“Pie Seco, Pie Mojado”: Siempre estuvimos avisados

Por Alejandro Armengol. 

Un matrimonio de más de 65 años vive en la isla con unas pensiones miserables que no llegan a los $20. Se traslada a Miami y puede llegar a recibir hasta $1.457 mensuales en ayuda económica suplementaria y sellos de alimento. El logro solidario y la condición de expatriado quedan desvirtuados si esa pareja decide pasar una parte del tiempo aquí y otra allá. Residiendo en ambos países a cuenta de unos beneficios a los que no contribuyeron en nada para obtener. ¿Humanidad hacia los refugiados cubanos o injusticia con los contribuyentes estadounidenses? ¿Hay que comenzar a pensar en un reajuste?

Un matrimonio de más de 65 años vive en la isla con unas pensiones miserables que no llegan a los $20. Se traslada a Miami y puede llegar a recibir hasta $1.457 mensuales en ayuda económica suplementaria y sellos de alimento. El logro solidario y la condición de expatriado quedan desvirtuados si esa pareja decide pasar una parte del tiempo aquí y otra allá. Residiendo en ambos países a cuenta de unos beneficios a los que no contribuyeron en nada para obtener. ¿Humanidad hacia los refugiados cubanos o injusticia con los contribuyentes estadounidenses? ¿Hay que comenzar a pensar en un reajuste?

Tristeza producen las imágenes y declaraciones de los cubanos que han quedado varados en terceros países; sentimientos solidarios de mínima humanidad —y más si se ha nacido en Cuba— ante la frustración, incluso el desespero de los que han pasado por riesgos, peligros mortales e invertido ahorros, el producto de la venta de sus propiedades y la ayuda de sus familiares en el exilio para lograr un objetivo, que a punto de alcanzarse o con la esperanza de lograrlo hoy se ha transformado en un desconsuelo árido.

Nada nuevo, por otra parte, en lo que respecta al caso cubano. Décadas atrás era común que quien intentara irse de Cuba enfrentara no solo la represión y el ostracismo político —incluso entre familiares y antiguos amigos que de pronto dejaban de serlo—, sino también una espera que se extendía por varios años, los cuales se iniciaban con la separación laboral y en los que una y otra vez se atravesaba el ciclo de esperanza-frustración: trámites que llevaban a visas nunca obtenidas o canceladas, cierres temporales —con frecuencia de varios años— en la otorgación del permiso de salida y las dificultades más diversas, impuestas por el régimen y diversos gobiernos extranjeros. Todo ello mientras se soñaba con la oportunidad única. Época además en que solicitar el permiso de salida era, realmente, un acto de oposición; a veces permitido, pero siempre castigado. No es un empeño en establecer comparaciones y distancias, sino simplemente dejar constancia.

Luego la huida se convirtió, fundamentalmente, en una carrera contra el reloj, donde fines y medios fueron definidos por el dinero. Dinero para escapar; dinero por alcanzar en Miami o cualquier otra ciudad de Estados Unidos. La motivación económica —nada condenable de por sí— también tuvo sus altibajos, y desde hace algún tiempo estos también son conocidos.

Nada de encerrarse en reprochar “abusos” ahora, pero el sentimiento ante lo ocurrido —válido como respuesta emocional— tendrá, como siempre, duración limitada. La prensa lo utilizará por algunos días —pocos debido a los acontecimientos nacionales la próxima semana— y los políticos, por supuesto, tratarán de aprovecharlo al máximo.

Lo demás será una vuelta a lo cotidiano, y esa cotidianidad ya estaba impuesta. Porque en los sentimientos siempre se mezclan o coexisten la sinceridad y la hipocresía. Y pese al pecado poco original que todo periodista debe evitar—el citarse o repetirse—, me arriesgo a publicar de nuevo una columna aparecida el 12 de octubre de 2015 en el Nuevo Herald, para recordar que, al menos, no podemos decir que no estábamos advertidos. Solo añadir que las cifras ofrecidas en el artículo original fueron luego ampliamente superadas.

¿Reajuste cubano?presentacion-manos-okok

Si hay un aspecto que hasta el momento puede señalarse como fallido, en el enfoque de la administración Obama respecto al Gobierno cubano, es el objetivo de reducir el incesante tráfico migratorio desde la isla.

