Afganistán y el debate sobre el rol global de Estados Unidos

Por Juan Tovar Rui. La caída del gobierno afgano y la subida al poder de los talibán ha precipitado un nuevo debate sobre el rol de Estados Unidos como primera potencia del sistema internacional. Este debate, repetido de forma recurrente desde el fin de la Guerra Fría, se centra en estos momentos en el supuesto abandono estadounidense de un rol de policía global con el que la potencia norteamericana nunca se sintió cómoda.

Por Juan Tovar Rui*

La caída del gobierno afgano y la subida al poder de los talibán ha precipitado un nuevo debate sobre el rol de Estados Unidos como primera potencia del sistema internacional. Este debate, repetido de forma recurrente desde el fin de la Guerra Fría, se centra en estos momentos en el supuesto abandono estadounidense de un rol de policía global con el que la potencia norteamericana nunca se sintió cómoda.

Estados Unidos emerge de la Guerra Fría como el gran vencedor de esta competición entre grandes potencias. En tanto que la Unión Soviética se hundía desde dentro, Estados Unidos se encontraba en lo que el periodista estadounidense, Charles Krauthammer, definió como el momento unipolar.

Una distribución estructural de poder que favorecía de manera notable a Estados Unidos y que, tal y como sostuvo el autor realista, John Mearsheimer, permitió a la potencia norteamericana aplicar una estrategia de hegemonía liberal, en un contexto en el que ninguna otra gran potencia podía desafiar la supremacía estadounidense. En el marco de esta estrategia Estados Unidos trató de permear el sistema internacional a su imagen y semejanza, expandiendo su forma de gobierno y sus valores. También lideraría a sus aliados en una serie de intervenciones humanitarias que se producirían en escenarios de escaso valor estratégico y con resultados no siempre exitosos en Haití y los Balcanes.

A pesar de un intento inicial de focalizarse en las grandes potencias y en los problemas internos estadounidenses, el 11 de septiembre cambió los cálculos de la Administración de Bush hijo, permitió el ascenso de los neoconservadores en el proceso decisorio y condicionó la política exterior estadounidense en las siguientes décadas con el desencadenamiento de la “Guerra contra el Terror” y los procesos de State-Building que se pondrían en marcha en Afganistán e Irak. Procesos que seguirían el camino escasamente exitoso de los precedentes existentes de la década de los noventa.

La estrategia elegida para luchar contra los grupos yihadistas, especialmente en su dimensión de establecer Estados democráticos en escenarios poco prometedores para su florecimiento, pronto se demostraría notablemente costosa y sus resultados limitados. La Administración Obama, a pesar de sus intentos iniciales por reconducir la situación en Afganistán, pronto optaría por priorizar una estrategia más limitada, fundamentada en el uso de fuerzas especiales y ataques con drones en escenarios geográficamente muy diversos y que irían más allá de Afganistán. Ejemplos como Yemen, Somalia o el Sahel son ejemplificativos. Este hecho limitaría la relevancia estratégica de la permanencia estadounidense en Afganistán de cara a la lucha anti yihadista y se uniría a los problemas constantes en la consolidación del Estado en Afganistán, que no ofrecían soluciones claras más allá de congelar la situación existente.

Durante este periodo, el ascenso de China constataba que escenarios como Afganistán no se habían convertido en otra cosa que en una distracción estratégica de elevado coste que obligaba a Estados Unidos a focalizar su atención en este Estado de Asia Central frente a los problemas cada vez más acuciantes y mucho más relevantes estratégicamente de Asia-Pacífico. Cada vez parecía más claro que el empantanamiento estadounidense en el Próximo Oriente beneficiaba de manera clara a China. De igual forma, los aliados europeos de Estados Unidos se mostraban crecientemente favorables a poner fin a una intervención que había devenido crecientemente impopular en sus opiniones públicas.

A pesar del apoyo mayoritario de las élites de política exterior estadounidense a la permanencia en Afganistán, la opinión pública estadounidense se posicionaba de forma muy mayoritaria en favor de la retirada de tropas. Esto explica que esta política fuese asumida como objetivo claro por parte de la Administración de Donald Trump y también por los principales líderes demócratas que participaron en las primarias de 2019-2020, entre ellos Joe Biden. Este aspecto terminó de decantar la balanza y su Administración mantuvo la política de retirada puesta en marcha por su predecesor.

De manera paralela a la retirada de tropas, el gobierno afgano y sus fuerzas armadas, condicionadas desde años atrás por la corrupción, la mala gestión y una creciente desmoralización entraron en colapso ante el avance de los talibán y los acuerdos a los que llegarían con diferentes autoridades locales, que los consideraron vencedores claros de la contienda.

Las imágenes en televisión de la caótica retirada estadounidense, entre ellas la del atentado reivindicado por el Estado Islámico, arreciaron las críticas contra la gestión realizada por Biden y provocaron la aparición del nuevo debate sobre el rol global de Estados Unidos que llegaría a los medios de comunicación y a la opinión pública. Este debate, por tanto, excedería de las lógicas críticas a la gestión de la retirada y tendría claras connotaciones ideológicas. Además, habría estado marcado por actores claramente interesados, o bien en desacreditar una política menos intervencionista, o en tratar de obtener algún tipo de objetivo político. En el participarían diversos actores tanto internos como internacionales.

