«Cambiamos o nos hundimos»

por Domingo Amuchastegui. «Cambiamos o nos hundimos», sentencia que anunciaba profundas transformaciones, fue pronunciada por Raúl hace más de una década. Un poco después, Fidel Castro sentenciaba al referirse al socialismo: «Esto no nos sirve ni a nosotros…». Semejantes afirmaciones —además de ser verdades indiscutibles— parecían prometer cambios significativos. Falso. Ha ocurrido todo lo contrario.

 por Domingo Amuchastegui

«Cambiamos o nos hundimos», sentencia que anunciaba profundas transformaciones, fue pronunciada por Raúl hace más de una década. Un poco después, Fidel Castro sentenciaba al referirse al socialismo: «Esto no nos sirve ni a nosotros…». Semejantes afirmaciones —además de ser verdades indiscutibles— parecían prometer cambios significativos. Falso. Ha ocurrido todo lo contrario.

Hoy nos asomamos a una realidad que insinúa, dolorosamente, un señalado revés. El 11 de julio e incidentes posteriores marcan el hundimiento del viejo modelo sobre el cual quiso perpetuarse una experiencia agotada.

Examinemos algunos puntos clave:

1. No le concedo el mérito a EE.UU.; al Miami cubano; a la oposición pagada (como siempre la he caracterizado) que lleva más de seis décadas tratando de hacer reventar el país cual olla de presión (tesis propugnada desde 1960); y tampoco a los delincuentes que siempre acompañan semejantes estallidos sociales, de ser los gestores e inspiradores del 11/7/21.

En especial, dejemos de echarle la culpa de todos nuestros males al imperio. Desde Washington hasta la Calle 8, y a los asalariados en la Isla; a todos los tomó por sorpresa los hechos de ese día, como también ocurrió con los gobernantes cubanos. Obviamente, los factores hostiles de inmediato tratan de capitalizar lo ocurrido por medio de su andamiaje mediático.

2. Sustento el criterio de que lo ocurrido es, típicamente, una explosión social espontánea de considerable extensión, que abarcó numerosas provincias y ciudades e involucró a miles de personas. Se aprecia en ella una composición social donde se distinguen zonas y barrios de reconocida pobreza y en la que sobresalen negros y jóvenes, pilares de la revolución en décadas pasadas.

No han faltado expresiones de una  suerte de neo-anexionismo, al enarbolar no pocos símbolos de EE.UU., en tanto que en las calles de Miami se pedía, una y otra vez, la intervención por parte de Washington, cual suma absoluta de todas las soliciones.

.Cambiamos (1)

Cubanos en Miami piden la intervención tras las protestas del 11-J (Foto: Pedro Portal/Miami Herald)

3. Por otro lado, ambas partes reclaman el monopolio del término pueblo. Gran error. Amplios segmentos de pueblo se hallan a ambos lados. Hay miles de cubanos protestando y miles todavía del lado del gobierno; un escenario que recuerda aquello de «masas contra masas». Una tal polarización se  deriva de la actual situación de penurias, escaseces extremas, falta total de alicientes (tanto materiales como socio-culturales), la dolarización (más allá de lo habitual en el contexto cubano) y, en particular, la reacción frente a los efectos del llamado «Ordenamiento».

 A esto último le concedo especial importancia. Durante treinta años se dijo y repitió que la dirigencia cubana nunca aplicaría una «terapia de choque», pero, en la práctica, el «Ordenamiento» se tradujo precisamente en una monumental «terapia de choque» que dejó a la inmensa mayoría de la población en una situación en que precios y salarios devenían categorías antagónicas, alimentada por una hiperinflación.

4. La informatización y las redes sociales introdujeron una dinámica multiplicadora y súbita sin precedentes, que se trató de silenciar por parte de los monopolios cibernéticos del Estado. Esto fue un acto inútil y de cobardía política.

¿A quién beneficia el cierre de Internet y otros servicios? ¿Al gobierno cubano? Ciertamente no. Beneficia a los oponentes y desacredita al que lo hace.

5. La responsabilidad esencial de todo esto descansa en la resistencia institucionalizada a cualquier cambio significativo, con enfoque abarcador y que suponga un rediseño integral del modelo probadamente inoperante que ha descansado en un conjunto de dogmas absolutistas-estatistas como Partido-Estado, Partido de la Nación Cubana, totalmente inadecuados y superados tras sesenta y dos años del triunfo revolucionario.

La urgencia de semejantes cambios se hizo patente en 1980 con el episodio del Mariel. Nada se hizo, se trató de descalificar a todos como «escoria», y la rigidez del sistema se reforzó. La llamada Rectificación de Errores de 1986 originó esperanzas de cambio, pero sin aportar nada efectivo. En 1991, previo al IV Congreso del Partido, se suscitó una ola de propuestas de cambios radicales en el momento de la discusión del Llamamiento al IV Congreso.

