Conferencia impartida por S.E.R. cardenal Jaime Ortega Alamino, Arzobispo de La Habana en Eischtätt, Alemania,

Cortesía del sitio digital  Espacio Laical

Según informa el sitio digital Espacio Laical, después de inaugurado el Onceno Seminario Internacional del Programa de Diálogo entre Alemania y Cuba, este 22 de noviembre del 2012, el doctor Richard Schenk, rector de la Universidad Católica de Eichstatt, le otorgó al cardenal Jaime Ortega, arzobispo de La Habana, la Medalla de la Universidad.
De acuerdo con las palabras del doctor Schenk, la distinción constituye un reconocimiento al quehacer pastoral del cardenal Ortega, en la búsqueda del diálogo y el encuentro, del perdón y la reconciliación entre todos los cubanos.
Esta es la tercera ocasión que el magno centro docente de Alemania entrega esta alta distinción. La Universidad Eichstätt-Ingolstadt es la única universidad católica de Alemania.

Ha sido un tema recurrente el de  las relaciones Iglesia-Estado en Cuba, pero casi siempre el tema está precedido o ambientado por consideraciones, o a menudo, pinceladas sobre las expresiones, vivencias o prácticas del pueblo cubano en relación a la fe religiosa.

Aunque es difícil evitar el escollo de la superficialidad, debemos sin embargo, intentar una aproximación a Cuba sobre este tema desde el punto de vista antropológico,  porque un análisis serio y desde distintos ángulos, nos permitirá conocer mejor la realidad del hombre y la mujer cubanos de hoy con respecto a la fe religiosa, mucho más que las descripciones subjetivas o apresuradas de visitantes foráneos a nuestro país, o las presentaciones ideologizadas de izquierda o de derecha que llevan, entre otras cosas, cargas excesivas de pesimismo o de entusiasmo. Aunque faltará en mi exposición el extremo rigor de los antropólogos de profesión en una disciplina de tanta importancia, cuando sus incidencias han sido asimiladas como por ósmosis por quienes las hemos vivido, con la sensibilidad propia del cristiano, compartiendo y experimentando existencialmente sus modalidades y retos, la accesibilidad a este hecho se facilita.

En otras palabras, como Pastor del rebaño de Cristo en Cuba, con más de treinta años de ministerio episcopal, intentaré describir cuál es la vivencia de la fe religiosa del pueblo cubano con relación a la Iglesia Católica.

La fe puesta a prueba.

En la primera mitad de la década del 70 comenzó a circular en Cuba una encuesta muy amplia, en cuanto al número de los encuestados, que preguntaba sobre la fe religiosa de los hombres y mujeres trabajadores, empleados, profesionales, etc. ¿Cree usted en Dios?… ¿Cuál es su religión? Y otras preguntas de ese género. Después de un tiempo bastante breve la encuesta fue retirada. La razón para hacerlo, según fuentes no oficiales, pero dignas de crédito, fue que menos del 25% de los encuestados estaba respondiendo que era creyente, y los investigadores de opinión decidieron que la encuesta, aunque escrita, anónima y secreta, no era fiable, pues en la segunda mitad de la década del 50, en una amplia encuesta nacional científicamente realizada por la Agrupación Católica Universitaria, más del 90% de los encuestados dijo creer en Dios. No era posible que en algo más de quince años la propaganda atea hubiera tenido un éxito tan grande. Mecanismos de defensa, temor a presiones sociales, desconfianza, etc., falseaban las respuestas.

Al final de la década de los 80 la Academia de Ciencias de Cuba efectuó otra encuesta de carácter nacional sobre el mismo tema en diversas capas de la sociedad y arrojó un resultado cercano a la cifra del 90% de personas que decían creer en Dios. Diez años después un destacado sociólogo de esa misma Academia me dijo: “si la encuesta se hiciera hoy la cifra de creyentes llegaría a más del 90%”.

