Por Stephen F. Cohen* – Fuente: The Nation

El ex director de la CIA John Brennan aclaró su acusación: «Traición, que es traicionar la confianza de uno y ayudar e instigar al enemigo». La acusación estuvo cargada de alarmantes implicaciones, ya que provenía de Brennan, un hombre que presuntamente poseía oscuros secretos relacionados, como él mismo insinuó. Foto: John Brennan.
Valorar a un ex director de la CIA mientras se arremete contra Trump sirve para ocultar lo que es verdaderamente ominoso.
Desde Dwight Eisenhower en la década de 1950, todos los presidentes estadounidenses han celebrado una o más cumbres con el líder del Kremlin, fundamentalmente para evitar errores de cálculo que pudieran resultar en una guerra entre las dos superpotencias nucleares. Por lo general, recibieron apoyo de los dos partidos para hacerlo.
En julio, el presidente Trump continuó esa tradición al reunirse con el presidente ruso Putin en Helsinki, por lo que, a diferencia de los presidentes anteriores, fue criticado mordazmente por gran parte de los medios de comunicación políticos estadounidenses.
Sin embargo, John Brennan, director de la CIA durante el mandato del presidente Obama, fue mucho más lejos, al caracterizar la conferencia de prensa de Trump con Putin como «nada menos que traición». Suponemos que como reacción, Trump le revocó la autorización de seguridad a Brennan, es decir, el acceso continuo a la información clasificada que por lo general se le otorga a los ex oficiales de seguridad. Durante el furor de los medios políticos que se desató, Brennan fue principalmente descrito como un héroe y avatar de las libertades civiles y la libertad de expresión, y Trump fue tachado como el enemigo de las mismas.
Dejando a un lado el hecho de que se haya perdido una oportunidad para abordar el tema de la «puerta giratoria» por la que vienen y van ex oficiales de seguridad estadounidenses que utilizan sus autorizaciones permanentes para mejorar sus posiciones lucrativas fuera del gobierno, Cohen piensa que el posterior furor de los medios políticos opaca lo que es verdaderamente importante y quizás ominoso.
La aseveración de Brennan no tiene precedentes. Ningún funcionario de inteligencia de alto nivel había acusado nunca antes a un presidente en ejercicio de traición, y mucho menos de complicidad con el Kremlin. (Las discusiones sobre la destitución de los presidentes Nixon y Clinton, para tomar ejemplos recientes, no incluyeron acusaciones que involucraran a Rusia). Brennan aclarósu acusación: «Traición, que es traicionar la confianza de uno y ayudar e instigar al enemigo». La acusación estuvo cargada de alarmantes implicaciones, ya que provenía de Brennan, un hombre que presuntamente poseía oscuros secretos relacionados, como él mismo insinuó.
Brennan dejó claro que esperaba el juicio político de Trump, pero en otro momento, y en muchos otros países, su acusación sugeriría que Trump debería ser retirado de la presidencia urgentemente por cualquier medio, incluso un golpe de estado.
Al parecer, nadie ha notado esta extraordinaria implicación que supone una amenaza tácita para la democracia estadounidense. (Tal vez debido a que las acusaciones de deslealtad contra Trump han sido habituales desde mediados de 2016, incluso antes de que llegara a la presidencia, cuando una serie de publicaciones y escritores influyentes -entre ellos un ex director en funciones de la CIA- comenzaron a calificarlo de «títere», «agente», «cliente» y «candidato de Manchuria» de Putin.
El diario Los Angeles Times incluso consideró apropiado publicar un artículo en el que se sugería que los militares podrían tener que destituir a Trump si fuera elegido, con lo que tendrían la dudosa distinción de haber precedido a Brennan).
¿Por qué Brennan, un hombre estratégico, se arriesgó a lanzar semejante acusación, la cual podría ser caracterizada razonablemente como sedición? La explicación más plausible es que intentaba desviar la creciente atención hacia su papel de «Padrino» de toda la narrativa de «Russiagate», como Cohen argumentó en febrero. Si es así, necesitamos conocer las opiniones de Brennan sobre Rusia sin tapujos.
Éstas han sido expuestas con asombrosa (y quizás desconocida) franqueza en un artículo de opinión del New York Times del 17 de agosto. Son las mismas de Joseph McCarthy y J. Edgar Hoover en su mejor momento. «Los políticos, los partidos políticos, los medios de comunicación, los grupos de reflexión y las personas influyentes [de Occidente] son fácilmente manipulados, a sabiendas e involuntariamente, o incluso comprados directamente, por los agentes rusos… no sólo para recopilar información delicada, sino también para distribuir propaganda y desinformación. . . . Yo estaba muy consciente de la capacidad de Rusia para trabajar subrepticiamente dentro de los Estados Unidos, cultivando relaciones con individuos que ejercen el poder real o potencial. . . . Estos agentes rusos están bien entrenados en el arte del engaño. Se mueven en el mundo de la política, los negocios y la cultura en busca de individuos crédulos o sin principios que se vuelvan complacientes en las manos de sus titiriteros rusos. Esas marionetas se hallan con demasiada frecuencia».

Todo esto, asegura Brennan a los lectores, se basa en su «profunda perspicacia». Todos los demás, al parecer, somos constantemente susceptibles a los «titiriteros rusos» debajo de nuestras camas, en el trabajo, en nuestros ordenadores. Foto: Escudo de los Servicios Especiales Rusos (FSB)