Vindicación de Manolo Castro

Manolo Castro

Por Jorge Domingo Cuadriello — Fuente: Revista Espacio Laical

El traumático derrocamiento de la sanguinaria dictadura de Gerardo Machado y el posterior proceso de convulsión sociopolítica que padeció nuestro país trajeron como consecuencia, entre otros elementos deplorables, la atomización de las fuerzas revolucionarias y de sus integrantes que no habían escatimado esfuerzos, sacrificios y heroísmo en aras de barrer con aquel régimen tiránico. La dispersión fue mayúscula y en los años siguientes unos optaron por mantener la vía insurreccional para llegar al poder y empezar entonces la tarea de reformar la estructura social cubana; otros eligieron insertarse en las luchas partidistas y no escasearon los oportunistas que se dedicaron a sacarle provecho a su pasado antimachadista para introducirse en los engranajes de la administración gubernamental y engordar sus bolsas particulares. Antonio Guiteras, fundador de la organización Joven Cuba, Carlos Prío Socarrás, más tarde presidente de la República, y Alberto Inocente Álvarez, ministro de Comercio durante el mandato de Grau San Martín, pueden servir de ejemplos respectivos de estas tres actitudes que señalamos a grandes rasgos.

Además de esas elecciones individuales, podemos añadir el surgimiento en aquella etapa de toda una larga relación de organizaciones políticas que en algunos casos fueron debidamente legalizadas en el Registro de Asociaciones y en otros se mantuvieron en la clandestinidad. Entre esas agrupaciones estuvieron, siempre bajo la autodefinición de revolucionarias, la Legión Revolucionaria de Cuba (LRC), la Unión Insurreccional Revolucionaria (UIR), la Acción Revolucionaria Guiteras (ARG) y el Movimiento Socialista Revolucionario (MSR), que tuvo entre sus máximos dirigentes a Manuel Castro y del Campo (Manolo Castro), un personaje controvertido que en vida recibió no pocos elogios y después de su trágica muerte, además, descalificaciones que en muchos casos consideramos injustas. Acercarnos con objetividad a la trayectoria de dicha figura es el principal objetivo de este trabajo.

» Manuel Castro y del Campo

Nació en La Habana en el año 1910 en el marco de una familia de la clase media alta. Su padre, el doctor Manuel Castro Targorona, ocupó un tiempo después los cargos de subsecretario de Educación durante el gobierno de Alfredo Zayas y de secretario de la Universidad de La Habana. Gracias a ese respaldo económico familiar, pudo realizar sus primeros estudios en el Colegio de Belén, de los padres jesuitas. A continuación ingresó en el Instituto de Segunda Enseñanza de La Habana, donde comenzó a manifestar sus primeras inquietudes políticas, que se acentuaron después de matricular en 1929 en la universidad habanera la carrera de Ingeniería Civil. A partir de entonces se incorporó al movimiento estudiantil contra el régimen de Machado, se sumó al Directorio Estudiantil Universitario (DEU), tomó parte en manifestaciones y en otras protestas públicas y estableció estrechas relaciones de camaradería con varios jóvenes revolucionarios, entre ellos Ramiro Valdés Daussá.

Después de la caída de la dictadura pasó a formar parte de la agrupación Pro Ley y Justicia, tomó parte en el asedio a los altos oficiales amotinados en el Hotel Nacional contra el llamado Gobierno de los Cien Días y a continuación se enfrentó al mandatario Carlos Mendieta, quien en realidad obedecía órdenes del coronel Fulgencio Batista y de la Embajada de los Estados Unidos. Por sus actividades oposicionistas fue detenido, juzgado y sentenciado a varios años de prisión, condena que purgó en el Castillo del Príncipe.

A inicios de marzo de 1937, en espera de ser liberado gracias a una amnistía general, compartía su encierro con jóvenes revolucionarios de diversas orientaciones y militancias políticas, como Newton Briones Fernández y Juan Antonio Casariego, guiteristas, Rolando Masferrer y José Felipe Carneado Rodríguez, comunistas, el pistolero Orlando León Lemus (El Colorao) y el poeta Vicente Menéndez Roque, autor del libro de versos Floreal (1921). Una vez en libertad, reinició sus estudios en la Universidad de La Habana, que había vuelto a abrir sus puertas después de dos años de clausura. Allí se encontró con un ambiente viciado por las alteraciones que provocaba un grupo de bravucones y alborotadores que se hacía pasar por estudiantes. Entregados al matonismo, la guapería y la intimidación, los miembros de esta pandilla, que contaba con el respaldo de algunos militares, como el capitán Jaime Mariné, amedrentaban tanto a los profesores como a los estudiantes, en particular a los pertenecientes a la cátedra de Derecho.

Con el fin de adecentar la colina universitaria y cortarles el paso a estos maleantes, se irguió la figura del profesor Ramiro Valdés Daussá, joven de limpia trayectoria revolucionaria. Con su recto proceder y su determinación de que los estudiantes no podían entrar a la universidad habanera en posesión de armas de fuego les cerró las puertas a los «bonchistas», pero también contribuyó a que estos lo condenaran a muerte. En la noche del 15 de agosto de 1940, cuando Valdés Daussá salía a la calle Mazón, desarmado, ajeno por completo a la trampa que le habían tendido, fue acribillado a balazos por estos delincuentes.1

Manolo Castro, quien había estado junto a la víctima en las labores de extirpar de la Universidad de La Habana el llamado «bonche» y con ese propósito había desempeñado el puesto de Segundo Jefe del Cuerpo de Seguridad Universitario y fundado el Comité Estudiantil de Superación Universitaria, sintió en lo más hondo el alevoso asesinato de su viejo amigo. Varios de los criminales fueron detenidos en el lugar de los hechos; pero a la sombra quedó su inductor, el corrupto profesor universitario Raúl Fernández Fiallo, quien se valía de los «bonchistas» para recabar apoyo a sus aspiraciones partidistas. Decidido a vengar la muerte de Valdés Daussá, Manolo Castro esperó la salida de este sujeto del recinto universitario y cuando caminaba por la calle 27 de Noviembre lo ultimó a tiros.

