Fuente: EDITORIAL ABC
No es nueva la amistad que, motivada por los intereses que comparten frente a Estados Unidos, cuando no recelos, vienen escenificando desde hace años y de forma intermitente Pekín, Moscú y Teherán.
Las tres potencias pasan de las palabras a los hechos y debutan mañana como aliados militares en unas maniobras que van a tener como escenario una de las zonas convulsas del planeta, el golfo de Omán, el mismo lugar donde Estados Unidos realizó unos recientes ejercicios con su aliado regional, Arabia Saudí.
A China, Rusia e Irán les une -además de su escaso respeto por los derechos humanos y los estándares democráticos, también inéditos en Arabia- una ambición política, territorial, militar y comercial que tiene como principal obstáculo el statu quo impuesto por Occidente y, en mayor medida, Estados Unidos.
Allí donde hay una crisis internacional aparece de forma explícita o implícita Moscú, cuya larga mano agita cualquier conflicto con la intención de aumentar sus dimensiones.
China, otra potencia nuclear, aunque más cauta que la Rusia de Putin, no deja pasar la oportunidad de exhibir su músculo ante Washington, y la República Islámica de los ayatolás, con ambiciones de carácter regional, más discretas, pero no menos explosivas, se suma al desafío mientras enriquece uranio en sus plantas nucleares.
La localización de estas maniobras no es casual, como tampoco la condición de quienes participan en esta función militar dirigida por Rusia.
Se trata de un simple alarde, pero de una magnitud que pone de manifiesto la capacidad de Moscú para conformar un eje cuyo potencial militar supera de largo al de la OTAN y para trabajar en un doble plano: de forma encubierta y en la superficie, a la vista de un mundo al que intimida con una mano y desestabiliza con la otra.
