Por Jorge I. Domínguez – Cortesía de Espacio Laical
La Iglesia Católica en Cuba ha vivido una notable transformación durante el pasado medio siglo. En los años 60 el gobierno combatió contra ella, deportó a más de cien sacerdotes y amenazó a muchos otros más, induciendo a éstos y a cientos de miles de católicos cubanos al exilio. Ya en los 70 muchos en Cuba y fuera de Cuba dieron a la Iglesia por muerta, muerte que para algunos de sus críticos se merecía la Iglesia en Cuba.
Resucita esa Iglesia, primero paulatinamente y posteriormente con más fuerza. Una importante señal fue ya evidente a mediados de los años 80, es decir, la Reflexión Eclesial Cubana seguida por el Encuentro Nacional Eclesial Cubano. Fueron las múltiples discusiones en múltiples ámbitos una oportunidad para que los católicos en Cuba se encontraran, dialogaran, compararan sus experiencias y sus esperanzas, y opinaran colectivamente sobre los grandes asuntos de la Iglesia y la nación cubana.
Los documentos del Encuentro Nacional señalan, como era de esperarse, una preocupación con relación a la vida de la Iglesia misma, su doctrina, la fe, las posibilidades de ejercer el cristianismo en Cuba frente a múltiples dificultades, y la relación entre la Iglesia en Cuba y la Iglesia universal. Además, en tono respetuoso pero claro y firme, los documentos del Encuentro Nacional formulan las críticas pertinentes con relación al ámbito nacional, la Iglesia y el Estado, las políticas que impiden ejercer la libertad, no solamente la libertad religiosa, y las lacras evidentes en la sociedad cubana. Como es igualmente apropiado en un documento de esa índole, se toma nota, se celebra cuando es loable, y se promueven cambios positivos que también eran evidentes en la vida nacional.
Esta nueva etapa de la vida de la Iglesia en Cuba era notable por tres razones, que distinguían a esa Iglesia de la Iglesia en Cuba antes de 1959. Primero, en los años 80 la Iglesia en Cuba carecía de propiedades más allá de sus templos y algunos pocos edificios adicionales, entre ellos algunos asilos de ancianos. Ya la Iglesia y las órdenes religiosas no eran dueñas de colegios, universidades, hospitales, clínicas, casas de beneficencia, o cementerios, ni era la Iglesia capaz de influir en la sociedad o sobre el Estado mediante su riqueza material. La Iglesia en Cuba ya era materialmente pobre. Segundo, el Estado pre-revolucionario era laico, y sus relaciones con la Iglesia eran de cuando en cuando difíciles, pero por lo general ser considerado católico era socialmente útil. En los años 80, por el contrario, ser considerado católico era un factor socialmente contraproducente, que dificultaba el ingreso a las universidades por parte de los jóvenes o el ascenso a cargos profesionales responsables en diversas ocupaciones. Ser católico implicaba costes en otras dimensiones existenciales. Muchos padres y madres no bautizaban a sus bebés.
De ahí la tercera gran diferencia. Los católicos en Cuba en los años 80 lo eran porque deseaban serlo. Los nacidos en familias católicas tenían que optar por una vida en fe a pesar de todos los inconvenientes. Y, ya en los 80 y mucho más en el próximo cuarto de siglo, muchos decidieron hacerse católicos como adultos. La voluntariedad de pertenencia, a pesar de los costes de la misma, es un rasgo clave de la Iglesia contemporánea en Cuba, que la distingue de su pasado y de la gran mayoría de sus hermanas Iglesias en el resto del continente.
Era, pues, una Iglesia asombrosamente bien preparada para un cambio que nadie esperaba, es decir, el derrumbe de la Unión Soviética y de los gobiernos encabezados por partidos comunistas europeos. Surge en Cuba un mundo de duras escaseces para todos, y de ajustes dolorosos para la inmensa mayoría de sus conciudadanos. Es una Iglesia que, todavía con muy pocos sacerdotes, se encuentra con un gran auge del número de adultos que -¡voluntariamente!- desean ser católicos, conocer la fe, y participar en sus sacramentos, aunque carezcan de una previa educación en la fe. Es esa misma Iglesia que, de pronto, observa que su Catedral de La Habana se convierte en parada obligatoria para muchos grupos de turistas. Es una Iglesia que, sobre todo en los años 90, sufre enfrentamientos entre los católicos “de siempre” y los católicos recién llegados.
La carta pastoral El amor todo lo espera retoma los puntos fundamentales de los documentos del Encuentro Nacional Eclesial Cubano de pocos años antes, pero de una era que ya parecía distante, y los actualiza para una Cuba económicamente devastada en 1993. Reaparecen, aunque con mayor detalle, las críticas a la relación entre la Iglesia y el Estado, se toma nota de los cambios a la Constitución y los Estatutos del Partido Comunista que buscan eliminar o por lo menos reducir la discriminación contra los católicos, y, nuevamente de forma respetuosa aunque clara y firme, se plantean agudos problemas de presos políticos, exilio, y la falta de una amplia gama de libertades.