Su proceder premeditado y su determinación de tomar la justicia por su mano bien pueden ser objeto de repudio; pero no podemos obviar que a lo largo de nuestra etapa republicana ocurrieron hechos similares que han contado con la plena aprobación de los encargados de narrar el proceso revolucionario cubano. ¿Ejemplos? Los atentados mortales al capitán Miguel Calvo, jefe de la Sección de Expertos de la Policía de Machado, al comandante de la Marina de Guerra Carmelo González Arias, delator de Guiteras, al coronel Antonio Blanco Rico, principal responsable del Servicio de Inteligencia Militar (SIM) durante la tiranía de Batista, al también coronel Fermín Cowley Gallegos, jefe del Regimiento Militar de Holguín, quien dirigió los asesinatos políticos conocidos como las Pascuas Sangrientas… Debemos reconocer que los atentados personales desdichadamente han formado parte del proceder justiciero de los revolucionarios cubanos, más aún en momentos en que no ha sido posible llevar a los criminales ante un tribunal y sentarlos en el banquillo de los acusados.

Manolo Castro fue señalado como autor de esa muerte; pero las influencias, las simpatías y las antipatías entraron a desempeñar su papel. Fernández Fiallo no disfrutaba de crédito moral alguno en el recinto universitario y, por el contrario, la imagen del justiciero vengador se acrecentaba. Tras pasar con rapidez por los tribunales, se consideró que Manolo Castro había actuado en defensa propia y la causa en su contra fue archivada. El «bonche» quedó herido de muerte, con sus principales figuras en la cárcel, en el extranjero o en las sombras. A pesar de la ausencia de Valdés Daussá, en la Universidad de La Habana comenzó a correr un aire más sano y Manolo Castro, quien incluso llegó a acusar al rector, Rodolfo Méndez Peñate, de ser tolerante con los actos violentos perpetrados por aquellos alborotadores, se convirtió en una figura sobresaliente en ese centro de altos estudios, donde se destacó además como deportista. Demostración palpable de su prestigio personal y de su carisma resultó ser su elección como presidente de la Federación Estudiantil Universitaria (FEU) para la etapa 1944-1946.

Como máximo dirigente de esa instancia estudiantil llevó a cabo además valiosas iniciativas que trascendieron el marco universitario y se proyectaron en el plano social y en el ámbito de la política internacional, en momentos en que la segunda Guerra Mundial entraba en su etapa final. Su preocupación por las clases sociales más desposeídas y por las luchas del campesinado más pobre quedaron demostradas en numerosas ocasiones, como veremos más adelante, cuando demos paso a las valoraciones que mereció Manolo Castro después de su desaparición física.

No lo mencionaremos ahora para no ser reiterativos y para darle voz a los que en su momento lo conocieron de cerca. Por el momento solo agregaremos que sus principios antifascistas y su solidaridad con los exiliados españoles lo llevaron a publicar en 1945 el folleto Criminales de guerra, en el cual desenmascaró, con nombres y apellidos, a numerosos falangistas que desde Cuba habían contribuido con grandes sumas de dinero y de productos a las fuerzas españolas sublevadas contra la República. También por aquel tiempo fue designado profesor agregado a la Cátedra de Dibujo en la Facultad de Ingeniería.

En abril de 1947, bajo la presidencia de Grau San Martín, aceptó el cargo de Director General de Deportes y de Educación Física, instancia gubernamental dependiente del Ministerio de Educación. Al parecer, Manolo Castro no valoró entonces acertadamente el alcance de esa responsabilidad, que lo comprometía con un régimen no exento de encumbrados corruptos como José Manuel Alemán, precisamente la máxima figura del ministerio al cual se incorporaba. Quizás aceptó el puesto para evitar que fuese ocupado por algún politiquero deseoso de robarle al erario público, arriesgada decisión que poco después movió al conocido intelectual y profesor universitario Raúl Roa a asumir la Dirección de Cultura del Ministerio de Educación, ya en el período presidencial de Carlos Prío.

De modo simultáneo, Manolo Castro no había dejado a un lado las estrechas relaciones forjadas con otros combatientes antimachadistas y en unión de algunos de ellos trató de canalizar las aspiraciones políticas que compartían. Resultado de ese esfuerzo mancomunado fue la fundación en agosto de 1947 del Movimiento Socialista Revolucionario, que de acuerdo con sus estatutos se trazaba «la lucha por los principios socialistas en los órdenes económicos, políticos, social y cultural, así como toda actividad que conduzca a la liberación nacional y social de Cuba».2 Entre los miembros del Comité Gestor de esa asociación política estuvieron Rolando Masferrer,3 Aida Pelayo,4 Eufemio Fernández Ortega,5 Feliciano Maderne6 y Manolo Castro.

