Principio y final de una verde mañana

Acaba de terminar la IX Cumbre de las Américas, opacada mediáticamente por el divorcio de Shakira y Piqué. Foto: AFP

escrito por Gustavo Arcos Fernández-Britto 13 junio 2022

Acaba de terminar la IX Cumbre de las Américas, opacada mediáticamente por el divorcio de Shakira y Piqué. Poco pudieron lograr los organizadores utilizando para los discursos el magnífico Centro de Convenciones de Los Ángeles, el mismo que sirve de sede al principal evento de videojuegos del planeta.

Muy cerca de allí, en las colinas, el famoso cartel de Hollywood domina la ciudad. Pudo aprovecharse como decorado ideal para la foto final de los mandatarios, luciendo sus trajes y sonrisas, porque a fin de cuentas la Cumbre es también un show, con todas sus coreografías, sus selectos invitados, prometedoras frases, cenas y pasarelas.   

De este lado también tuvimos espectáculo. El presidente ofreció un discurso ante los representantes de la llamada sociedad civil, esa que según él no fue invitada a la cumbre. Me armé de paciencia y escuché sus palabras porque, gústeme o no su gestión, es el máximo dirigente del país en que vivo. Sé que es difícil mantener la atención pues, como ocurre con otros de su nivel, no sabe improvisar y genera frecuentemente un discurso monótono, reiterativo y poco convincente. Si ellos no parecen creer en lo que dicen, qué podemos esperar de los demás. En cuestión de oratoria la continuidad ha sido un fracaso.

Como se sabe, no fuimos invitados al evento (tampoco Nicaragua y Venezuela) y eso, como es lógico, motivó rechazo y en algunos casos solidaridad entre los países de la región. Hay tanta hipocresía y desprecio acumulados de unos hacia los otros, que realmente no me sorprendió la decisión del mandatario norteamericano, que aplica palos o zanahorias según sea el conejo.

¿Cómo puede hablarse de una comunidad si se parte de exclusiones? ¿Qué sentido tiene «castigar» a los excluidos bajo el argumento de que son «regímenes totalitarios» si los propios organizadores toman una actitud soberbia, de presiones y discriminaciones? Si el respeto a los derechos humanos, las libertades individuales o lo que algunos suelen definir como democracia, fueran realmente cuestiones cardinales a cumplir por los gobiernos asistentes, no se hubiera realizado ni la primera de ellas.  

En lo personal, no creo que este tipo de acontecimientos resuelva ninguno de los agudos problemas que nos acompañan. Alguien decía que para lo único que sirven estas grandes citas o reuniones, era para retardar el exterminio de la humanidad. Algo es mejor que nada.

Frente a las pantallas, los presidentes fruncen el ceño y se ponen serios, ofrecen sus preocupaciones y promesas bajo un estudiado guión. Luego, regresarán a sus naciones y harán lo que quieran o puedan. La mayor parte de ellos solo estará en el poder tres o cuatro años, así que mejor tomarse las cosas con calma porque, probablemente, los compromisos de unos serán anulados por los miembros de los partidos rivales.

Mientras tanto, la dura vida cotidiana de cientos de millones sigue su curso. Dialogar y prometer son cosas buenas, pasos nobles en un camino que no debe despreciarse; pero responder con políticas públicas duraderas, cercanas a las necesidades reales de los pueblos, sería mucho mejor.

La posición de Cuba resultó, como la del propio Biden, bastante ambigua. Sí, pero no. No, pero sí. Primero, protestamos cuando se dijo que no seríamos invitados. Luego, tras la mediación de López Obrador y las presiones de otros mandatarios, Biden titubeo (aún más) pero el presidente cubano expresó que de igual forma no iría aunque se cursara la invitación. Cuando quedó oficializada la absurda negativa del gobierno norteamericano, Díaz Canel y nuestra cancillería emitieron un comunicado que mostraba nuevamente su disconformidad.

Si consideramos que el evento carece de importancia y deviene en plataforma «imperial de dominación», para qué molestarse en ir y armar tanta alharaca si no somos invitados. ¡Olvídalo! Para tus intereses tienes el ALBA, la CELAC, el CARICOM, los NOAL y todas las letras del abecedario para conjugar e inventarte algunos nuevos.