Durante los nueve primeros meses del año fiscal 2015 (octubre 2014-junio 2015) entraron en Estados Unidos 27.296 cubanos, según cifras de la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza de EEUU. Ello implica un aumento del 78 por ciento respecto al mismo periodo del año pasado.

La esperanza de que un acercamiento entre Washington y La Habana iba a mejorar las cosas en Cuba ha quedado suplantada por la realidad de aprovechar el momento para escapar.

El alza en las salidas responde fundamentalmente al temor de que la normalización de vínculos entre ambos países pondrá fin a la Ley de Ajuste Cubano, que otorga un trato especial a los cubanos. Como suele ocurrir, la avalancha provocada por el miedo a la supresión o cambio de la medida está contribuyendo precisamente a que cada día resulte más difícil sustentar que se mantenga vigente.

Continuamos presenciando el abandono de un país donde impera la represión, el desencanto y la inseguridad. Aunque asistimos a un escape distinto. En mucho casos es simplemente temporal y sin necesidad de desprendimiento alguno. Y ello, por supuesto, está cambiando a un exilio que en buena medida ha dejado de merecer tal nombre.

Sigue en pie el indiscutible derecho de buscar afuera un futuro mejor al que brinda el país de origen. Pero atrás quedó el principio de abandonarlo todo y empezar de nuevo como un acto de reafirmación.

El concepto de emigrante se ha impuesto sobre el de exiliado y se diluye la idea de la diáspora, tanto en su acepción de un viaje más allá de las fronteras de la patria, como en su aspiración de un regreso a los principios fundamentales. El salir a medias sustituye el regreso añorado.

Nada de ello elimina riesgos, esperanzas y temores. Simplemente hay un cambio de sentido en la partida, que hace que ahora algunos esgriman la condición de refugiado como medio de obtener beneficios y no como realidad lacerante.Selecciona archivos

En un mundo donde la palabra inmigración se asocia a otras como crisis y rechazo, y en un país en que el tema ha irrumpido de lleno en la campaña electoral presidencial, los cubanos disfrutan de una especie de paraíso, al que una mayoría se acoge pero del que también unos cuantos —¿o muchos?— abusan.

Vivimos un momento en que las fronteras entre Cuba y Estados Unidos — países que al menos en política e ideología continúan siendo contrarios— son cada vez más porosas. Este hecho, que en líneas generales puede considerarse un avance, tiene también una característica no tan meritoria: una subordinación —primero al Estado, luego a la familia y por último a otra nación— que hace que quienes viven en la isla no solo sean incapaces de trascender del ámbito familiar al ciudadano, sino que vivan encerrados en la burbuja de la válvula de escape.

Vivimos un momento en que las fronteras entre Cuba y Estados Unidos — países que al menos en política e ideología continúan siendo contrarios— son cada vez más porosas. Este hecho, que en líneas generales puede considerarse un avance, tiene también una característica no tan meritoria: una subordinación —primero al Estado, luego a la familia y por último a otra nación— que hace que quienes viven en la isla no solo sean incapaces de trascender del ámbito familiar al ciudadano, sino que vivan encerrados en la burbuja de la válvula de escape.

Vivimos un momento en que las fronteras entre Cuba y Estados Unidos — países que al menos en política e ideología continúan siendo contrarios— son cada vez más porosas. Este hecho, que en líneas generales puede considerarse un avance, tiene también una característica no tan meritoria: una subordinación —primero al Estado, luego a la familia y por último a otra nación— que hace que quienes viven en la isla no solo sean incapaces de trascender del ámbito familiar al ciudadano, sino que vivan encerrados en la burbuja de la válvula de escape.

Un matrimonio de más de 65 años vive en la isla con unas pensiones miserables que no llegan a los $20. Se traslada a Miami y puede llegar a recibir hasta $1.457 mensuales en ayuda económica suplementaria y sellos de alimento. El logro solidario y la condición de expatriado quedan desvirtuados si esa pareja decide pasar una parte del tiempo aquí y otra allá. Residiendo en ambos países a cuenta de unos beneficios a los que no contribuyeron en nada para obtener. ¿Humanidad hacia los refugiados cubanos o injusticia con los contribuyentes estadounidenses? ¿Hay que comenzar a pensar en un reajuste?

 

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