Por Fernando Rasvergs – Cortesía de OnCuba
Desde hace unos meses el proceso de reformas en la Isla está dejando un sabor amargo en la boca de los cubanos, matando las esperanzas que se habían despertado con la apertura del trabajo por cuenta propia, el acceso a los hoteles, la compraventa de viviendas o la libertad de viajar.
En la última etapa, prácticamente todas las medidas que se adoptaron golpean al ciudadano: automóviles a precios disparatados, mayores restricciones aduanales y en el envío de paquetes, se proscribieron los cines 3D y fue prohibida la venta de ropa importada.
Además, cerraron el aeropuerto José Martí, obligando a los acompañantes a recibir o despedir a los viajeros en plena calle, sin asientos para descansar ni un baño donde hacer sus necesidades. Sin pensar que esa montonera será la primera y última imagen que reciba el visitante de Cuba.
Aun aceptando que dentro del aeropuerto no hay suficiente espacio cabe preguntarse si no se hubiera podido montar fuera varios “chiringuitos” con mesas y sombrillas, un par de baños, asientos para quienes esperan y hasta un pequeño parque infantil.
Hace poco tiempo el bloguero Harold Cárdenas aseguraba en un post que “alguien quiere que se caiga el sistema”, según lo expresado podría existir una conspiración de algunos que, desde el poder, quieren una transición al capitalismo como ocurrió en Rusia.
La prohibición de ingreso al aeropuerto de los acompañantes está produciendo un enorme e innecesario malestar en la población / Foto: Raquel Pérez.
Agrega que tiene “la duda razonable de que los últimos acontecimientos favorezcan más a los enemigos del proyecto nacional que a nosotros mismos” y que “buscando una mejoría económica a mediano o largo plazo, estemos hipotecando el favor popular en estos mismos momentos”.
En sintonía con Harold, una doctora cooperante en Brasil dijo a A Fondo que no se piensa “en el bienestar del pueblo y la economía, al contrario, parece como si estuviera haciéndolo alguien que quisiese molestarnos, provocar indignación y que nos volviéramos menos revolucionarios”.
Casi podría coincidir con ellos en que se trata de una conspiración del “enemigo” dirigida a desprestigiar al gobierno cubano, pero lo cierto es que todas estas medidas fueron aprobadas colectivamente por el poder ejecutivo y la máxima dirección del Partido Comunista (PCC).
Lo que le ha caído encima a la gente es una avalancha de malas noticias que afectan a todos los cubanos, a los que tienen familiares en el extranjero y también a los médicos que financian la economía del país con su trabajo o a los diplomáticos y artistas que representan a la nación.
Unos tendrán que comprar ropa más cara y de peor calidad, otros pierden el único entretenimiento que había en el barrio, miles se quedaron sin poder comprar automóviles y a los cooperantes que curan en lejanas tierras se les obliga a pagar más por los zapatos que envían a su familia.
El gobierno cubano pretende proteger su sistema comercial con restricciones en vez de analizar autocríticamente cuáles son las razones por las que la gente trae todo de otros países. Cuando se atacan los efectos de una enfermedad en vez de sus causas se termina matando al paciente.
Sin embargo, las razones por las que la gente no quiere comprar en las tiendas del Estado son fáciles de enumerar: precios con un 240 por ciento de impuesto (excepto los automóviles que llevan el 800 por ciento), “multas”, mala calidad de casi todo lo que se vende, carencia de una garantía seria y de mecanismos de defensa del consumidor, escasez de productos y falta de variedad.
Pero la vida sigue su curso a pesar de las prohibiciones, la única diferencia es que todo vuelve a moverse en las sombras, sin pagar impuesto ni licencias y fuera del control del Estado, según pudo comprobar el equipo de A Fondo que penetró en las profundidades de Cuba.
Los importadores tienen todo listo para evadir las restricciones, los niños aprendieron a mentir para seguir viendo cine 3D, las tiendas de ropa pasaron a la clandestinidad y los cooperantes envían más paquetes a nombres diferentes evadiendo la restricción.
Todo funciona con el consentimiento de la mayoría de los cubanos que colaboran entre sí prestándose los carnets de identidad para burlar los límites aduanales, ocultando a los que venden ropa o mirando hacia otro lado cuando entran los clientes del cine 3D.
Esta gran conspiración popular es el único complot que encontramos y ocurre sin la participación de la dirección del país. Cada una de estas actividades se desarrolla a espaldas de un gobierno que, en sus inicios, prometió y eliminó muchas prohibiciones absurdas.