Entre los primeros cabe destacar a los diversos grupos ideológicos de la política exterior estadounidense, de nuevo enfrentando a los autores realistas que defenderían la retirada de un conflicto en el que Estados Unidos tenía poco que ganar en términos de seguridad, frente a neoconservadores y liberales intervencionistas. Estos últimos plantearían básicamente tres argumentos, que luego serían utilizados por el resto de críticos de la decisión estadounidense en los medios de comunicación y de cara a la opinión pública.

El primero no sería sino la recuperación de un antiguo argumento de la Guerra Fría, que tuvo un importante protagonismo a la hora de defender la presencia estadounidense en Vietnam: la credibilidad estadounidense.

Básicamente este argumento sostenía que si los aliados estadounidenses veían como la potencia norteamericana dejaba de apoyar a Vietnam del Sur, la confianza en Estados Unidos como líder del mundo libre se debilitaría y el sistema de alianzas estadounidense entraría en colapso debilitando notablemente su posición frente a la Unión Soviética. Si se sustituye a la Unión Soviética por China, el argumento sobre Afganistán se muestra notablemente similar al anterior. Aún más, se ha llegado a sostener que la retirada estadounidense de Afganistán no haría sino fortalecer a China, a pesar de la importante problemática que la victoria talibán supone para la política de China en Xinjiang.

Este argumento queda, además, debilitado porque los pronósticos de los críticos no se cumplieron. De igual modo que la retirada estadounidense de Vietnam no supuso una derrota estadounidense en la Guerra Fría, tampoco la retirada de Afganistán implica una derrota estadounidense en la competición frente a China. Además, a pesar de las posibles dudas iniciales, los aliados que dependen de las garantías de seguridad estadounidenses en escenarios regionales más relevantes como Taiwán, Corea del Sur o Japón, tampoco disponen de una segunda opción que permita prescindir de estas.

Un segundo argumento se sustenta en criterios básicamente morales, en especial sobre la base de la situación de las mujeres y niñas o del respeto a los derechos humanos, fácil de comprar por los medios y ciertos sectores de la opinión pública, que soslaya la diferencia notable existente entre las zonas rurales y urbanas y el grado de apoyo a los talibán en cada una de ellas.

Cabe mencionar un tercer argumento. El fortalecimiento de los grupos yihadistas en Afganistán. Un argumento de un relativo peso que se diluye ante la notable dispersión geográfica de estas organizaciones terroristas en escenarios que van mucho más allá de Afganistán.

También hay posicionamientos oportunistas, claramente dirigidos a la obtención de un beneficio político. Entre ellos estaría el del expresidente Donald Trump, dirigido principalmente a criticar la gestión de la retirada más que la naturaleza de esta política, compartida por ambas Administraciones. También el de algunos líderes europeos, que han querido aprovechar un escenario estratégicamente periférico para los Estados que componen la UE como es Afganistán y del que hace tiempo estaban deseosos de retirarse, para criticar a sus aliados estadounidenses y a la OTAN, obviando las responsabilidades de esta organización en el fracaso del proceso de construcción del Estado, con el fin de relanzar una política de “autonomía estratégica”, situada en stand by desde la victoria de Biden.

Existe también una tercera posición de críticos oportunistas, centrados en cuestionar la política estadounidense sea cual sea esta, tanto si interviene como si no, tanto si desarrolla una misión escasamente exitosa de construcción del Estado, como si la abandona. Para estos analistas cualquiera de los argumentos expuesto, sea el moral, el de la credibilidad o el del fortalecimiento de los grupos yihadistas, es válido. En algunos casos, han cambiado radicalmente su posición optando por una posición claramente contradictoria con la que sostenían en el periodo de las grandes intervenciones estadounidenses.

En cambio, la mayoría de estos críticos con la decisión tienden a obviar la escasa relevancia de los intereses en juego en Afganistán, el cálculo coste-beneficio sobre la continuada presencia estadounidense en el país asiático y las escasas posibilidades de su transformación exitosa a corto y medio plazo. Pero lo más importante de todo es que obvian el cambio en la estructura de poder en el sistema internacional, que obliga a Estados Unidos a focalizarse en la competición con la única potencia capaz de disputar el rol de primera potencia en el sistema internacional y defender sus intereses vitales.

En consecuencia y, contra lo que muchos han sostenido, la retirada de Afganistán es una decisión estratégicamente correcta que no supone el fin la primacía estadounidense y que permite centrarse de manera aún más clara en la política de poder de las grandes potencias que marcará el devenir del sistema internacional de las próximas décadas.

AUTOR

*Juan Tovar Ruiz. Profesor contratado doctor de Relaciones Internacionales en la Universidad de Burgos. Profesor honorario en la Universidad Autónoma de Madrid y ha sido investigador visitante en la Universidad de Georgetown. Sus intereses investigadores abarcan la política exterior estadounidense, las relaciones transatlánticas y la política exterior española. Ha publicado en diferentes Think Tanks y revistas como la Revista Española de Ciencia Política, el Real Instituto Elcano, Unisci, Cidob, Política Exterior, Foreign Affairs Latinoamérica, Esglobal, Cuadernos de pensamiento político o la Revista de Estudios Internacionales Mediterráneos.Contacto: @JuanTovarRuiz[email protected]

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