Ideología de género y conservadurismo religioso

Por Maximiliano Trujillo Lemes. Tras la Segunda Guerra Mundial, el capitalismo articuló una poderosa maquinaria ideológica que ha ido desarticulando progresivamente la conciencia para sí de las clases, grupos y sectores subsumidos en las sociedades burguesas, hasta convertirlos, inconscientemente, en cómplices de sus propias lógicas de dominación.Marcha en Mexico en contra del matrimonio igualitario/EFE

Por Maximiliano Trujillo Lemes

Uno de los conceptos más vilipendiados en Occidente durante y tras la llamada Guerra Fría, ha sido sin dudas el de ideología. Una de las constantes del discurso liberal y neoliberal fue acusar al socialismo real de haber fundado sociedades ideologizadas y controladas, no solo por y desde el instrumental de los poderes del estado, sino, además, a través de su «vigoroso instrumental ideológico», que no resultó tan efectivo ni tan poderoso. En algunos de esos delirios discursivos no le faltó razón a los diletantes del llamado entonces «mundo libre».

Lo que nunca reconocieron ni han aceptado, es que también tras la Segunda Guerra Mundial, el capitalismo articuló una poderosa maquinaria ideológica que ha ido desarticulando progresivamente la conciencia para sí de las clases, grupos y sectores subsumidos en las sociedades burguesas, hasta convertirlos, inconscientemente, en cómplices de sus propias lógicas de dominación.

La explicitación de esa dicotomía se la escuché al dominico Frei Beto allá por 1992, cuando se conmemoraban quinientos años de lo que los europeos definen como el descubrimiento de América. El teólogo brasileño afirmó que el gran abismo entre capitalismo y socialismo real fue que el primero privatizó la propiedad y socializó los sueños, mientras el segundo estatizó la propiedad y privatizó los sueños; el primero ha vendido sueños y el segundo los intervino. Eso también explica quiénes vencieron y quiénes no en aquella confrontación de la postguerra.

Conservadurismo religioso y educación sexual

Lo cierto es que cada vez que los vencedores han procurado deslegitimar alguna actitud o proceso, han acudido a la socorrida denuncia de ideologización, para dejarla en entredicho o crear rechazo. Hace unas décadas también han entrado a esos límites los llamados constructos de género y sus luchas por derechos civiles, económicos y políticos. Ellos han tenido como sus principales detractores a los sectores más conservadores de las estructuras políticas, eclesiales y religiosas.

¿De dónde viene el concepto de ideología y qué particularidades tiene?

El término ideología, etimológicamente, procede del griego antiguo y está conformado por dos elementos lingüísticos: idea, que se define como «apariencia o forma», y el sufijo logia, que puede traducirse como «estudio», por tanto, significaría: estudio de las ideas. De ahí se desprenden sus conceptualizaciones.

La mayoría de los autores define a la ideología como: un conjunto normativo de emociones, ideas y creencias colectivas que son compatibles entre sí y están especialmente referidas a la conducta social humana.

Según esta visión, son ideales que generan normas y emociones, compartidos por grupos humanos en una sociedad históricamente determinada, y no suele individualizarse. De acuerdo a esta concepción, no hay ideologías unívocas en individuos aislados, suelen tener carácter social.

Otros autores la definen como conjunto de ideas fundamentales que caracterizan el pensamiento de una persona, colectividad o época, de un movimiento cultural, religioso, político u otros.

El término —presuntamente acuñado por Antoine-Louis-Claude Destutt, marqués de Tracy e ilustrado francés—, ha tenido no pocos críticos.

El término —presuntamente acuñado por Antoine-Louis-Claude Destutt, marqués de Tracy e ilustrado francés—, ha tenido no pocos críticos. Al parecer, el primero de ellos fue Bonaparte, que usaba el término ideólogos para referirse a aquellos que consideraba privados de sentido político y que asumían posiciones demagógicas y apologéticas. Por tanto, para el caudillo, un ideólogo inevitablemente tergiversa la realidad a favor de sus intereses y fines, personales o grupales.

A posteriori, los fundadores del marxismo vuelven sobre el tema. En La Ideología Alemana, texto de ambos autores escrito entre 1845-1846, abordan la problemática. Aquí le confieren doble connotación a la ideología, al afirmar que «Las ideas dominantes no son otra cosa que la expresión ideal de las relaciones materiales dominantes…», o «No es la conciencia la que determina la vida, sino la vida la que determina la conciencia».[1] En base a tales presupuestos, la ideología sería conciencia, reflejo activo del mundo material en el que se desenvuelven los sujetos históricamente determinados.

A su vez acotan: «Las ideas de la clase dominante son las ideas dominantes en cada época: o, dicho, en otros términos, la clase que ejerce el poder material dominante en la sociedad es, al mismo tiempo, su poder espiritual dominante».[2]

Aquí la ideología es presentada como «falsa conciencia», como reflejo falseado de la realidad o inducido por la clase dominante para dominar a los sectores subsumidos también en el ámbito espiritual.

Esta doble connotación ha sido leída y releída por multiplicidad de autores y escuelas de pensamiento, lo que produjo diferentes definiciones y juicios de valor sobre lo ideológico. Ellos se mueven pendularmente en direcciones encontradas: los que consideran que la ideología, por ser conciencia o reflejo de la vida, permite elaborar estrategias de sostenibilidad social para los diferentes grupos humanos y sus intereses; y los que afirman la intencionalidad manipuladora de las ideologías.

