El país que merecemos

Un país no es el Gobierno, un credo político, o una ideología determinada. Menos aún puede identificarse con los intereses de un grupo de poder político por muy importante que haya sido, o parecido. «Pensar como país» ha de ser pensar en el bien de los diferentes componentes de la nación, por encima de los intereses particulares de alguna de sus facciones.

escrito por Mario Valdés Navia

Como el concepto de país hace referencia sobre todo a elementos naturales ─geografía de un territorio o datos de sus habitantes─, casi siempre prefiero reflexionar empleando categorías culturales: nación, pueblo, clases sociales, partidos y grupos de poder. No obstante, el país es el crisol materno donde se forjó la nación y siempre está con nosotros; allí radican el pueblo natal, la casa familiar, el barrio en que crecimos y las tumbas de nuestros ancestros.

Un país no es el Gobierno, un credo político, o una ideología determinada. Menos aún puede identificarse con los intereses de un grupo de poder político por muy importante que haya sido, o parecido. «Pensar como país» ha de ser pensar en el bien de los diferentes componentes de la nación, por encima de los intereses particulares de alguna de sus facciones.

Es obrar en función, no solo del legado de las generaciones pasadas sino, ante todo, del país que entregaremos a las generaciones futuras. Para eso, como solo se vive una vez, lo más pertinente para cada individuo de las generaciones actuales es pensar y actuar, aquí y ahora, por el país que nos merecemos.

Nadie que se sienta cubano puede vivir tranquilo en medio de la crisis estructural que asola a nuestro bello país y su sufrido pueblo. Es preciso cambiar la realidad existente, pero, ¿a dónde queremos enrumbarlo? ¿Cuál es el país que nos merecemos? ¿Qué hacer para asegurarle a las futuras generaciones un país del que puedan ufanarse en el concierto de las naciones?

Tiempos

(Foto: ADN Cuba)

-I-

Al Viejo Hegel se atribuye el aserto: «Cada pueblo tiene el Gobierno que merece». Cruel en su lapidario enunciado, no deja de tener parte de razón el filósofo, partidario del autoritarismo de Bismarck. Es que los cambios sociales pueden ser anunciados y argumentados por los intelectuales como conciencia crítica de la nación y divulgados por los activistas políticos, pero solo los pueblos son capaces de forzarlos y ejecutarlos.

Como bien afirmara Paulo Freire: «El cambio no puede dejar de venir de afuera, pero no puede dejar de salir de adentro». Lo primero que llama la atención en el análisis de los asuntos cubanos es la laxitud con que la mayoría del pueblo asume el anuncio y/o la realización de cambios que involucran a todo el país y pueden marcar los destinos de la nación por largo plazo. Ahí es donde empieza a chocar, ante la sonrisa maquiavélica de Hegel, lo que tenemos con lo que merecemos.

Más que la eficaz represión que el Gobierno/Partido/Estado ha ejercido durante décadas contra enemigos, disidentes y críticos, el factor que puede explicar mejor esta actitud de modorra política colectiva ─salvo honrosas y cada vez más numerosas excepciones─ es el adoctrinamiento. Décadas de enajenación de sus derechos ciudadanos a expresarse libremente y manifestar en público sus desacuerdos e insatisfacciones con la gestión de los mandamases, forman parte de los valores inculcados a las actuales generaciones por familias, escuelas, amistades, organizaciones sociales y medios de comunicación.

Intelectuales (1)

 (Foto: Jung/ullstein bild via Getty Images)

Si bien en el primer medio siglo de la Revolución suele achacarse al liderazgo carismático de Fidel el logro de una especie de hipnosis colectiva que hizo posible buena parte del sostenido apoyo masivo al proceso a pesar de sus errores e insuficiencias, los que hemos vivido en la Isla repensándola continuamente no podemos quedar satisfechos con esa explicación. Aun cuando el 11J marcó un parteaguas definitivo en la historia de las protestas populares durante el período revolucionario, lo cierto es que nada como eso se ha repetido después y causas han sobrado.

Con los aires rusófilos de estos días se pone a prueba como pocas veces el espíritu de resistencia de la ciudadanía y su disposición a defender el país, no solo en los juegos de guerra de los Domingos de la Defensa, sino ante la proclamada alineación del Gobierno, en momentos tan peligrosos de la política internacional, tras una de las grandes potencias que se disputan la hegemonía mundial.