¿Cómo enfocar estos altibajos en respuestas sobre un mismo tema específico de tanta trascendencia? En un lapso aproximado de 30 o 35 años, la curva de respuestas en relación con la fe en Dios debería tener un trazo sostenidamente descendente a partir de la segunda mitad de la década del 60 (como podría lógicamente esperarse ante el ateísmo estatal inducido), pero hace una profunda inflexión a mitad de la década del 70 para recuperar, a finales de la década del 80 casi el mismo rango que tenía tres o cuatro años antes del triunfo de la Revolución en 1959. Ya dijimos que los mismos organismos encuestadores descartaron la validez de las cifras porcentuales de no creyentes en la década del 70 y esbozamos una primera consideración sobre las posibles causas político-sociales que presionaban sobre los encuestados, afectando la veracidad de sus respuestas. Pero lo que interesa conocer de estos datos no es tanto la cantidad de cubanos que diga tener algún tipo de fe en Dios, sino la calidad de esa fe religiosa, su espesura, la consistencia de la fe del cubano, porque hay una constante en esas tres encuestas que no se refiere al número de creyentes, sino al modo de abordar la respuesta: con facilismo en los tres casos, sin compromiso profundo respecto al “sí creo” y al “no creo”.

¿Superficialidad ante el hecho religioso?

¿Se trata de la proverbial superficialidad o ligereza del cubano en cuanto a la fe religiosa, descrita por autores criollos y foráneos de épocas pasadas y recientes? En fechas tan tempranas como el 18 de febrero de 1959, mes y medio después del triunfo de la Revolución, ante los rumores de una reforma educacional que “unificaría” y “controlaría” excesivamente la enseñanza, los obispos firmaron todos una circular al pueblo de Cuba. Se preguntaban si sería cierto que “de espaldas a la mayoría católica se estaba gestando” aquella reforma. En realidad lo que estaban intentando los obispos era proteger la enseñanza privada y propugnaban al mismo tiempo la educación religiosa en la enseñanza pública. La respuesta a esta carta llegó dos semanas después desde el periódico Revolución en un texto que afirmaba que “nuestra verdadera religión (era) una mezcla de catolicismo y santería”, y se denigraba la moral cristiana y “el desvencijado mundo cristiano occidental, incapaz de competir con los códigos de conducta hindúes, musulmanes y judíos”.

Ni la pregunta de los obispos, ni la respuesta de la oficialidad revolucionaria, fueron planteadas a la luz de los principios de laicidad que propugnan la separación de la Iglesia y el Estado, con los derechos y deberes inherentes a uno y otro, sino a partir, por parte de la Iglesia, de la razón que le daba una dudosa mayoría católica, y por parte de los elementos radicales revolucionarios, con una furia anticristiana de la peor especie.

El hecho religioso era enfocado en los inicios de la Revolución como una “mayoría católica” por la Iglesia y como una mezcla de santería y catolicismo por la Revolución triunfante. Creo que había superficialidad en ambas partes.

No creo en una especial tendencia del cubano a ser superficial en su fe religiosa por razones del clima suave y benigno, por la baja calidad de la población que emigró de España a Cuba o del negro africano traído como esclavo, o porque el calor tropical aumenta las pasiones y la gente del trópico se torna más sensual y menos capaz de esfuerzo y la fe religiosa tomada en serio pide sacrificios, etc. Esta visión es de tipo aristocrático, casi racista y proviene de un primer mundo rancio, y en ella puede haber factores accesorios erigidos en causas y esto es sofismático. Sería necesario investigar qué papel juega en esto la deficiente evangelización en Cuba, qué responsabilidad correspondió a la Iglesia, qué influjo terriblemente negativo tuvo en la conciencia religiosa del criollo la esclavitud, etc. Repito, estos temas necesitan ser estudiados mucho más y en el período de estos 53 años que nos ocupan está además, como elemento de importancia capital el hecho realmente trepidante de la Revolución en Cuba, que no dejó nada en pie.