Solo unos días después de haber sido constituido el Movimiento Socialista Revolucionario comenzó a concretarse la llamada Expedición de Cayo Confites, un proyecto encaminado a invadir la República Dominicana y derrocar por medio de las armas la dictadura de Trujillo en el cual tomaron parte numerosos dominicanos y cubanos, algunos centroamericanos y varios exiliados españoles. Masferrer y Eufemio Fernández estuvieron entre los principales jefes militares de aquella aventura que fue respaldada por Manolo Castro desde su máximo cargo en la Dirección General de Deportes.

En momentos en que los expedicionarios se hallaban concentrados en dicho cayo, al norte de la provincia de Camagüey, a la espera de zarpar hacia tierra dominicana, ocurrió la llamada Masacre de Orfila: un enfrentamiento entre dos bandas que por entonces dirimían sus diferencias a tiros, la encabezada por el comandante Mario Salabarría, Jefe de la Oficina de Investigaciones Especiales,7 y la dirigida por el también comandante Emilio Tro Rivero, director de la Academia de la Policía. El saldo de aquella batalla, que se prolongó durante tres horas y solo terminó cuando llegaron los tanques y las tropas del ejército, fue de varios muertos, entre ellos Emilio Tro y la señora Aurora Soler, quien se encontraba embarazada.8 

El funesto impacto provocado por aquel hecho de sangre y la divulgación de las impactantes imágenes filmadas por el camarógrafo Guayo, llevaron a las autoridades a cancelar a toda carre ra la expedición antitrujillista que, por otro lado, ya era del conocimiento público dentro y fuera del país. Incluso Manolo Castro había sido detenido por guardacostas norteamericanos en aguas internacionales cuando transportaba armas con destino a los expedicionarios y un tribunal de Miami lo instruyó de cargos, aunque una vez liberado pudo retornar a Cuba.

La muerte alevosa de Tro y la detención de Salabarría y algunos de sus lugartenientes no propiciaron que disminuyeran los hechos de sangre que cometían aquellas pandillas. Los rencores se enconaron y prevaleció el deseo de venganza, al tiempo que se cruzaban acusaciones dirigidas a jefes de la Policía, militares y políticos. A diferencia de otros líderes que en aquellos días hacían sonar los clarines de guerra, Manolo Castro apeló a la mesura, al apaciguamiento de las pasiones, a que se enfundaran de nuevo las armas y se pusiera fin a aquel espiral de violencia de senfrenada. Estuvo muy lejos de alcanzar ese noble objetivo.

» El atentado a Manolo Castro

Era la noche de carnaval del domingo 22 de febrero de 1948. Por el Paseo del Prado y por delante del Parque Central desfilaban las carrozas y las comparsas, con la alegría y la música que las caracterizaban. El pueblo habanero, las gentes humildes, las familias con sus hijos disfrutaban de aquella fiesta anual. Muy cerca de allí, en la esquina de San Rafael y Consulado, delante del cine Resumen, más tarde llamado Cinecito, conversaba animadamente Manolo Castro con tres integrantes de la frustrada Expedición de Cayo Confites, así como también con el estudiante universitario Manuel Corrales, quien por entonces mantenía en un plano muy discreto su militancia en el Partido Socialista Popular (Comunista) para poder infiltrarse en los distintos grupos de nuestra casa de altos estudios.9

Busto de Manolo Castro en la Universidad de La Habana. Obra de Tony López (Foto de Johan Moya).

Busto de Manolo Castro en la Universidad de La Habana.
Obra de Tony López (Foto de Johan Moya).

De impróvido una lluvia de balas cayó sobre ellos; a corta distancia, desde distintos ángulos, cinco pistoleros les disparaban y elegían como principal blanco al expresidente de la FEU, quien trató de buscar protección detrás de un auto estacionado, pero allí cayó fulminado. También resultó muerto uno de sus amigos y dos recibieron graves heridas. Corrales salió ileso. Ninguno de los agredidos portaba un arma.

Los autores del crimen huyeron en distintas direcciones, pero uno de ellos, que fue identificado después como Gustavo Ortiz Fáez, de 20 años, estudiante de Agronomía de la Universidad de La Habana y miembro de la Unión Insurreccional Revolucionaria,10 resultó detenido por un policía cuando corría por una de las calles cercanas con una pistola aún humeante en la mano y balas en los bolsillos del pantalón. La prueba de la parafina le resultó adversa y fue el único procesado por aquel crimen.11 De muy poco le valió que apelara a su condición de ahijado del presidente Grau. En septiembre del año siguiente se inició el juicio en su contra y al final lo condenaron a veinte años de cárcel. Aproximadamente en 1957 salió en libertad.

El cadáver de Manolo Castro fue llevado al Hospital de Emergencias, donde se le hizo un registro a sus ropas. Solo le encontraron 25 centavos y una cajetilla de cigarros. En este centro asistencial se presentaron de inmediato, entre otras personalidades, el escritor y líder antitrujillista dominicano Juan Bosch, Eufemio Fernández y el rector de la Universidad Clemente Inclán, quien decidió suspender las clases y todas las actividades docentes y que el velatorio se llevara a cabo en el Aula Magna de este centro de estudios superiores, lo que fue respaldado por los catedráticos de todas las facultades. El doctor Inclán, quien fue denominado unos años después el Rector Magnífico por su extraordinario desempeño, declaró a la prensa, conmovido: «He sentido mucho la muerte de Manolo Castro. En las relaciones que tuve con él, mientras fue presidente de la FEU, nunca tuve un momento de queja, ya que en todo momento, Manolo Castro fue un gran poder moderador y siempre actuó pensando en universitario.»12

