La masiva maniobra de espionaje que permitió el nacimiento de la URSS
Por Gonzalo López Sánchez – Cortesía de ABC
En septiembre de 1925, un espía trata de cruzar la frontera entre Finlandia y la recién nacida Unión Soviética. Se trata del agente Sidney Reilly, del MI6 británico. Más tarde será conocido como el «As de los Espías», gracias a un libro escrito por el diplomático Sir Robert Bruce Lockhart, y sus peripecias inspirarán a Ian Fleming para crear a James Bond. Entre sus trabajos anteriores, hay robos de planos en fábricas de armamento alemanas o el intento de asesinato de Vladimir Ilyich Ulyanov (Lenin). Aunque nada de esto es seguro, porque su historia está envuelta en sombras.
El objetivo del agente es establecer contacto con la Asociación Monárquica de Rusia Central (MOTsR), un importante grupo de disidentes rusos que tiene la intención de infiltrarse en la estructura del recién creado Estado bolchevique y destruirlo desde dentro, como si se tratara de la carcoma de la madera. Una vez conseguido esto, pretenden restaurar la dinastía de los Romanov y poner al Gran Duque Nikolai en el trono de los zares. En apenas unos años este grupo ha aglutinado a la disidencia interna de Rusia y se ha convertido en un grupo de confianza tanto para los exiliados rusos contrarios al bolchevismo como para los servicios de inteligencia de las potencias europeas, asustadas ante la «revolución proletaria mundial». Lo que no saben muchos, es que el MOTsR es un gran engaño creado por los servicios de inteligencia bolcheviquesbajo las directrices de la«Operación Confianza».
«No es exagerado decir que la operación fue responsable de la supervivencia de la URSS durante los difíciles y peligrosos años de su infancia», escribe el experto en espionaje e inteligencia Ernest Volkman, en su libro «Espionaje», en el que repasa las grandes operaciones del siglo XX. Según explica, la «Operación Confianza» destruyó a la oposición organizada del bolchevismo dentro de Rusia, engañó a los enemigos externos y «fue un desastre para la inteligencia occidental».
Para el espía británico Sidney Reilly, sin embargo, tuvo unas consecuencias más inmediatas. En lugar de encontrarse con la disidencia monárquica en la frontera de Finlandia, los agentes de Confianza le apresaron y le enviaron al cuartel general del servicio de inteligencia bolchevique: la CHEKA, cuyas siglas significan en ruso Comisión Extraordinaria frente a la Contrarrevolución y el Sabotaje, y que estaba situado en la calle Lubyanka de Moscú, en la misma sede que luego ocuparía el KGB. Allí fue interrogado y torturado para obtener información sobre identidades de contactos y agentes. Después, fue ejecutado.
Un engaño masivo
Pero, ¿cómo se pudo orquestar un engaño así? Todo comenzó en 1921, cuando Lenin, consciente del peligro que corría el «movimiento revolucionario», ordenó poner fin a la disidencia: se consideraba que entre los zaristas y los opositores había una fuerza formidable, con 400.000 hombres dispuestos a tomar las armas y recapturar Rusia, y que, mientras tanto, los exiliados cruzaban las fronteras y se reunían con ellos para llevar a cabo operaciones de sabotaje y dificultar la acción del gobierno bolchevique, por no mencionar que muchos puestos del gobierno y la administración tenían que cubrirse con personal de la depuesta monarquía. En un momento en que el nuevo Estado daba sus primeros pasos y su economía se encontraba en una situación precaria después de la guerra civil, se pensaba que había cientos de miles de exiliados que querían volver a Rusia y deponer al nuevo gobierno. Por si fuera poco, los servicios de inteligencia extranjeros obtenían información a través de estos grupos a cambio de armas, dinero y apoyo.
Por todo ello, Lenin le encomendó a Feliks Dzerzhinksy, el fundador y jefe de la CHEKA desde 1917, la colosal tarea de acabar con la disidencia. Este polaco, que formaba parte del movimiento revolucionario desde 1897, padecía tuberculosis y tenía un físico endeble, pero al mismo tiempo tenía unas dotes innegables para la organización. En un año levantó una organización con miles de agentes, un servicio de contraespionaje eficaz y un aparato represor feroz. Y en varias semanas ideó la receta para acabar con los antibolcheviques: la CHEKA iba a organizar una «disidencia postiza».
