El poder de las ideas hoy en Cuba

Por Ivette García González*

En materia política, las corrientes de pensamiento se identifican por los elementos principales que defienden desde determinados presupuestos ideológicos: ideas —sobre formas de gobierno, democracia, sistema económico—,  fines —cómo la sociedad debería funcionar— y métodos para lograr los propósitos que las animan. También por los referentes —teóricos y prácticos— más reconocidos de sus principios y valores.[i] Dichas corrientes se orientan a la influencia y acción política a través de diversas formas asociativas: movimientos, partidos, asociaciones, etc., y sus tendencias o facciones.

Hace poco, varios intelectuales respondimos preguntas sobre la actualidad cubana a colegas latinoamericanos. Me correspondió explicar esta cuestión de las corrientes políticas y sus presupuestos en torno a la democracia y el socialismo, que son temas recurrentes. Es asunto importante y complejo, máxime cuando estamos en una coyuntura crítica de nuestra historia. Atendiendo a la brevedad del espacio, propongo centrar la atención en los antecedentes, el contexto y la legitimidad de esa diversidad para pensar y hacer por Cuba.

De dónde venimos

El triunfo de la Revolución (1959) fue un hito trascendental en un escenario crítico. Los cubanos venían pensando y luchando por un nuevo proyecto de país desde diversas corrientes de pensamiento. Rápidamente el debate se profundizó y radicalizó. Decantó toda opción del liberalismo y se enfocó en el tipo de socialismo que convenía a Cuba.

Resultado de un conjunto de factores en el que pesó no poco la hostilidad de los EEUU, tuvo lugar un cambio en la correlación de fuerzas internas a favor del Partido Socialista Popular (PSP, comunista) articulado con la URSS. A esto habría que agregar el voluntarismo y la euforia que acompañan a toda revolución y el significado del liderazgo de Fidel Castro. En consecuencia, se asumió el modelo soviético, lo que aseguraba el respaldo económico y la defensa del país en tiempos de Guerra Fría. Su diseño, de inspiración estalinista, se caracterizó por ser estatista, verticalista, burocrático y con una enérgica ideología de Estado; el mismo se institucionalizó desde mediados de los años setenta del siglo pasado.

Durante décadas hubo una convivencia relativamente conflictiva entre heterodoxia y ortodoxia, marchas, contramarchas y crisis económicas recurrentes. Aparecieron intentos reformistas en determinados momentos, pero, como tendencia, el pensamiento crítico y renovador fue asfixiado una y otra vez. Aunque se implementaron determinadas reformas, por lo general económicas, estas se presentaron y manejaron desde arriba como indeseadas, imprescindibles y reversibles, en aras de preservar lo básico.

Esas y otras limitaciones padecieron los países europeos de igual matriz ideológica que colapsaron: el control absoluto de la sociedad y la intolerancia de la diferencia desde el poder. En la variante cubana los ejemplos sobran, aunque fueron parte de los silencios de estas décadas: Congreso Cultural (1968); Congreso de Educación y Cultura (1971); Quinquenio Gris; cierre de la revista Pensamiento Crítico y del Departamento de Filosofía de la Universidad de La Habana; los intentos reformistas de los ochenta, ahogados con el llamado «Proceso de rectificación —de ratificación según algunos críticos— de errores y tendencias negativas» (1986); la depuración del CEA (Centro de Estudios sobre América) en los noventa, entre otros.

El escenario de la polémica hoy

El contexto actual donde tienen lugar las contradicciones y polémicas es más complejo, crítico y diverso. Tres importantes fenómenos se relacionan y/o explican:

1) El modelo social socialista asumido —que abarca todas las esferas— se agotó hace tiempo. La crisis escaló de lo económico hasta ser estructural y sistémica. Asistimos a la fractura de la hegemonía y el consenso políticos, a la pérdida de confianza en el poder y en las perspectivas de futuro. Se han debilitado el ideal de la Revolución y el Socialismo.

Como en los países que lo inspiraron, la variante cubana de ese modelo foráneo derivó en el ejercicio del poder por una burocracia política devenida en nueva clase, al estilo —salvando las distancias— de la que describiera el comunista yugoslavo Milovan Djilas en su obra  homónima. Tal fenómeno, junto a otros verificados en la URSS y los estados socialistas de Europa Central y Oriental, son examinados por Carlos Taibo en su importante libro Las transiciones en la Europa Central y Oriental, publicado en 1998.

Por su parte, uno de los intelectuales marxistas cubanos más brillantes, Juan Valdés Paz —en La evolución del poder en la Revolución cubana, publicado por la Fundación Rosa Luxemburgo en México, 2018—, identificó y escribió hace unos años sobre las que denominó nuestras «patologías políticas»: unanimismo, autoritarismo, burocratización, amiguismo o sociolismo y corrupción. Como la sociedad es una totalidad, esas fallas la atraviesan y corroen todos los ámbitos.

2) El país atraviesa hoy la peor crisis económica de las últimas décadas, provocada por los recurrentes frenos internos a las reformas, el endurecimiento del bloqueo de los EEUU y la pandemia del Covid-19. Las brechas socioclasistas, la tensión social y la incertidumbre se han multiplicado al calor de la implementación de la estrategia anunciada en julio de 2020, especialmente la apertura de tiendas en MLC incluso para productos de primera necesidad, y el comienzo de las políticas de ajuste, con la llamada «Tarea Ordenamiento» a inicios de este año.