A continuación se sucedieron las guardias de honor, el desfile de estudiantes y profesores ante su féretro, las declaraciones de condena al crimen execrable. En tal sentido se manifestaron, con mayor o menor dosis de indignación, el presidente entonces de la FEU Enrique Ovares, el presidente de la Escuela de Filosofía y Letras Alfredo Guevara, el Movimiento Socialista Revolucionario, la Confederación Campesina de Cuba, la Asociación de Ex Combatientes Antifascistas Revolucionarios, el claustro docente de la Facultad de Ingeniería, la entidad antifranquista Casa de la Cultura a través de su órgano oficial, España Republicana, y de modo personal muchas figuras de relieve político, social e intelectual. Su sepelio se llevó a cabo al atardecer del día siguiente y una numerosa comitiva acompañó sus restos mortales a lo largo de la calle 23 hasta la Necrópolis de Colón, donde fueron depositados en una bóveda familiar. Despidieron el duelo, con sentidas palabras, Enrique Ovares y Rolando Masferrer, mientras a su lado lloraban la madre de Manolo Castro, su esposa y los dos pequeños hijos de ambos.

¿Quién ordenó su asesinato y qué razón hubo para eliminarlo?

La primera pregunta resultó fácil de responder desde los primeros momentos y los años han confirmado la acusación: fue la Unión Insurreccional Revolucionaria, que entonces tenía como máximo encargado de decidir las ejecuciones al pistolero José de Jesús Ginjaume.13 

La segunda pregunta ya es más difícil de contestar, pues demás está decir que los miembros de estos «grupos de acción» no dejaban nada escrito ni levantaban actas de sus reuniones clandestinas ni ventilaban públicamente los argumentos de sus actos de violencia. Solo a través de rumores, de suposiciones, de algunos comentarios echados a rodar en su momento y de testimonios ofrecidos muchos años después se tiene la referencia de que Manolo Castro había comenzado a hacer gestiones, por medio del ministro Alemán, cerca del presidente Grau, para que fuera exonerado de culpa su viejo amigo Mario Salabarría, a quien en aquellos días se le seguía juicio por los sucesos de Orfila, que lo incriminaban de un modo irrefutable. Es posible que Manolo Castro, quien profesaba un concepto muy elevado de la amistad, como demostró en no pocas ocasiones, haya iniciado esa gestión que chocaba de frente con las leyes cubanas, con el sentido más elemental de justicia y con los sentimientos de gran parte de la ciudadanía, aun impresionada por aquella masacre.

De acuerdo con esa plausible versión, los miembros de la UIR, animados por una incontrolable sed de venganza tras la muerte de su principal líder, determinaron la eliminación de Manolo Castro sin detenerse a considerar que este no tuvo la más mínima intervención en aquel hecho sangriento y que podía enarbolar con la mirada en alto su digna ejecutoria como dirigente estudiantil y como combatiente revolucionario. Su condena a muerte bien pudo haber estado motivada, además, por las luchas que se disputaban entonces en la universidad habanera para ocupar altas responsabilidades en la dirigencia estudiantil de las distintas escuelas y facultades. Aunque ya Manolo Castro no formaba parte de la FEU, se desempeñaba como profesor, seguía siendo un referente para numerosos alumnos y sus opiniones y valoraciones no habían dejado de contar con un gran peso.

» Juicios póstumos sobre Manolo Castro

A Manolo Castro le correspondió vivir y luchar y abrirse paso en una época convulsa de la historia de Cuba en que resultó difícil adentrarse en el mundo de las pugnas políticas y salir con el traje inmaculado, las manos limpias y el reconocimiento agradecido de todos. Un ambiente por lo general enrarecido, dominado por las rencillas, las ambiciones personales y las acciones inescrupulosas fue el que prevaleció. A raíz de su trágica muerte salieron a relucir no pocas valoraciones que realzaban su proceder; pero también otras muy diferentes que mancillaban su memoria. A continuación vamos a reproducir algunas de ellas que consideramos más relevantes.

La muy leída entonces sección «En Cuba» de la revista Bohemia en su número correspondiente al 29 de febrero de 1948 recogió con numerosos detalles el atentado a Manolo Castro. Tras la narración de los hechos y de ofrecer datos biográficos acerca del difunto aportó el siguiente recuento:

El finado director general de Deportes, aunque se mantuvo siempre ajeno a ciertos suculentos negocios del régimen, era un destacado funcionario de este (…)

…fue electo presidente de la FEU para el período 1944-46, distinguiéndose a partir de ese momento por su contacto con los afanes y dolores extrauniversitarios. Intervino en el problema de los indigentes a raíz del ciclón de octubre de 1944, y hasta su muerte luchó por la dignificación de esos parias sociales, entre los que contaba con excelentes admiradores. Otras de sus actividades más destacadas fue la de batallar porque se reconociera a los campesinos pobres el derecho de la tierra que laboraban. Participó con ese fin en la fundación de la Confederación Campesina de Cuba, en la que tuvo colaboradores como Lelio Álvarez, el doctor Enrique C. Henríquez, Ceballos, Linares y otros. Recorrió los campos de Oriente en una campaña contra los desalojos. Organizó la protesta por el asesinato del campesino Niceto Pérez. Bajo su regencia, además, la FEU integró comités a favor de la independencia de Puerto Rico, de la República Española y de la democracia dominicana.14

