Sistema electoral y sistema político en Cuba

Por: Julio Antonio Fernández Estrada    –        Fuente: OnCuba

 

Con el mundo de cabezas, atacado por terrorismos de diversas especies, por guerras santas y diabólicas, por regímenes políticos despóticos, por hambrunas y pestes que arrasan con pueblos enteros, con pobreza, cataclismos, los hielos polares derritiéndose, las islas desapareciendo, qué tendría de relevante hablar del sistema electoral cubano.

Pero es nuestro deber respirar hondo, pasar por encima del hecho terrible de un hombre que mata a decenas en un concierto en Las Vegas, como si cazara moscas; encarar la tristeza que causa ver a los que han perdido todo después del paso del huracán Irma, o de los terremotos en México.

Debemos pensar en nosotros. Tal vez hasta deberíamos pensar en nosotros como si fuéramos el ombligo del mundo.

Cuba va a cambiar, todo va a cambiar, pero sobre todo cambiará la política. Ya no somos el pueblo que comía manzanas y las botaba a medias, ni somos los cumplidores de antaño, que iban a todos los desfiles y votaban en todas las elecciones.

Los jóvenes de hoy no creen tanto, son más duros con la realidad, han visto los sueños de sus padres chocar contra una pared de cruda verdad y frustraciones. Muchos han tenido que pasar por el momento íntimo en que bajo la poca luz de un bombillo, sus propios padres le aconsejasen irse de Cuba, porque ya ellos no pueden hacer más nada.

El proyecto político socialista cubano está en juego. Los dados se han lanzado desde dos extremos de la mesa. De un lado está un grupo de jugadores de experiencia pero que poco entienden de lo que pasa por la mente de los nuevos actores, jóvenes y desencantados que esperan su turno para participar en la partida.

Los jóvenes han sido criados por sus padres, por la crisis del socialismo real y por la decadencia del capitalismo neoliberal. Hoy la política atrae a cada vez menos a jóvenes cubanos, a muy pocos. La mayoría de ellos nunca han sido consultados desde que nacieron.

En el tercer milenio el sistema electoral cubano que data de inicios de los 90, ofrece muy poco atractivo a generaciones de ciudadanos y ciudadanas cubanos, con expectativas de movimiento frenético hacia alguna forma de desarrollo.

Los jóvenes quieren hablar de políticas públicas nuevas, de nuevos servicios, de perspectivas de trabajo renovadas, de nuevas ofertas de estudio, de posibilidades de crecer en las mejores universidades del mundo, quieren oír que viajar no es cuestión de elegidos, y que la mala política viene aparejada de responsabilidad por parte de dirigentes ineptos.

Nuestro sistema electoral no llama la atención de los más jóvenes, porque los candidatos son desconocidos: mujeres y hombres, con seguridad decentes, pero de los que no sabemos más que lo que dicen las parcas y tiesas biografías que aparecen en las bodegas cuando comienza el proceso electoral.

Las campañas electorales están prohibidas. Ningún candidato puede proclamar que construirá un nuevo edificio, ni que arreglará la escuela por años destruida. Tal vez estas campañas están prohibidas por una razón legítima, que es la imposibilidad de los representantes elegidos de hacer por la comunidad algo que no sea esperar por las indicaciones y los recursos de la provincia o de la nación.

Atados de pies y manos para actuar, nuestros representantes del Poder Popular comienzan sus mandatos de dos años y medio en el caso de los Delegados o Delegadas municipales, y de cinco años en el caso de Diputados o Delegados provinciales, sin una cartilla de mandato popular, sin nada que les diga qué es obligatorio cumplirle a los electores que creyeron en ellos.

Las campañas electorales fueron eliminadas para abolir el carnaval de irrespeto y fraude de procesos electorales anteriores, poco transparentes y poco serios, pero con ellas se fue también la posibilidad de saber a qué atenernos cuando vamos a votar. Porque ahora se trata de confiar en el que esté en la boleta, sin más, porque tiene que ser bueno, porque se ve en la foto que es una buena mujer o un buen hombre.

Pero la política no funciona así. Nosotros, el pueblo, debemos saber que en el futuro los que elegimos pensarán en nuestros problemas, y los tratarán de resolver, y no se preocuparán solo de la apariencia del éxito, que es casi siempre entre nosotros que nadie te mencione ni para bien ni para mal.

 

Votar por un candidato o candidata que no habla, sino que nos hace señas desde su dulce biografía, paraliza al sistema electoral y lo saca de las expectativas de la gente.