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Mientras ese tira y encoge ocurría, en el tablero de ajedrez político se movían otras piezas. Biden retiraba algunas de las medidas más lacerantes impuestas por Trump contra Cuba. . Imagen: Jefes de Estado de los países que forman la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA), en La Habana, este viernes. (Foto: Palacio de Miraflores)

Mientras ese tira y encoge ocurría, en el tablero de ajedrez político se movían otras piezas. Biden retiraba algunas de las medidas más lacerantes impuestas por Trump contra Cuba. De este lado se aprobaba la primera empresa privada de un ciudadano norteamericano en la Isla, pero, sobre todo, se liberaba a varios de los jóvenes detenidos por manifestarse el 11 de julio. No es gran cosa, pero Despacito es el tema que más se escucha en Washington y en el Comité Central         

En su discurso, Díaz Canel pide respeto hacia las posiciones o tendencias ideológicas de nuestros países como forma de ver al continente en su diversidad, lo que permitiría que cada nación se exprese como mejor entiendan sus ciudadanos. Dice que, aunque existen profundas diferencias ideológicas entre algunos estados, hay que encontrar caminos de interés común para enfrentar las crisis y la desintegración. Desde luego, hay que oponerse a toda homogeneización cultural y generar espacios para el debate y el disenso con soluciones reales, observando cómo, cada día, crecen las desigualdades, miserias y fenómenos migratorios que deben atenderse.

Eso está muy bien, pero presidente, no puede existir una demanda o modo de actuar para el resto del mundo y una deuda siempre pendiente entre nosotros mismos. Candil de la calle y oscuridad de la casa, y es que todas esas acertadas observaciones sobre los otros, pueden aplicarse, letra por letra, al contexto insular.

Hay una cuestión esencial que se llama Ética, pero era verde y se la comieron los chivos. En el discurso habitual de nuestros medios, las frases de los políticos e incluso en la Constitución de la República, se nos habla, una y otra vez, de «principios que no son negociables», una frase que ha sido más horadada aquí que la superficie lunar.

Si resulta inmoral —y así lo expresamos públicamente—, la actitud de un gobierno que tiene un doble rasero para medir sus relaciones o afinidades, no deberíamos nosotros obrar de la misma forma, porque ¿cuál sería el mensaje que estamos ofreciendo? Se dice que los gobiernos no tienen aliados sino intereses. Perfecto, entonces asúmanlo y no me hablen de honestidad, o de valores intocables que la Revolución representa.

En nuestra historia contemporánea existen ejemplos de sobra en que hemos preferido imitar al avestruz, escondiendo la cabeza cuando conviene, y eso no es lealtad sino oportunismo, aunque en ciertos espacios académicos lo llamen geopolítica. Da igual la semántica, los eufemismos o las palabras que se utilicen, a los efectos reales resulta una estrategia igual de sucia y perversa. Con observar la actual posición del país frente a la invasión rusa a Ucrania tenemos un caso.

También se dice por ahí, con mucho acierto, que si no superas a tu enemigo te conviertes de alguna forma en su esclavo. Esa es precisamente una de las mayores paradojas de la Revolución cubana: romper a inicios de los sesenta el ciclo de dependencia crónica hacia Estados Unidos heredado del período republicano, para volver a caer, pasados los años, bajo su égida. Es como aquella canción de Agustín Lara:

Piensa en mí cuando sufras, cuando llores también piensa en mí, cuando quieras quitarme la vida, no la quiero para nada, para nada me sirve sin ti.

Entre Cuba y Estados Unidos se tiende una fuerte historia de amor, pero de esas que necesita de sacrificios y dolor. Eros amordazado, lacerado. ¿Quién se ata a la cama y quién toma la fusta?  En ambos lados del estrecho de la Florida vive una comunidad dividida que no puede existir sin la otra parte. Pendientes de cada gesto, declaración o artimaña política, los cubanos están atrapados desde hace demasiadas décadas en esa telaraña, que desgraciadamente ha acabado con familias enteras, amistades y compromisos.

