Trampas de la gratitud

«Gratitud», del latín  gratitūdo, es vocablo de carácter polisémico y ambiguo; concepto sobre el que han construido análisis diversos y polémicos todas las disciplinas de las Ciencias Sociales: Teología, Psicología, Filosofía, Política, Historia, Sociología, Antropología….

«Gratitud», del latín  gratitūdo, es vocablo de carácter polisémico y ambiguo; concepto sobre el que han construido análisis diversos y polémicos todas las disciplinas de las Ciencias Sociales: Teología, Psicología, Filosofía, Política, Historia, Sociología, Antropología….

Escrito por Armando Cuba de la Cruz

«La gratitud de muchos no es más que la secreta esperanza de recibir beneficios nuevos y mayores»François de La Rochefoucauld

1. El significado

Después de los comicios venezolanos a los que estadistas de diferente signo ideopolítico han calificado de fraudulentos; leí que los chavistas, incorporados a las manifestaciones opositoras de condena a «la corrupción del voto», eran calificados por ciertos excorreligionarios como «desagradecidos». Por estos días, en una de las muchas colas, ante las críticas que tantas penalidades generan en el pueblo llano de Cuba, volví a escuchar el reclamo con la consabida frase de quienes creen que existen eternas razones para agradecer al régimen de la Isla: «Tú tendrías que agradecer lo que eres…».

«Gratitud», del latín  gratitūdo, es vocablo de carácter polisémico y ambiguo; concepto sobre el que han construido análisis diversos y polémicos todas las disciplinas de las Ciencias Sociales: Teología, Psicología, Filosofía, Política, Historia, Sociología, Antropología…. Tal diversidad ofrece un amplio espectro de análisis y posicionamientos muchas veces encontrados. En la mayor parte de ellos, la gratitud se conceptualiza como la capacidad del individuo de «poder reconocer los dones recibidos por un bienhechor».

La mayor parte de los autores muestra su acuerdo con que el acto de «agradecer» es resultado de haber recibido o esperar beneficios, lo cual provoca un estado de felicidad tanto al favorecido como al benefactor. Pero las consabidas «gracias» ocultan a veces significados que van de la sinceridad y la cortesía, a la ironía, el sarcasmo, el bochorno o el odio. Desde el que estima que todo lo merece y no gratifica nada; al agradecido empedernido, que agradece hasta el salario que en justicia le corresponde.

Existe un ejemplar cuyo grado de agradecimiento-genuflexión-sumisión es tan alto, que se muestra feliz de las críticas públicas que le dirige algún importante cargo, y ostenta su orgullo porque el jefe tal notó su presencia, aunque solo fuera para criticarle y, a veces, abochornarle en público. Por la diversidad de modos del agradecimiento y perspectivas de su estudio, hacen pensar que debiera decirse «gratitudes», no «gratitud».

2. «Más vale deber dinero que favores»

Para algunos estudiosos «la gratitud es una virtud moral», fruto de «prescripciones imperativas» fundadas en las costumbres sociales y tradiciones. No todos piensan así. Según Silvia Nieto, el acto de agradecer se ha puesto en punto de la «más rabiosa moda». En palabras de William McDougall, la gratitud puede provocar efectos de asombro y admiración, y también «envidia, resentimiento y bochorno». Para este científico, tal sentimiento puede fijar jerarquías de poder en las que los receptores de beneficios se duelen de su incapacidad para lograr algo por sí mismos, provocando frente a los protectores un sentimiento de autoestima disminuida. Al mismo tiempo acrecentaría la autoridad de los segundos sobre los primeros; creándose así la subordinación de quienes reciben un bien.

Aquellos que han practicado, o practican, un agradecimiento «mal gestionado», es decir, pendientes de la retribución correspondiente —puestos, prebendas, cuotas de poder, etcétera—, suelen «olvidar» los favores recibidos en cuanto cambian su estatus sociopolítico y/o económico. Por ese camino surgen muchos «cambia colores», como les llamó Félix Varela desde las páginas de El Habanero (cambia casacas diríamos hoy).