Pocos días después del asesinato de Manolo Castro se llevó a cabo en el Parque Central de La Habana, tal como ya se había programado semanas antes, un mitin multitudinario para condenar la tiranía de Trujillo y abogar por la democracia en la República Dominicana. Entre los que hicieron uso de la palabra estuvo el criminalista, escritor y exiliado dominicano en nuestro país Enrique C. Henríquez,15 quien aprovechó la ocasión para rendirle homenaje a su entrañable amigo asesinado a solo cien metros de allí. A continuación incluiremos algunos párrafos de su discurso:

¡Manolo Castro ha muerto! ¡Solo la muerte ha podido impedir que Manolo Castro esté entre nosotros cuando nos reunimos para hablar de la libertad de Santo Domingo, o para luchar por ella! Que me sea permitido, como un desahogo a mi dolor y un acto de justicia, rendir homenaje, en breves palabras —que resultarán siempre pobres para esa finalidad—, a nuestro gran compañero, homenaje justificado entre todos en esta tribuna de la revolución dominicana, que fue preocupación extraordinaria y constante para el gran líder cubano arrebatado a la vida, ayer no más, por manos irresponsablemente criminales.

Ante todo, condenemos con máxima energía el acto que causó la muerte de Manolo Castro, (…) víctima de un asesinato alevoso y brutal que no le permitió defensa de ninguna clase, ni a nosotros otro consuelo que levantar la voz para reclamar el castigo de sus asesinos y brindar a su memoria el triste homenaje de nuestra palabra que sólo tienen mérito por el halo fraternal que la anima.

No puedo señalar con certeza a los culpables. Las autoridades tienen el deber absoluto de encontrarlos y los tribunales el de aplicar condigna sanción a su crimen. Pero en el terreno moral sí puedo y debo desde ahora juzgar el acto, ¡y no serán bastantes a detenerme los rumores terroríficos de represalia que corren por las calles! Para mí, el peligro que pudiera correr —si peligro hubiera— es honor que no debo rehusar, como supe no rehusar los peligros de la lucha contra la tiranía de Machado y subsiguientes regímenes, ni los que pudiera conllevar la guerra contra la abominable dictadura de Rafael Leonidas Trujillo. (…)

Los asesinos de Manolo Castro han cometido, a la par que un crimen, una injusticia y un error. Una injusticia, porque Manolo Castro no merecía, en lo absoluto, tal género de muerte, y un error, porque de seguro descontaban impunidad, en vez de comprender que este crimen no puede quedar impune. (…) Los victimarios de Manolo Castro han cometido el error de matar a un ciudadano que se distinguió por sus obras útiles, que fue bueno y generoso. (…)

No debería olvidarse que Manolo Castro contribuyó a operar una gran transformación en la Universidad, extirpando el funesto «bonche», la dirección espuria, los métodos desmoralizados, y que fomentó la Superación Universitaria. Sus discursos de (sic) la escalinata universitaria contuvieron momentáneamente los ímpetus de venganza, de represalias contra los culpables de anteriores regímenes, que amenazaban ensangrentar los primeros días del actual gobierno.

No debería olvidarse que Manolo Castro representó a Cuba en los eventos internacionales en que la juventud trataba de contribuir a resolver los problemas del mundo. En aquella ocasión logró que las juventudes de todos los países expulsaran a los delegados de Trujillo, porque no representaban la democracia y la libertad, sino la opresión y el crimen.

No debería olvidarse el sentimiento generoso y hondamente humano de que dio muestras Manolo Castro asistiendo y socorriendo a los damnificados del último gran ciclón y a los indigentes de los suburbios, cuando su situación aparecía desesperada.

Tumba de Manolo Castro en la Necrópolis Cristóbal Colón de La Habana.

Tumba de Manolo Castro en la Necrópolis Cristóbal Colón de La Habana.

No debería olvidarse cómo acometió junto a nosotros la lucha por los campesinos de este país. Cómo recorrió con nosotros los campos y convocó a nuestro lado el Primer Congreso Nacional Campesino que dio nacimiento a la Confederación Campesina de Cuba. No debía olvidarse, en fin, cómo aceptó lanzarse a la batalla por la libertad de Santo Domingo y de América, Siguió en todas las etapas de su vida la honrosa tradición de sus luchas heroicas contra Machado y sus herederos políticos, en los cuales (sic), como el mejor entre nosotros, sufrió persecución, peligros y prisiones.16

Años después el poeta, ensayista y narrador chileno Alberto Baeza Flores,17 quien residió durante muchos años en nuestro país y tomó parte activa en nuestro movimiento literario, ofreció la siguiente evocación:

Manolo Castro (…) era una de las ineludibles figuras revolucionarias del presente y futuro de Cuba. Sus campañas contra la discriminación racial, la ayuda al campesino pobre y los barrios humildes, su actitud contra las tiranías de América Latina, su participación rectora en la expedición de «Cayo Confites» y su honestidad frente a la Dirección General de Deportes, situaron a Manolo Castro como uno de los dos o tres líderes del futuro de Cuba.18

En fecha mucho más reciente, el ensayista y profesor de origen vasco Federico Álvarez Arregui,19 quien fue alumno de Manolo Castro en la universidad habanera cuando era muy joven, lo recordó de la siguiente manera en el capítulo, no exento de confusiones y de errores cronológicos, «La FEU y el conflicto político universitario», perteneciente a su libro de memorias Una vida. Infancia y juventud (México, 2013):

No eran amigos, Fidel Castro y Manolo Castro, pero yo no puedo dejar de unirlos en la memoria. Otros, mucho más enemistados que ellos, acabaron siendo luego uña y carne durante la Revolución; y los que fueron entrañables en aquellos años, acabaron muchos en campos furiosamente enfrentados. La Revolución es así. Me doy cuenta ahora de que ambos eran entonces como dos vectores de fuerzas y direcciones de orígenes seguramente distintos (…). Fidel era más joven. Como en las carreras de caballos, era un caballo que venía de atrás. El otro iba delante, el primero según muchos, pero cayó al aceptar un puesto en el gobierno de Grau (…) Estoy convencido de que Manolo era movido, desde que dejó de ser presidente de la FEU, por fuerzas cuyas ideas apenas compartía y de las que no pudo escapar. Siempre, fuera ya de la universidad, buscaba a sus amigos de la vida universitaria. Cuando lo asesinaron tenía a su lado a Manolo Corrales, cabeza «oculta» del PSP en la FEU.