Después las cosas se ponen peor. Al menos en el proceso parcial cubano, proponemos a nuestros candidatos en asambleas más o menos cristalinas aunque llenas de ritualismos groseros que las hacen parecer pueriles, y las desenfocan del interés juvenil. En el proceso general, el pueblo no propone de forma directa, sino que una comisión de candidatura hace la lista que se pone a disposición de las asambleas municipales, que las confirman casi siempre sin chistar.

Hay que reconocer que estas comisiones de candidatura son el alma del sistema político cubano, que es como lo conocemos, porque nunca ha podido llegar a la Asamblea Nacional, ni a una Asamblea Provincial y menos al Consejo de Estado, nadie que no haya pasado por los filtros estrechos de las comisiones de candidatura a todos los niveles del país.

Es extraño que el mismo pueblo culto y responsable políticamente que hoy puede proponer a candidatos municipales de calidad, mañana, en otro proceso, se vea imposibilitado de hacerlo, porque la confianza que se le tiene para pensar al municipio, no se le tiene para pensar el país.

Es sospechoso también que el pueblo solo pueda proponer candidatos de forma democrática en el proceso del que nacerán las instituciones políticas más inútiles y de menos poder: las circunscripciones y los municipios.

El sistema electoral cubano debe sufrir un cambio democrático profundo, debe hacer honor a su idea original de constituir el poder popular, y entregarle el poder al pueblo, dejándolo elegir a los diputados y diputadas que el mismo pueblo haya propuesto.

También debería trabajar por diseñar una forma directa de elegir al Consejo de Estado, o a la presidencia de la República, en caso de que transitemos hacia un sistema de gobierno presidencialista, como en el resto de América Latina.

Yo preferiría que el sistema político cubano fuera el resultado de un proceso democrático de empoderamiento popular, que produjera un nuevo pacto social, donde todas las fuerzas vivas de Cuba trabajaran por diseñar una nación oxigenada.

La nueva constitución debería ser el resultado de un proceso constituyente, como el que defendemos para Venezuela, pero que no mencionamos para Cuba.

El nuevo sistema electoral debería ser la puerta de entrada de un sistema político donde el pluralismo político, el Estado de Derecho, la democracia y la república, estuvieran protegidos por el principio de legalidad y de supremacía constitucional.

Poco a poco observaríamos cómo los más jóvenes se suman a la política, porque les atraerá el olor fresco de la posibilidad de hacer, de crear políticas, de convivir con los demás en la vida pública, en los espacios de decisión o discusión cívica.

El sistema electoral no podrá crear formas dinámicas de participación, pero sí puede contener principios que obliguen al Estado a no pisotear el Estado de Derecho ni a las formas legales de asociacionismo político.

De la democracia de carne y hueso nos tenemos que ocupar los de abajo, exigiendo más que elecciones, para que la calle se haga de la gente y los procesos electorales sean solo un momento más de la práctica de la política real. Hay que salvar del fuego de los pirómanos empedernidos a la rendición de cuentas y a la revocación de mandatos, no por sus nombres bonitos que recuerdan a la Atenas de Pericles, sino porque la democracia es un cuento si no podemos alcanzar a los que elegimos después del momento de la confianza electoral.

El sistema político cubano puede ser el resultado de un sistema electoral más democrático, pero sobre todo será parecido a los sueños del pueblo cubano, si se acerca a una sociedad más libre, más justa, más ordenada, más participativa, más segura y más gustosa de la política, y todo esto rebasa lo que un sistema electoral puede ofrecer.

De nosotros dependerá que en el futuro de Cuba no nos cambien la desidia por la fanfarria de las elecciones vacías.

No queremos elecciones compradas por dinero ni elecciones donde nadie sepa por quién vota. Por lo tanto, preferimos luchar desde todas las barricadas, la de un sistema electoral moderno y democrático, y la de un activismo político que permita entregar la constitución y la república al pueblo, para que este las refunde a su sagrada manera.

Licenciado en Derecho y en Historia. Doctor en Ciencias Jurídicas. Profesor Titular. Docente desde 1999 en la Universidad de la Habana, con experiencias en cursos presenciales, y semipresenciales. Profesor de la Facultad de Derecho de 1999 a 2008 y en las filiales universitarias de 2008 a 2012. Fue profesor e investigador del Centro de Estudios de Administración Pública de la UH de 2012 a 2016. Ha publicado libros, ensayos académicos y artículos sobre temas jurídicos. Foto: Claudio Pelaez Sordo.

 

 

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