Le sigue el crecimiento demográfico de esta Iglesia de membrecía voluntaria, la visita de dos Papas, el aumento paulatino del número de sacerdotes y monjas, la ampliación de espacios públicos para ejercer la fe religiosa, y el desarrollo de mecanismos de comunicación entre personalidades de la Iglesia, el Estado, y el Partido para prevenir conflictos innecesarios y resolver los necesarios.
Consecuente con la Doctrina Social de la Iglesia y la obligación, ejercida por siglos, de comunicarse no solamente con sus fieles sino además con todo el mundo – inclusive con sus adversarios – es igualmente asombroso el desarrollo de Cáritas a lo largo de las diócesis en Cuba, gracias a la colaboración internacional que auspicia la Iglesia, y que solamente ella puede canalizar. No menos asombroso es el desarrollo de las revistas diocesanas, con diversos recursos y propósitos, pero tomando nota en particular de Palabra Nueva y Espacio Laical que se convierten en foros de discusión de los grandes asuntos de la Iglesia y la nación, función imprescindible ya que ni los primeros ni siquiera los segundos asuntos reciben el trato que se merecen en otros medios de comunicación.
Esa Iglesia ha resucitado gracias a la labor de conocidos y desconocidos. Ha resucitado a pesar de que muchos, que deberían ser sus más entusiastas amigos en la orilla norte del Estrecho de la Florida, no la han apoyado. Ha resucitado a pesar de que el Estado y el Partido Comunista no han permitido por el momento que florezca una sociedad civil, independientemente organizada y plural, y mucho menos ha permitido que se expresen, con claridad y facilidades de difusión, ideas políticas de crítica y oposición a las políticas del gobierno y del Partido. Esa Iglesia, por el momento todavía sola, es el corazón de las esperanzas de una sociedad que busca una apertura plural y democrática. Y puede ser interlocutora de un gobierno y un Partido pocos acostumbrados a un diálogo francamente libre y abierto a todos.
Esa Iglesia ha resucitado en gran parte por la magna labor de mi admirado amigo, el Cardenal Arzobispo de La Habana, Jaime Ortega. Es por eso que lo invité personalmente para que visitara la Universidad de Harvard, y se reuniera con profesores y estudiantes. Es por eso que, acompañado por el Cardenal Arzobispo de Boston, Sean O’Malley, participó en una discusión, abierta a todo público, en el Foro de la John Kennedy School of Government, el principal Foro en Harvard para la discusión de asuntos de interés general. El cardenal Ortega expuso sus ideas sobre la Iglesia en Cuba, las circunstancias del país, y enraizó sus reflexiones en su fe católica. Hubo en ese Foro una discusión franca aunque siempre respetuosa de muy diversos temas, incluyendo preguntas que planteaban sin rodeos críticas al papel público de la Iglesia en Cuba y del Arzobispo de La Habana. Contestó el Cardenal de una manera igualmente franca y respetuosa.
Siempre es bueno y saludable, en un mundo libre y democrático, que se expresen coincidencias y divergencias. Así ocurrió entre el cardenal Ortega y esos estudiantes en Harvard. Así debe ocurrir en Cuba y donde quiera que vivan quienes se consideren cubanos. A diferencia de quienes gritan, insultan, tergiversan, y abusan de su posición mediática, el cardenal Ortega participa de intercambios que incluyen a sus críticos, y responde tomando muy en serio los criterios de todos.
La Iglesia en Cuba ha resucitado. El liderazgo pastoral y social del Cardenal Arzobispo de La Habana ha sido un factor clave en esa resurrección. Ha abierto las puertas de prisiones y las puertas de un futuro mejor. Precisemos los notables avances ya logrados. Intentemos consolidarlos. Expresemos nuestras coincidencias y divergencias cuando las hay, pero con el contenido y tono que se merece todo ser humano. Mucho se ha logrado ya, y más se puede lograr, persistiendo en una línea evangélica serena y positiva, gradual e incluyente, comprometida con la paz y los medios pacíficos, que busca así una reforma del Estado nacional y una ciudadanía que sea capaz de ejercer, verdaderamente, por fin, y después de imprescindibles reformas todavía pendientes, las libertades que enuncia la Constitución de la República, en un sistema político que debería ser verdaderamente democrático.
Jorge I. Domínguez es un educador y escritor cubanoamericano. El Dr. Domínguez también es vice rector de Asuntos Internacionales, el Antonio Madero Profesor de Política y Economía Mexicana y Latinoamericana, y jefe de la Academia para Estudios Internacionales y de Áreas de Harvard, y Asesor Principal de Estudios Internacionales para el Decano de la Facultad de Artes y Ciencias de la Universidad de Harvard.