Realidades incómodas

La prensa cubana —es decir, los que la dirigen—, es una gran culpable de la ventaja que tienen hoy las redes sociales. Durante años escuchamos los discursos de altos dirigentes demandando una prensa más crítica y un cambio de mentalidad.

Por Alina B. López Hernández — Fuente: Joven Cuba

Hace dos años escribo en el blog La Joven Cuba. Casi todos mis artículos, salvo contadas excepciones, se dedican a análisis internos sobre Cuba. Demasiados analistas internacionales existen entre nosotros. Eso por una parte. Por la otra: las contradicciones internas son las que determinan la marcha de los procesos.

Me niego rotundamente a que para abordar determinados temas deba realizar lo que los historiadores denominamos estudios comparativos, y poner un cortapisas que recuerde que en otros contextos ocurre lo que aquí. O peor, admitir que se nos pida —se nos exija—, cautela y mesura pues denunciar ciertos hechos puede darle “armas al enemigo” y desacreditar la imagen de una Cuba que marcha por senderos de soñada “normalidad”.

La antigua exigencia emerge con fuerza cada vez que algo ocasiona incómodas críticas al gobierno cubano y se difunde con esa fuerza más que otorga Internet a la información. No soy ingenua, comprendo perfectamente que todo lo que ocurre en Cuba se politiza. Nuestro gobierno politiza también todo lo que en otros contextos tiene potencial para mostrar una superioridad de este lado.

La prensa cubana —es decir, los que la dirigen—, es una gran culpable de la ventaja que tienen hoy las redes sociales. Durante años escuchamos los discursos de altos dirigentes demandando una prensa más crítica y un cambio de mentalidad. Fue una etapa en que el acceso a Internet era aún escaso y que podría haberse aprovechado, sin problemáticos competidores, para la modificación del caduco paradigma mediático, estrechamente controlado por el Departamento Ideológico del Partido y por ello lento, ineficaz y poco transparente.

Pero no aprovecharon el lapso y ahora tienen que lidiar con una mediatización de la vida cotidiana que transcurre en tiempo real, en plataformas donde cualquier ciudadano, con buenas intenciones o no, con capacidad o sin ella, con ética y civilidad o desnudo de ambas; puede competir con los medios y lo están haciendo con ventaja.

Cuando algunos reclaman que se ha politizado el dramático caso de tres niñas habaneras que murieron por el derrumbe de un balcón, y arguyen que la avalancha de imágenes de edificaciones derruidas que circula en Internet le hace el juego al enemigo, me pregunto por qué no se enfocan en una lectura más profunda de lo que está pasando ante nuestras propias narices y que este caso evidencia: las profundas diferencias sociales que existen en Cuba a nivel de familias, de barrios y de color de la piel.

Desigualdades todavía más notorias en La Habana por ser la capital y estar superpoblada, pero que son ostensibles en todo el país y dejan sin sustento una de las admitidas victorias de la Revolución por la que se han sacrificado generaciones de compatriotas.

Los textos de Mónica Baró y Alexei Padilla son, a mi juicio, los que con más profundidad y civismo han abordado el asunto. Ella lleva largo tiempo dedicada al tema de los barrios y comunidades vulnerables en La Habana y hace un periodismo de investigación —prácticamente inexistente entre nosotros— muy profundo y objetivo, donde presenta todos los puntos de vista posibles, lo que le otorga gran credibilidad. Alexei, en su artículo para LJC, enfatizó en el asunto del rol de la ley ante esa situación.

En otro contexto los periodistas estarían ofreciendo información acerca de cuántos responsables del derrumbe han sido encausados, o al menos de la marcha de las investigaciones. Ello tranquilizaría a los ciudadanos, que serían menos susceptible de buscar en las redes las noticias que no encuentra en el Granma o en el NTV, o que buscarían allí, pero disponiendo de una información oficial veraz.

No obstante, no nos engañemos. Demasiados son los culpables de este hecho. Desde los sabidos por todos: un ministro de la Construcción que debe exigir y controlar el inventario de las edificaciones con peligro inminente de derrumbe para demolerlas o apuntalarlas; el gobierno de la capital y especialmente de Centro Habana por la vulnerabilidad de sus residentes; y los diputados a la ANPP por ese municipio, que ojalá vivan en él y no en otros con mejores edificaciones. Pero hay otros culpables, desde la directora o director y todos los maestros de la escuela primaria que se ubica frente al sitio del desastre, hasta cada madre y padre que no hicieron todo lo que era necesario: lo mismo una protesta escrita que una huelga para no enviar sus hijos a un lugar que, finalmente, mató a tres de ellos.

La pobreza en ciertos barrios habaneros es un asunto ya de seguridad nacional, y su índole ha dejado de ser social para ser política, aunque verdaderamente lo económico y lo social siempre son ámbitos de lo político, gústele o no a los que dirigen.

Zuleica Romay, una de las voces que mejor trata el tema de la racialidad y el racismo en Cuba —de quien mucho aprendí mientras editaba su libro Cepos de la memoria. Impronta de la esclavitud en el imaginario social cubano—, desarrolla, como tesis doctoral, un estudio sociológico sobre la distribución racial en los barrios de La Habana. Ojalá la concluya y podamos tener una idea exacta, desde la ciencia, de la magnitud de la desigualdad y su vínculo con el tema racial. Sin embargo, hay ya preguntas científicas que podemos hacer sin mucho esfuerzo, aquí dejo una: ¿qué relación existe entre la pobreza en barrios de gran confluencia de población negra y la evidente presencia de personas de ese color en grupos de la oposición activa en Cuba? Sé que es una interrogante incómoda. La realidad siempre lo es.

Las quince mil manzanas vendidas en un mercado de Miramar y la pronta aparición y sanción pública de los culpables tuvieron más cobertura en ciertos medios que tres criaturas fallecidas frente a su escuela. Reacciones como esas desautorizan a dichas plataformas, que dicen defender el socialismo cubano cuando al parecer defienden al gobierno. Resguardan al poder, no al proyecto.

Los actores mediáticos en Cuba, profesionales o no, de plataformas oficiales o alternativas —y ello incluye al simple posteador de Facebook o al que pone su tuit—, deberían asumir mayor profundidad a la hora de analizar los gravísimos problemas que tenemos. Pero para ello debería entenderse que la disputa actual que se libra, en apariencia por problemas culturales, teniendo como protagonistas a actores, símbolos y canciones; matizada a veces por groserías, faltas de respeto y muestras de intolerancia, egos y rivalidades desde ambas orillas, ideológicas y geográficas; solo consigue el encubrimiento de las dramáticas realidades que se viven en Cuba.

Bien argumentaba el marxista italiano Antonio Gramsci, que en tiempos de cierre del horizonte político, las contradicciones tienden a emerger en las diferentes manifestaciones de la cultura nacional. Así estamos, ciegos ante una realidad aparente, que no nos permite ir más allá de lo anecdótico, lo casuístico y lo coyuntural para hacer las preguntas que es necesario hacer. Aquí y ahora.

Alina B. López Hernández es Pofesora y Tutora de Antropología Sociocultural y una excelente Cientista Social y Política (socióloga y politóloga) de la Universidad de Matanzas. Miembro  Académico Correspondiente Nacional de la Academia de Historia de Cuba. Ademas de analista sociopolítica laureada de La Joven Cuba. Para contactar con la autora: [email protected]

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