La gratitud obliga a la acción de corresponder a la persona o ente generoso. Es compromiso a cambio de beneficio, la retribución por algo que se ha recibido, una compensación espiritual a cambio de bienes, materiales o no, pero que recíprocamente se recompensa centrado en las emociones y el afecto morales.

Las concesiones, «favores» y alabanzas han sido empleadas como vías de recomposición social y política en forma de relaciones clientelares, fundadas en una fidelidad interesada a cambio de prebendas de los líderes. Cosa muy conocida, por practicada, en América Latina y Cuba; al tiempo que mecanismo de subordinación política.

El precio del favor es el agradecimiento, que encuentra en determinados contextos inimaginables maneras de retribución. Siguiendo a Julio García Castillo, si nos ubicamos en situación «de juego sucio», para una buena promoción es esencial «saber hacer los favores en los momentos idóneos, y cobrarlos cuando sea más oportuno»; pero en clave de probidad, Robert Greene, en Las 48 leyes del poder, aconseja despreciar el banquete gratis porque «merece la pena pagar por aquello que realmente tiene valor. Pagando lo que corresponde se libra uno de la gratitud, la culpa y el fraude». Porque en el contexto del poder, el agradecimiento es lastre de calibre. No hay escándalo político sin favor y agradecimiento.

(Foto: RTVE)

3. ¿Agradecer qué, a quién, cuánto tiempo y por qué?

Si se asume la gratitud como «un sentimiento de aprecio y valoración por las acciones que otros hacen a favor nuestro», se deduce que contraemos una especie de «deuda» con aquel o aquello que nos hace bien. Pero esa deuda no requiere cálculo económico que la compense, sino apreciar, estimar a quien nos prodiga el bien.

La gratitud expresa también un proceso evaluativo de aquello que se estima de valor positivo y, al mismo tiempo, contiene su contrario: desagradecer. Esa dicotomía resulta de la apreciación de los favorecidos, quienes pueden concluir que las acciones posteriores del benefactor merecen repensar el aprecio que le tenía. Sin esa consideración no podría concluirse la reciprocidad del reconocimiento, que según McCullogh (2001) y Emmons (2008), «tiene en la memoria su componente cognitivo», sin la cual serían impensables las reevaluaciones y rectificaciones históricas.

Las Ciencias Sociales han encontrado, nos dicen Oblitas y Rodríguez Kauth (1999), que lo político se expresa también en lo psíquico, dado que el hombre se manifiesta en sociedad, determinado por variables que subsumen la vida socioeconómica, política, cultural, las cuestiones del poder y los componentes superestructurales y contextuales de los seres humanos; así como el liderazgo y la corrupción. En ese inventario tiene su lugar, como objeto de estudio, «la utilización de la psicología por parte de los sistemas políticos dominantes, como disciplina al servicio del control social».

Dicho con otras palabras, se colige que contribuir al bienestar de otros no ha de hacerse, si es moral, desde la perspectiva egoísta y narcisista de aspirar al agradecimiento, la subordinación o la sumisión vitalicios. Cuando el benefactor pierde la voluntad o capacidad de servir, entonces la gratitud pierde su razón de existir. En el caso de que la actuación del bienhechor, Estado incluido, cause daño, entonces es legítimo, en consecuencia, el proceso inverso por parte del beneficiado.

Es ese uno de los modos de expresarse los cambios de tendencias en el continente; y explicar de paso, fenómenos de nuestra historia, como el del general Gerardo Machado, que pasó de ser el consentido de las masas hasta 1927, a ser derrocado por ellas en 1933; o del general Fulgencio Batista, que transitó de ser mimado por buena parte de la izquierda cubana y latinoamericana, sobre todo la de corte estalinista, en los años ’40 del siglo XX, a ser derribado por un movimiento popular donde también participó la izquierda.

