Bajo la impronta del proceso de discusión de lo que sería nuestra constitución desde el 24 de febrero último, el 2019 se anunciaba como un año en que podríamos avanzar en construir una mejor nación.
Si bien se había anticipado un pobre crecimiento económico, quedaba la esperanza –certeza en algunos—, de que al fin se comenzarían a implementar los cambios estructurales que destrabarían el desarrollo de las fuerzas productivas; y con ello pudiera avanzarse en la creación de un mercado mayorista, la descentralización de la gestión empresarial, la creación de PYMES, la eliminación de la dualidad monetaria y una menor imposición de aranceles a productos deficitarios en el país para incentivar su importación y comercialización minorista en la Isla por privados, ya que por el bloqueo a las empresas estatales se les dificulta su adquisición. Nada de eso ocurrió.
La prensa oficial, con su acostumbrado triunfalismo, se hizo eco del anuncio gubernamental del aumento salarial para el sector presupuestario. Nos tildó de derrotistas y agoreros –las más suaves calificaciones— a los que advertimos que aumentarían los precios en los mercados privado e informal, y se mantendría o disminuiría el ya precario nivel adquisitivo de los trabajadores. Hubo preclaras comparecencias de nuestros dirigentes en los medios. Llamados a la conciencia. Creación de comisiones de control. Hermosos y enardecidos discursos que a más de uno emocionaron, pero el pasaje en camiones de Manzanillo a Bayamo, por ejemplo, casi se duplicó con la anuencia del Consejo de la Administración de Granma, lo mismo el de los camiones que hacen la ruta desde las ciudades orientales a La Habana.
Los alimentos elaborados han aumentado su costo hasta en un 80 por ciento en la mayoría de las capitales provinciales del país. Las viandas y vegetales se venden a los precios ya altos de los últimos años en los mercados estatales, o a la vista de los inspectores, pero en la cotidianidad, esa cotidianidad imposible de inspeccionar y supervisar, casi se han duplicado en algunos casos.
El aumento del salario al sector presupuestario, sin el adecuado respaldo económico y productivo, trajo –como también se advirtió a tiempo—, otro “daño colateral”.
Las unidades presupuestadas de la salud y la educación, fundamentalmente, al no contar con un aumento del financiamiento para enfrentar el aumento salarial, lo hicieron a costa de disminuir el gasto en otras actividades ajustados al anatema de “hacer más con menos”. Tal estrategia, combinada con la crisis de combustible trajo consigo que la Universidad Médica de Granma y la Unidad Presupuestada de Educación en Manzanillo, no tuvieran fondos para comprar leña de marabú que se produce suficiente en el municipio y estén cocinando con postes eléctricos en desuso o árboles que talan en los alrededores de sus instalaciones. Ahora mismo la Universidad Médica de Granma tiene una deuda de miles de pesos con algunos de sus proveedores. Solo una muestra de que el monto de las cuentas por cobrar en los sectores empresarial y presupuestario continua siendo espeluznante.
Entre lo más sonado en los medios estatales estuvo la reanimación del servicio de trenes de pasajeros nacionales con mayor confort y puntualidad.
Durante la primera semana, incluso, fueron sustituidos directivos de la entidad dedicada a la puesta a punto de las formaciones lo que parecía un claro mensaje de que el gobierno no estaría dispuesto a tolerar la habitual falta de eficiencia en el sector. Aunque el confort se ha mantenido, seis meses después, la pasada semana, todas las formaciones llegaron con sensibles atrasos a sus destinos por disímiles causas. Los pasajeros se siguen quejando de la obligatoriedad de consumir una sola merienda sin elección posible y de la prohibición de bajar de los coches en estaciones intermedias a realizar otras compras lo cual demuestra que sí, han mejorado los coches, pero no la mentalidad de los empresarios que limitan los derechos de sus clientes en aras de una supuesta organización.
El modo en que nuestra prensa y las redes reflejaron la respuesta social a la crisis del combustible provocada –según la versión gubernamental— por el asedio de la administración de los Estados Unidos al abastecimiento de la Isla, auguraba la consagración de manifestaciones de los mejores valores de la nación cubana. Vimos el hecho inédito de que los autos de la administración central del Estado, incluso los de la presidencia, se detuvieran en las paradas a recoger a los humildes de la Patria.
Ya habíamos tenido una avanzadilla de esos valores con la solidaridad espontánea de miles de cubanos, de dentro y fuera de la Isla, luego del paso de un tornado devastador por varios municipios de La Habana, la cual contribuyó moralmente a que el gobierno y el empresariado lograran un grado de eficiencia pocas veces visto en Cuba, en la reconstrucción de los inmuebles y la atención a los damnificados. Sin embargo, el propio Presidente de la República ha reconocido ante la Asamblea Nacional que, una vez superado el peor momento de la crisis del combustible, vuelven a manifestarse rasgos de individualismo, egoísmo y desidia, lo cual desafortunadamente parece ser la normalidad.
En mi opinión, el 2019 ha sido un año de grandes esperanzas y de mayores frustraciones al menos, para los que pensábamos que los cambios socioeconómicos que el país precisa, comenzarían a producirse.
Nada como la apertura de las tiendas en MLC –hoy mismo desabastecidas en todas las provincias donde se abrieron, al cabo de menos de dos meses— para ilustrar esa frustración, ese paso atrás.
El Ministro de Economía ha declarado que son el bloqueo y la administración de Trump quienes entorpecen las reformas que casi todos sabemos que hay que hacer, pero que no acabamos de implementar.
Sería yo un completo irresponsable si soslayara la hostilidad imperialista, pero: ¿Y nuestra propia responsabilidad? ¿Y nuestra asertividad? ¿Y nuestra capacidad de autocriticarnos y auto-perfeccionarnos? Porque quitar el bloqueo no está en manos de los cubanos ni de nuestro gobierno, pero eliminar de una buena vez nuestra lentitud, nuestra incoherencia, nuestra indecisión y nuestra ineficiencia, sí.
Fuente: La Joven Cuba