Por Ramón Mestre
Mientras el presidente Barack Obama le enviaba al Congreso el borrador de una resolución conjunta en la que solicitaba autorización para realizar operaciones militares contra el Estado Islámico (mejor conocido como IS o ISIS por sus siglas en inglés) se desintegraba un país que ha sido el aliado más sumiso de EEUU en la guerra contra el terrorismo islámico. Lo que queda del gobierno de Yemen, elogiado hace poco por funcionarios obamistas como “modelo” de una transición exitosa del autoritarismo hacia la democracia, hoy está en manos del brazo armado de los Huthis, una tribu chiita que cuenta con el apoyo de Irán.
En efecto, los Huthis han consumado un golpe de estado en un complejo país fraccionado por divisiones étnicas, regionales, tribales y religiosas. ¿Por qué nos debe importar lo que sucede en Yemen? Porque entre los grupos que podrían beneficiarse de su estado de ingobernabilidad descuella Al Qaeda en la Península Arábiga (AQPA), cuya base está en Yemen. A corto plazo, el fortalecimiento de AQPA sería la consecuencia más desastrosa del colapso yemení, junto con una crisis humanitaria que gravita sobre millones de yemeníes cuya subsistencia depende de ayuda proveniente del extranjero.
AQPA lleva años consagrado al asesinato y a la destrucción. En el 2008 atacó la embajada estadounidense en Yemen causando la muerte de más de una docena de personas. El mes pasado asumió la autoría de la matanza en París de empleados del semanario francés Charlie Hebdo. Hasta ahora AQPA se ha aprovechado de la escasa presencia del gobierno central yemení en inmensos trechos del país árabe más pobre para reclutar adeptos y evadir los operativos de las fuerzas de seguridad yemeníes. Su filial Ansar al-Shari’a acaba de capturar una base militar en el sur donde crece un poderoso movimiento separatista.
Curiosamente, los Huthis son enemigos de AQPA y aliados de grupos afines al ex-presidente Ali Abdalá Saleh, un bandido autoritario que gobernó a Yemen por más de 30 años. Fue obligado a abandonar el poder, y el país, en el 2012 como consecuencia de una espuria primavera árabe devenida invierno nuclear.
Estados Unidos abrió su frente yemení en la guerra global contra el terrorismo en el 2002. La CIA, la fuerza aérea y tropas especiales estadounidenses han llevado a cabo decenas de operaciones contra AQPA. En esta campaña han predominado ataques con drones que han ultimado a centenares de militantes de AQPA junto con un número indeterminado de civiles inocentes. Los ataques se iniciaron bajo la presidencia de Saleh y siguieron con la total cooperación del sucesor de Saleh, Abd Rabbuh Mansur al-Hadi, hasta su derrocamiento el mes pasado.
Algunos oficiales de la Administración Obama pretenden restarle importancia al posible impacto negativo de la turbulencia yemení sobre la lucha contra AQPA. En un derroche de optimismo peligroso, nos aseguran que las operaciones antiterroristas continuarán a pesar del golpe Houthi y a pesar de que los Houthis han montado una campaña apasionada contra el uso de los drones estadounidenses en Yemen. Estos funcionarios también nos dicen que el grupo es “más moderado de lo que parece”.
Me temo que son unos ilusos que manejan un concepto incoherente de lo que constituye la “moderación”. Para empezar, los Houthis reciben apoyo financiero y militar del Irán ayatólico, la antítesis de la moderación. Esto no lo altera la alianza coyuntural de Irán con Estados Unidos en la guerra contra ISIS. Por otra parte, en la consigna de los Houthi sobresalen las expresiones “muerte a América, muerte a Israel, maldición a los judíos”. Vaya moderación. Los Houthi serán enemigos de Al Qaeda por razones confesionales pero no son potenciales aliados de los Estados Unidos. Tampoco serán capaces de gobernar un Yemen que está en camino de convertirse en una importante base del terrorismo islámico que incluye a ISIS.