Ser Iglesia en una nueva realidad social.

En abril de 1961, dos años y casi cinco meses después del triunfo de la Revolución cubana, se declaró públicamente el carácter socialista de la Revolución, y el propósito de seguir las doctrinas de Marx y Lenin. Hoy sabemos que fue una definición retardada a voluntad y se nos ha dicho que se debió precisamente al rechazo popular a esa doctrina, pues “ser comunista en Cuba era una desgracia”, (Cien horas con Fidel. Conversaciones con Ignacio Ramonet, página 576).  Habría  sido “riesgoso plantearlo en medio del océano de prejuicios” sociales contra tales prédicas en los primeros meses y años de la Revolución.

Ante esta nueva realidad se vio la Iglesia. Pero a medida que el proceso cubano se fue radicalizando, la brecha en las relaciones Iglesia-Gobierno se fue ensanchando más y más, incluso porque el hombre de fe se vio, en no pocas ocasiones, precisado por ambos lados a escoger entre la fidelidad a la Iglesia y la fidelidad a la Revolución. Y con el nuevo programa social, el ateísmo y la concepción científica del mundo fueron los ingredientes propuestos al hombre y la mujer cubanos para levantar la nueva sociedad.

Este tipo de ateísmo inducido se impuso en Cuba. El  Encuentro Nacional Eclesial Cubano (ENEC) celebrado en 1986 comentaba: “Como sucede siempre en situaciones tan complejas, otros factores de tipo económico y político se mezclaban en las declaraciones y refutaciones que se hacían de ambas partes y oscurecían las motivaciones auténticamente religiosas, que eran, sin dudas, las fundamentales para la Iglesia”.

Surgió así el enfrentamiento y sobrevinieron las dificultades ya conocidas. Quedaron después el recelo mutuo y las incomprensiones, y, sobre ese fondo oscuro, se fueron dando algunos pasos para un diálogo que ha sido muy difícil.

Una sola Iglesia.

Así ha sido la historia de la Nación y también la historia de la Iglesia en estos 50 años signados, en parte, por el contexto socio-político cubano, pero sin faltar el aliento del Espíritu Santo que obra siempre a pesar de nosotros mismos y de cualquier empresa humana, revelando a los católicos cubanos el modo apropiado de vivir la experiencia del Evangelio en medio de nuestra sociedad al modo de Cristo: unas veces hablando, otras callando, pero siempre abrazados a la Cruz.

Debemos hacer notar que las observaciones de los autores interesados en la actitud religiosa del cubano con respecto a las expresiones visibles de la fe religiosa se refieren ante todo a la asiduidad al culto u otras manifestaciones sociales de la fe, más que a la  postura del hombre cubano ante Dios, que es lo raigalmente antropológico.

Ahora bien, a pesar de la probable ligereza de las dos encuestas de fines de los 50 y de fines de los 80, descartando el intento de encuesta de los 70 por no  fiable, si se hace un análisis comparativo de ambas se pueden colegir algunas consideraciones interesantes:

1º- La fe en Dios se ha mantenido constante en un porcentaje de la población cubana cercano al 90%.

2º- El ateísmo inducido por el Estado por más de treinta años no caló hondamente en el cubano en general.

¿A qué me refería entonces al decir que el cubano había respondido con facilismo a las tres encuestas?

Creo que en la década del 50 era “fácil” responder afirmativamente a una pregunta sobre la fe en Dios. Hubiera sido contrastante en aquel medio social una respuesta declarándose ateo. Además, era escaso el número de ateos.

En la década del 70 era más fácil decir que se era ateo, pues el grado de aprobación social y política estaba oficialmente a favor del ateísmo y aquí intervienen el miedo y el disimulo. ¿Qué pasó entonces después?

