escrito por Ivette García González
La paz y tranquilidad ciudadanas de que se habla en Cuba, es la paz de los sepulcros. Tomo prestado ese título del escritor mexicano Jorge Volpi (1968) para resignificarlo. Aquello que en su novela constituye el hilo central —la corrupción—, en la Isla es apenas un rasgo. Nuestro problema es más serio.
La sociedad cubana está corroída en todas sus esferas. El modelo social no solo quebró sino que, en su agonía, muestra a un gobierno que miente con desfachatez, se aferra a lo que queda de sus bases cautivas y reprime con impunidad cualquier disenso. Tanto los cautivos —cada vez menos— y los que disienten —que se incrementan—, como los que optan por el silencio y voltean la mirada para sobrevivir, estamos en los sepulcros.
«Paz y tranquilidad ciudadanas» ha sido una expresión recurrente durante las últimas semanas como recurso para criminalizar la protesta en Cuba. Lo repiten el gobierno y sus bases: medios de comunicación tradicionales y alternativos, dirigentes en diversos niveles vestidos de pueblo para la ocasión, ciudadanos organizados a su favor, y otros reproductores acríticos del continuismo.
Parte de los ciudadanos que forman las supuestas bases de apoyo al poder están siendo usados, incluso en prácticas con ribetes fascistas. Se hacen notar y crean alarma no solo por los simbolismos que asumen —pañuelos rojos mediante—, sino porque sirven directa e indirectamente al ejercicio de la violencia política y son ensalzados oficialmente.
Se saltan a diario los límites de la honestidad y la decencia. Ejemplos hay de sobra, como una carta pública del 15 de noviembre difundida el 17 por el grupo Mayabeque team vs Fake New bajo el título «Respuesta popular ante las acciones del sacerdote Kenny Fernández Delgado».
Es del poblado de Aguacate, municipio Madruga, provincia Mayabeque. Está dirigida al cardenal de la Iglesia Católica en Cuba y rechaza la postura del Padre Kenny, cuyo delito fue caminar por las calles obsequiando flores blancas. Ha tenido escaso eco y, salvo un comentario que la avala, en el resto se aprecia el rechazo a la misiva, la solidaridad con el sacerdote y la certeza de que no es el pueblo sino la fórmula habitual del Partido/Gobierno/Estado para hacer pasar por «iniciativas populares» sus decisiones.
-I-
Cuando Cuba reabrió sus puertas al turismo e inició el curso escolar el lunes 15 de noviembre, un espectáculo esperaba a los turistas y al pueblo. Actividades culturales en espacios públicos; fiestas; un presidente rozagante, junto a su esposa, dándose un baño de pueblo joven (con pañuelos rojos) en el Parque Central, al pie de la estatua del Apóstol; música en calles y plazas; actividades infantiles subvertidas por histéricos mítines de «reafirmación revolucionaria», venta de comestibles en parques y otras coloridas festividades.
No pude menos que recordar algunos filmes y series —Queridos camaradas, Good Bye Lenin y Chernóbil, por ejemplo—, que guardan para la historia ese mal congénito de la hipocresía y el ocultamiento de la realidad del llamado «socialismo real», en variante tropicalizada.
Aunque ya es difícil vivir en la Isla y no enterarse de las cosas que pasan en el país real, todavía es posible cierto camuflaje dadas las enormes capacidades de un gobierno que controla la vida privada de las personas.
Influyen en ello varios factores, no solo el limitado acceso a internet y su control por el Estado. También se evidencian efectos psicológicos adicionales en los reprimidos. El aislamiento social y el cariz fascista de la violencia política inducen a los ciudadanos —a veces de modo inconsciente— a retraerse y perjudicarse más: para evitar nuevos rechazos, no parecer que influyen en las ideas de otros, o no complicar a los demás y evitar sentimientos de culpa.
-II-
Si Cuba sigue mostrando —sobre todo para quienes añoran verla— la imagen de un pueblo feliz y heroico en los medios nacionales e internacionales, a los turistas y brigadas de solidaridad que vienen una vez al año por dos o tres semanas; es por la combinación de la naturaleza represiva y manipuladora del poder, largamente entrenado.