El discurso oficial sigue siendo triunfalista y desconectado de muchas realidades. Que se realicen rectificaciones a pocos días de iniciado el proceso de «ordenamiento» se presenta como muestra de flexibilidad y capacidad de corrección. Pero tantas rectificaciones en sectores diversos y por reacciones populares a través de las redes sociales, cuestiona la competencia de los diseñadores, la representatividad popular de los diputados y el papel de la prensa oficial.

3) Ampliación del malestar social y el espectro crítico. En esto último destacan intelectuales y artistas, quienes han logrado más capacidad de socialización a través del correo electrónico primero y de la apertura de internet a datos móviles desde 2018. Todavía  no existe, sin embargo, un proyecto contra-hegemónico articulado.

El Estado, bajo la dirección del Partido Comunista, conserva el monopolio de los medios masivos de comunicación y tiene la capacidad —que ejerce casi sin limitaciones— para restringir el acceso a internet a través del costo elevado, la censura de sitios, medios, personas, páginas disímiles y los apagones digitales en circunstancias incómodas.

Pero a pesar de lo anterior y de las insuficiencias de los espacios de debate, la modificación del espectro comunicacional es una realidad irreversible. Muchos ciudadanos se informan mejor hoy del acontecer nacional e interactúan con ese segmento contestatario que pone sobre la mesa virtual de medios alternativos y redes sociales sus críticas, reflexiones y  aspiraciones para Cuba. Este es el ámbito más sensible para la burocracia política. No es casual que lo ideológico siempre se ratifique desde el poder como la prioridad.

Tampoco es novedad de Cuba. Djilas alertaba hace años de este fenómeno en Europa, pero lamentablemente en la Isla se retiraron sus ideas de la circulación. Dos de sus lecciones y avisos fueron: 1) «(…) la nueva clase se encuentra inevitablemente en guerra  con cuanto no administra o controla y ha de aspirar deliberadamente a vencerlo o destruirlo» y 2) «Lo que más atemoriza a la nueva clase es la crítica que expone y revela la manera cómo gobierna y detenta el poder».

Otra vez sobran los ejemplos del patio. Menciono dos que vienen por vías diferentes pero con el mismo sustento y propósito. 1) La ofensiva criminalizadora a través de los medios masivos de comunicación y la represión de toda voz crítica y 2) El listado de actividades prohibidas para el trabajo independiente, publicado hace poco por Cubadebate. Tan estratégicas para el país parecen ser la defensa como la edición y maquetación de libros, el periodismo, la investigación científica, los clubes deportivos o los servicios funerarios. La lista raya en el absurdo, insulta la inteligencia y viola derechos consagrados por la Constitución. Es otra vuelta de rosca contra los profesionales del pensamiento, la creación, el periodismo, etc.

Y sin embargo se mueve…

Pero la realidad es terca y el pensamiento atañe a la naturaleza humana. Somos «animales políticos», como decía Aristóteles. Y hoy el debate cuenta con tres ventajas: el alto nivel de instrucción del pueblo, el acceso a información e ideas diversas por vías alternativas, y que esta vez los posicionamientos no se basan solo en teorías y referentes foráneos sino en la experiencia propia.

La principal desventaja es la ausencia de un ambiente democrático que favorezca la socialización de ideas desde el respeto al «pluralismo político», concepto expuesto en Articulación Plebeya y que disparó alarmas en las instancias partidistas. Sin embargo, se trata de un principio clave para el ejercicio del poder. Implica pluralidad y convivencia con la diferencia, por tanto, participación de varios grupos sociales en la vida democrática. Requiere de pensamiento, expresión y socialización a través de los medios de comunicación. No es algo a lo que se pueda renunciar. La sociedad es, por su naturaleza, heterogénea.

Repasando los últimos sesenta y dos años y viendo la sociedad en su conjunto, parece que estamos en el momento más crítico. Las fórmulas empleadas arriba y abajo son hoy anacrónicas. Einstein aseveró: «No pretendamos que las cosas cambien si siempre hacemos lo mismo»Pero vivir con la crisis puede ser positivo. Este sabio nos recuerda igualmente que «La creatividad nace de la angustia como el día nace de la noche. Es en la crisis donde nace la inventiva, los descubrimientos y las grandes estrategias».

La ausencia de un ambiente democrático para el debate de ideas y la acción cívica es injusto, injustificado y errático. Cuba es un país de pensamiento fértil y un pueblo instruido, con capacidad de comprensión y discernimiento. No ver esas fortalezas es arriesgado para todos. Complica y retrasa el proceso de transición porque radicaliza posiciones y abona el camino a la violencia. El costo que tendrían que pagar la nación y las actuales y futuras generaciones sería alto. Y no nos perdonarán. Eso es tener sentido del momento histórico, e insisto: es lo verdaderamente revolucionario.

AUTORA

Ivette García González*. La Habana, 1965. Doctora en Ciencias Históricas por la Universidad de La Habana (2006), Profesora Titular por el Instituto Superior de Relaciones Internacionales (ISRI) “Raúl Roa García” e Investigadora Titular del Instituto de Historia de Cuba. Actualmente docente e investigadora de la Casa de Altos Estudios Fernando Ortiz de la Universidad de La Habana. Autora de varios libros. Fungió como diplomática en la Embajada de Cuba en Lisboa (2007-2011). Preside la Sección de Literatura Histórica y Social de la Asociación de Escritores de la UNEAC y es miembro de la Asociación Cubana de Naciones Unidas (ACNU), de la Unión de Historiadores de Cuba (UNHIC), la Asociación de Historiadores Latinoamericanos y Caribeños (ADHILAC) y la Sociedad Económica de Amigos del País (SEAP).

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