A finales de la década del 80 el cubano se sintió “autorizado” a expresar su fe en Dios. La publicación de un libro-entrevista de Frei Beto (Alberto Libanio Cristo) sobre “Fidel y la religión”, que logró vender más de un millón de ejemplares en Cuba, las visitas de cubanos residentes en el exterior, el turismo, y una mayor tolerancia oficial hicieron que el tema religioso dejara de ser tabú. Retornan expresiones populares reprimidas: “Si Dios quiere, gracias a Dios, Dios mediante, con el favor de Dios, Dios lo bendiga”, etc. y muchos sintieron  que “ahora ya se puede decir que creo en Dios”.

El cubano promedio ¿aborda, pues, la fe religiosa no con la hondura que merece el tema de la relación del hombre con Dios, sino con la superficialidad con que abordaría temas como la moda, el deporte preferido, etc.? No es fácil la respuesta. Responde sí, si se siente aprobado socialmente o autorizado oficialmente. Responde no, en caso contrario, pero reservándose su adhesión profunda, es más bien pecado contra el 8º mandamiento: no mentirás, que contra el 1º y 2º mandamiento. Se trata de disimular u ocultar la verdad, considerándola “su” verdad y no de negarla. No olvidemos que en este caso intervenía una sanción social que podía afectar sus estudios, sus puestos de trabajo, su futuro, el de su familia, y en esto trataba el cubano de hallar razones suficientes para actuar de ese modo.

Para apoyar este aserto traigo a colación otra encuesta, realizada por la Iglesia entre católicos en el año 2004. Fue muy amplia, se llevó a cabo en la mayoría de las iglesias parroquiales o no, incluso en los centros de misión del campo y de la ciudad y en todas las diócesis de Cuba. Esta encuesta serviría para preparar nuestro plan pastoral nacional. Me detengo sólo en una pregunta: ¿Cuál es su mayor temor con respecto a la fe religiosa en Cuba? La respuesta mayoritaria, de cerca del 80% fue: “Que la Iglesia Católica vuelva a ser presionada o enfrentada por el gobierno como lo fue en el pasado”.

Dos aspectos principales pueden destacarse en esta respuesta dada  por los católicos actuales (muchos de ellos, más del 70% llegados a la Iglesia en los últimos 15 a 20 años):

1º- Estaban conscientes de que la Iglesia había sido confrontada en el pasado, aunque por razones generacionales, por posturas políticas o por autoprotección ellos no vivieran como católicos activos esos momentos.

2º- Pero sentían temor de que esto sucediera de nuevo estando ellos activamente implicados en la vida eclesial. Estas fueron respuestas dadas el año 2004, hoy, ocho años después, ese temor ha disminuido considerablemente.

Aspectos actuales de la fe religiosa en Cuba.

De todos modos esta somera aproximación antropológica revela cierta fragilidad en la fe y nos muestra que no hay ya entre la media de los católicos cubanos esos hombres y mujeres de larga pertenencia a la Iglesia, con buena formación religiosa recibida en la escuela, en la Acción Católica, en la Congregación Mariana u otras asociaciones, con convicciones profundas y amor comprometido a la Iglesia. La emigración y la muerte habían transformado el rostro de la Iglesia. Pero es importante en la vida religiosa de un pueblo tradicionalmente católico, que la Iglesia de los “practicantes” esté sólidamente formada, pues si consideramos la Iglesia como un gran estanque lleno de agua, en cuya superficie se arroja desde lo alto una piedra que produce círculos concéntricos abriéndose en una gran circunferencia siempre más desdibujada a medida que se aleja hacia los bordes, la comunidad católica constituye ese punto focal de impacto. Si es fuerte ese impacto, se extenderán las ondulaciones a mayor distancia y serán más marcadas. O sea, si el núcleo de la comunidad católica es fuerte en convicciones de fe y tiene un serio compromiso cristiano, esto hará presente a la Iglesia en los ambientes, en los barrios, en la familia, y su influjo social será mayor. El Papa Benedicto XVI dice que la Iglesia será cada vez más minoritaria, pero debe ser una minoría significativa. Esta significatividad no será, pues, numérica, sino cualitativa.