La respuesta de la dirección del Partido fue de rechazo total y severas recriminaciones y advertencias. Una vez más, esta dirigencia liquidaba toda posibilidad de cambio, incluyendo la expansión del proceso de Perfeccionamiento Económico por ellos promovido y que era propugnado por las FAR desde inicios de los ochenta.          

6. Con el desplome del socialismo real y de la Unión Soviética (1989-1991), se presentó la coyuntura idónea para impulsar una remodelación abarcadora; sin embargo, no se hizo cosa alguna, sino que se profundizaron los mecanismos absolutistas, el abroquelamiento. La adopción de algunos parches, aquí o allá, poco lograban en la ya urgente necesidad de transformaciones profundas.

El argumento de que «si aflojamos, la situación se nos va de las manos», prevalecía una y otra vez. Mientras, se hacían cada vez más visibles —deviniendo comidilla popular— la corrupción y enriquecimiento de muchos dirigentes, sus hijos y nietos —incluyendo cuentas y viajes al extranjero— y, con ello, un desgaste acentuado de la autoridad moral que debe distinguir a cualquier dirigente.

7. Los dirigentes cubanos empezaron a vivir de espaldas a la realidad, rehusando percibir que las épocas y valores habían cambiado, que las generaciones más jóvenes ya no eran los entusiastas revolucionarios de los sesenta ni los obedientes militantes de otras décadas; que sesenta años no transitan por gusto y que los mecanismos de comunicación e interconexión de una generación a otra se modifican raigalmente. Para estos dirigentes, el tiempo al interior del país parecía haberse detenido.

8. A la altura del VI Congreso del Partido parecieron soplar vientos de cambios, pero sin culminar en nada real. El VII Congreso se traduciría en la supresión de tales posibilidades y una fuerte contracorriente a algunas de las medidas o parches Una vez más se imponía la marcha atrás.

9. Llegó entonces el VIII Congreso (abril del 2021) sin que se construyeran amplios debates y consensos preliminares, a pesar de que los niveles de pobreza y carencias alcanzaban niveles insospechados y de una gravedad casi imposible de imaginar, empeorados por la guerra económica de Trump y la pandemia. El VIII Congreso pudo representar el hito o viraje hacia una ruta de transformaciones profundas. Pero no fue así.

Cambiamos (3)

El presidente Miguel Díaz Canel en su discurso durante el VIII Congreso del Partido (Foto: Estudios Revolución)

Fue esta la última posibilidad que hubiera podido tal vez apaciguar las tensiones y alentar la remodelación. Y todo esto es lo que conduce directamente al estallido social del 11 de julio, sus secuelas y ulteriores y renovadas tensiones, interrogantes e incógnitas.

10. ¿En qué direcciones se proyectan tales tensiones, interrogantes e incógnitas? Lo primero y más urgente a definir es: ¿colapsa el gobierno? Categóricamente no… por ahora. Pero su imagen interna e internacional, su prestigio y legitimidad se han visto seriamente erosionados; no volverá a ser lo mismo ni remotamente; el estigma del 11 de julio será imborrable.

11. Serán su disposición y capacidad para rediseñar integralmente el sistema las que digan la última palabra. Un factor agravante a tomar en cuenta y que limita en extremo cualquier diseño de cambios es que el gobierno cubano enfrenta una situación notable de bancarrota, endeudado en extremo en todas las latitudes (Club de París, China y Rusia), es un paria en las relaciones financieras internacionales.

Dicha situación se agrava tras el 11 de julio, pues a los ojos de potenciales inversionistas y turistas, una situación como esa no es nada atrayente. En un contexto tal, únicamente cabe acometer el rediseño integral en el orden interno y de cara a la inversión extranjera y a la reinserción de Cuba en las instituciones financieras internacionales, si es que se desea asegurar flujos de capital y tecnologías a mediano plazo.

12. A corto plazo habrá que hacer maravillas en materia de política agraria; de pleno y fácil acceso de las MPYMES a todas las actividades, su respaldo financiero sin asfixias fiscales; sustancial reducción del monopolio estatal y muchas otras que, repetidamente, han sugerido y aconsejado economistas cubanos. No se trata de parchecitos como los adoptados en estos días (cero restricciones a los viajeros cubanos que traen mercancías para familiares y pequeños negocios, pagos a plazo y otros) que parecen sacados de una tienda de antigüedades y que eran urgentes desde los ochenta.

13. Y si unido a esos hipotéticos cambios, se produjera el milagro de alguna mejoría de relaciones con EE.UU. —que parece difícil con Biden pues su administración busca a cualquier costo el colapso del gobierno cubano con el fin de ganar la Florida para su Partido— y una igual mejoría de la pandemia, entonces mejorarían las cosas, pero nunca a corto plazo. No es ni siquiera previsible en un tiempo cercano llegar a los cinco millones de turistas ni tampoco a un flujo de 600 mil cubanos como visitantes.

14. El corto plazo será el que decida, y lo hará sobre la olvidada premisa de que: «Cambiamos o nos hundimos».

Share this post:

Recent Posts