-II-

El reciente anuncio de lo que parece más una recolonización rusa del archipiélago bajo las banderas del putinismo que una alianza entre países, apenas ha enervado a algunos observadores y críticos contumaces del Gobierno. Por su parte, los fanáticos de las narrativas oficiales están de plácemes porque: «Una vez más el solidario gigante eslavo viene a rescatarnos del peligro que representa para Cuba la siempre creciente amenaza del imperialismo [estadounidense, por supuesto] y sus mercenarios internos».

Putin Rublo

Mientras, la mayoría parece opinar: «Si los rusos traen al menos un poco de lo que antes nos mandaban, no importa que vuelvan sus militares y pongan sus bases. Lo que necesitamos ahora es curarnos, comer y salir de la inflación, apagones y falta de combustible.» El peso del agobiante ritual de la subsistencia agudizado sin descanso tras la Tarea Ordenamiento, pesa más sobre el imaginario colectivo que los peligros de los conflictos mundiales actuales.

Olvidadas parecen de nuestra memoria histórica las experiencias de que en la geopolítica de la Era Nuclear los grandes actores en pugna siempre se ponen de acuerdo entre ellos (Crisis de Octubre, 1962), y ninguna superpotencia pone en riesgo su seguridad por defender a un pequeño país de otra de ellas (amenazas de invasión de Reagan, 1981). El propio Putin, en momentos de distensión con Estados Unidos (EE.UU.) y la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), los complació ordenando el cierre y desmantelamiento de la base radioelectrónica de Lourdes (1964-2002) sin tener en cuenta los intereses cubanos.

Respecto a las perspectivas halagüeñas de los que sueñan con esta solución para nuestros problemas sostengo que la relación con Rusia es importante, igual que lo es con China, la Unión Europea y los EE.UU., pero no es sensato poner todos los huevos en la cesta de Putin porque podría ponerse en juego la soberanía y con ello, los cubanos correríamos el peligro inminente de ser arrastrados a un conflicto global donde estaríamos irremediablemente solos en medio del Caribe.

Tampoco creo mucho en que la ayuda económica rusa pueda ser decisiva para sacar a Cuba de la crisis actual. Rusia es la oncena economía mundial, no la segunda como era la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (CCCP). Sus leyes son las del mercado: comprar y vender para maximizar ganancias, no las de la solidaridad socialista. No habrá combustible, bienes y servicios llegándonos en tropel con precios subsidiados y jugosos créditos firmados sobre la arena.

(Foto: Sumarium)

Por mucha experiencia que tengan sus think tanks en el desmantelamiento de viejas economías socialistas estatizadas y el tránsito a un capitalismo de compadres, sus especialistas no saben de Cuba ni la centésima parte de lo que han investigado y recomendado los nuestros, radicados tanto dentro como fuera del país. En las grandes haciendas que el Gobierno les ha prometido en usufructo por treinta años (sic) qué van a sembrar que los cubanos no puedan producir mejor: ¿trigo, cebada o centeno?

Nos merecemos un país donde las inversiones se hagan en los sectores que requieren los intereses nacionales, no los de una oligarquía enquistada en un oligopolio todopoderoso; los emprendimientos industriales, agrarios y comerciales sean litigados públicamente con preferencia para actores nacionales, incluyendo los radicados en el exterior; se eliminen los ineficaces monopolios que lucran parasitando a las empresas y la población consumidora; y el peso cubano recupere su soberanía en la circulación monetaria interna, sin USD, euros, MLC y ahora también rublos.

Nuestros hijos y nietos merecen que les dejemos un país con democracia y justicia social, sin presos políticos ni persecución a los que piensan y opinan diferente a los dictados del Gobierno/Partido/Estado. Un país que esté verdaderamente no alineado tras ninguna de las superpotencias mundiales, al tiempo que comercie e intercambie con todas en pie de igualdad.

Solo que ese país no se logrará sin esfuerzos y sacrificios de las grandes mayorías. Grupos intelectuales, redes sociales, organizaciones de la sociedad civil independiente de la Isla y la diáspora, podrán contribuir a hacerlo cada vez más próximo, sobre todo si se unen en un frente común. Pero la última palabra la tendrán siempre las grandes mayorías del pueblo en el momento en que expresen pública y honestamente, su voluntad política respecto a los cambios que merece el país y todos y cada uno de sus hijos e hijas.

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