El sentido de la vergüenza

“Es un error que en el discurso político se siga diciendo que son cambios que nos vemos obligados a implementar, que no nos gustarían, etc.. Eso no trasluce convicción, ni permanencia, ni estabilidad y por el contrario, crea incertidumbre, etc…. Esteban Morales.”Foto: Sebastian Bonardt via Flickr

Por: Ivette García González — Fuente: La Joven Cuba

“El más terrible de todos los sentimientos es el sentimiento de tener la esperanza muerta”. Federico García Lorca (1898-1936)

Recuerdo con nitidez los debates en familia, sobre todo con mis hermanos, allá por los años 90 cuando inició el llamado “Período especial”, uno de los más novedosos eufemismos del castellano que se habla en la Isla.

Era yo muy joven, aunque la mayor de los chicos en casa. Tenía muy cerquita, como mis contemporáneos, el referente del socialismo soviético que suponíamos perfecto y de repente se derrumbó. Irradiaba ímpetu, muchas ilusiones y una mentalidad de sacrificio lista para ponerse a prueba, junto con mi inclinación por el debate, la polémica y el liderazgo.

La obstinación de mis padres, combatientes de la Sierra, el llano y ni recuerdo cuántas misiones internacionalistas, también era invariable. Militares para quienes la más mínima inquietud nuestra podía verse como hipercriticismo, cuestionamiento, diversionismo ideológico y un largo etcétera, como ocurría en la cuadra, la escuela y el trabajo.

Un día de 1993, el peor de aquellos años, estallé. Casi escandalizando le dije a mi madre que la dignidad no se comía; que me sentía frustrada porque había hecho de todo lo que me enseñaron para ser una mujer exitosa, o por lo menos integrada y con futuro, y sin embargo….. Que, para colmo, ni siquiera me había enseñado a ser creyente y así en ese momento poder encontrar refugio espiritual en la iglesia y que me dieran ayudas (alimentos y aseo) de las que distribuían en diversos lugares. Así, ¡de cuajo!

Había sido un exabrupto, no era mi comportamiento habitual.

Pero solo sirvió para desahogarme. Quedé peor, aplastada, cuando la vi impávida y diciéndome con lágrimas en los ojos: “pero hija ¿y qué diremos nosotros entonces, que tanto sacrificamos, incluyendo, como es mi caso, hasta la crianza de los hijos?…¡Pero hay que ser firmes!, recuerda que los comunistas se mueren con las botas puestas, como dice tu padre.”

Mi actitud era comprensible, ella lo sabía. Unas seis horas antes había salido de mi casa, al otro lado de la bahía, con mi niño de 4 años a cuestas y un bolso con el litro de leche. Iba agotada de cargar agua toda una mañana y con la preocupación de que se echara a perder esa leche, como tantas veces ocurría. Más de 2 horas en una cola para abordar la lancha que cruza la bahía desde Casablanca. Después caminando (no había transporte) desde la Avenida del Puerto hasta el edificio 20 plantas donde vivía mi madre, en Centro Habana llegando a Infanta, para encontrarme al llegar que no había electricidad. Subir entonces con todo aquello los 16 pisos para entrar corriendo a la casa a hervir la leche, bañar y dar de comer al niño antes de que oscureciera, porque tampoco teníamos con qué alumbrarnos. Y entonces…. ¡sorpresa!, ¡tampoco había gas!. Ahí fue que exploté.

Pero repito, me ocurrió porque somos humanos y llegué al tope. A pesar de todas las dificultades vivía con mucho optimismo debatiendo con mis hermanos, recién graduados de medicina y contabilidad. Eran encuentros tremendos. Me sentía en posibilidad y con la responsabilidad de atender a sus inquietudes e insatisfacciones, especialmente por ser la mayor, del área de ciencias sociales y militante comunista.

Defendía todo apasionadamente y con argumentos: que la pirámide social en Cuba se enderezaría y los profesionales volveríamos a tener el lugar correspondiente; que la situación era coyuntural y tenía por causa factores externos: el derrumbe del socialismo en la URSS y el bloqueo de los EEUU; que todos teníamos un proyecto personal y uno colectivo que era el de la Revolución y que debíamos optar por el segundo; que los problemas –ante la emigración que crecía y ellos valoraban como opción- no se resolverían desde otro lugar sino dentro de Cuba, que había que ser parte de eso, que así se medían los revolucionarios, que era nuestro compromiso, ¡!!en fin!!……

Recuerdo que cuando ya me quedaba sin argumentos frente a tantas críticas por problemas que ciertamente estaban ocurriendo, les decía: “¿saben qué?, no tengo más respuestas, si quieren, es una cuestión de fe, yo sé que saldremos adelante.”

De nada sirvieron mis arengas, ellos optaron por el proyecto personal, yo me quedé sola en Cuba y empezaron a llamarme en broma “la cubanísima”. Me sacrifiqué y salí adelante sin renunciar a mi profesión ni a mis ideas, ¡y sin pedir ni vivir de remesas!. He vivido orgullosa de eso y con la conciencia limpia, aunque ha sido duro. No soy una excepción, es la historia de muchísimos cubanos de mi generación y de otras, aunque cada vez que damos media vuelta notamos con dolor muchísimas ausencias.