Se ha impuesto toda una narrativa del odio, descalificación y desmemoria que, en ciertos sectores de las dos orillas, se extremó peligrosamente en los últimos años. Muchos se han empoderado mediática o políticamente con ese drama, utilizando en apariencia el mismo sujeto de preocupación, llamado Pueblo Cubano, y así viven felices de ese cuento.

Por eso, cuando Obama y Raúl decidieron pasar la página de esa retórica de larga e inútil data, saltaron las alarmas en las mansiones de los fundamentalistas de ambos bandos, preocupados por las negociaciones y los acuerdos. Como los extremos terminan por tocarse, sucedió la curiosa situación de que, por primera vez, «los protectores de la fe» unieron sus fuerzas en el mismo bando, porque no hay nada más revolucionario para ellos que mantener el estatus quo. El bloqueo se erige como ficha clave del dominó, que lo mismo sirve para trancar que para ganar. ¡Con la dictadura castrista no se negocia! ¡Con el Imperio que nos oprime, tampoco! Y así, el tiempo pasa y nos vamos poniendo viejos… 

No debemos olvidar en todo esto que la Revolución surgió como proceso emancipatorio que prometía conquistas sociales y transformaciones culturales inéditas en la región. Fue el «faro de libertad» que por años encandiló a millones en todo el mundo, y también a algunos de los nuestros que se quedaron ciegos y no supieron como avivar la llama.

Entonces aparecieron los dogmas, las órdenes, los principios, porque es más fácil reproducir que hacer. Aquella imagen iniciática y rebelde tenía que ser congelada para las postales y los libros de fotos que se ofrecen a los turistas. Todos sus símbolos pasaron a ser codificados, convertidos en trapos, estatuillas, bustos, cuadros en las paredes; encapsulados en filmes, almanaques, carteles o bisutería para los mercados. La Revolución que conquistó las calles ahora solo aparece en un tshirt.

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Todos sus símbolos pasaron a ser codificados, convertidos en trapos, estatuillas, bustos, cuadros en las paredes.

¡Ah!, pero es importante hablar de Martí. Díaz Canel lo sabe y dedica largos minutos de su intervención a recordar las visiones que tenía el héroe sobre las verdaderas intenciones de Estados Unidos hacia América Latina. De nuevo hay que hablar del imperio y su avaricia, viajar siglo y medio atrás para decirnos lo que todos sabemos. Cortina de humo que elude los reales problemas que importan a esa sociedad civil que lo escucha. Como él no convence a nadie, necesita apuntalarse citando a Martí. Cuando no se tiene nada que ofrecer, ofrece al maestro. Es lo que enseñan en la Escuela Superior del Partido «Ñico López».

El presidente habla de luchar contra el pensamiento hegemónico y yo digo, correcto, pero empecemos por casa. ¿O acaso el Partido no impone un pensamiento dogmático y hegemónico sobre nuestros medios? La organización tiene un control total no solo sobre ellos, sino sobre el destino del país. Son jueces y parte que copan prácticamente todos los escaños de la Asamblea Nacional, el poder judicial, el Consejo de ministros, los gobiernos locales y el Tribunal Supremo. Está detrás de cada ley y decreto. Son una ínfima minoría, pero ostentan un poder abrumador. ¡No!, la culpa de nuestros problemas no la tiene el bloqueo, ese nefasto engendro del cual ustedes mismos se sirven.

Algunos de sus cuadros han llegado a decir, sin que les tiemble la voz, que su autoridad es superior a las leyes y a la Constitución. Se muestran desafiantes, se consideran miembros de una organización eterna que vivirá durante milenios, burlándose así de la dialéctica, y de Marx, Engels y Lenin juntos. Y tales disparates debemos escucharlos con frecuencia en los discursos, leerlos en vallas públicas, en nuestras escuelas, en las consignas que se escriben y reproducen por doquier. Pretenden que el pueblo lo acepte y acate sin chistar. Si esa es la Revolución, han engañado a todos los que un día dieron su vida por ella.

