Tras décadas de tensiones entre las distintas facciones kurdas por razones ideológicas y por el reparto del poder en la zona, las diferencias han sido dejadas a un lado, por el momento, con el fin de hacer frente común contra el avance de los yihadistas del Estado Islámico.
Durante la pasada primavera, la situación en los Montes Qandil, en el Kurdistán iraquí, era tensa. Cemil Bayik, colíder de la Unión de Comunidades del Kurdistán (KCK), criticaba al presidente de la Región Autónoma del Kurdistán (KRG) iraquí, Massoud Barzani, por la presión que ejercía contra sus organizaciones afines en esa zona. Uno de los motivos de la discordia era la profunda brecha sobre cómo afrontar los avances en Rojava, el Kurdistán sirio. Cuando esto sucedía, el Estado Islámico (EI) no había realizado su ofensiva sobre Irak y estos hermanos de nación atravesaban un crítico momento en sus relaciones. Ahora, al menos en público, el EI se ha convertido en el enemigo común, una franja que posibilita un marco de cooperación que mitigue las clásicas diferencias entre Barzani y el binomio Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK)-Partido de la Unión Democrática (PYD).
Hevi Ibrahim, la primera ministra de Afrin, uno de los tres cantones del autogobierno de Rojava, destaca que las diferencias internas se apartan si la situación así lo requiere: “En algunos aspectos no hemos tenido la oportunidad para mejorar nuestras relaciones, pero en una situación complicada debemos agradecer la ayuda de Barzani. Los kurdos tenemos un carácter especial para dejar de lado las diferencias y luchar contra los enemigos. [La ciudad siria de] Kobane es un buen ejemplo de ello. Puede que haya problemas, pero no afectan en los tiempos difíciles”. Wladimir van Wilgenburg, analista especializado en la causa kurda de la Fundación Jamestown, considera que el acercamiento actual se debe al Estado Islámico: “Las relaciones con Barzani han mejorado especialmente desde el ataque del EI al Kurdistán. Como resultado, los grupos afiliados al PKK y Barzani alcanzaron el acuerdo de Dohuk para compartir el poder en Siria, algo que es difícil de implementar y que por el momento no ha funcionado”.
Las relaciones entre kurdos se caracterizan, sobre todo desde la irrupción del Partido de los Trabajadores del Kurdistán, por dos formas antagónicas de entender la sociedad: la doctrina marxista de Abdulá Öcalan y el sistema de clanes de Massoud Barzani. El primero lidera desde la cárcel turca de la isla Imrali el noveno proceso de paz entre el PKK y Turquía. Es idolatrado entre los kurdos-turcos y enemigo número uno de los nacionalistas turcos. Antes de ser apresado, en 1999, extendió su visión democrática por el norte de Siria. Esta influencia ha dejado cerca de 2.000 kurdos-sirios considerados mártires en la lucha armada entre el Estado turco y el PKK. Debido a la presión turca, el grupo del que es cofundador –integrado ahora dentro de la Unión de Comunidades del Kurdistán (KCK)– habita en los Montes Qandil, en el Kurdistán iraquí. El segundo, Massoud Barzani, heredó de su padre el liderazgo de los kurdos-iraquíes. Su forma de gobierno recoge gran parte de la herencia tribal que caracterizaba a esta nación durante el Imperio Otomano. En los 90, protagonizó la guerra civil kurdo-iraquí contra la Unión Patriótica del Kurdistán (PUK), una escisión de su formación política el Partido Democrático del Kurdistán (KDP). En ese conflicto, el PKK ayudó a la PUK. Tras la contienda, el objetivo común de derrocar a Saddam Hussein sirvió para dejar a un lado las diferencias intestinas y crear las bases del Estado de facto que es hoy la Región Autónoma del Kurdistán (KRG).
Desde entonces, sólo el conflicto en Siria ha posibilitado una nueva lucha de poder entre los kurdos. “Desde el primer día en que las revueltas árabes llegaron a Siria, el Partido de la Unión Democrática y el PKK se dieron cuenta de la gran oportunidad que tendrían. Y desde el primer día el PYD obtuvo ventajas estratégicas”, explica el director del Instituto Estratégico de Ankara, Mehmet Ozcan. La rápida reacción de los grupos de izquierda –el PYD es considerado afín al PKK– explica el triunfo para Wilgenburg: “Desde que el PKK armó a las milicias en el terrero ha sido fácil para el PKK y sus grupos afiliados obtener el poder. Entonces, los kurdos-sirios que Barzani entrenó para luchar y defender Siria no pueden entrar y ahora luchan contra el EI en el Kurdistán iraquí”.
Desacuerdos por Rojava
Los casi cuatro años de conflicto en Siria han aireado constantes choques públicos a causa de Rojava –que significa “Oeste” en kurmanji, el dialecto más extendido de la lengua kurda–. Entre ellos, destacan el embargo humanitario al que Barzani recurrió para asfixiar al PYD y los desplantes mutuos en el Congreso Nacional Kurdo y el Comité Supremo Kurdo. La situación empeoró cuando se consumó, en enero de 2014, el autogobierno en Rojava. Desde entonces, y hasta la ofensiva del EI, las relaciones atravesaban un delicado momento en el que Barzani parecía decidido a combatir la influencia del PKK dentro y fuera de la Región Autónoma del Kurdistán (KRG).
