con el tiempo en la Asociación Internacional del Congo.

Como consecuencia de estos movimientos sibilinos, en febrero de 1885, catorce naciones reunidas en Berlín, y encabezadas por Gran Bretaña, Francia, Alemania y los Estados Unidos, le regalaron a Leopoldo II todo el Congo a través de la asociación que él presidía. Un territorio 20 veces el tamaño de Bélgica, donde se comprometió a «abolir la esclavitud y cristianizara a los salvajes» a cambio de su cesión. Las grandes potencias concedieron al rey de los belgas el Congo, sin saber qué clase de persona era y, sobre todo, porque desconocían el gran tesoro que se escondía entre sus árboles.

Mutilaciones, en nombre del caucho

Además del marfil de sus elefantes, Leopoldo se sintió atraído por el Congo debido a sus grandes reservas de caucho. Durante su reinado se disparó la demanda internacional de goma, que se extraía de los árboles del caucho que se contaba muy numerosos en el Congo. El problema de la recolección de esta materia resultaba la ingente cantidad de mano de obra que se necesitaba y las duras condiciones para estos empleados. Para solventar el asunto, el rey de los belgas diseñó un sistema de concesiones que, en esencia, condenó a la esclavitud a la totalidad de los congoleños.El Monarca hizo del Congo su cortijo particular entre 1885 y 1906, siendo plenamente consciente de lo que estaba pasando en el interior del país.

El explorador Henry Morton Stanley (el primer europeo en recorrer los varios miles de kilómetros del río Congo) y otros enviados del Rey se encargaron, entre 1884 y 1885, de que los jefes indígenas de la geografía congoleña firmaran, sin saberlo, contratos por los que cedían la propiedad de sus tierras a la Asociación Internacional del Congo. En estos «tratados», los caudillos se comprometieron a trabajar en las obras públicas de aquella institución que, creyeron, iban a servir para expulsar a los esclavistas y modernizar el país.

De esta forma tan descarada, Leopoldo II se valió del trabajo local para la recolección del caucho y para que sirvieran a los funcionarios, soldados y policías belgas que vinieron a instalarse en el país. Una esclavitud que ocupaba las 24 horas del día de los congoleños; y que deparaba sádicos castigos para los recolectores que no entregaban el mínimo exigido. El catálogo de violaciones de los derechos humanos podría ocupar libros enteros: desde latigazos, agresiones sexuales al robo de sus poblados. Las mutilaciones de manos y pies dejaron a tribus enteras mancas y cojas, cuando no eran directamente exterminadas aldeas enteras.

El Monarca hizo del Congo su cortijo particular entre 1885 y 1906, siendo plenamente consciente de lo que estaba pasando en el interior del país. Como explica Adam Hochschild en su libro «El fantasma del rey Leopoldo» (Mariner Books), Leopoldo II de Bélgica estaba perfectamente al corriente de los crímenes e incluso llegó a sugerir que se implementaran equipos de niños para que apoyaran el trabajo, de tal modo que miles de menores fueron arrancados de sus familias.

Un niño víctima de atrocidades belgas en el Congo se encuentra con un misionero
Un niño víctima de atrocidades belgas en el Congo se encuentra con un misionero

El sádico Leopoldo no tuvo que realizar ningún disparo para conquistar el Congo, pero ni siquiera debió enfrentarse apenas a resistencia cuando estableció su sistema esclavista, puesto que el Congo se extendía por un terreno gigantesco en el que cada tribu vivía de forma aislada. El historiador Adam Hochschild calculó que murieron diez millones de personas basándose en investigaciones llevadas a cabo por el antropólogo Jan Vansina.

Tampoco se enfrentó a las críticas de la comunidad internacional ni a las de Bélgica, que todavía hoy recuerdan a Leopoldo II como un entrañable estadista. Cuando pastores bautistas norteamericanos lanzaron la primera voz de alarma, la misma propaganda belga que había elevado a Leopoldo II a benefactor de la humanidad salió al paso para llevar las acusaciones ante los tribunales por calumnias. Todavía, en 1889, Leopoldo se atrevería, en un gran ejercicio de hipocresía, a hacer de anfitrión de la Conferencia Antiesclavista.

La tardía respuesta internacional

Debieron pasar años para que Europa y Bélgica empezaran a hacer autocrítica y a asumir los crímenes en el Congo. Los británicos palidecieron al conocer sus salvajes crímenes por un informe de Roger Casement al Foreign Office, pero solo el empeño particular de políticos extranjeros como el vicecónsul británico en el Congo, Roger Casement, o el periodista Edmund Dene Morel, ex-empleado de una compañía naviera de Liverpool, sacaron a la luz el genocidio belga en los últimos años de vida del Monarca. Morel visitó personalmente al presidente norteamericano Theodore Roosevelt para exigirle que su Gobierno hiciera algo al respecto, además de lograr que personalidades como el arzobispo de Canterbury se manifestaran en contra de aquellos horrores.

Los crímenes serían dados a conocer al gran público por el famoso escritor anglopolaco Joseph Conrad en la conocida novela «Heart of darkness» (El corazón de las tinieblas). Por su parte, Conan Doyle, el creador del personaje de Sherlock Holmes, escribiría un opúsculo «Crimen en el Congo» (1909) demostrando su vena más comprometida.

Poco antes de su muerte, Leopoldo legó a Bélgica la propiedad del Congo ante la presión internacional y se estableció una colonia que recibió los problemas estructurales causados por tanto maltrato y tantísimas muertes. La millonaria indemnización posterior de Bélgica al Congo hizo que la empresa esclavista solo le fuera rentable a Leopoldo.

César Cervera

*César Cervera, Licenciado en Periodismo por la Universidad Complutense y Máster ABC. Hoy, redactor en la edición digital del diario ABC, especializado en temas de Historia. Autor de los libros «El Imperio de los Chiflados» y «Superhéroes del imperio». Aprendí en Opinión.

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