¿Qué puede ofrecerle realmente este gobierno al pueblo como alternativa moral, si solo reproduce el mal que dice desterrar? No se puede cuestionar la violencia de otros gobiernos contra sus ciudadanos, si el nuestro también la ejerce contra los suyos. ¿Por qué resultan justas las demandas y marchas por mejoras salariales, laborales, estudiantiles, campesinas o de cualquier naturaleza en Chile, Colombia, México o Brasil, y contrarrevolucionarias o «financiadas por el enemigo» si se producen por similares cuestiones en Cuba? ¿Cuál es el punto de aplaudirlas en unos y rechazarlas en otro?

¿Por qué Estados Unidos (que es «el país donde crece el mal») debería respetar a las naciones y modelos sociales diferentes, si nuestro gobierno («ejemplo imperecedero de humanismo») es incapaz de hacer lo mismo con sus propios ciudadanos, y castiga severamente a todos los que piensan o desean un país diferente?

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¡Es que ni siquiera se acepta ya un debate público sobre el amplio espectro que pudieran cubrir esas diferencias! Las recientes «acciones» operadas contra la plataforma digital de izquierda Alma Mater, son reflejo de los serios problemas que tiene el Partido para procesar las críticas y análisis sobre la realidad cubana, no importa si son generados desde sus propias filas. ¿Se supone que eso sea revolucionario?

Hace rato no somos el país que decimos ser, y cada día estamos más lejos del que quisiéramos. Nuestros científicos fueron capaces de crear tres vacunas en tiempo récord, salvando con ellas miles de vidas en medio de una pandemia universal, lo cual es admirable. Nuestros políticos en cambio, con todo el tiempo y los recursos a su disposición, son incapaces siquiera de gestionar una eficaz cosecha de papas, para no hablar del azúcar, cuya última zafra fue de las peores en más de un siglo.

¿Por qué si tenemos el proyecto «más justo y humano que ha conocido la historia», cien mil de nuestros hijos lo han abandonado en un año? El presidente se refiere a los miles de migrantes que conforman ahora mismo las caravanas que avanzan por toda Centroamérica. Pero obvia el detalle de que entre ellos hay no pocos cubanos, nacidos y crecidos bajo la Revolución. ¿Locos desquiciados? ¿Suicidas? ¿Gente simple que no ve más allá de sus narices?

Ahora los nuestros comparten por un tiempo la misma suerte de hondureños, mexicanos y salvadoreños; que deben enfrentar a coyotes o traficantes, sortear la muerte cruzando ríos o selvas, dormir a la intemperie en tiendas improvisadas, aeropuertos y carreteras o en algún cayo perdido en el medio del mar, muy lejos de su patria y familias. Hay toda una tragedia humana aquí, de la que no somos ajenos pero de la que poco se habla. Ellos han empeñado sus ahorros, vendido sus casas y propiedades, sacrificado todo tipo de cosas, encontrando en la huida su única alternativa de cara al futuro.

En mayo de 1959 Fidel promulgó la Ley de Reforma Agraria, que hacía justicia al entregar la tierra a los campesinos, acabando con latifundios y empresas transnacionales. Fue un gran paso en la Revolución. Luego de seis décadas, esa tierra sigue sin producir ni satisfacer las demandas alimentarias mínimas de la población. Entrampada en su propia y extraordinaria burocracia, somos hoy una nación endeudada, ineficaz y dependiente, secuestrada por las fuerzas más conservadoras de ese Partido único. La Revolución no existe, y no por culpa de Estados Unidos, sino de ustedes que acabaron con ella.

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AUTOR

GUSTAVO ARCOS FERNÁNDEZ-BRITTO. Habanero, Licenciado en Historia del Arte por la Universidad de La Habana, crítico de cine, docente, conferencista, jurado en festivales de cine, Gustavo Arcos Fernández-Britto (1965) es, hoy por hoy, un polémico animador del ambiente cultural cubano. Su intensa actividad intelectual lo ha llevado a Estados Unidos, Francia, España, Brasil, Noruega, México, Suecia y Alemania. Desde 1999 es profesor en la Facultad de las Artes de los Medios de Comunicación del Instituto Superior de Arte (ISA), donde enseña Cine y sociedad en Cuba.Profesor y critico de cine. Especializado en cine y sociedad en Cuba.

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