Tomé la clase de dibujo (dibujo aplicado a la ingeniería) con Manolo, que era entonces presidente de la FEU y ayudante del catedrático titular de esa asignatura. Solía pasear de mesa en mesa mirando con atención nuestros trabajos y haciendo observaciones. (…) Cuando llegaba Manolo y se acodaba en el borde de la mesa, la felicidad aumentaba porque era un hombre, aunque adusto (nunca le vi reír), sumamente sencillo, que ayudaba solícito pero parco, con solo echar una mirada sobre el papel albanene (sic). La primera vez que lo hizo en mi mesa observó pequeños defectos. Al notar mi acento español me preguntó si era yo exiliado y, cuando le dije que sí, mostró una franca alegría en sus ojos pocas veces expresivos. La Facultad tenía un alumnado muy conservador que solo pensaba en un porvenir burgués lo más acomodado posible, y él era un antifascista cubano típico, un antifranquista… Era ayudante en la clase de dibujo y con eso ganaba un sueldo con el que, hasta donde pude colegir, vivía austeramente. (…)

/En las oficinas de la FEU/ Manolo Castro, labró el afecto que siempre sentí hacia él. Había allí varios compañeros sentados en sillas que formaban un amplio círculo (…): Héctor Ponsdomenech, José Luis Massó, Aracelio Azcuy, Conte Agüero, Arquímides Poveda, Aramís Taboada, Eduardo Moure, Walterio Carbonell, Rolando Masferrer… Se estaban creando varios comités que formarían parte de la Comisión de Relaciones Exteriores de la FEU: Comité Pro Independencia de Puerto Rico, Pro Democracia Dominicana, Pro República Española, Comité de Ayuda a China en Guerra… Se crearon otros comités, uno para intentar desmantelar el barrio de Las Yaguas (que era el proyecto que más le interesaba al propio Manolo Castro), otro para dar alternativas de trabajo a las prostitutas de Crespo y Amistad, y otro para crear un balneario universitario en Miramar —que no tardó en funcionar con gran éxito en Primera y 42— en el que pudiéramos nadar y hacer deportes todos los universitarios derrotando la discriminación que reinaba en aquel mar acotado por una burguesía racista. (…)

Manolo Castro me había abierto las puertas de una militancia privilegiada junto a estudiantes que ofrecían una gama ideológica de una diversidad impresionante (…), desde el más crudo anticomunismo hasta la militancia partidista en el PSP, diversidad que Manolo había logrado conjuntar milagrosamente ganando el respeto también de los que le odiaban. Era el presidente de la FEU y había logrado igualmente el respeto del mundo político cubano.20

En la acera opuesta a las valoraciones anteriores, por lo general elogiosas, menos la anterior de Federico Álvarez, que contiene alguna crítica, hemos hallado también descalificaciones injustas y sin fundamento alguno que se han propuesto enlodar la imagen de Manolo Castro. Algunas aparecieron poco después de su asesinato; pero otras han sido publicadas en Cuba en fecha mucho más reciente. Como botón de muestra ofreceremos estas afirmaciones gratuitas que vertió el historiador Humberto Vázquez García en su libro La expedición de Cayo Confites (2013): Manolo Castro «era en realidad un pistolero de rango en el sórdido mundo de los grupos de acción» (p. 55); «Se le consideraba implicado en al menos cuatro crímenes —los del profesor universitario Raúl Fernández Fiallo y los estudiantes Hugo Dupotey, Mario Sáenz de Burohaga y Andrés Noroña» (p. 56) y que no había vacilado «en recurrir a la violencia y al crimen» y que sus manos no eran «nada pulcras» (p. 56).

En primer lugar habría que preguntarse: ¿cómo un sujeto con esas características llegó a ser elegido presidente de la FEU y además logró granjearse las simpatías de numerosos profesores y alumnos de la Universidad, así como de intelectuales y políticos de reconocido prestigio? De ser ciertas esas acusaciones, se hubiera incorporado al «bonche» y no lo hubiera combatido frontalmente y tampoco hubiese sido de su interés adecentar el ambiente de la colina universitaria. Con respecto a esos crímenes que el autor vincula a Manolo Castro, solo tuvo participación directa en el caso del corrupto profesor Fernández Fiallo; ninguna relación tuvo con la muerte a tiros de los otros tres estudiantes, el primero de ellos, eso sí, uno de los principales animadores del grupo de pandilleros en la Universidad. Lejos de inclinarse hacia la violencia y el crimen, trató mayormente de abogar por la mesura y la concordia entre las bandas rivales, como ya se añadió antes. Y acerca de que sus manos no eran «nada pulcras», sobran los testimonios de que nunca se aprovechó de sus responsabilidades para lucrar en beneficio propio, a pesar de moverse en un medio corrupto, y siempre llevó una vida austera. Estos sencillos argumentos pueden servir para echar por tierra las injustas valoraciones sobre Manolo Castro lanzadas, sin fundamento alguno y con afanes de desacreditación, por Humberto Vázquez García. Si las citamos aquí es para demostrar cómo, aún en el presente y a pesar de tantas evidencias en contra, algunos intentan desprestigiar la estatura moral de Manolo Castro. »