Un impacto débil hace menos perceptibles las ondas y el influjo de la Iglesia será más reducido. Esto se traduce en una fe más borrada u opaca. Se produce así un círculo vicioso: desde un centro de emisión débil llegan ondas débiles y a estímulos débiles corresponden movimientos débiles de respuesta. Parece así esfumarse la fe. Hay que constatar que esto, que es muy marcado en Cuba, sucede hoy también en países de antigua Evangelización.

Por otra parte, no podemos olvidar que el mundo posmoderno en sus nuevas generaciones está integrado por hombres frágiles, con adhesiones más débiles a los preceptos establecidos, con menor capacidad de compromiso. Estamos en la era del pensamiento débil. Esta mentalidad potencia aquella “superficialidad” del cubano en cuanto a la religión a que me referí al principio.

En otras palabras, la actitud del cubano actual frente a la religión no es la misma que la del hombre moderno cubano de antes de 1985. Este tendrá una aproximación al mundo religioso distinta a la del hombre de 30 años atrás. La modernidad, en sus vertientes liberales o marxistas había tratado de excluir a Dios basándose en la razón y en la ciencia. La negación de Dios era necesaria para la exaltación del hombre. Pero con la “muerte de Dios” se llegó también a la “muerte del hombre”. El vivir sin Dios produce una vaciedad interior, a veces una angustia, un tipo particular de infelicidad. Esto lo ha experimentado el hombre cubano con diversos grados de intensidad. El mundo posmoderno reacciona contra ese materialismo racionalista y pretendidamente científico, y buscará entonces en las filosofías orientales, en religiones esotéricas, en los misterios científicos no esclarecidos aún, en religiones y mitos de África, Asia o de la América Precolombina y en la misma Biblia (fundamentalismo emotivista), el modo de estructurar una nueva visión espiritualista de la vida, revalorizando viejos mitos, incorporando métodos de oración de tipo budista o hinduista. El fracaso existencial del materialismo de occidente de tipo práctico-capitalista o de tipo teórico pseudocientífico marxista, lleva al hombre occidental a buscar en otra parte una respuesta a su inquietud religiosa. Es la nueva era: “The New Age”.

El hombre posmoderno cubano y la fe religiosa.

Cuba se convierte en un laboratorio histórico de este proceso. El hombre cubano ha experimentado la vaciedad del ateísmo ambiental en forma estremecedora, esa soledad espiritual que produce en el alma humana la influencia del materialismo.

La Iglesia Católica (y volvemos a los círculos concéntricos del estanque), era en Cuba el principal punto focal de referencia religiosa. Al imponerse silencio a la Iglesia, al quedar disminuido drásticamente el número de sus ministros y personas consagradas, al perder sus escuelas y centros de enseñanza y asistenciales, y no tener acceso a los medios de comunicación escritos, radiales o televisivos, se apagó la voz de la Iglesia que recordaba las fiestas religiosas y los días sagrados, que proponía los valores cristianos, que cuidaba ancianos, niños y enfermos, y por medio de todo esto hacía pensar en Dios. Se sumó entonces a este obligado silencio eclesial sobre Dios la difusión oficial del ateísmo: “la religión es cosa del pasado, no conviene criar a los niños con ideas religiosas,  pues vivirán después en una sociedad atea y podrán verse traumatizados”, etc. Se produjo así una ausencia de Dios de las estructuras sociales, del calendario, que no indicaba ninguna fecha religiosa, y aún de la vida familiar.

Pero en el corazón humano, donde habita siempre el misterio, un tedio personal y ambiental acompaña de modo habitual  la ausencia de Dios. Con el mismo mecanismo del hombre occidental, el cubano no hizo, porque no podía hacer, viajes a la India para encontrar algún “gurú”, pero se fue a Guanabacoa (barrio al este de La Habana) para visitar a un babalaw (especie de sacerdote de la santería).

