Desde el nacimiento de la nación estadounidense los cargos públicos dentro de la política han estado controlados por grupos de Poder, Influencia y Referencia, pero sobre todo por Poderoso Caballero Don Dinero quien a la larga es el factor determinante.
Escalonadamente la política, el arte de lo posible, de negociar, de buscar una mejor calidad de vida para la sociedad se ha ido corrompiendo convirtiendose en todo un espectáculo mediático de entretenimiento -ya que el objetivo es que usted consuma y piense información, noticias, títulos, imágenes, que excitan sus sentidos y su curiosidad, sin conexión entre sí- que es lo que le ofrece el «espectáculo o reality show político» los que son ganados por el mejor actor, el mejor histrión, o el que más simpatía levante entre el publico, poco importan exponer, y mucho menos escuchar ideas, plataformas, o un debate de principios,
Más tarde las grandes cadenas mediáticas –que no operan sobre su inteligencia ni su conciencia sino sobre su psicología (sus deseos y temores inconcientes)- y las agencias publicitarias, se encargan de ganar las elecciones mediante la saturación mediática y la cultura del espectáculo político -a través de la destrución de su pensamiento reflexivo -información, procesamiento y síntesis- sustituyéndolos por una sucesión de imágenes sin resolución de tiempo y espacio (alienación controlada).
Se trata de una franca demistificación y desvaloralización de la fe de los ciudadanos en los procesos políticos y un serio peligro para la propia democracia en acelerada marcha hacia la plutocracia -cuando su mente se fragmenta con titulares desconectados entre sí, usted deja de analizar (qué, porqué y para qué de cada información) y se convierte en un receptor de órdenes psicológicas direccionadas a través de consignas políticas. Máxime cuando Poderoso Caballero Don Dinero juega un papel decisivo dentro de los Juegos de Poder Político y ya no existe el espectro político tradicional de centro y este se divide hacia la derecha e izquierda del diapasón ideológico, agregándosele un peligroso nuevo movimiento ultra conservador: El Partido del Té
A continuación un excelente articulo titulado «El americano de hoy» escrito por el periodista y presentador televisivo Guillermo Descalzi publicado en la página de Opinión de el Nuevo Herald el que por su realidad objetiva, en tiempo real, reproducimos para disfrute de nuestros internautas:
La recesión persiste, el desempleo continúa, y las ganancias de las grandes corporaciones, a las que les fue muy bien hasta hoy, han empezado a contraerse. El Departamento de Comercio anotó en el primer trimestre del 2012 la primera pérdida de ganancias corporativas desde el inicio de la crisis en el 2008.
Los expertos buscan arreglos técnicos, como si esta crisis fuese técnica. La verdad es otra. Es una crisis humana. Hemos cambiado. Si fuésemos los mismos de ayer haríamos como hicimos ayer.
¿Quiénes fuimos, que hicimos?
Fuimos un país rico con gente trabajadora a la que el mundo veía como buena, honrada, verdadera, caritativa, intrépida, digna y decente. Si no lo fuimos a cabalidad, esa al menos fue parte de nuestra imagen. Otra parte fue de crimen y aprovechamiento, cowboys e indios, gángsters, excesos, Hollywood y disipación. Fuimos prácticos, francos, gente que enmendaba sus errores individuales y colectivos. Fuimos esclavistas. La guerra para terminar la esclavitud nos costó 750 mil muertos cuando nuestra población fue de 30 millones, la décima parte de hoy. Si la guerra civil se hubiese dado con la población actual, guardando las proporciones hubiesen muerto siete millones y medio, una enormidad que apunta a quienes fuimos.
El americano promedio fue un ser bastante especial, mezcla de idealista práctico y realista. Estamos dejando de serlo, y olviden eso de derramar sangre por los esclavos. La mayoría de quienes viven holgadamente no quiere derramar ni un centavo sobre los pobres. Quienes tienen más piden sacrificio de quienes tienen menos. El cántico que sale de ellos insiste en un derecho irrestricto a toda su riqueza, toda la que pudieran abarcar, como si no ocurriera nada fuera de lo ordinario. Es como si el país hubiese caído en un trance hipnótico, de transmisión automática en esta era de telecomunicaciones y computación al alcance de todos. Cualquiera diría que la verdad prosperaría con los adelantos de hoy. No es así. La verdad hoy es procesada por grupos que la manipulan para crear rediles a los que nos llevan a servir sus intereses. La gran redada de las últimas décadas ha cambiado al americano, al acorralado tanto como al que acorrala.
Hemos dejado de lado el idealismo práctico y realista que nos sirvió tan bien. A la élite de nuestro país le ocurre algo como lo sucedido con la alta alcurnia latinoamericana de ayer, una clase cuya supuesta sofisticación la alzó por encima de una servidumbre de gran espectro, que incluía a profesionales asalariados, empleados, obreros, indígenas, negros y mezclas de todo tipo. Esa élite latinoamericana se convirtió en un grupo peculiarmente inútil, arrogante y acomplejado a la vez. Quítenle lo acomplejado e inútil, dejen su arrogancia donde está, añádanle ambición y aprovechamiento, y tendrán nuestra élite norteamericana de hoy, cuyos miembros creen en su derecho a dirigir, controlar y aprovechar ‘la situación’. Suya es una arrogancia estéril que ni crea empleos ni produce mucho. Es una esterilidad que se extiende hacia abajo en nuestra pirámide social. Allí está el verdadero trickle down, y no es el de Reagan y los dos presidentes Bush. Estamos cuesta abajo en una rodada iniciada hace cuatro décadas, dejando atrás el empeño, esfuerzo, tesón, y la simple alegría de vivir que nos llevó a convertir nuestro barro en tierra de cultivo, nuestros materiales en artefactos, y nuestro éxito en generosidad. Hoy relegamos el cultivo a los indocumentados, la producción al Oriente, y nuestro éxito al egoísmo. Nos estamos volviendo país de gente insatisfecha, donde la honestidad y la verdad la asume uno a riesgo propio, donde no importa lo que se sacrifique para ganar siempre y cuando el sacrificio sea de otros. Es una actitud que empieza arriba y se derrama hacia abajo en política, economía, empresas, industrias, sociedad y moral, sin darnos cuenta de la transformación que nos ha traído a la gran recesión del día de hoy porque, seamos realistas, si la otra fue una gran depresión, esta es una gran recesión.
En este país nuestro importaba ser verdaderos, y mucho. Hoy importa ganar, y ganar con el menor esfuerzo posible, aun así en el proceso se desvanezcan la producción, los empleos y la verdad. Sucede algo muy similar en política, donde el imperativo de ganar excusa casi cualquier distorsión. Necesitamos políticos que den su verdad sencilla, sin dobleces ni fachadas que utilicen para encantar al pueblo. Estamos ingresando a un periodo de aguas turbulentas. La debacle en Europa y Estados Unidos está llegando a China, creando ondas de trastorno que recorren el mundo. Necesitamos volver a ese idealismo práctico y realista que nos sirvió tan bien… hasta tan solo ayer.