La derrota de Trump debilita a los líderes de la nueva derecha: Los populistas del mundo pierden su faro

Él era su faro, su inspiración y, sobre todo, el altavoz más potente con el que hubieran podido soñar jamás. El hombre más poderoso del planeta hablaba su mismo lenguaje, estaba en su misma cruzada: contra los inmigrantes, contra la política de siempre, contra las élites, contra la prensa, contra la ciencia.

Cortesía de La Vanguardia.

Él era su faro, su inspiración y, sobre todo, el altavoz más potente con el que hubieran podido soñar jamás. El hombre más poderoso del planeta hablaba su mismo lenguaje, estaba en su misma cruzada: contra los inmigrantes, contra la política de siempre, contra las élites, contra la prensa, contra la ciencia.

La derrota de Donald Trump reverbera más allá de las fronteras de EE.UU. Se ha sentido en Brasil, Hungría, PoloniaReino UnidoFranciaItalia… Las elecciones presidenciales no eran solo un referéndum sobre el trumpismo, eran también un examen para los líderes y movimientos populistas de la nueva derecha global. Medían su capacidad para mantenerse en la cresta de la ola ahora que el mundo se enfrenta a la madre de todas las olas, un virus que no se mata a golpe de tuit ni inventando chivos expiatorios.

La victoria de Joe Biden tiene una fuerte carga simbólica, destaca Pawel Zerka, analista polaco del think tank European Council on Foreign Relations: “Demuestra que las teorías de la conspiración, la xenofobia, el discurso de la nación primero, el pisoteo de las normas establecidas, quizá ayudan a ganar las elecciones una vez, pero el tiro puede salir por la culata porque también movilizan a nuevos votantes en contra. También que una crisis real, como la pandemia, tarde o temprano pone a prueba el liderazgo de los supuestos salvadores”.

Basta con observar lo que les está costando a algunos digerir la derrota. Jair Bolsonaro se resiste a felicitar a Biden, a quien aún llama “candidato”, mientras sus hijos agitan en Twitter el fantasma del fraude electoral. Ningún líder se ha ligado tan estrechamente a Trump como el ultraderechista presidente de Brasil, casi al punto de la mimetización. Fue elegido en el 2018 imitando su estrategia de campaña y una vez en el poder ha seguido replicando los modos y el discurso de Trump. Incluso para tomar las mismas medicinas (no probadas) para protegerse de la Covid-19.

“Bolsonaro vinculó demasiado su imagen a la de Trump. Su plataforma ideológica sufrirá un duro impacto, porque representa la derrota del modelo de hacer política que él ha copiado. Y tiene un impacto psicológico sobre Brasil: Bolsonaro también puede ser vencido”, apunta el politólogo de Harvard Hussein Kalout, que fue secretario de asuntos estratégicos con el presidente Michel Temer.

Es el final de la “alianza por la libertad religiosa” que impulsaba Mike Pompeo. “La idea de crear un nuevo frente global conservador, que situaba a Trump como salvador de Occidente y de la cristiandad, se acabó –dice Kalout–. ¿Brasil va hacerlo solo con Polonia y Hungría?”.

Quizá Bolsonaro intente reinventar su política exterior, tras abandonar el multilateralismo tradicional de su país para alinearse sin resquicios con Washington. Kalout ve poco margen: “Bolsonaro ha congelado la relación con Europa, no hay interlocución con América Latina, existe tensión con China. África no le interesa, no figura en su mapa. Trump se ha convertido en el principal proyecto de la política exterior de Brasil. No Estados Unidos, Trump. Con Biden ya ha chocado”.

El medio ambiente amenaza con ser el primer pulso con Biden, que prevé represalias económicas si Brasil no pone coto a los incendios en la Amazonia.

Bolsonaro se queda huérfano, pero las consecuencias aún son inciertas, a dos años de las elecciones. “Si gana o pierde va a depender de otras variables: de la economía, de si sus hijos investigados son finalmente absueltos y de la articulación del resto de las fuerzas políticas en Brasil”, añade Kalout.

Lo que parece plausible es que, si fracasa, Bolsonaro im16ite una vez más a Trump y se agarre al fraude. Un argumento que ya han importado sus hijos y varios aliados para explicar el fiasco de los candidatos ultraderechistas en las recientes elecciones municipales.

INSPIRACIÓN Y ALTAVOZ

El líder más poderoso del planeta hablaba su mismo lenguaje, estaba en su misma cruzada

También en Europa la derrota se atraganta a sus acólitos. Ahí está el líder esloveno, Janez Jansa, que ve una victoria “clara” de Trump y cree sospechoso que los avances de las vacunas no hayan salido hasta después de la elección. La Hungría de Viktor Orbán y la Polonia de Ley y Justicia, sus máximos aliados en el continente, han acabado felicitando a Biden, pero su televisión pública ha dado credibilidad al fraude.