Es decir, se volvió hacia algo que tiene muy a mano; los sincretismos afrocubanos, el espiritismo o la santería. De lo que he llamado “autorización oficial para manifestar su fe”, de la necesidad de vencer el tedio por la ausencia de Dios de las estructuras sociales, de encontrar algo que dé sentido a la vida y sus pruebas, que no han sido pocas en Cuba, viene el crecimiento de la Iglesia Católica y otras confesiones cristianas. Pero en los años difíciles fue más fácil canalizar la religiosidad en el sincretismo afrocubano que en la Iglesia Católica o protestante, pues la visibilidad de los cultos sincréticos afrocubanos es menor, es un culto más privado, no periódico, se acude al rito cuando se quiere o se puede, no hay exigencias morales grandes y los elementos mágicos dan tranquilidad o seguridad tan pronto como se practican, aunque crean después temores y ansiedades. Esto llevó a capas de la población blanca y con mayor cultura a acercarse a esos cultos. Después a su difusión ha contribuido la propaganda turística que presenta esos cultos en sus aspectos folklóricos y se añade el esnobismo de inclusión de los extranjeros en este otro camino esotérico, todo lo cual conlleva ganancias económicas para muchos “que viven de la santería”.

Es el postmodernismo de la Nueva Era vivido “a la cubana” con los medios disponibles, con desarrollos indeseables.

Un teólogo francés que enseñó por más de treinta años en el Seminario San Carlos en Cuba, el padre René David, hoy retirado en Francia, afirmaba que la religiosidad popular más o menos sincrética había salvado la fe religiosa del cubano en los momentos más difíciles, incluso llegó a decir que había que agradecerlo. Pero este tipo de religiosidad se torna más difícil para el quehacer evangelizador que dirigirse a aquellos que sin ninguna referencia religiosa hacen un tránsito de la no fe a la fe, sobre todo cuando ha sido inficionada por elementos ajenos a una auténtica actitud religiosa.

Significado de la Iglesia Católica en la religiosidad del cubano.

El factor exclusivamente religioso que podíamos descubrir como vacío espiritual y búsqueda de Dios no es lo único que puede movilizar la conciencia del cubano actual  hacia la fe católica. Dentro de un retorno a la historia de Cuba en busca de nuestras raíces, ha habido un redescubrimiento del rol histórico de la Iglesia en Cuba, el papel de pensadores cristianos y de instituciones de la Iglesia en la eclosión de los sentimientos nacionales cubanos y en las ideas independentistas.

La obra social de la Iglesia en el pasado a favor de ancianos, niños desvalidos, enfermos, etc. ha sido muy valorada por la población; las modestas obras actuales de este género de Congregaciones religiosas masculinas y femeninas, de Caritas Cubana en momentos de desastres naturales o habitualmente, crean gratitud y respeto.

La simpatía hacia la Iglesia y sus ministros por parte del pueblo ha sido creciente ante el testimonio de perseverancia en medio de dificultades económicas y en etapas de presión y aún de acoso.

La independencia de la Iglesia, y su unidad frente al poder político, la permanencia en su misión propia a pesar de las situaciones adversas, suscita admiración. Si en medios sociales de otros países se ha sentido en algunas ocasiones que la Iglesia es una especie de pantalla  que nubla la imagen de Dios, en Cuba es más bien un lugar propicio para el encuentro con Dios. Al resurgir de la fe católica contribuyó grandemente la visita del Papa Juan Pablo II.

Todos estos factores históricos y sociales que he enumerado contribuyen a mantener ese papel focal de la Iglesia Católica por encima de las búsquedas esotéricas o mágicas del cubano posmoderno. Pero al hombre y a la mujer de hoy en Cuba no se le puede hacer un anuncio de Cristo del mismo modo que hace treinta años; se trata de otra generación. Estamos ante hombres y mujeres “light”.