No es nada ético que desde el poder, sus funcionarios-representantes reclamen constante y machaconamente agradecimiento por algo que ya no existe. ¿Es que un cambio político se hace esperando reconocimiento eterno e inmutable, cuando la evolución posterior ha cancelado aquello por lo que había que agradecer? ¿Con qué derecho alguien reclama lealtad si los beneficios alcanzados han desaparecido? ¿Es que debe premiarse lo que ya no es, como esclavos de la gratitud? Cuando siquiera los servicios supuestamente gratis se prestan con un mínimo de calidad, y la vida, llena de penalidades, es cada día más difícil, la economía destruida y la nacionalidad lesionada.

Claro, cuando se agradece a un benefactor por algún bien recibido, esto crea al favorecido un grado de obediencia y subordinación a la que está moralmente ligado. Al reconocer, está sentando junto al agradecimiento, el «no olvido».

Agradecimiento hacia algo o alguien no implica borrar, cancelar defectos y daños causados. La gratitud linda con las fronteras de la adulonería. En septiembre de 1944, la Asamblea del Partido Socialista Popular, en la voz de su secretario general, Blas Roca, premiaba la gestión gubernamental de Fulgencio Batista durante su mandato presidencial (1940-1944). Dos meses después, el Partido Comunista de Chile encargó al senador Pablo Neruda recibirlo y expresar la opinión que le merecía el populista recién salido de la presidencia de la Isla, quien en la época estaba en plena luna de miel con la izquierda latinoamericana. En su discurso, publicado por el periódico El Siglo, el poeta comunista chileno llegó a equiparar a Batista con Yeremenko, Shukov, Cherniakovsky y Malinovsky, altos jefes militares soviéticos de la Segunda Guerra Mundial.

Una década después en la Isla comenzaría, desde la literatura primero, un reconocimiento a la gesta revolucionaria que se desarrollaba y a su líder Fidel Castro. Ernesto Guevara redactó en 1956 su Canto a Fidel, Carilda Oliver Labra escribió su célebre obra homónima en 1957. Otras obras menos conocidas le siguieron de la pluma de Humberto Arenal, Miguel Barnet y Nancy Morejón. Desde la perspectiva musical aparece, a raíz de su fallecimiento, Cabalgando con Fidel, de Raúl Torres, cuyo texto sigue las pautas del discurso oficial, más genuflexo que artístico.

Desde el «gracias Fidel» de 1959, la tesis de la gratitud evolucionó a agradecer a la Revolución por cualesquiera actos cotidianos: la asistencia médica gratuita, el triunfo deportivo, la posibilidad de estudiar, la superación académica, cualquier «éxito económico» supuesto o real; el libro publicado, la tesis o condecoración; todo recibía el consabido agradecimiento al «proceso revolucionario». El individuo fue subsumido por el Estado, la personalidad fue sustituida por la colectividad, y el «yo» individual por el «nosotros» de falsa modestia.

¿A qué, quién, por qué y por cuánto tiempo más debemos gratitud?

Las revoluciones, fuente y garantía de derechos, no se hacen para agradecer desde la obediencia ciega al dogma. Hace cinco años el país cuenta con un nuevo equipo de gobierno bajo el signo de la «continuidad»; ese es el tiempo de espera de los cubanos por la primera medida gubernamental que alcance resultados positivos. Infructuosa espera. Cuando arriba al fin de su primer mandato, la nación vive la peor crisis de su historia, sin que, de acuerdo con el discurso oficial, las autoridades tengan ninguna responsabilidad en ella. ¿Se mantendrán en el poder otros cinco años? ¿Habrá que esperar el mismo final del joven Jardinero del cuento de Oscar Wilde? ¿O los de Winston Smith y Julia, en 1984 de George Orwell? ¿Tal vez el del Caballo de Rebelión en la granja?

¿También debemos agradecer eso? Gratitud sí, de acuerdo, pero con actitud crítica y cuestionadora; no pasiva, inmutable y servil.

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