Todos los visitantes hubieran visto a cientos de cubanos manifestarse pacíficamente contra la violencia, reclamando derechos para todos, libertad para los presos políticos y solución de las diferencias por vías pacíficas y democráticas. El gobierno no podía permitirse semejante espectáculo. Había que mantener la fachada a como diera lugar. Ahí estaban el enemigo imperialista, la CIA y el bloqueo, que también —según Silvio Rodríguez en reciente entrevista— justifica que los cubanos tengamos que aceptar vivir bajos tales condiciones.
Haciendo gala del carácter despótico y abusivo mostrado sin disimulo desde el estallido del 11-J, la represión en Cuba mostró métodos tradicionales, pero inéditos para la mayoría de la población. Dejó de ser selectiva para ser masiva y comenzó a perfilar mecanismos perversos que se incrementan cada día.
Todavía de esas jornadas guardan prisión cientos de jóvenes y no tan jóvenes en las cárceles, hemos visto desde fabricación insólita de delitos hasta violaciones de derechos humanos multiplicadas.
Solo como muestra refiero —de la ingente labor del equipo multidisciplinario femenino Justicia 11-J—, la develación de muchos casos que han podido rastrearse a pesar de la habitual falta de transparencia del gobierno. Uno que se hace viral en las redes y debería ser una vergüenza y una preocupación para todos los cubanos, es el de los niños presos del 11-J. Al parecer, de poco ha servido el reclamo a las autoridades cubanas por parte de UNICEF.
La escalada represiva se incrementó sobremanera desde que los promotores de la marcha pacífica convocada para el 15-N la comunicaran al gobierno. En virtud de la situación, Archipiélago decidió constituir, el 24 de octubre, una Comisión de Apoyo y Protección a los Manifestantes 15N, que funcionó como representación suya en el exterior.
Una de sus principales labores fue monitorear la represión y emitir informes periódicos dirigidos a organismos internacionales, medios de comunicación, fuerzas políticas y organizaciones de la sociedad civil internacional. Sobre esto escribiré con mayor detalle próximamente, pero adelanto que el estado de terror impuesto por el Partido/Gobierno/Estado resulta hoy más evidente para una parte significativa de la ciudadanía y la comunidad internacional.
Esa fórmula es finita, solo prolonga la agonía de ciudadanas y ciudadanos, no por convicciones o ideologías, sino por la naturaleza opresiva del modelo y los intereses de la clase en el poder.
El mensaje político de la novela de Volpi tiene dos partes y ambas se pueden leer desde Cuba, una para confirmar y otra para subvertir. La primera: «la inevitable sospecha (certeza) de que todos nos mienten», arraiga cada vez más en la ciudadanía. La segunda: «en política siempre ganan los malos», que es el consejo del padre al periodista (personaje principal de la trama); está por ver. Nos hallamos en un punto de no retorno. La paz de los sepulcros nunca ha sido aceptable para nadie.
AUTORA
*Ivette García González, La Habana, 1965. Doctora en Ciencias Históricas por la Universidad de La Habana (2006), Profesora Titular por el Instituto Superior de Relaciones Internacionales (ISRI) “Raúl Roa García” e Investigadora Titular del Instituto de Historia de Cuba. Actualmente docente e investigadora de la Casa de Altos Estudios Fernando Ortiz de la Universidad de La Habana. Autora de varios libros. Fungió como diplomática en la Embajada de Cuba en Lisboa (2007-2011). Preside la Sección de Literatura Histórica y Social de la Asociación de Escritores de la UNEAC y es miembro de la Asociación Cubana de Naciones Unidas (ACNU), de la Unión de Historiadores de Cuba (UNHIC), la Asociación de Historiadores Latinoamericanos y Caribeños (ADHILAC) y la Sociedad Económica de Amigos del País (SEAP).
Para contactar con la autora: [email protected]