Por Laidi Fernández de Juan – Cortesía del blog Segunda Cita
Sin embargo, no es suficiente la ayuda a las personas de la tercera edad. Todo lo reflejado hasta ahora se refiere a un anciano enfermo, y aun así los suministros no alcanzan. Ni pañales, ni sillones de ruedas, ni colchones antiescaras, ni aditamentos para el aseo, ni calzado adecuado, ni muebles sanitarios: todo es deficitario por mucha voluntad que exista. El establecimiento conocido como “Cuba RDA” merece comentario aparte. Quienes allí trabajan se han convertido en verdaderos magos del invento, e intentan, a través de su creatividad e ingenio, suplir muchas de las carencias materiales.
Lo leemos en la prensa y lo escuchamos en el noticiero; analizamos tablas, gráficos y esquemas; llega a ser motivo de acertijos en crucigramas populares y en sopas de letras: De toda Latinoamérica, Cuba ocupa el primer lugar en envejecimiento poblacional. Para nadie es un secreto. Las causas del fenómeno son varias, y no sería justo obviar que entre ellas, se encuentra el alto nivel de nuestros servicios de Salud. Se estimula la especialidad de Geriatría, existen varias salas hospitalarias destinadas a este tipo de enfermo, hay Gabinetes Municipales que se ocupan de la llamada Tercera Edad; psiquiatras, geriatras e internistas visitan en sus casas a quienes no pueden trasladarse hasta el Consultorio Médico. Se han habilitado Farmacias Especializadas para pacientes postrados, y los trabajadores del Departamento de Seguridad Social de cada Policlínico tienen en sus funciones, el control y seguimiento de discapacitados, entre los que se encuentran muchos de nuestros ancianos.
Sin embargo, no es suficiente. Todo lo reflejado hasta ahora se refiere a un anciano enfermo, y aun asi los suministros no alcanzan. Ni pañales, ni sillones de ruedas, ni colchones antiescaras, ni aditamentos para el aseo, ni calzado adecuado, ni muebles sanitarios: todo es deficitario por mucha voluntad que exista. El establecimiento conocido como “Cuba RDA” merece comentario aparte. Quienes allí trabajan se han convertido en verdaderos magos del invento, e intentan, a través de su creatividad e ingenio, suplir muchas de las carencias materiales.
Pero resulta muy preocupante que los estudios se congelen en pura estadística. La infraestructura que se necesita (carísima, lo sabemos) para el soporte de la atención integral al adulto mayor, apenas resiste la alta demanda. Aun así, debemos encaminarnos a evitar que la ancianidad se convierta en el grave problema que es hoy. Las frecuentes caídas que sufre esta población podrían evitarse, por ejemplo, si las aceras y las calles estuvieran en mejor estado. La depresión, la melancolía y el sentimiento de baja autoestima que caracteriza la senectud puede minimizarse si, (otro ejemplo) los cines, los teatros, los restoranes y las cafeterías se adecúan para recibir clientes cuya motilidad está afectada.
Foto: Ancianos en silla de ruedas atendidos en una institución establecida para ellos en Cruces, Provincia de Cienfuegos, República de Cuba
Actualmente, ¿Cómo pueden distraerse nuestros venerados ancianos? Solo frente al televisor. ¿Dónde pueden saborear un bocadito apetecible? Solo en el comedor de toda la vida. ¿Dónde pueden tomar el sol, disfrutar de la vegetación, contemplar el mar? Escasamente en el portal, en el balcón, o a través de postales. ¿Cómo se construyen casas y hoteles hoy en día? Con altas escaleras, con pasillos infinitos, con baños minúsculos y sin soportes, en los cuales no cabe ni un sillón de ruedas infantil. Quienes tenemos la dicha de contar con ancianos en la familia, nos convertimos en inspectores-arquitectos-imaginarios remodeladores de espacios. Vamos a un sitio, y automáticamente examinamos distancias, puertas, trayectos, y vamos descartando “Aquí no puedo traer a mamá”; “Este lugar es demasiado complicado para los bastones de papá”; “Este hotel no tiene espacio para el sillón del abuelo”, y asi sucesivamente.
La conclusión salta a la vista: No se ha pensado en la ancianidad. No se conciben planes constructivos teniendo en cuenta los requerimientos de los mayores. No se modifican barreras ya establecidas, de manera que se facilite el paso a quienes ya no gozan de la salud de antaño. Cabe preguntarse: ¿Los que hacen los planos de estos lugares; quienes autorizan el presupuesto para las edificaciones, todo aquel involucrado en proyectos constructivos a gran escala, no tiene madre, padre, abuelo mayor de setenta años? ¿Ninguno de ellos ha pensado que pronto los embates de la edad les llegarán a ellos mismos? Ya quisiera yo ver al ingeniero civil, al arquitecto y al obrero que hizo (tercer ejemplo) el edificio más reciente, tratando de caminar con lumbalgia, con artritis de las rodillas o con ciática, por esos corredores y esas escaleras. O manejando sus sillones de ruedas a través de rampas que meten más miedo que la seguridad que supuestamente deben ofrecer.
No hay nada gracioso en el hecho (cuyas causas escapan a toda imaginación), de que las escaleras de la mayoría de los edificios modernos ni tienen pasamanos, ni son regulares los escalones. La separación entre ellos es sorprendente, sin orden de ningún tipo, como si alguien quisiera forzarnos a un equilibrio que no existe. Solo un detalle nos salva de la barbarie actual: La solidaridad cubana. A pesar de las inmensas dificultades, seguimos siendo un pueblo sensible. Resulta hermoso comprobarlo. Si llevamos un anciano al Banco, al Hospital, al Dentista, de inmediato acuden desconocidos a ayudarnos. Y gracias a esas manos que nunca volvemos a ver, nuestros queridos padres, las madres y los abuelos logran franquear complicadas entradas sin morir en el intento. Las organizaciones Panamericanas y Mundiales de la Salud, además de apoyar más a Cuba en la solución de los graves problemas que afronta nuestra envejecida población, debiera (digo yo) hacer un reconocimiento internacional a la sensibilidad de este pueblo. Que incluye las amistades que desde dentro y fuera, colaboran enviando los recursos que necesitamos para el confort de nuestros familiares. Mientras no llega ni lo uno ni lo otro, vaya mi gratitud al cooperante anónimo gracias al cual soportamos más tribulaciones que Belmondo en China, sin echarle la culpa a Rio.
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