Han pasado 30 años.

Y ahora, 30 años después, volvemos a los cambios más radicales, que en sus raíces y manifestaciones se topan con los de aquellos años 90. Reformas profundas en momentos críticos, cuando estamos al borde del colapso. Y entonces, otra vez la memoria….

Recuerdo a Esteban Morales,  quien era mi profesor, diciendo más de una vez: “Es un error que en el discurso político se siga diciendo que son cambios que nos vemos obligados a implementar, que no nos gustarían, etc.. Eso no trasluce convicción, ni permanencia, ni estabilidad y por el contrario, crea incertidumbre, etc…..”

En estos 30 años salimos del “Período Especial”, tal como fue: una situación de extrema carencia de todo, lo básico y lo que no lo era, de máxima austeridad  y sin que se pudiera siquiera seguir un plan; era sobrevivir, dependíamos de la solidaridad y de que llegara el barco con arroz para comer. En 1993 se completó aquella caída cuando el % del PIB fue de -14.9 y al año siguiente empezamos a crecer discretamente con un 0.7%, aunque todavía no se percibía en la microeconomía, pero ya crecíamos, había una luz al final del túnel.

Diez años después, en 2004, el crecimiento fue de 5.8%. Claro, a veces era un dato engañoso porque tenía detrás el no pago de la deuda externa. En definitiva los registros anuales del PIB cubano durante ese lapso evidencian una volatilidad tan alta, que no merece la menor confianza una lectura de tendencias, como  bien ha dicho la Dra. Tania García. Pero algo creció, hasta el 2016 cuando inició la recesión, arrojando cada año un % por debajo de lo planificado, lo cual cuestiona hasta la objetividad de la planificación y los planificadores. Al cierre de 2019 se repitió el resultado del 2016: ¡0.5% de crecimiento!. Y si a eso le sumamos que los desocupados, según Benavides, constituyen el 37.3% de la población en edad laboral, el escenario es de caos y la crisis, estructural y permanente.[1]

En realidad desde que la luz del túnel se acercó y la economía mejoró, se recogió cordel a las reformas de los 90, sobre todo respecto a la iniciativa privada y la descentralización. Aparecieron Venezuela, el CUC y el gravamen, más una política internacional solidaria y extraordinariamente generosa, con servicios y productos de los que muchas veces se carecía en Cuba. Tiempos de aquellas bromas “permuto para Bolivia”, “permuto para Venezuela”…

Lo ocurrido desde el último tercio de los 90 y que nos trajo hasta aquí, fijó en la psicología social las carencias materiales -que para el pueblo nunca desaparecieron- en asociación directa con el Período Especial, aunque en rigor, ya no eran parte de aquella situación extraordinaria. Son consecuencias de las erráticas políticas domésticas y las prácticas sucesivas, de la incapacidad del Estado para gestionar el imperio del que se apropió manteniendo estatalizado lo que realmente debió pasar a ser social hace muchos años, y el predominio de un pensamiento conservador, dogmático y burocratizado en la toma de decisiones y su implementación. Y a todo eso siempre hay que agregar al bloqueo de los EEUU, que junto con la COVID-19, aparecen ahora como las causas (externas siempre) de la actual crisis.

La fe y el compromiso no bastan.

Traigo entonces al 2020 lo que algunos profes y amigos decíamos cuando nos mirábamos todos delgadísimos en aquellos años 90: “estar aquí y haber sobrevivido a esos años, me da un incuestionable derecho a hablar, ¡por lo menos!.” ¡!Porque 30 años es mucho tiempo en el ciclo vital de una persona!!!! ¡Porque a todos los que apostamos con fe y compromiso en los 90, se nos fueron nuestros mejores años!!! Porque ya con fe y compromiso solamente, es imposible.

Es sabido que la mayoría de las medidas anunciadas el pasado 16 de julio estaban aprobadas y recogidas en los documentos programáticos hace años. No la dolarización claro, no nos confundamos, pero el mercado mayorista, por ejemplo, cumplió 12 desde que se anunció con los lineamientos. Todas fueron reclamadas reiteradamente hace tantísimo por economistas, emprendedores y gente con sentido común. Pero se adoptan ahora cuando el escenario interno, el bloqueo y todo lo demás están en su peor momento; cuando, como en los 90, la olla está al explotar y hay que descompresionar de alguna forma.

No basta con que el paquete haya llegado con sendas declaraciones y que en términos de estrategia sea correcto y audaz. En realidad, lo debían y todavía la mayoría no pasa de ser un titular. Solo tres de ellas están claras y en acción. Con una soñaba el pueblo: la eliminación del gravamen al dólar. La otra, las tiendas en MLC que incluyen el mercado minorista y el tan reclamado mayorista para los privados –que nunca se pensó de esa manera-, podrá ser “un mal necesario” o “imprescindible” para el Estado y sus instituciones hoy, pero no deja de ser una medida desesperada e impopular, y un insulto a este pueblo sacrificado, cuyos sueños de justicia social nos trajeron hasta aquí.