Al hombre “light” posmoderno debemos hacer un anuncio de Dios y de su Hijo Jesucristo que no sea en nada débil. Esto hace más difícil la metodología a seguir. Este es el hombre y esta es la nación que vino a encontrar en Cuba el Papa Benedicto XVI.

¿Cómo enfocaba su presencia en nuestro país el Santo Padre?

Durante el vuelo hacia México y en el mismo viaje que lo llevaría después a Cuba a fines de marzo pasado, el Papa Benedicto XVI dijo lo siguiente a un reportero: “Hoy es evidente que la ideología marxista, tal como fue concebida, ya no responde a la realidad: así ya no se puede construir una sociedad; deben encontrarse nuevos modelos, con paciencia y de manera constructiva”.

Estas palabras del Papa, dichas sólo horas antes de ser recibido en Cuba, no causaron ningún rechazo por parte del gobierno cubano. Ciertas reformas en el ámbito económico y social sugieren que, efectivamente, las propuestas socioeconómicas nacidas del marxismo que se afincaban en una concepción materialista del mundo y del hombre sin ninguna referencia a la trascendencia, que pone límites insoportables y contraproducentes a la libertad humana, no han sido efectivas tampoco en Cuba.

El gesto más significativo y trascendente con respecto a la Iglesia en estos cinco últimos años fue la respuesta verbal positiva del presidente Raúl Castro a mi carta de abril de 2010, en la que me anunciaba poner fin a ataques contra las esposas y familiares de los presos, de lo cual protestaba yo en dicha carta, y manifestó al mismo tiempo su deseo de conocer, por la mediación de la Iglesia, las demandas de esos familiares. Fue un gesto inédito e inesperado, que nos sorprendió a todos. No era la primera vez que los obispos cubanos acudíamos a las autoridades para interceder por los presos, en nombre de ellos mismos o de sus familiares, lo cual es propio de la misión misericordiosa de la Iglesia, pero casi nunca habíamos tenido respuesta. La Iglesia en Cuba nunca había sido reconocida como un interlocutor válido.

Se produjo así la excarcelación de los 53 prisioneros que quedaban de los 75 sancionados en 2003. Fue excarcelado también otro grupo de más de 70 y así, entre julio de 2010 y marzo de 2011, más de 126 personas salieron de las cárceles cubanas. En diciembre de 2011, el gobierno indultó cerca de tres mil prisioneros comunes, de buen comportamiento y largas condenas o enfermos, cosa que habíamos pedido también los obispos cubanos y, según palabras de Raúl Castro, lo hizo con motivo de “la próxima visita del Papa Benedicto XVI (marzo de 2012) y en atención al Jubileo por los 400 años de la Virgen de la Caridad, Patrona de Cuba”, que celebramos este año.

Aquella mediación posibilitó un diálogo que permitió también a los obispos hablar de otros temas de interés para la Iglesia y la sociedad. Hemos hablado con las autoridades (no sólo con el presidente Raúl Castro) sobre la grave situación económica del país, los temores y demandas ciudadanas, las dudas, los anhelos y las esperanzas de un sector importante de la población, realidades que conocemos a través de la amplia red de parroquias, iglesias y capillas que atienden nuestros sacerdotes en todo el país, o por medio de las religiosas y misioneros, visitadores de enfermos, voluntarios de Cáritas, catequistas y otros agentes pastorales que están en las ciudades y campos de toda Cuba. Si el hombre es el camino de la Iglesia, como definiera el Beato Juan Pablo II, nuestro camino como pastores en Cuba tiene que ser el hombre y la mujer cubanos, con todos sus sueños y frustraciones, con sus ilusiones y expectativas, sean estas posibles o poco reales.

