El enemigo

Por Harold Cárdenas,  Fuente  LJC

La época donde el acoso extranjero al socialismo era nuestro mayor problema, ya pasó. El tiempo en que personas adversas al sistema político imperante ponían en crisis la estabilidad nacional, ya no existe. Bienvenidos al mundo donde nuestro enemigo somos nosotros mismos y tan peligroso como el asedio, son los muros construidos para protegernos.

La política de acoso estadounidense a Cuba no funcionó, aprendimos a lidiar con ella. Fue así hasta el acercamiento estilo Obama, necesario y peligroso a la vez. La posible hostilidad de Trump es un escenario en el que se tiene experiencia interna, su antecesor planteaba desafíos mayores. La “normalización” tuvo detractores en ambas orillas: los que lucran con el bloqueo o no lo padecen, y quienes se acostumbraron a vivir con un enemigo al punto de necesitarlo. Mucho antes que el muro de Trump, el norte creó una pared que nos marginó del mundo, pero también a ellos de nosotros. Enemigo a raya.

La disidencia cubana no existe, se hundió por su propio peso. Nunca hubo condiciones para el levantamiento social que deseaban, nunca pudieron sobreponerse a su dependencia de otras naciones, no lograron liderazgo real ni base social. Yoani Sánchez, bandera del movimiento opositor, fue aniquilada como bloguera cuando ocurrió una explosión de blogs en Cuba, debió emigrar al periodismo para no languidecer. El día que nuestra prensa supere sus limitaciones gratuitas, no le quedará ni eso. Enemigo neutralizado.

A juzgar por los acontecimientos de los últimos años, muchos ataques contra el proyecto socialista cubano no se producen fuera, son producto de los anticuerpos creados contra las amenazas mencionadas anteriormente. Nuestra incapacidad de perfeccionar el discurso político y generar consenso, nos pasa factura. El enemigo nos encerró en esta isla, sopló y sopló como el lobo de un cuento infantil, sin mucho resultado. Pero al igual que El señor de las moscas, terminamos por atacarnos entre nosotros mismos, en busca de los enemigos que hay y los que no.

La noción de “el enemigo” cobró vida propia, se utilizó con tanto entusiasmo y frecuencia que tuvo un desgaste inevitable. El enemigo es el hombre del saco, la frase que ridiculizan los humoristas, el adjetivo que permite etiquetar una persona y convertirla en socialmente radiactiva, aunque no lo amerite. Tuvo la misma suerte del “bloqueo”, lo peor es que ambos existen y son reales, pero pierden su capacidad de alerta política en manos de quienes abusan de ellos para justificar incapacidades propias.

No todos son el enemigo, este no está en todas partes, la paranoia es tan mala consejera como la ingenuidad. No todo el que discrepa contigo es tu opuesto tampoco, la dialéctica hegeliana explicó hace siglos cómo sin lucha de contrarios no se genera desarrollo. Lo ideal es no tener enemigos sino adversarios, con estos las diferencias no son irreconciliables, ese debe ser un objetivo de ambas partes. Debemos ver más allá de diferencias ideológicas, ningún país puede ser el enemigo porque en ninguno todos piensan igual o coinciden con todas sus políticas gubernamentales, mucho menos el país de Trump donde la mayoría se opone ya al bloqueo.

El socialismo cubano sí tiene enemigos políticos, pero también tiene adversarios, tiene defensores y tiene otros que ojalá no lo defendieran. Tenemos todo eso, bienvenidos a la Cuba del siglo XXI.

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