El hombre clave
La que sería «la mayor operación de engaño del siglo», según Volkman, comenzó con una sutil y progresiva infiltración de los agentes en la Asociación Monárquica de la Rusia Central (MOTsR), que por entonces era uno de los principales movimientos de disidentes. El siguiente paso fue crucial. La CHEKA detuvo a Alexsandr Yakushev, uno de los líderes de este grupo y, en vez de torturarle o ejecutarle, le sometió a algo parecido a una terapia de grupo durante varias semanas. Apelaron al sentimiento de patriotismo del prisionero frente a la acción de las potencias extranjeras y recordaron las políticas más discutibles del zar. Por último, dieron otra vuelta de tuerca. Según le dijeron, las políticas más represivas de los bolcheviques acabarían cuando la disidencia fuese eliminada, y la democracia y la prosperidad llegarían a Rusia, de la mano de la CHEKA y otros grupos moderados de la élite roja que pretendían desplazar a los más radicales.
Dzerzhinksy convenció al zarista Yakushev
Yakushev, pensando que podría liderar una especie de disidencia responsable, se creyó esta mentira y comenzó a hacer viajes al exterior para contactar con la disidencia externa. Mientras tanto, la CHEKA fue sustituyendo al MOTsR auténtico por sus propios agentes, que adoptaron el papel de sacerdotes (cuando la religión estaba proscrita) y guardas de fronteras afines a la causa zarista.
Los agentes y contactos occidentales, atraídos por esta falsa disidencia, comenzaron a moverse, al tiempo que la CHEKA emitía informes de inteligencia falsos y daba a entender que la facción más moderada de los bolcheviques se estaba imponiendo frente a los más extremistas, que Lenin había renunciado a la revolución mundial y que individuos como Stalin quedarían al margen del poder.
El siguiente paso fue facilitar la entrada de agentes extranjeros a través de la red de la falsa MOTsR, hasta el punto de que las potencias extranjeras se volvieron dependientes de ella, al mismo tiempo que los exiliados rusos contrarios al régimen confiaban cada vez más en esta organización. Esto, facilitó la captura de Boris Savinkov, uno de los principales líderes de los exiliados, y años después, la del agente Sidney Reilly. En ambos casos, la red hizo creer a los espías enemigos que ambos habían muerto por no seguir las instrucciones que les dio el falso MOTsR.
Los polacos descubren el engaño
Fueron los polacos los que comenzaron a sospechar de esta disidencia, por la pobre calidad de la información que les suministraba. Cuando le pidieron al falso MOTsR los planes de movilización del Ejército Rojo en caso de una eventual guerra contra Polonia, los compararon con los originales (obtenidos por medio de otra fuente) y descubrieron que el MOTsR les había enviado información destinada a confundirles.
Entonces, los polacos alertaron a las agencias de inteligencia europeas y estas cortaron sus contactos con la red del falso MOTsR. A los bocheviques les llevó dos meses descubrir que el engaño había sido descubierto y hacer desaparecer toda aquella infraestructura. Para entonces, la Unión Soviética había consolidado su poder, los exiliados habían perdido todas sus esperanzas y su capacidad de contactar con la disidencia interna y la inteligencia bolchevique contaba con mucha información sobre los espías occidentales.
El creador de la «Operación Confianza», Feliks Dzerzhinsky murió de tuberculosis en 1924. En cuanto a sus hombres, que habían allanado el camino para la creación del Estado policial de Stalin, fueron ejecutados durante las purgas que el dictador llevó a cabo en 1930. Por último, Yakushev, el líder de la disidencia zarista, fue encarcelado y condenado a muerte en 1936 por haber tenido contactos con Trotsky, el rival político de Stalin. Preguntó a sus verdugos cómo podía ser un traidor, teniendo en cuenta su contribución a la Operación Confianza. Dijeron no saber de qué hablaba. Después, le ejecutaron.