Entonces, compatriotas del gobierno y el Partido Comunista, al cabo de 30 años la fe y el compromiso no bastan porque: 1) no somos los de abajo los responsables de las erróneas políticas implementadas y de las reformas que no se hicieron desde que correspondían; 2) ya estábamos más que en picada mucho antes de la pandemia y 3) tampoco es culpa del bloqueo todo lo que pasa en Cuba; al contrario, la mayor parte de lo que no se ha hecho o se ha hecho mal, nada tiene que ver con eso sino con la voluntad política del gobierno y el Partido.

Frente a estas nuevas medidas quisiera poder decir lo que hace unos días escribió Félix Sautié en un comentario  que en teoría  comparto: “Es necesario un tiempo de gracia para la efectividad que conduzca al éxito”. Pero necesitaría que estuviéramos hablando de Chipre, que yo tuviera la fe de los 90 ¡y que el ciclo vital de los humanos fuera más largo!!!! ¿Cuánto sería esta vez el tiempo de gracia?

Vamos, que 30 años es mucho. Durante los ocho últimos, práctica y discurso político en el más alto nivel se contradijeron en varios tópicos: 1) el gravamen, que estaría mientras hubiera persecución financiera contra Cuba y hoy, cuando hay más, se elimina; 2) el uso de las tiendas en MLC, que por nada del mundo se pondrían y ahora tenemos en principio 72, ya no solo para productos de alta gama sino para alimentos y artículos de primera necesidad; 3) el incremento de los precios, que no se permitirían a los privados y ahora el Estado campea, como antes, con precios escandalosos; 4) la planificación centralizada, joya de las reformas para la asignación de recursos según los lineamientos y ahora exactamente lo contrario y 5) las pymes, reconocidas teóricamente pero de difícil mención y tolerancia a través de los años, al punto de quedar extraoficialmente dentro de los trabajadores por cuenta propia, fustigadas en el Granma hace muy poco, por cierto, y ahora promovidas incluso para el sector estatal.

Por tanto, aceptando que lo dicho es la estrategia y que lo hecho (la dolarización parcial) es un mal necesario y transitorio, además de que no es lo fundamental en el mediano y largo plazo, convendría clarificar y consensuar con cuidado y transparencia, en un ejercicio más participativo, cuestiones claves sobre las cuales no se ha dicho nada, o no han pasado de formulaciones teóricas:

  • Cómo se implementará cada medida;
  • Cuál es el plazo para la desdolarización;
  • Cuáles son las medidas compensatorias que por vía de la redistribución paliarán los efectos negativos de las acciones aprobadas;
  • Cuál es la política a seguir para los sectores más vulnerables;
  • Cómo y en qué plazo se aplicará la estrategia para que por vía de la imprescindible descentralización se beneficien realmente los municipios del país, en la mayoría de los cuales hoy ni siquiera se conoce o se ha implementado el irrisorio 1% que deben aportarles las empresas que funcionan en sus respectivos territorios.
  • Cuál es el plazo para rendir cuentas de la recaudación de MLC y su redistribución en beneficios socioeconómicos para el resto del pueblo que no tiene acceso a dichas divisas.

Una cuestión de dignidad y vergüenza.

Ya mis padres no están y sigo sola en Cuba, con mis hijos que ¡ni imaginármelo!, tienen las mismas insatisfacciones que hace 30 años tenían mis hermanos. Nuevamente, como decíamos algunos en los 90, los emigrados (hasta entonces traidores), o los cubanos de la isla que tienen familia en el exterior (FE) enviando remesas, se vuelven en la práctica más útiles porque pueden aportar al país, mientras los demás del lado de acá teníamos entonces  y ¿tendremos? hoy la misión de resistir, volvernos parásitos o mantenernos dignos y orgullosos, pero provocando una dolorosa mezcla de admiración y lástima en los otros.

Sin embargo, así como entonces no me hice creyente para que me dieran donaciones de aseo o comida en una iglesia, ni viví de remesas familiares, hoy tampoco lo haré. Por nada del mundo viviré en Cuba con los dólares de mi familia emigrada. Es una cuestión de dignidad y vergüenza.

“Que sea lo que Dios quiera”, como dicen los religiosos. Y como eso sí se puede elegir en Cuba y el espectro es bastante amplio, tal vez ahora sí me vaya a la religión, al menos para encontrar satisfacción y paz espiritual.

Para contactar a la autora: [email protected]

[1] Significa que la persona no trabaja en ninguna de las actividades formales y legalmente reconocidas a pesar de estar en edad laboral. Ver de Joaquín Benavides Rodríguez: “Población, empleo, coleros, especulación y delincuencia”, en Habana Insider, edición 137, julio 28, 2020, La Habana, Cuba, p. 7, en https://www.facebook.com/abelardo.mena.75https://www.facebook.com/Habana-Insider-103018817721449/

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