Noticias finales

Al conmemorarse el primer aniversario de su asesinato se realizaron diversos actos en su honor a los cuales se adhirieron personalidades de innegable prestigio ético e intelectual como Emilio Roig de Leuchsenring, Jorge Mañach, Manuel Bisbé, Rafael García Bárcena, Vicentina Antuña, Gustavo Aldereguía, Francisco Carone, José Manuel Valdés-Rodríguez y Guido García Inclán. Por aquellos días el Movimiento Socialista Revolucionario colocó una placa de recordación a la entrada del Cinecito, donde cayó herido de muerte.

Aproximadamente en 1990 esta sala de cine fue remozada y se retiró la placa; no ha vuelto a ser colocada en su sitio. Mejor suerte ha corrido el busto de Manolo Castro sobre un pedestal que sus numerosos amigos y admiradores en la Universidad de La Habana erigieron delante del edificio de la Facultad de Ingeniería, donde aún permanece. En una modesta bóveda en la Necrópolis de Colón, sin una lápida que destaque su nombre, reposan los restos de Manolo Castro.

Notas:

1. Para conocer más detalles sobre ese crimen puede consultarse el texto de Pablo Llabre Raurell «El asesinato del profesor Ramiro Valdés Daussá», publicado en Espacio Laical Año 14 Nro. 3, La Habana, 2018, pp. 80-86.

2. Archivo Nacional de Cuba. Registro de Asociaciones. Movimiento Socialista Revolucionario Legajo 200 Expediente 4569

3. Rolando Masferrer Rojas (Holguín, 1918 – Miami, 1975) En La Habana, donde se estableció siendo muy joven, tomó parte en las luchas estudiantiles contra los gobiernos impuestos por el coronel Batista. Muy ligado entonces al Partido Comunista, en 1937 marchó como voluntario a defender la República Española y resultó herido en un combate. De nuevo en la capital cubana, inició su carrera periodística en el diario Hoy, órgano del Partido Comunista. En la Universidad de La Habana se graduó de doctor en Derecho con elevadas calificaciones. En enero de 1945 comenzó a publicar el semanario Tiempo en Cuba y comenzó también a polemizar con la alta dirigencia del Partido Socialista Popular (Comunista), que en agosto de aquel año, al igual que a los escritores Luis Felipe Rodríguez y Carlos Montenegro, lo expulsó de sus filas. En las elecciones de junio de 1948 resultó electo Representante a la Cámara. A partir de entonces se convirtió en el jefe de un grupo de pistoleros que emplearon la intimidación y el atentado en las luchas políticas. Durante la dictadura de Batista encabezó a un grupo paramilitar de criminales conocido como los Tigres de Masferrer. Huyó del país al caer la tiranía y murió como consecuencia de la explosión de un artefacto dinamitero colocado debajo de su auto. Como podrá cotejarse a partir de las fechas, la actitud gansteril de Masferrer se puso al descubierto tras la desaparición de Manolo Castro.

4. Aida Pelayo Pelayo (Cárdenas, Matanzas, 1912 – La Habana, 1998) Cuando era muy joven tomó parte en actos de protesta contra los crímenes de Machado y se incorporó al Ala Izquierda Estudiantil y más tarde a la Liga Juvenil Comunista. Se graduó de maestra normalista e impartió clases en los grados elementales. Más tarde militó en organizaciones oposicionistas como Acción Revolucionaria Guiteras. Durante la dictadura de Batista sufrió detenciones por parte de la policía y encarcelamientos. Fue una de las principales dirigentes del Frente Cívico de Mujeres Martianas, una de las organizaciones que se enfrentó al régimen. Después del triunfo revolucionario desempeñó responsabilidades en la Federación de Mujeres Cubanas.

5. Eufemio Fernández Ortega se incorporó en plena juventud a las luchas revolucionarias que se desarrollaban en la capital. Más tarde se graduó de doctor en Medicina en la universidad habanera. Durante el gobierno de Ramón Grau se desempeñó como Jefe de la Policía Secreta Nacional. Tomó parte en organizaciones que combatieron tanto a la dictadura de Batista como a la de Trujillo. En un principio respaldó el triunfo revolucionario de 1959, pero poco después se marchó del país y se incorporó a organizaciones armadas que se proponían derrocar al nuevo gobierno cubano. En abril de 1961 fue capturado cuando intentaba desembarcar clandestinamente, junto con otros expedicionarios, en la costa norte de La Habana. Días después fue juzgado, condenado a muerte y fusilado en la fortaleza de La Cabaña.

6. Feliciano Maderne, antiguo oficial del ejército cubano, había sido uno de los principales responsables de la expedición antimachadista que desembarcó por la bahía de Gibara en agosto de 1931.

