Se cumplieron 50 años desde que el Presidente J.F.K. firmara el Embargo Económico contra Cuba y desde Londres me pidieron que entrevistara a un cubano de a pie para que nos relate cómo repercute semejante medida en su vida cotidiana. La tarea fue más difícil de lo que imaginé, ningún cubano me hablaba del asunto en primera persona, me respondían con datos generales sobre los daños en el comercio exterior, a la economía, la educación, la cultura o la Salud Pública.
Entonces recordé a la Dra. María Gisela Lantero, Directora del programa cubano de lucha contra el VIH SIDA. Ella me contó que el pasado año Estados Unidos decomisó el dinero de apoyo que les envió el Fondo Mundial de las Naciones Unidas. Pero el gobierno cubano cubrió el déficit y los pacientes ni siquiera se enteraron de que el programa peligró, por lo tanto tampoco un portador del virus me hubiera podido responder como le afecta el Embargo en lo personal.
De alguna forma la nación se acostumbró -tras medio siglo no quedaba más remedio- a vivir con ese bloqueo. El gobierno cubano encontró mecanismos para eludir la persecución económica y financiera a la que Washington somete a la isla. Y la gente también aprendió, un ejemplo visible son los «almendrones», esos automóviles estadounidenses de los años 40 y 50 que circulan por las calles de Cuba gracias a las piezas de repuesto fabricadas o adaptadas en pequeños talleres de trabajadores autónomos.
Pero más allá de los esfuerzos de los cubanos por sobrevivir al Embargo y del gobierno para aliviar las repercusiones en la población, lo cierto es que de todas formas se paga un alto costo, según me cuenta Johana Tablada, Subdirectora de América del Norte de la Cancillería. Explica la especialista que «lo esencial del bloqueo es que le ha impedido a Cuba desarrollarse a su máxima capacidad. Nos impide tener relaciones con los estadounidenses y tampoco nos permite interactuar con el resto del mundo en condiciones normales».
Le comento que un diplomático gringo me dijo que el Embargo es la excusa con la que el gobierno cubano tapa sus propios desaciertos. Se ríe y responde que la mejor forma de comprobar donde está la verdad es levantando el bloqueo y que la vida diga el resto.
Agrega que EE.UU. le niega las visas a los ejecutivos de la empresa canadiense Sherrit desde que invirtieron en el níquel cubano y que a la compañía hotelera española Sol Meliá la obligaron a escoger entre sus negocios en Florida y sus inversiones en Cuba.
Asegura que su país no puede comerciar con otros con normalidad porque «ningún artículo con más de un 10% de componentes cubanos puede entrar a los EE.UU., así que si una empresa japonesa quiere usar nuestro níquel después no lo podría exportar» a ese país. También ocurre a la inversa, por lo que la plataforma petrolera que opera Repsol se tuvo que construir evitando violar esa norma de Washington. Aprovecho para preguntarle si permitirían que las empresas estadounidenses extraigan crudo en aguas cubanas. Johana no se lo piensa ni un segundo, responde categóricamente que su exclusión solo depende de las restricciones que les impone Washington porque «Cuba no mantiene ninguna discriminación contra las compañías norteamericanas».
La aparición de crudo en aguas cubanas podría cambiar mucho las cosas, si la presión de los agricultores fue capaz de abrir una ventana para vender alimentos a Cuba, el poderoso lobby petrolero podría derribar muchas más restricciones.
En este sentido, Johana me explica que «trabajar las no-relaciones con EE.UU. es complejo. Hay que guardar un equilibrio entre la necesidad de defendernos y defender nuestro proyecto social sin dejar de trabajar en favor de una mejoría en las relaciones bilaterales». El paraguas se traba cuando Washington exige cambios económicos y políticos dentro de la isla como paso previo al levantamiento del Embargo y el gobierno cubano no acepta que la Casa Blanca tenga derecho a inmiscuirse en los asuntos internos de Cuba.
Así el Embargo Económico se convierte en un asunto político de primer orden, ningún otro tema despierta un rechazo tan unánime de la población. Ese bloqueo provoca entre los cubanos exactamente lo contrario de lo que se propone. Deja además a la disidencia en una posición difícil porque no pueden criticar a su principal benefactor político y financiero a pesar de que muchos comprenden que de cara a sus compatriotas no les conviene apoyar el Embargo.
Cuando pregunté a la gente en la calle como los afecta personalmente, una mujer de 50 años me respondió que el bloqueo le impedía ser políticamente libre, «el acoso constante de EE.UU. me frena cada vez que quiero a criticar abiertamente a mi gobierno».
Medio siglo después parece evidente que cuando eligieron «privar a Cuba de dinero y suministros, para reducirle sus recursos financieros y los salarios reales, provocar el hambre, la desesperación y el derrocamiento del Gobierno»
[1] equivocaron el camino. [1] Foreign Relations of the United Status, 1958 – 1960, Volume VI, Cuba, United States Government Printing Office, Washington 1991, p.885