“Para ellos era útil tener en la Casa Blanca a alguien con tanta afinidad ideológica, a quien no le preocupa el Estado de derecho y tiene el mismo discurso que ellos con los medios. No será tan cómodo con Biden”, dice Zerka.

La oposición húngara y la polaca aguardan con ansia al demócrata, que califica sus gobiernos de “regímenes totalitarios” en ascenso. “Esperan que alce la voz por la democracia y el Estado de derecho, pero me parece una ilusión. Más que de Biden, la supervivencia de los gobiernos dependerá de sus ciudadanos”, dice Rosa Balfour, directora del think tank g

También Zerka es escéptico: “Hoy por hoy, Orbán parece invencible, con una popularidad que no baja, y una mayoría parlamentaria que le permitirá una reforma de la ley electoral a medida. Polonia es otra cosa. Ley y Justicia pierde popularidad, pero no tiene nada que ver con Trump sino con la pandemia, con las protestas de mujeres o el veto del Gobierno al fondo de recuperación europea”.

¿Se verán obligados Budapest Varsovia a aflojar su pulso con la UE? “Mientras que Trump sembraba discordia dentro del grupo, Biden considera que todo lo que divida a Europa no es del interés de EE.UU. –dice el analista–. Es evidente que al Gobierno polaco le va a costar más vender a su población que tiene un aliado en Washington como alternativa a la UE”.

Otro damnificado, y también piedra en el zapato de la UE, es el británico Boris Johnson. “Trump ha apoyado de forma activa el Brexit y prometía a Londres un rápido acuerdo comercial bilateral”, señala Balfour, que ve en los tories “el clásico ejemplo de un partido de centroderecha asumiendo la agenda populista”. “Johnson ha invertido mucho en Trump, y la Administración Biden se va acordar. Ven a Johnson como una fotocopia de Trump. Pero en política exterior al final se impone el pragmatismo, y en muchos temas, el Reino Unido está de hecho más cerca de un EE.UU. de Biden, como en la lucha contra el cambio climático o el acuerdo nuclear con Irán”, dice Balfour.

También se quedan más solos los partidos populistas europeos que aún sueñan con alcanzar el poder (o lo han perdido, como en Italia). La mayoría está tomando distancias con el mal perder de Trump. La francesa Marine Le Pen, que celebró su triunfo en el 2016, no se ha sumado a la teoría del fraude. Claro que sólo el 14% de los franceses quería que Trump ganase. Calla Matteo Salvini, el líder de la Liga, que lo último que dijo, hace días ya, es que esperaba los “resultados definitivos”, después de pasarse la campaña exhibiendo una mascarilla por Trump. Y también se ha desmarcado del fraude el líder de Alternativa para Alemania.

EL EXAMEN DE LA PANDEMIA

Zerka: “Una crisis real, como la Covid, pone a prueba el liderazgo de los salvadores”

El impacto de la caída de Trump sobre estos partidos será menor, sostiene Zerka: “La heterogeneidad de sus motores políticos y su adaptación local los hace bastante inmunes”. En realidad, el hecho de que Trump lograse ser elegido presidente de EE.UU. fue más importante para los populistas que el hecho de que haya perdido ahora, añade el analista: “Gracias a su victoria, se sintieron más elegibles. Y Trump ha estirado tanto el límite de lo que un gobernante puede hacer y decir que la forma populista de hacer política se ha hecho mucho más aceptable en los cuatro años que ha estado en la Casa Blanca. Aunque haya perdido, su legado va a permanecer. No hay vuelta atrás”.

Los resultados en EE.UU. dejan poco margen para la complacencia de los adversarios del populismo. No ha habido repudio a Trump, al que han votado casi 74 millones de ciudadanos, y las urnas dibujan un país enquistado en su división.

Es más, el terreno sigue siendo muy fértil para el populismo, en todo el mundo. Quizá hasta ahora la pandemia ha quitado a los votantes las ganas de hacer experimentos (los gobernantes, en general, han ganado popularidad) pero la perspectiva de una dura crisis económica ofrece oportunidades a los que se nutren del agravio.

La directora de Carnegie Europe también advierte que es del todo prematuro anunciar el fin del populismo derechista como movimiento global. El populismo no nació con Trump y no va a morir con él.

“Su elección en el 2016 vindicó las corrientes profundas que llevábamos tiempo viendo en Europa. La llegada de Trump empoderó a los populistas europeos, les dio una figura de líder alrededor del cual juntarse. Pero el auge del populismo no se explica por la emergencia de líderes, es más profundo que eso –argumenta Balfour–. Es la globalización, la desigualdad, el miedo a perder la identidad cultural, el sentimiento de muchos ciudadanos de que ya no cuentan, de que les gobierna una élite tecnocrática y que votando a líderes que dicen que les representan pueden recuperar el poder que les ha sido arrebatado. Mientras estos sentimientos estén ahí, siempre habrá un líder que lo capitalice”.

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