7. Mario Salabarría Aguiar (Cabañas, Pinar del Río, 1914 – Miami, 2004). Cuando realizaba estudios en el Instituto de Segunda Enseñanza de La Habana tomó parte en acciones de protesta contra el régimen de Machado, por lo que fue detenido en varias ocasiones. Más tarde combatió los gobiernos impuestos por el coronel Batista. Por aquellos años trabó amistad con Manolo Castro. Su proceder degeneró en acciones gansteriles y se rodeó de vulgares pistoleros. Por su alta responsabilidad en la Masacre de Orfila resultó condenado a treinta años de cárcel; pero en mayo de 1961 fue puesto en libertad. Involucrado en un complot para atentar contra la vida del comandante Fidel Castro, fue detenido en junio de 1965 y sentenciado a otros 30 años de cárcel. A fines de la década del 70 quedó libre. Entonces marchó a los Estados Unidos.

8. Ninguno de los militantes del MSR estuvo involucrado en los sucesos de Orfila.

9. Manuel Corrales González (Las Villas, 1915 – La Habana, 2011) Desde muy joven se unió al movimiento comunista y perteneció al Ala Izquierda Estudiantil y a la Hermandad de Jóvenes Cubanos. Matriculó la carrera de Medicina en la Universidad de la Habana y logró ser nombrado Secretario de Relaciones Exteriores de la FEU. Junto a Manolo  Castro, Federico Álvarez Arregui y otros integró el Comité Universitario Pro-República Española. También perteneció a la Sociedad Cultural Nuestro Tiempo e integró la dirección del Ballet Alicia Alonso. Después del triunfo revolucionario trabajó en la Casa de las Américas y dirigió la Casa Memorial Juan Marinello.

10. Entre los estudiantes de la universidad habanera no eran pocos los militantes o simpatizantes de esta organización clandestina. Uno de sus miembros más destacados fue el vicepresidente de la FEU Justo Fuentes Clavel, muerto a tiros por un grupo rival en abril de 1949 cuando salía de una emisora de radio habanera. Entonces quedó corroborada su activa militancia en la UIR.

11. Otro de los agresores fue el dirigente de la UIR Guillermo García Riestra (Billiken), según le confesó muchos años después, en Miami, al investigador Pablo Llabre, quien nos ofreció esta información.

12. «Trasladan al hospital de la Policía a uno de los heridos». En Información Año XII Nro. 47. La Habana, 24 de febrero de 1948, p. 10.

13. Este sujeto tomó parte en numerosos hechos de sangre y una vez resultó herido de gravedad. Ya después del triunfo revolucionario, en el extranjero, se vinculó a organizaciones contrarrevolucionarias y a conocidos terroristas de origen cubano como Orlando Bosch y Luis Posada Carriles.

14. «Sección En Cuba». En Bohemia Año 40 Nro. 9. La Habana, 29 de febrero de 1948, p. 40.

15. Enrique C. Henríquez (Santo Domingo, 1902 – Miami, 1979). Hermano de los destacados ensayistas y profesores Pedro, Max y Camila Henríquez Ureña. De niño fue traído a Cuba. Cursó estudios de Medicina en la Universidad de La Habana, se enfrentó al régimen de Machado y fue encarcelado en el Presidio Modelo. Marchó después a París, donde obtuvo el título de Doctor. De nuevo en La Habana, fue designado Médico Antropólogo de Prisiones. También se desempeñó como profesor de la Escuela Nacional Penitenciaria de Cuba. En 1948 resultó electo Representante a la Cámara por el Partido Revolucionario Cubano (Auténtico). A partir de 1952 combatió el régimen de fuerza de Batista. Publicó, entre otras obras, Escuela para los campesinos (1948), Responsabilidad criminal ante los tribunales (México, 1955) y los libros de cuentos Tierra y sangre (1941) y Sin freno ni silla (1960). Aproximadamente en 1961 se marchó de Cuba.

16. Instituto de Literatura y Lingüística. Archivo Literario. Fondo Luis Gómez-Wangüemert Carpeta Número 2 File Letra H.

17. Alberto Baeza Flores (Santiago de Chile, 1914 – Mia-mi, 1998). Intelectual de extensa obra. Llegó en 1939 a Cuba, donde residió durante dos décadas. En Bayamo fundó y dirigió la importante revista literaria Colaboró además en otras publicaciones habaneras y dio a conocer, entre otros títulos, el voluminoso ensayo Vida de José Martí. La vida íntima y la vida pública (1954) y Romancero de Bayamo y otros poemas (1956). Poco después del triunfo revolucionario marchó a España.

18. Baeza Flores, Alberto Las cadenas vienen de lejos. México, D. F., Editorial Letras, S. A., 1960, p. 273.

19. Federico Álvarez Arregui (San Sebastián, 1927 – México, D. F., 2018). Hijo de un combatiente antifranquista exiliado en Cuba, llegó a nuestro país en 1940. En la Universidad de La Habana cursó dos años de la carrera de Arquitectura y presidió el Comité Universitario Pro-República Española. En 1947 marchó a México y se graduó de Licenciado en Letras en la UNAM. Por sus simpatías hacia la Revolución Cubana regresó a la Isla en 1965. Impartió clases de Teoría Literaria en la Escuela de Letras de nuestra universidad, dirigió el Boletín del Instituto Cubano del Libro y fue el editor de la colección Cuadernos Populares. Actuó como jurado de los concursos UNEAC y Casa de las Américas. Aproximadamente en 1971 retornó a residir en México, pero en numerosas ocasiones volvió a La Habana para tomar parte en eventos culturales. En 2007 recibió la Distinción por la Cultura Nacional, otorgada por el gobierno cubano.

20. Álvarez, Federico Una vida. Infancia y juventud. México, D. F., Dirección General de Publicaciones del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, 2013, pp. 269-276.

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