Hay en realidad una situación cambiante en Cuba, tal vez de contornos difíciles de definir y con metas poco claras. El cambio parece haber comenzado, con independencia del ritmo o una hoja de ruta más o menos clara, y a pesar de algunos que no desean o no reconocen cambio alguno. En ese contexto social cambiante, en que las más variadas expresiones sociales buscan de un modo u otro hacerse escuchar, ha sido posible que la Iglesia fuera reconocida como interlocutora. No sabemos hasta dónde puede avanzar el diálogo, ni conocemos su alcance real o sus potenciales resultados. Pero el diálogo es el único camino que debe seguir la Iglesia para procurar el bien material y espiritual de la sociedad y de los cubanos. Esto es también parte esencial de nuestra misión, tanto de los pastores como de los laicos.

En medio de la profunda crisis económica que afecta al mundo, Cuba vive su propia crisis. Sin poder escapar de aquella, vivimos también una crisis espiritual o existencial. El “sueño cubano”, que parecía comenzar a realizarse en enero de 1959, amasado con las intuiciones sencillas y los anhelos justos de los pobres de esta tierra, no ha sido alcanzado, al menos no como se esperaba. Es cierto que ha habido logros sociales importantes, pero también dolor, carencias y enfrentamientos, demasiadas limitaciones a la libertad y frustración. Por años la Iglesia, de forma pública o privada, ha instado a las autoridades a poner en práctica cambios necesarios para mejorar la vida de los cubanos y para que el país pueda alcanzar su verdadero potencial. Por eso la Iglesia alienta ahora esos cambios que tímidamente tienen lugar en Cuba y espera que nuevos cambios se introduzcan por el bien del país y de sus  ciudadanos.

“Este proceso (dijo también el Papa Benedicto a bordo del avión que lo traía a América) exige paciencia y decisión y queremos ayudar con espíritu de diálogo para evitar traumas”. Por esto los obispos cubanos convocamos a todos a un esfuerzo por la reconciliación y por reverdecer la esperanza. Sólo podemos acompañar este proceso de transformaciones, si lo hubiere, desde nuestro compromiso cristiano por el bien común, porque las cenizas de los sueños no sirven para edificar un futuro promisorio. Es necesario transformar los corazones, y esto sólo puede lograrlo una fe cristiana viva y coherente. He aquí donde entra nuestro papel de guías de las comunidades cristianas como pastores y la acción del laicado católico en el mundo.

Durante la peregrinación nacional con la imagen de la Virgen de la Caridad (agosto 2010-diciembre 2011), millones de cubanos parecían redescubir su fe, y daban gracias a la Iglesia por llevarles a María y su Hijo Jesucristo: “¡Qué falta nos hacía esto!”, así decían. Porque necesitamos el pan, pero no sólo de pan vive el hombre. La sed de Dios que descubrimos en nuestro pueblo, unida a las dificultades presentes, puede ser ocasión para una renovación nacional en el orden espiritual. Ese es nuestro campo. La Iglesia, apoyada en el Evangelio, debe sentir como misión propia estar presente y acompañar a nuestro pueblo en este nuevo capítulo de la historia cubana en que continúa la desoladora emigración sobre todo de jóvenes, en que la cultura global se hace ya presente en el consumo, en los gustos, en las modas, con una verdadera desarticulación y desmontaje de lo que quedaba de la cultura tradicional cristiana. Y no podemos mirar ese mundo nuestro como analistas económicos, sociales o políticos, sino desde la fe. Sólo anclados en la fe podemos evitar la frustración y el desaliento y lo que es más importante, hacer posible que el camino misterioso de la gracia de Dios haga que los que entran en contacto con nosotros, pastores y guías de nuestros hermanos y con el laicado católico,  aprendan a mirar nuestra realidad eclesial desde la atalaya de la fe y recobren esperanza.

Y cito de nuevo para terminar  al Papa Benedicto XVI: “Las cosas terrenas van bien sólo cuando no olvidamos las superiores: no podemos perder el camino justo que distingue al hombre. No podemos mirar sólo hacia abajo; debemos levantarnos y mirar hacia arriba, sólo entonces viviremos justamente”.

El año de la fe proclamado por el Papa Benedicto XVI es la ocasión para que la Iglesia en Cuba renueve su opción de fe ante la realidad cubana.

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