El líder kurdo-iraquí ha ejercido esta presión porque considera que el principal partido en el norte de Siria, el PYD, ha traicionado los acuerdos de Erbil de 2012 para compartir el poder. Sus críticas se sustentan en una supuesta exclusión del resto de grupos kurdos, principalmente los que él apoya. Según el PYD, el sistema democrático-comunal instaurado en Rojava respeta el componente social y religioso de la región, incluidos los grupos afines a Barzani como el Partido Democrático del Kurdistán en Siria (KDP-S).
En una campaña mediática para desacreditarse, ambos grupos han recordado la colaboración con dos líderes opresores del pueblo kurdo. El PYD ha recibido críticas por su supuesta cooperación con el presidente sirio, Bashar al Assad. A Barzani, en cambio, le han atacado por sus estrechas relaciones con el presidente turco, Reyep Tayyip Erdogan, quien considera al PYD y PKK un mismo grupo y por eso trata de entorpecer cualquier avance en Rojava.
Al igual que gran parte de la comunidad internacional, Erdogan ve en Barzani a un líder pragmático. El presidente de la KRG ha reforzado la lógica cooperación económica –el 75% de los intercambios comerciales de esta región son con Turquía– con gestos simbólicos –acudió a la ciudad de Diyarbakir junto a Erdogan y no con el principal partido kurdo de Anatolia–. Hussein al Kirkuki, líder del Partido por la Solución Democrática del Kurdistán en Kirkuk, dice que “Barzani es para Occidente el representante de los kurdos buenos y Öcalan el de los malos”.
El liderazgo del Kurdistán
Los avances de los últimos meses –como demuestra el acuerdo de Dohuk y la colaboración en Sinjar– reafirman el cambio positivo entre ambas facciones. El pequeño contingente de Peshmerga –milicias kurdo-iraquíes– que auxilió a la ciudad de Kobane supuso además la primera intervención con soldados reconocida por un actor externo en Siria. Aunque el PYD prefiriese sólo armamento para reducir la influencia de Barzani, la reacción fue positiva en toda la comunidad kurda. El acercamiento entre Qandil y Erbil llegó tras la ofensiva del Estado Islámico sobre el coral étnico de la región de Mosul. La espantada de los Peshmerga y la intervención del dúo PKK-PYD para salvar a miles de personas pertenecientes a la minoría yazidí supusieron un duro golpe para la credibilidad de Barzani y un arma política para la oposición en la KRG. Kirkuki recuerda el recelo inicial del líder kurdo-iraquí: “Al principio no quería que el PKK entrase en [la región de] Sinjar y lo hicimos por la fuerza. Al final llegaron a un acuerdo, pero Barzani no quería entrar porque decía que no era nuestra gente”.
La derrota social de Barzani en Rojava parece a día de hoy irreversible. Wilgenburg destaca que “es el PYD el que dirige el espectáculo”. Este analista cree que “a Barzani no le importaría que el PYD dirija Rojava si no supone una amenaza para sus estrategias en la KRG. Pero si el PKK quisiese establecer un autogobierno en Sinjar –algo que ya reclaman diferentes grupos yazidíes– sería mucho más difícil de aceptar”. Estos supuestos avances podrían crear nuevos focos de tensión cuando, como sucedió con Sadam Hussein, el Estado Islámico sea eliminado de la región. El analista Ozcan piensa que Barzani “puede tener en el futuro una amenaza en el PKK” y por eso trata de apuntalar su liderazgo: “Si el PYD consigue el dominio en Siria significa que el Partido de los Trabajadores Kurdos domina la región. Entonces, ¿quién va a ser el líder regional de los kurdos? Por eso para Barzani la causa siria es más emocional que económica, debe mantener su liderazgo”.
Los kurdos representan una etnia clave en la geopolítica de Oriente Medio con cerca de 40 millones de personas. Son la mayor nación sin Estado. La inteligencia estadounidense adelantó que antes de 2030 podría existir un país llamado Kurdistán. Cemil Bayik expresaba ilusionado que “en Oriente Medio ha comenzado la era kurda. Los kurdos deben aprovechar esta época para solucionar los conflictos entre ellos y con sus vecinos”. Wilgenburg añade que “se necesitan mutuamente”. Sus acciones, el cómo consigan esa ansiada e histórica consigna del reconocimiento como país o federación, revelarán qué parte de la historia han aprendido desde el fallido intento en Mahabad, un efímero Estado kurdo a mediados del siglo XX en territorio iraní. Errores como el de Amude, en donde milicias afines al PYD reprimieron una protesta, sirven para mostrar qué caminos debe obviar un país que se base en el respeto por la ley. Ayse Gokkan, importante política kurdo-turca, reconoce en este esperanzador futuro la posibilidad de equivocarse: “En cualquier lugar se pueden cometer grandes errores. Queremos que estos errores no se hagan más grandes, que estén bajo control. Los kurdos tienen capacidad mental para solventar sus problemas. No queremos que el Kurdistán se divida de nuevo porque Kurdistán es Kurdistán”.