Lo cierto es que el pensamiento más conservador de derechas, y algunos en la izquierda, también hacen uso o legitiman la tesis de la ideología como falsa conciencia, siempre que se refiera a la ideología de los otros y no a la propia. Es desde ese presupuesto que conceptúan y juzgan lo que se ha definido como ideología de género, tal como se señaló. 

El concepto género eclosiona en 1994, tras su inclusión en la Conferencia Internacional sobre Población y Desarrollo. Fue admitido en documentos oficiales de la ONU por acuerdo entre gobiernos para referirse a los derechos de las mujeres y otros grupos humanos minoritarios. La ONU volvió a utilizarlo en los escritos preparatorios para la Cuarta Conferencia Mundial de la Mujer, celebrada en 1995 en Beijing. Ello provocó la reacción de grupos católicos conservadores estadounidenses.

Su uso, ya en pose de demonización, aparece en el texto «La agenda de Género», de la periodista católica ultraconservadora norteamericana Dale O’Leary, publicado en 1997 y traducido a decenas de idiomas. O’Leary asegura que el término género es una herramienta neocolonial instigada por una conspiración feminista internacional de inspiración izquierdista.

Uno de los más importantes ideólogos de la Iglesia Católica en la segunda mitad del siglo XX, Joseph Ratzinger, publicó en el propio 1997 su libro La sal de la tierra. Cuando lo hizo, era aún Cardenal y líder de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Allí asegura que el concepto género disimula una insurrección del hombre contra los límites que lleva consigo como ser biológico.

Uno de los más importantes ideólogos de la Iglesia Católica en la segunda mitad del siglo XX, Joseph Ratzinger, publicó en el propio 1997 su libro La sal de la tierra. Cuando lo hizo, era aún Cardenal y líder de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Allí asegura que el concepto género disimula una insurrección del hombre contra los límites que lleva consigo como ser biológico.

A inicio de los 2000, en la medida en que las sociedades, sobre todo occidentales, comenzaron a legislar sobre los derechos de las minorías y a incentivar la defensa de las demandas femeninas —que paradójicamente también en algunos discursos son consideradas una minoría—, tras la presión de diferentes grupos sociales, fue que se explicitaron los discursos sobre la llamada ideología de género.

Comenzó a ser definida así en la dirección de «falsa conciencia», y se la presentó como generada presuntamente por actores del llamado neomarxismo, con la intención de desarticular y desestabilizar las «sociedades del mundo libre». Fue equiparada como «libertinaje sexual» y «desregulación de la moral tradicional judeo-cristiana».

A los discursos católicos conservadores se han sumado denominaciones cristianas u otras religiones, sobre todo las que tienen tradición de libro y larga usanza en lecturas literales de los textos sagrados. El tono de la confrontación ha escalado siempre que en algún país o contexto se aprueban los llamados matrimonios igualitarios o se implementan reformas en sistemas educativos para introducir programas de educación sexual y reproductiva.

Añádasele que muchas de esas iglesias o denominaciones han conseguido articular agendas políticas y acceder a estructuras de poder estatal con el apoyo de sectores en los que han hecho base social. De modo tal, esos espacios políticos se llenan de voceros anti-género que aducen entonces argumentos como los defendidos por Ratzinger en el referido texto, pero muchas veces con posturas más agresivas contra todas las formas de diversidad sexual y sus expresiones sociales.

No solo se oponen a que esos grupos humanos sean sujetos de derechos civiles, económicos y políticos, sino que aseguran que con ello se desarticula la familia tradicional y se subvierte lo que definen como naturaleza biológica y psicológica de los seres humanos, que por creatura divina, o hijos de la evolución, tienen naturaleza bipolar.

Hoy no solo apelan al Génesis para defender sus posturas ideológicas, recurren incluso a la simbología civil o hasta política de los pueblos, en sus construcciones más tradicionales, o hasta a Darwin, para desacreditar toda cientificidad en las propuestas de los que defienden el concepto de género.

Es un combate simbólico y político que escinde a las sociedades en grupos enfrentados, lo que muchas veces desemboca en conflictos. Esto responde a posturas ideomorales y éticas donde colisionan dos visiones de entender al hombre, su naturaleza, derechos y aspiraciones, que convierten al cuerpo y a la subjetividad de ese cuerpo en campo de batalla por el dominio del deber ser.

Ese pugilato ha llegado a Cuba hace unos años, e implica al Estado, a la sociedad civil y al ciudadano común. No todos con los mismos argumentos, comprensión de lo que se licita, destinos y sensibilidades, o estructuras para ejercer poder; pero evidentemente, cada quien con la certeza de que la razón le asiste, lo que convierte al combate, quizás en una batalla donde los perdedores pueden ser, otra vez, los más vulnerables.     

NOTAS

[1] Carlos Marx y Federico Engels: La ideología alemana, Editora política, La Habana, 1979.

[2] Ídem p 48

AUTOR

MAXIMILIANO TRUJILLO LEMES, Doctor en Ciencias Filosóficas. Profesor e investigador de temas sobre el pensamiento filosófico cubano y el pensamiento filosófico sobre la religión.

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